jueves, 29 de agosto de 2013

EL RECICLAJE DE UNA PASMAROTE.



La retirada de Carma Chacón al cálido paraíso de Miami en el momento crítico que vive Cataluña abunda en dos de las peores lacras del burocratismo partitocrático: la ausencia de compromiso moral de los políticos con los ciudadanos incluyendo sus seguidores y la insignificancia de estos mismos políticos cuando, al quedar sin poder, pierden el favor del aparato. El distanciamiento moral de parte de la población demócrata con el terrorismo y la orfandad política a la que se ha visto reducida la población representada tradicionalmente por el PSC por los devaneos nacionalistas y hasta independentistas de este partido, son las peores vergüenzas de la democracia española, vergüenzas cuyas consecuencias no se van a demorar. C. Chacón es con todas sus ambigüedades  la única esperanza que gran parte de quienes en Cataluña quieren seguir formando parte de España tienen. Pues a estos les resulta insufrible romper sus lazos sentimentales con el PSC como forma de estar en Cataluña y España, mientras que C. Chacón por muy marginada que esté en el PSC sigue siendo para muchos lo más acrisolado de esa identidad. Se le atribuye  la categoría de ser una "política de raza", pero eso sólo significa ahora tener ambición declarada de poder y voluntad de conquistarlo, pero no significa lo que debería: responder a la confianza que se ha conseguido entre la población, especialmente cuando los que otorgan esa confianza precisan que esta se haga valer. Por desgracia parece que sólo los políticos nacionalistas están capacitados para moverse entre la crisis, lo que no es casual ya que se han profesionalizado en crearla. Los que debieran oponerse sólo están preparados para disfrutar del poder en tiempos de bonanza, aunque para ello tengan que negar la magnitud de la crisis, me refiero en este caso, claro está, a la crisis política que puede conducir a la independencia de Cataluña. Es sabido que esta política aspira al más alto designio del poder nacional y que puede argüir que estando en desgracia tanto en el PSC como en el PSOE nada tiene que hacer de momento. Lo triste es que en parte tiene razón. Como a la inmensa mayoría de sus compañeros no le queda más que hacer de pasmarote. Todos sabemos que el valor y la responsabilidad personal de los políticos sólo es un juguete de la burocracia del partido. Se puede intentar la travesía del desierto como intentó Suarez en su momento o ahora Rosa Diez con la mejor esperanza de ser una fuerza bisagra o de reemplazar  idílicamente a alguno de los grandes partidos. Pero si se quiere comer la tajada o coger el mango de la sartén no hay más remedio que esperar en silencio alguna oportunidad. Con esto la  política  oficial siempre seguirá la ruta más cómoda aunque lleve al precipicio.

martes, 27 de agosto de 2013

EL POSIBILISMO HUMANITARIO.



Las guerras y conflictos del mundo árabe parecen diseñados por el diablo. Como en un mundo al revés, muchos pacificistas invocan la responsabilidad de EEUU y de las potencias occidentales de intervenir para acabar con las matanzas indiscriminadas de inocentes y el desbocamiento de todo tipo de tropelías inhumanas. Seguramente de intervenir, otros pacificistas, o quizás también los mismos, reprocharían los intereses imperialistas que, de hacerlo, estarían en el fondo. En cualquier caso la inexorable globalización del mundo impone a las grandes potencias occidentales una responsabilidad humanitaria concorde con su poder político, económico y militar, de la que no pueden evadirse. Nada de esto afecta a las otras grandes potencias como la URSS y China, pero no porque carezcan de poderío, sobre todo militar, sino porque se da por sabido que carecen de la mínima sensibilidad humanitaria y se crea la idea de que el asunto no les incumbe desde ese punto de vista. Sería como pedir a Mourinho que respetase las elementales normas de cortesía, o pretender que las hienas no coman carroña. Para bien y para mal, por poder y cultura, Occidente tiene la obligación de responder moralmente, cualquiera que sean sus intereses políticos o geoestratégicos. Implícitamente así lo admiten quienes, en unos casos justamente y en otros no tanto, reclaman la responsabilidad exclusiva de las potencias occidentales. Pero el asunto se torna endemoniado desde un punto de vista humanitario y no tanto político o de interés geoestratégico. El fiasco de Irak fue el resultado de la ambición calenturienta de quienes soñaban con cambiar el mapa geoestratégico. Todo se adornó con motivos democráticos y hasta humanitarios que a la vista de los hechos resultan grotescos. Ahora en Siria las necesidades humanitarias escupen sobre la conciencia mas tibia, pero los intereses políticos tienen difícil acomodo en ese avispero, donde no hay nada que ganar y casi todo por perder. No sólo en esa tierra sino ante la opinión pública, que pase lo que pase reaccionaría de modo inmisericorde. Dado por supuesto, lo que es mucho suponer en el terreno de la práctica política, que las potencias occidentales deben sacrificar  sus intereses o dejar de lado los posibles perjuicios que la intervención pudiera reportarles, para hacer valer la causa humanitaria, ¿quién puede argumentar que la intervención no provocaría casi con toda seguridad una ruina humanitaria incomparablemente mayor?  Sólo caben dos posibilidades. La una, hacer posible con la intervención un gobierno de paz que garantice mínimamente los derechos humanos, o al menos la protección de la población. La otra es imponer fuerzas de interposición que aun a costa de dividir el país estabilicen cada parte y detengan las masacres generalizadas. Creo que para reclamar sacrificios humanitarios hay que apoyar políticas humanitarias, es decir las políticas que hagan viable la causa humanitaria.

domingo, 25 de agosto de 2013

LA ETERNA MATRIOSKA




La represión homófoba de la que se hace gala en Rusia abunda en la sensación de que la mentalidad y las costumbres profundas de esta sociedad están ancladas más en la época feudal que en la modernidad. Pero no estamos ante un regreso repentino a tiempos prerrevolucionarios sino más bien ante la continuidad con las pautas que transmitió el régimen soviético. Viene al caso interrogarse por la aportación histórica de los experimentos comunistas para la modernización de las sociedades que los disfrutaron casi todas a su pesar. A la vista de la experiencia histórica parece que el único intento serio de modernización se debe a Pedro el Grande. Por lo que al régimen soviético se refiere, la terrible transformación económica y social que convirtió a la inmensa mayoría de la población en asalariados al servicio de élites burocráticas parasitarias e incompetentes permitió salir de la miseria a una parte considerable del pueblo ruso a cambio de la universalización de la pobreza y del sacrifico de la población molesta o incómoda. Pero estas transformaciones que condujeron a una economía esclerotizada no sólo no derivaron en democracia y estado de derecho como es notorio, sino a lo que parece dejaron intactas lo más granado y viciado de las costumbres ancestrales de la eterna alma rusa. El régimen soviético parece guardar con el alma rusa la misma relación que la última matrioska con las matrioskas que contiene dentro. Al destaparlo aparece su matriz pero más pequeña en una serie interminable. Los grandes alardes destructores de la tradición ortodoxa y zarista eran operaciones destinadas a crear una nueva matrioska. Se puede decir que el régimen soviético bajo su disfraz revolucionario se nutrió de los impulsos autoritarios y nihilistas que tan profundo arraigo tienen y que tanto denunciaron Tolstoi y Dostoievsky y los estimuló hasta las peores consecuencias imaginables, sin por otra parte apenas alentar las virtudes de cordialidad y humanidad que animan al pueblo ruso. El régimen putinesco al uso legitima su poder en la satisfacción de estos reflejos autoritarios y nihilistas tan arraigados que tanto refinó hasta la brutalidad el régimen soviético. En gran parte la voluntad rusa tiene los pies posados en Oriente mientras que con las manos pretende agarrarse a Occidente, con el agravante de que sólo sabe moverse dando vueltas sobre sí misma. Al menos este es el camino con el que los antiguos burócratas del nuevo régimen pretenden reverdecer los sueños imperiales que tanto parecen encantar a su población.

sábado, 24 de agosto de 2013

PROTESTAS VERGONZOSAS.



La cara más deplorable de los movimientos colectivos de masas es la facilidad con que al recalentarse pueden abrasarse a sí mismos llegando a calcinar incluso sus justas reivindicaciones. Si en la vida privada la buena educación se muestra en la capacidad de dominar el impulso repentino y la pasión contumaz cuanto más explosiva, esta medida debería valer para los movimientos colectivos. A nadie se le ocurre asistir a un concierto de música clásica a abuchear al director, porque el director le deba un bis, como tampoco dejaría cualquiera de asistir a su vecino accidentado porque no le salude o le haya timado. En el caso de los movimientos colectivos el asunto se complica por el hecho de que una vez han prendido los participantes se contagian del fervor ajeno y sienten su causa múltiplemente legitimada por este simple hecho. Es más, creen que la presunta legitimidad de la causa  justifica cualquier actuación y se torna principio absoluto indiscutible que todo lo permite, mereciendo quien se resiste ser incluso suprimido. Este elemental proceder de la conducta de masas se ha hecho evidente en las protestas contra el internamiento de la delegada del gobierno en un hospital público. Los españoles tendemos a retraernos de las cuestiones políticas y sociales hasta que sentimos nuestro interés completamente cuestionado, entonces nos lanzamos con una furia que de poder reflexionar un poco nos avergonzaría. Nuestra cultura política y social está demasiado prendida de nuestra pasión personal dado que el compromiso político y social es extraño a la vida cotidiana. Lo peor no son estos desvaríos sino la propensión de los políticos a aprovecharse de los mismos e incluso atizarlos, a sabiendas de que de esa manera tienen más posibilidades de aumentar su clientela. Los líderes políticos tienen la responsabilidad de servir a  los suyos incluso hasta el punto de mecerlos en sus sueños, pero tienen una responsabilidad ética y democrática infinitamente incomparable, que es la de reconducir las pasiones a sus justos términos y  amparar el respeto a las mínimas reglas éticas de las que depende la convivencia.