lunes, 22 de octubre de 2018

EN EL ANIVERSARIO DEL DISCURSO REAL



Un conspicuo tertuliano de acreditada experiencia política y seguro que de nobles virtudes personales y sociales suele ponerse como un basilisco cuando se habla del asunto catalán y con acre vehemencia se enardece: “que ya está bien”, “que nunca se van a independizar” “que esto me importa una...” o algo parecido y lo espeta repetida y clamorosamente hasta que se deja de hablar del tema. Desconozco si lo cree por alguna razón, por ejemplo que el Estado español y Europa nunca lo permitirían o porque suscribe eso de que “no quieren la independencia sino el independentismo”, o simplemente por un palpito que no precisa explicación, como que ,por ejemplo, todos sabemos que moriremos sin necesidad de demostración, porque en el fondo es tan cierto como indemostrable.

Vale el caso como ejemplo de lo que han pensado la mayoría de los españoles hasta el discurso de Felpie VI de hace un año al cabo del golpe de Estado. Y es que, contra lo que sería deseable, no es claro que pasado lo más traumático no retorne la mentalidad de siempre, o al menos sus reflejos. A sabiendas de que en esto siempre han contado los matices. Los digamos más a la derecha han despachado los alardes nacionalistas como mera picaresca para engordar la cartera, los más a la izquierda siguen viendo en ello un movimiento por más democracia y autogobierno, capaz de excederse, eso sí, aunque normalmente por reacción a la incomprensión centralista.

El discurso real enervó a los separatistas no tanto porque reclamara la defensa de la Constitución y el ejercicio de la Ley, que por supuesto, sino porque presentaba como un peligro real lo que en el resto de España se ha tenido por una mera mascarada. Y es que los separatistas siempre han contado con que en España, y especialmente la clase política, no los iba a tomar en serio y que iba a evitar a toda costa que la población se lo tomara de esa manera. Y se daba a sí la paradoja de que el contentamiento de los nacionalistas en este perpetuo dar y conceder tenía por objeto no sólo poder gobernar sino evitar que la población se mosquease sobre la existencia de pretensiones independentistas de verdad.

Para sonrojo de los partidos llamados constitucionales el discurso real venía a despertar a una España adormecida por el éxito de la transición y la pachorra de su clase política. De esta forma la sociedad española ha vivido en la ilusión de que la democracia es un estado natural, invulnerable a las amenazas porque estas en realidad no podrían existir. Ni siquiera llego a verse al terrorismo etarra como una amenaza a la democracia cuando se le veía, con toda razón, como una agresión pura y simple a los principios elementales de lo humano.

Desde el discurso real ya nada puede ser igual en cuanto a mentalidad colectiva pero eso no significa que esto se traslade mecánicamente al juego de fuerzas de la política. Las inercias históricas son muy poderosas. Se admite de la realidad del peligro, pero esto ha abierto un nuevo escenario dialéctico entre desmontarlo por el diálogo o por la aplicación de la Constitución. No hace falta justificar que la apelación de los sanchistas y podemitas al diálogo es un desmontaje, una vuelta al estado previo a ese discurso. Pero por muy escandaloso que resulte cuenta con la adhesión de una base social podemizada, dispuesta a admitir que cualquier arreglo que no fuera la independencia pura y dura es bueno, aunque sea por un tiempo y para salir del paso.

Pero el encaje de una solución política adquiere una renovada trascendencia. Es dudoso que se pueda reeditar sin más un nuevo tripartito sólo en torno a un estatuto especial de preIndependencia. Satisfacer a las masas rebeldes que han aupado los separatistas “pragmáticos” (ahora figura como tal Eskerra e incluso Bildu) y neutralizar a los fundamentalistas (ahora los Puigdemont y Torra) requiere alguna compensación visible y manifiesta, alguna pieza de caza con la que alardear. Pero además el Podemismo no desconoce que tiene una oportunidad histórica a la vista de la complacencia socialista . El tribunado en puertas de Rufián, Pedro y Pablo ( en cualquier orden) sólo puede encontrar estabilidad si se enfila contra la monarquía y la Constitución, no tanto porque así se programe explícitamente sino porque no puede haber otra dinámica una vez se dé el paso inicial. Al fin y al cabo este tribunado sólo admite dos alternativas para implantarse: o se admite primero el “derecho de autodeterminación” y se acaba luego con la Constitución o se liquida primero la Constitución para “implementar” el citado “derecho”. La incógnita es de nuevo la actitud de los socialistas, si sólo pretenden consentir a ver lo que pasa o si se proponen ser los artífices de una de estas alternativas.

En cualquier caso ya entramos en el período propicio para quienes están prestos a invocar los imposibles. Ya tardan quienes cuenten que el jaque a la Corona y la Constitución es imposible de toda imposibilidad, pase lo que pase y menos aún el jaque mate.






sábado, 13 de octubre de 2018

LA NORMALIZACIÓN QUE FALTA


España es problema porque siguen las cuentas pendientes. No es algo abstracto y esencialista sino muy concreto y político. Las cosas por su nombre: la izquierda renegó de la tradición histórica de España. Su proyecto no fue de continuidad, ni de reforma, sino de sustitución integral. La nueva España significaba la desaparición de la España anterior, es decir su desvalorización absoluta. Fracasada en este intento asumió la transición como un dejar en suspenso la cuestión de España, ni continuidad, ni reforma (que es una forma de continuidad), ni sustitución (¿por qué podía sustituir a una España democrática?).

La suspensión se sustanció en la retirada al autonomismo y al europeísmo, proyectos encomiables sino fuera por ser sustitutivos camuflados de la lealtad colectiva. Era inevitable que cuajara el distanciamiento de la idea de España . De repudio de la tradición a repudio de la realidad y por fin negación de la identidad. Pero ya este extremo es absurdo, no se puede no ser español, como un Perez no puede dejar de ser de la familia de los Perez aunque su familia le repugne. Creerse que los Perez no existen o no son una familia no arregla su problema. Un individuo puede olvidar su familia, pero una nación no se puede olvidar de sí misma hasta que no desaparezca, lo cual es posible aunque todavía no existan experiencias históricas salvo la de Yugoslavia, que era una nación por cuajar en condiciones extremadamente desfavorables. No como España, nación históricamente acrisolada, por muchas que sean y hayan sido sus imperfecciones.

En esta encrucijada las posibilidades son: que la izquierda “se reconvierta” y se haga patriótica, que la derecha se imponga y asuma en solitario la defensa de la democracia y la unidad de España, que la izquierda siga en sus trece y acceda a la fragmentación de España. Lo primero parece milagroso porque la sospecha sobre la expresión política de España es eje vertebral de la identidad que se ha creado la izquierda. Lo segundo es improbable porque en la sociedad española es más poderoso el complejo que la conciencia de la propia realidad. Lo tercero es extremadamente difícil porque aunque las elites políticas de la izquierda tienen este asunto por una cuestión de conveniencia, no de convicción, la masa social de izquierdas se siente española aunque no vea contradicción en sentir más importante ser de izquierdas, es decir antiderechas. Por eso asume que el sentimiento de españolidad no debe tener expresión política.

En los ámbitos de las élites izquierdistas se difunde de forma expresa o con subterfugios que no puede haber patriotismo porque  España no es un Estado democrático y defender España es defender el autoritarismo. Así según la Señora Colau es preferible la independencia de Cataluña porque traería más democracia a Cataluña  y a toda España. 

¿Cuán lejos esta la izquierda en asumir ese planteamiento? Por muy evidente que sea lo impostado de esta estratagema, es bien tentadora para las élites socialistas que tienen la sartén por el mango. Pero ponerse a convencer a su electorado de que la independencia de Cataluña es algo secundario y que lo importante es "lo social" , es demasiado riesgo. Por muy lanzado que sea Sanchez,  los suyos incluso los más próximos, no se pueden convencer sin más de que se pueda afrontar esa aventura pasando de la "autonomía especial" a un procedimiento que permita la independencia. A los sanchistas les queda mucha margarita por consultar.

Más allá de la evolución puntual de los acontecimientos, la verdadera normalización depende de que la masa social de izquierdas asuma que la expresión de lo español no es políticamente sospechosa, por no decir incorrecta. Que venga por sus élites o contra sus élites sería secundario, pero parece improbable que estas masas se tornen realistas y patrióticas si sus élites no cambian de mentalidad y comprenden de otra forma su identidad.