domingo, 4 de noviembre de 2018

LA INCREDULIDAD VENTAJOSA


Para los historiadores y politólogos debe resultar de lo más imponderable la influencia de la incredulidad en el éxito de procesos críticos de amplio calado histórico. Esta incredulidad no sólo afecta a las posibilidades del éxito sino a la posibilidad de su mismo desencadenamiento, es decir a que pretendan lo que pretenden inexorablemente. En el caso del proceso abierto por el sanchismo, que es una acomodación al proceso abierto por los podemitas y los nacionalismos, se expande y reina la incredulidad sobre los objetivos, ya no sólo o sobre su consecución.

Me refiero claro está a la conversión de España en un “Estado multinacional”, en la que las nacionalidades serían preindependientes y el resto de España (se la llame como se la llame) una especie de Estado a la mexicana. Seguramente para los socialistas de toda la vida bastaría con un modelo PRI extendiendo el modelo de Andalucía, mientras para los podemitas tendría que emprenderse la revolución bolivariana. Pero en este punto tal discrepancia es secundaria y lo que cuenta es que de una u otra forma el cuestionamiento de la Constitución sería inevitable.

La clave de que esto triunfe es la fidelidad de la masa social de izquierdas. Dando por supuesto la fidelidad de la masa podemita queda la duda de la masa socialista, pero teniendo en cuenta que las fronteras entre ambos se han desdibujado hasta ser poco menos que irreconocibles. Seguramente el staff sanchista confía en que su masa social le será fiel y en cualquier caso el conjunto de la masa social de izquierdas ya claramente socialpodemita no se resentirá. Así, desde el punto de vista del gobierno, el núcleo de la onda expansiva de la incredulidad se sitúa en la masa social socialista.

En favor de la continuidad de esta fidelidad cuenta la experiencia de los nacionalistas cuando en momentos traumáticos el electorado peneuvista y los convergentes pujolistas asumieron los golpes de timón del pacto de Estella para resguardar a la ETA y la apertura del pruçés por el Astut Mas. Pero estas derivas fundamentalistas estaban en sintonía con el instinto básico del nacionalismo y además creaban la ilusión de que esto llevaría a renovados beneficios económicos,(en el País Vasco a conservar y reforzar los beneficios y privilegios instituidos).

Por lo que respecta a la masa social de izquierdas la experiencia demuestra que sólo retiran la confianza a sus élites cuando hay recortes o medidas económicas que tienen por traición, pero para nada cuando se cuestiona la nación. Es un asunto sobre el que la izquierda sigue la política del avestruz de forma refleja. Pero el actual escenario es inédito y es difícil soslayar la existencia de un grave peligro para la nación.

Está por ver si el reflejo “antifacha” y la salmodia de las eternas promesas sociales pueden hacer que un electorado ya muy modelado y modulado olvide este peligro o al menos lo minimice y crea que estamos en proceso de normalización. En eso cuenta que aunque sin duda la gran mayoría del electorado de izquierdas se siente español  le repugna de forma instintiva que esto tenga traducción política. Hacerlo es sospechoso de "neofranquismo", según se clama por doquier.

Ahora bien el indulto es engorroso. Atenta contra el sentimiento elemental de dignidad cívica y contra el mínimo residuo de patriotismo. El sanchismo sólo lo puede vender como parte de la solución definitiva del problema catalán y del “problema territorial” en general. En términos prácticos ha de coincidir de alguna forma con un acuerdo de un Nou Estatut” que daría forma a un Estado de preindependencia.

Seguramente la gran masa de izquierdas lo aceptaría como una simple variante del tópico y aburrido embrollo que es el Estado de las Autonomías. El problema se plantea entonces en cómo combinar elecciones generales, indulto y el éxtasis del “embrollo” que debería agenciar un hipotético tripartito.

¿Debieran afrontarse las elecciones dejándolo “resuelto” y ofreciendo el “triunfo” de un acuerdo prometedor con los nacionalistas que alejase el horizonte de la independencia por un tiempo? ¿O por el contrario debiera esperar a legitimarse con un gobierno de frente popular separatista ya plenipotenciario con unas nuevas elecciones? Por supuesto que el juego de máscaras que se ha abierto entre los separatistas tendría algo que decir y condicionar pero más sobre la forma que sobre el fondo.

De este panorama no puede pasarse por alto algo que debiera ser desconcertante: el peso sobredimensionado que tiene lo ideológico, por muy incoherente que sea, en las actitudes políticas de la masa social de izquierdas.

Pues es lógico que los nacionalistas se ilusionen con ventajas materiales, por mucho que estas ilusiones carezcan de fundamento en la realidad (de ninguna forma se mire como se mire los ciudadanos de una nación independiente catalana o vasca tendrían más oportunidades y ventajas económicas y sociales, sino presumiblemente muchas más pérdidas, aunque la situación se estabilizara en algún momento hipotéticamente hablando). Pero por poco que se examine tenemos que una gran parte de los seguidores del socialismo pocos beneficios y mejoras pueden esperar de la política socialista y no digamos del podemismo.

Sin embargo creen que sería así porque en el fondo no vinculan su bienestar personal a la marcha global de la sociedad y piensan que a lo sumo el bienestar del que se disfruta y las libertades sociales y políticas son algo natural y por tanto ajeno a las decisiones políticas.

El asunto parece fútil y hasta obvio pero afecta a la forma como gran parte de la ciudadanía ve la política en esta sociedad tan tecnologizada y mediática: como un asunto en el que no está en juego su status e interés concreto, en tanto que parte de una realidad colectiva, sino su “visión del mundo”.

Esquizofrenia padecemos, separación radical entre libertad y responsabilidad, gran tema por explicar si alguien se atreve, pero que se explique como se explique no es precisamente índice de madurez en cuanto a cultura cívica y política se refiere, sino todo lo contrario y a pesar de todas las apariencias. A la vista cuanto menos de cómo lo estamos padeciendo.