Lo único claro del mandato de Sanchez es que este ha unido su destino y sus negocios a la cancelación de la democracia, cualquiera que sea la forma que tome la alternativa dictatorial. Su mayor éxito es haber conformado un bloque "político social" comprometido con ello, "cueste lo que cueste". Cabe que Sanchez sólo sea el "mascarón de proa" de ese engendro o lo maneje con puño de hierro. Hay muchas variantes posibles entre ambos extremos. Pero esa maquinaria está en marcha de la peor manera posible: convencida de que "podemos" y de que "no cabe otra".
En la lógica del proceso se ha interpuesto un actor inesperado, la justicia. La soberbia sanchista no contaba con ello una vez que tenía garantizada la impunidad y el derecho a "la pernada" por parte de su partido y sus socios, así como del aval de los canales de manipulación de la opinión pública, convertidos en la expresión pública de la legitimidad del bloque de poder, y de las radiaciones de la maquinaria del Estado. La "intromisión" de la justicia no puede ser interpretada desde esa acera mas que como una "conspiración facha". Pero ese "diagnóstico" sólo revela que para ese bloque todo se mide en términos de la realización del proceso y que ese proceso lo justifica todo, por supuesto la mentira, la hipocresía y la corrupción sistémica.
No es posible saber cual podría ser la evolución de ese proceso de no haber estallado toda la corrupción, y de haber merecido la atención de la justicia. Las negociaciones con Bildu y Puigdemont sólo sugieren un apunte de lo que está por cerrar. Menos es posible conjeturar, con un mínimo de verosimilitud, de qué forma pueden neutralizarse las peores consecuencias y salir indemnes si el cabecilla tuviera que rendir cuentas personalmente y no por avatares interpuestos.
Dado que, en el peor de los casos, ante el mismo socialismo se abre la sombra de su desaparición, cosa inimaginable hasta ahora, es claro que hemos entrado en el escenario más crítico, el escenario del todo o nada. Por el momento ya es bastante que incluso esa posibilidad aparezca en el horizonte y sería muy extraño que no afectara a las mismas bases, bien para extremarlas hasta el delirio o para desmoralizarlas.
¿Qué tiempo le queda entonces a Sanchez? Por ahora tiene que hacer tiempo a la espera de que sus opciones se vayan esclareciendo. Cosa novedosa también para quien sólo funciona dominando los tiempos bajo la premisa de que sólo él mismo los marca. Según las pautas que destacan los analistas estamos ante tres posibilidades. Primero resistir hasta las próximas elecciones fiándolo todo a ganarlas, segundo resistir solidificando el actual bloque del poder para, de perder las elecciones y no pudiendo gobernar, asegurar una reacción contundente que relance definitivamente el proceso cancelador. En tercer lugar forzar un golpe de mano "constituyente" preelectoral o como programa electoral.
Es evidente que son escenarios volátiles y en gran parte intercambiables, con lo que el hecho de que ninguno ofrezca certeza, igual que agita los nervios provoca en todos los concernidos la tentación de aprovechar para su parte la oportunidad que se ofrece, según la lógica del "ahora o nunca".
El primer escenario parece paupérrimo. Sólo con un pucherazo a lo Maduro o con una intervención intempestiva del TC podría salir algo adelante. Pero estaría en manos de la suerte y es dudoso que sus socios más interesados se la jueguen con él algo tan improbable si han llegado tan lejos.
El segundo escenario es el más verosímil. Pero depende de dos factores imprevisibles. El primero es la fortaleza del fervor socialista, su disposición combativa y callejera. El triunfo y los posteriores gobiernos de Aznar dejó anonadadas a las masas socialistas hasta el Prestige e Irak. Mentalizados desde entonces de que la consecuencia de la derrota puede ser la desaparición, tienen que asimilar que la derrota electoral, además de "una injusticia", es una oportunidad catártica, según por ejemplo enseño Zapatero y remedó luego Sanchez. Igualmente imprevisible es la capacidad de los líderes de la derecha de conjuntarse y de avergonzar a las masas socialistas por sus líderes. Para avanzar en su proceso el socialismo requiere un liderazgo convincente que, de seguir siéndolo Sanchez, tendría que lidiar con la carga de la vergüenza a poco hábiles y responsables que fueran los líderes de la derecha. Si cede la columna vertebral del pacto anticonstitucional, es decir el socialismo, ¿Sería suficiente la movilización del separatismo catalán y vasco, sumado a ello la ultraizquierda, para revertir el futuro gobierno constitucional y esperemos que constitucionalista?
El tercer escenario sería un órdago cuando sólo queda una carta. Tendría Don Felpie que cometer alguna torpeza o algún desliz, que justificara, ante los socialsanchistas y una parte de la población constitucionalista, la necesidad de un referéndum entre monarquía y república. Pero tendría que ser un desliz de tal magnitud que compensase ante la opinión pública la degradación del sanchismo. Algo así, de darse, sería el colmo del absurdo, vistas las circunstancias.
Si todo es volátil objetivamente, ya la personalidad del personaje que anda por medio convierte lo volátil en caótico. Sólo parece evidente que su preocupación obsesiva concreta, la que no maneja con fines instrumentales, es la familia inmediata. Tal vez en ningún manual de historia aparezca este factor como una categoría política decisiva tan contundentemente. Que esto sea posible en una sociedad moderna y tan rica en historia, y por tanto en intuición política, como España, da mucho que pensar sobre los jirones morales de nuestra convivencia. ¿En eso confía Sanchez?