Borrell declaró que
Cataluña es una nación a sabiendas de que no lo hacía en un foro
académico, sino como emisor de un mensaje político ad hoc, cuyos
efectos políticos para España son cuanto menos tan destructivos
como a efectos físicos las bombas comprometidas con Arabia Saudí.
Luego cuando se metió en las aclaraciones pertinentes quiso dejar
claro , aquí en España, que, al igual que las bombas laser, tal
reconocimiento era de alta precisión y carecía de efectos
colaterales. Así sería que reconocimiento de nación no significa
independencia y que sólo significa arremangarse para conseguir
“entre todos” un Estatuto de verdad.
No se ha empachado
al recurrir en la sempiterna coartada de la distinción entre “nación
cultural” y “sujeto político soberano”, lo que ya es una
obscenidad y un indecencia intelectual a estas alturas de la
película. Con tamaña “explicación” se obvia lo decisivo: que
entre la “nación cultural” y la “soberanía política” se
pone a punto “el derecho de autodeterminación”. Y en este caso
que yo sepa nadie le ha preguntado a nuestro ministro “jacobino”
si no va de suyo con el reconocimiento de la “nación”, con
adjetivo o sin él, el derecho de autodeterminación. Supuesto ello
la independencia es una bagatela, un expediente a materializar en un
momento u otro. Igual no se ha dado cuenta el ministro que ganadas
las razones morales, y se ganan cuando “el adversario” las
concede, viene el ejercicio práctico de “traer la democracia”.
En la práctica el
ministro Jacobino (¿o más bien Jacobita escocés?) ha propagado el
mensaje de que queda abierto y por colonizar el “terreno de nadie”
que media entre la “nación cultural” y la independencia. Es
posible que, seamos bien pensados y tenga el derecho a la candidez,
en su fuero interno y de su Jefe todo se quede en un “nuevo
estatuto” y verdadero además. Pero es de los más presuntuoso
creer que nadando han de arrastrar la corriente hacia donde se
quiera. Lo que es más grave: es un terreno en el que de una forma un
otra sólo puede cundir la cizaña del derecho de
autodeterminación.
Pero lo que se les
ofrece no es un status quo favorable, el más fovorable posible
“dentro de España”, sino un argumento: “si vamos a ser
independientes en cuanto a competencias ¿porqué no serlo ante el
mundo oficialmente?”, “¿no arreglaría esto mejor nuestras
relaciones y estaríamos bien avenidos como buenos hermanos (que yo
hermano y tú primo por supuesto)?”¿tendrán algo que oponer
quienes andan con estos juegos calientaseparatistas?.
Acostumbrados como
estamos al eufemismo y el edulcoramiento, ha llegado el
“sorprendente” desmentido, por lo inusual y verdadero de lo que
dice,, de la Institución Martir Luther King, a la desvergüenza de
Torra y Cía. Si la leyera con atención el susodicho ministro
Jacobino/jacobita bien podría caer en la cuenta de que eso es lo que
ha pensado toda la vida, poniendo en duda el reciente descubrimiento
de que ha estado convencido toda la vida de la martingala de la
“nación cultural”. Y de paso podría liberarse del sometimiento
hipnótico al engendro sanchista, por buscarle una explicación a su
nueva servidumbre. Poder hipnótico el de su Jefe que hay que tomarse
en serio a la vista de cómo ha concitado el resentimiento ilusorio
de “las bases” y ha puesto a su disposición las precisas teclas
ministeriales y universitarias para acreditar su lustre intelectual.
Pero nada es más
llamativo que la inmersión de esta, sí que honorable, institución
en el fondo de la verdad: que el caso catalán nada tiene que ver con
la justicia, la libertad ni la discriminación, sino con la
insolidaridad, el egoísmo y la ingratitud traicionera contra una
historia común de males y bienes compartidos. Y podría haber
añadido si hubiese entrado en detalles o los conociese con
precisión: con el sometimiento moral de la población catalana.
¿Cómo es posible
que la “clase política”,y las élites de “Madrit” en
general, haya soslayado algo tan obvio y no hayan denunciado al
separatismo y al nacionalismo sin más en esos términos, que es lo
que duele? Es evidente que se ha elegido la versión formal de lo que
anda en juego: el imperio de la ley. Es decir no poner en el centro
del juego político la verdadera catadura de los nacionalistas. Por
supuesto que la razón moral asiste a quienes entienden que el
respeto a la ley es parte inexcusable de la democracia y en buena
medida su columna moral vertebral. Pero lo formal ha de acompañarse
del contenido material, igual que las razones se ha de acompañar con
los sentimientos que las animan. En el terreno abrupto de la
contienda política no hay más remedio que hay que ir a la verdad de
fondo. Como se ha obviado la verdad de fondo, el daño que se comete
a ciudadanos contantes y sonantes y a toda una historia común, los
nacionalistas, oculta su insolidaridad e injusta deslealtad, se
atrincheran en eso de “por encima de la ley, la democracia”, cosa
que creen poder proclamar porque queda sobreentendido que si los
oponentes no entran en la verdad de fondo es porque la verdad de
fondo está de su parte.
A las izquierdas no
les ha convenido contravenir su “compromiso histórico” con los
nacionalistas, lo que les ha conducido a identificarse en grados
variables con los postulados ideológicos nacionalistas más allá de
los apaños cotidianos. Hay que reconocer su gran habilidad al
disolver su identidad, o etiqueta de marketing, de adalid de la
solidaridad y la igualdad por encima de particularismos injustos una
vez que era claro que entregarse al compromiso incondicional con los
nacionalistas traía consigo la complicidad con la insolidaridad y la
negación de los derechos de todos los ciudadanos de España (pues al
negarse esos derechos a los ciudadanos de Cataluña o del País Vasco
se niegan a todos los ciudadanos que debe amparar el Estado español).
Por parte de las
élites de la derecha de “toda la vida” a la torpeza para ver se
ha unido la displicencia de no querer ver. Se han dejado arrastrar
creyendo que iban a ser perdonados y que al fin y al cabo todo el
mundo es “honorable”, máxime si así se titula: en suma
complejos, miedos, displicencia y mucha impericia para la política
real, es decir para lo que está en juego entre los que disputan el
poder.
Todo se resume en
que a las izquierdas le ha podido y les puede la fantasía de una
especie de vuelta a las delicias de la República, con nombre y
oficialidad, lo que sería fetén, o simplemente de facto, pero que
se note, mientras las derechas la seguridad de que por mucho que no lo parezca todo está metafísicamente encarrilado y por tanto no puede
ser de otra manera.
Postdata. Para ir
resarciendo los daños provocados por el sistema educativo, en
Cataluña sistema de talleres de coreografía colectiva a la manera
norcoreana, bien vendría la difusión en las escuelas del informe de
la Alta Inspección educativa y sobre todo la misiva de
Instituto M.L.K.. Antes que en los alumnos ejercería un efecto
benefactor sobre muchas huestes profesorales si se atreviesen con
ello. Por supuesto también y especialmente en toda España. Es una
lección práctica de que los “valores éticos” no son churros
para engalanar las fiestas de la victimosis, sino algo que en la vida hay que tomarse en
serio y conocer en concreto poniéndolo en relación con la realidad.