Inopinadamente Cs. se encuentra tras las elecciones andaluzas ante un
dilema existencial y diabólico. En apariencia tiene que elegir
entre Vox o el Socialismo, o algo más rocambolesco: esperar que el
socialismo lo elija. Pero en ello hay algo más profundo en juego, su
posicionamiento ante la mentira dominante: inclinarse ante la
soberanía ideológica vigente o desembarazarse de verdad de la misma
sin el subterfugio del melifluo “ni rojos ni azules”.
Es
evidente que la estigmatización de Vox emprendida por “las
izquierdas” es interesada y el punto crítico de la majestad de su
soberanía ideológica, la que otorga la “autoridad” definitiva
para decidir sobre lo que es sano y lo que es enfermo. En términos
objetivos la catalogación de Vox en la “extrema derecha” o en la
“ultraderecha”, etiqueta que por ejemplo Arcadi Espada defiende
pero no desde la demagogia socialpodemita sino con honestidad
intelectual, tendría que matizarse en extremo. Por su atracción
sentimental es un partido de “derecha, derecha de toda la vida”,
al fin y al cabo lo que en el imaginario del votante del PP tendría
que ser el PP. Pero añade posicionamientos que en parte son de ese
imaginario y en parte lo rebasan, sin necesariamente contradecirlo:
control riguroso de la emigración, cuestionamiento de la U.E. al
menos “tal como está” y supresión de las autonomías, por citar
lo más mollar y definitorio. Todo esto es políticamente discutible
incluso lo que cabe o no en la Constitución, pero nada demuestra que
esta formación pretenda saltarse la Constitución incluso a la hora
de proponer su reforma.
En
cuanto a su naturaleza política según sus programas, proclamas y
dirección vectorial, sólo se le puede considerar ultraderecha desde
la tergiversación que éste término tiene con la irrupción de los
movimientos antieuropeístas y antimigratorios. Pero sobre todo en
nuestro caso con la tergiversación interesada en la que ha basado la
izquierda gran parte de su dominio.
Si
se entiende por ultraderecha lo que enseña la experiencia histórica
hay dos caracteres relevantes: el proyecto de supresión, o al menos
de su condicionamiento restrictivo y dictatorial, de la democracia
liberal y el Estado de derecho en nombre de la nación, así como el
proyecto ideológico/ sentimental de patrimonializar la nación
convirtiendo la identidad étnico-nacional en el motivo exclusivo de
la identidad y los derechos civiles y políticos. Por supuesto
llevado hasta sus últimas consecuencias estaríamos ante un régimen
totalitario semejante al nazismo, el fascismo o los comunistas,
quienes apelan a lo “social” o a la “nación” o a ambos según
convenga, no como sujeto de derecho sino como sujeto de la falta de
derechos.
No
aprecio en Vox compromiso con esta deriva. Dicho esto sin que sea
despreciable la posibilidad de que en un futuro no tan hipotético la
pulsión antieuropeísta en toda Europa se polarice en identitarismo
nacionalista. Tal ideología es un negativo del izquierdismo, sin que
impida su fusión como en el caso del nacionalismo izquierdista
separatista de nuestros lares. Reverso de la izquierda con su
“derecho” a certificar la condición de demócrata y de
solidario, el nacionalismo certificaría la “españolidad”,
fundando la condición de ciudadanía en una más o menos imaginaria
identidad étnica, lo que por la idiosincrasia española sería más
bien étnico/cultural.
El
problema de la constitucionalidad de Vox se plantea en torno a su
proyecto de un Estado centralizado. ¿Lo convierte en un partido
inconstitucional aun respetando el juego constitucional?
Por
supuesto Podemos o los separatistas son inconstitucionales por no
respetar las reglas del juego para el logro de sus proyectos. No
hablo de esto sino si la desaparición de las autonomías
significaría un cuestionamiento de la idea factible y constitucional
de España. Así por ejemplo lo da a entender Nuñez Feijoo que ha
puesto al mismo nivel la unidad de España y el Estado de las
autonomías. Creo que aunque tal proyecto centralista traería
consigo más perdida que ganancia y que es difícil concebir la
España de nuestro tiempo sin autonomías, en términos de derecho la
nivelación entre la unidad de España y la organización autonómica
cuestiona la idea de España como sujeto político, así como la
libertad e igualdad de la ciudadanía. ¿Tenemos acaso una soberanía
compartida y distribuida? Pero dejando este extremo ,más
extravagante es reputar de ultraderecha autoritaria esta propuesta
antiautonomista, lo que excluiría de la condición de demócrata por
ejemplo a algo tan jacobino como la Francia actual.
Rivera
corre el peligro de quedar fagocitado por el discurso de la
izquierdas de enfeudarse acríticamente en el discurso de Valls. Es
de suponer que con toda su buena voluntad Valls piensa a la francesa
para España, con todo lo bueno y lo malo. Trata de salvarnos de la
disgregación y del antieuropeísmo pero afronta el reto en clave del
conflicto entre la Francia cosmopolita y la Francia lepenista de
Juana de Arco. Así para engrandecer el presunto peligro de Vox tiene
que minusvalorar el que significa el independentismo y el chavismo.
Para
asumir este planteamiento Rivera tendría que hacer caso omiso de su
propia experiencia. Tiene que imaginar más que ver. La retórica
equidistante entre “rojos y azules” es eficaz publicitariamente
pero contiene serias trampas intelectuales e ideológicas. Se apoyaba
en algo tan cierto como que el PSOE yel PP retroalimentan su
animosidad interesadamente, pero incorpora la confusión de la
metáfora que no distingue entre sus términos. Porque mientras la
izquierda considera enemiga a la derecha, su enemigo exclusivo
prácticamente, y le achaca falta de sinceridad y pedigrí
democrático, la derecha considera a la izquierda su adversario, pero
sinceramente demócrata. Por supuesto que la derecha no ha errado al
comportarse tan exquisitamente cumpliendo con las formas
democráticas, sino que ha errado al no querer asumir la existencia
de esa asimetría y lo que eso supone en términos prácticos.
A.
Espada ve en esta tesitura una ocasión para que el PSOE vuelva al
redil constitucional y cree que esta debe ser la misión de Cs. No
deja claro si Cs ha de afrontar el intento por deber moral, aunque
le lleve al sacrificio y el práctico suicidio, o si bien ha de
hacerlo para evitar su desaparición, que llegaría inevitablemente
de quedar “contaminado” por Vox. Estamos en todo caso ante una
coyuntura en la que el cálculo y lo correcto se solapan y a lo que
parece Arcadi no quiere meterse en camisa de once varas, establecida
la posición de principio.
Pero
su posición de principio, suponiendo sólo atienda al presunto
deber ético, sólo se sostiene en algo tan discutible como el seguro
carácter antidemocrático de Vox. ¿Cómo es posible que se tome por
seguro algo tan discutible y seguramente falso? Me atrevo a pensar
que el Sr. Espada peca por una parte de intelectualismo y por otra
parte descuidar el problema del supremacismo moral de la izquierda.
Por lo primero da preeminencia a unas diferencias que pueden tornarse
conflictivas y estar en primer plano sólo cuando se haya vencido al
desafío podemita/independentista. Por lo segundo hay algo de exceso
de prevención ante el indudable eco de la algarabía mediático
callejera. Parece que en el fondo Cs tendría que priorizar no quedar
apresado en la tela de araña mediática/progre y para ello no
contaminarse con Vox, con independencia de que eso sea o no correcto
y éticamente responsable.
Es
cierto que Rivera puede soñar con el rescate del PSOE o al menos con
agudizar las contradicciones entre sus filas ofreciéndose como una
alternativa constitucional al sanchismo, alternativa más “simpática”
y sugerente que la derecha tradicional y la presunta “extrema
derecha”. Pero si para hacerlo tiene que sumarse al “cordón
sanitario” contra Vox asumiría lo esencial del discurso engañoso
vigente, con resultados bien inciertos para sus intereses, por no
decir que con muy probable descalabro. Pero esto nunca se sabe. Para
bien o para mal las contradicciones del PSOE son cosa de familia y
maduran dentro de casa, por lo mismo que el vínculo electoral es de
tipo familiar, aunque sea de familia laica. Esto último hay que
tenerlo en cuenta a la hora de hacer cálculos electoralistas,
incluyendo la posibilidad de que el empequeñecimiento del PSC haya
sido algo muy excepcional.
A lo
único que puede aspirar Rivera entregándose a este sueño es a
conseguir de esa manera un espejismo de iniciativa política, pero es
muy improbable que obtenga el botín macronita por el que tanto se
arriesgaría. Ahora bien de volver a la realidad tendrá que asumir
decir la verdad, enfrentarse al engaño sistémico mediático y sobre
esto siempre cabe la duda ¿consta este entramado sólo de molinos de
viento?.
¿Está
en condiciones Valls de comprender estas contradicciones? ¿Cuanto
puede depender la estrategia de Rivera de esta comprensión?