La
imputación de “veleta” es bastante común por parte de la
derecha, cualquiera que sea el adversario político, sea de derechas,
centros, izquierdas o de las propias filas. Indica que no se cree que
en política se pueda ir de verdad en serio y de que haya
posibilidades de que se ponga el peligro el statu quo. Rige en esos
pagos más el principio de comodidad que el dilema eterno entre el
principio de placer y de realidad. Para estos el fanatismo y el
dogmatismo parecen poses que novan más allá del afán de ganar televidencia. Así se explica que
Rajoy prefiriera el gobierno real de Pedro Sanchez al posible de
Rivera. A ambos se les considera “veletas”, sin distinguir la
sustancia del accidente. El primero "sólo" amenazaría el statu quo
de boquilla y el segundo pondría en jaque la hegemonía y hasta la
existencia del PP. Así las sabrosas poses de Sanchez hacen creer que por ese
lado no hay más que inconsistencia y ganas de calentar la poltrona
gubernamental.
En
realidad el veleta es lo común en las sociedades
políticamente estables, casi el guión no escrito. ¿Estamos en tal
tipo de sociedad? Ahora Sanchez con el poder en mano se ha lanzado a
“tumba abierta”, como si el programa ideal de ZP no admitiera
dilación. ¿Actúa como un veleta o como un fanático resentido? ¿o
simplemente como un showman? Abundan desde luego quienes se consuelan
que es esto último. Para quienes no nos consuela solo cabe pensar
que tanta premura puede deberse a la ebriedad natural que producen
las alturas del poder tan afanado, a la audacia napoleónica o a
tener que cumplir compromisos inconfesables con sus benefactores.
¿Pero no es más probable que sea por gusto?
En
una situación tan enrevesada como la actual los cálculos
definitivos son malos consejeros, sobre todo cuando vienen más del
corazón que de la cabeza. Por eso creo que por mucho que calcule
Sanchez se está dejando llevar por lo que le pide el cuerpo y que
los compromisos inconfesables son una excusa para darse el gustazo,
que su cuerpo ha estado mucho tiempo reprimido.
Cuando se encuentre con Torra
se topará con la realidad y tendrá que decidir, en caso de que,
como es presumible, Torra le suelte que “autodeterminación o
nada”, si se da el placer de sacrificar el Estado de derecho y la
soberanía nacional o se resigna a transigir con un país tan
“indigno”, como a sus ojos debe ser España. Tendrá que evaluar
cuan soportable es la contradicción de no dialogar sobre la
autodeterminación, una vez que ha hecho de fe de diálogo sin
limites ni condiciones, y por supuesto de que la culpa la tienen quienes en estos seis años se han obstinado en "no dialogar".
Pero
en cuanto al fondo, ¿se puede dudar de verdad de lo que QUIERE
Sanchez? Parece que el éxito de su golpe de mano le ha debido
ratificar en su convencimiento de que está destinado a la gloria y
que la historia premia a los audaces. El único problema es de qué
manera, para lo que depende de que Torra le dé la solución, o al
menos le deje tiempo para pensarla.