Resulta ilustrativo comparar los
distintos enfoques con que se llega a la conclusión común del
rechazo del independentismo en artículos de F. Savater y de Blas de Herrero y no sólo por su interés intelectual sino por sus
consecuencias ideológicas e incluso propagandísticas.
“En segundo lugar, la escalada de nuestros nacionalismos
periféricos se ha visto favorecida por el debilitamiento de una
conciencia nacional española. Durante mucho tiempo con posterioridad
al inicio de la Transición, una buena parte de los demócratas
españoles han actuado en la creencia de que, asegurada la
democracia, no necesitábamos la nación. Para muchos ha sido una
sorpresa comprobar que todo Estado liberal-democrático necesita para
garantizar su existencia y buen funcionamiento el cemento de una
comunidad nacional, incluso cuando se está inmerso en un proceso de
construcción europea. El debilitamiento de esta conciencia nacional
española ha sido compensado por la afirmación y el desarrollo de
otras conciencias nacionales que pensábamos sólidamente alojadas en
el marco de la nación común.”
Las causas del independentismo
ANDRÉS DE BLAS GUERRERO – EL PAIS – 03/01/15
“Las identidades culturales difieren así de la condición
política: en cuanto personas que a lo largo de la vida van adoptando
o desechando formas de ser de acuerdo a las circunstancias o a
nuestras elecciones, somos vascos, catalanes, murcianos, bisexuales,
forofos de Osasuna, filatélicos sin fronteras o lo que ustedes
gusten. Pero en cuanto ciudadanos, somos ciudadanos del Estado de
España, porque sólo los Estados de derecho conceden la ciudadanía
que nos permite todas las demás opciones que se dan precisamente
gracias a ella. Dentro del demos de cada Estado democrático se da
siempre una pluralidad más o menos amplia (más amplia cuanto más
avanzada es la democracia constitucional) de etnos diferentes y de
mestizajes entre ellos.”
¿Quiénes somos, de dónde venimos?
FERNANDO SAVATER, EL CORREO – 26/10/14
El planteamiento de Savater se soporta
en la supuesta oposición última entre ciudadanía y nacionalismo,
o entre ciudadanismo y nacionalismo más propiamente, lo que me
parece una pirueta intelectual . Viene a plantear en esencia que lo
que nos une es la ley y la protección de los derechos civiles de los
individuos, mientras que las identidades culturales, étnicas,
deportivas, religiosas e incluso nacionales si las hubiera, son
asunto y creencia particular y privado que cada uno ha de llevar y
practicar siempre que esto no ponga en cuestión la libertad de los
demás. En la práctica se presume que ante la liebre de la cuestión
nacional que levantan los separatistas se requeriría el mismo
tratamiento que tuvo el enfrentamiento religioso abierto en el s.
XVI: la libertad religiosa y la libertad de conciencia. Pero la
situación no es equivalente porque se cuestiona el marco y el sujeto
para el que rigen las reglas del juego y no sólo estas. Ante la
objeción nacionalista de que Cataluña no comparte con España
historia alguna, salvo la que se le ha impuesto contra su voluntad, y
que por tanto la soberanía española no comprende la soberanía de
Cataluña, se argumenta, en favor de la unidad de España, como el
abogado que invoca el defecto de forma del procedimiento, es decir el
incumplimiento de los pasos que requiere la Constitución. “Puede
que Vds. tengan razón, pero plantéenlo en forma”. Con eso se
puede ganar tiempo pero no se aborda el fondo de la cuestión. Más
bien se otorga la razón a los secesionistas, quien calla otorga.
Pensar que la condición de ciudadanos
nos une más que “la discutible” condición de la patria a la que
cada uno pertenece y se vincula resulta equívoco. Cierto que nada
impide que podamos convivir ya que estamos conviviendo conforme a una
ley común, pero la voluntad de convivir juntos es el origen de la
ley común. En la práctica se pretende devolver la idea que Zapatero
aplicaba a España (“la nación, ese concepto discutible y
discutido..”) a los que se pretenden naciones soberanas
independientes de la nación española. “Dejémonos de cuentos
vayamos a los hechos, el pasado pasado está, ahora somos igualmente
ciudadanos”. Viene a decirse. Pero mientras al aplicarse a España
este planteamiento “deconstruccionista” se da pábulo a las
ínfulas disgregadoras, al tratar de devolvérselo a estos, se les
obsequia con el poder exclusivo del relato de quienes somos, de donde
venimos y a donde vamos: “hagan Vds. el relato que quieran, ninguno
vale, ni siquiera el nuestro, por eso nosotros no vamos a a hacer
ninguno”. Pero como igual que decía Nietzsche “más vale creer
en algo, aunque sea falso, que no creer nada”, resulta más
convincente cualquier relato por majadero y mixtificador que sea, que
ningún relato, al menos en lo que se refiere a la disposición que
anima a los colectivos sociales.
La apelación a la unidad tras la ley
vigente, en tanto que garantía de nuestros derechos como ciudadanos,
sólo es convincente si esta ley se ve como el nudo entre un pasado
común y un futuro deseablemente común. Para sentirlo así es
necesario un relato convincente que desmitifique los relatos
mixtificadores que niegan el pasado común y la posibilidad del
futuro común. Los supuestos
esencialistas , que por ejemplo
denuncia Felix Ovejero,(La historia contra la termodinámica. El Pais
Félix Ovejero
5 ENE 2015 – 00:00),
con los que el nacionalismo construye una historia imaginaria a
su medida sólo se desmontan con relatos verdaderos, no con el
desprecio al relato que podemos compartir. Aunque no lo parezca
cuando la gente se inclina a una causa o se moviliza contra un estado
de cosas, busca con ansia justificaciones y razones. En la sociedad
catalana triunfa la creencia independentista en muchos sectores de la
población que nunca lo hubieran sido, porque el relato
independentista justifica la repulsa “al sistema” o al estado de
cosas vigentes. Y esto es posible porque nunca ha habido un relato
alternativo al independentismo que pusiera en valor lo que une
históricamente a los españoles. Ahora ya da vergüenza hacerlo y
hay que salir por la tangente.