Hay cierta semejanza
entre las ideas de fondo con las que se enmarca el terrorismo
islamista y el terrorismo etarra en algunos ámbitos intelectuales y
mediáticos occidentales y españoles, con influencia creciente, sin
que eso signifique que quienes apuran esas ideas simpaticen a sean
proclives a esas causas horrendas. Simplemente las tienen por ideas
naturales, que no es preciso siquiera justificar, ni pensar en ellas.
Pero aún mas importante son los supuestos que dan a entender.
Veamos.
-Los terroristas
buscarían provocar o exacerbar la animadversión y la actitud
segregadora que existe potencialmente en la sociedad occidental
contra los musulmanes, de la misma forma que trataban de hacerlo con
la animadversión que existiría contra los vascos en España. Se da
así por supuesto la existencia de tal tara. Pero ni siquiera los más
atroces atentados han provocado en Occidente reacciones fóbicas,
sino más bien intentos de integración y de comprensión con estos
grupos de la población, y se tiene muy claro que una cosa es el
Islam y la comunidad islámica y otra los fanáticos terroristas.
Otra cosa es que, si existe algún peligro potencial, sea de caer en
el síndrome de Estocolmo colectivo. Sin duda que los terroristas
juegan sobre todo con esta posibilidad y la tienen por muy
provechosa. Por lo que respecta a la posible animadversión hacia los
vascos y lo vasco en España, nada es más ridículo por poco que se
conozca este país.
-El terrorismo escondería
un conflicto más amplio, cultural en el caso del Islam, político
social en el caso vasco. Se da así por supuesto en el primer caso
que la responsabilidad de integrar o asegurar la convivencia con los
musulmanes que residen en Occidente la tienen los Estados
occidentales o Europa en nuestro caso, o por lo menos de solucionarlo
asegurando el respeto a su cultura. De la misma forma se pensaba que
la responsabilidad de solucionar el “conflicto vasco”
correspondía al Estado español, quien debía ofrecer alternativas
susceptibles de ser aceptadas. El supuesto obvio de estas ideas es
que la responsabilidad principal, o al menos una parte significativa
de la misma, en la existencia del “conflicto” la tienen quienes no
quieren reconocerlo. Conviene deslindar. Una cosa es la travesía
laberíntica de la integración y de la convivencia con los
musulmanes en Occidente, que llega al punto de que no puedan darse
soluciones definitivas a la vista, y otra distinta es que no haya
razones objetivas, las que se deducen del disfrute de la democracia,
para que las comunidades islámicas no colaboren con los estados y
las poblaciones occidentales contra el terrorismo. De la misma forma
que había motivos objetivos para que los vascos se enfrentaran al
terrorismo junto con el Estado.
-Una versión más
específica de lo anterior es que el terrorismo en Occidente además
de alimentarse de la frustración, la marginación y la injusticia,
tiene por causa última o incluso próxima esto mismo y vendría por
tanto a expresar las aspiraciones de los sectores marginados de la
sociedad, aunque estos pudieran estar engañados o estar engañándose
a sí mismos. Pero una cosa es la atracción que ejerce sobre estas
capas y otra que sea la expresión de las mismas y obedezca a sus
aspiraciones. Estamos ante una versión del odio a Occidente, con la
particularidad que el odio a Occidente es primero que nada producto
genuino de la cultura occidental. No se trata de abordar un asunto
tan complejo, pero basta constatar que los adeptos occidentales al
terrorismo yihadista se comprometen con este fanatismo activo
extremadamente inhumano una vez se han imbuido del nihilismo y del
resentimiento típico que forma parte de nuestras sociedades, como si
fuera su sombra. Seguramente en muchos casos esto ha constituido su
verdadera formación vital. El hecho de que los yihadistas
escenifiquen el terror hasta la crueldad e inhumanidad más extrema
para ganar adeptos y que haya un público receptivo, sea mayor o
menor, es un índice de lo profundo que pueden ser algunas patologías
sociopolíticas en nuestras sociedades. En
el caso del País Vasco la estrategia abertzale de figurar como
campeones de los desfavorecidos discriminados y marginados sociales
ha aprovechado con creces la distorsión que produce el cainismo
ideológico y los margenes de resentimiento de fondo que subsisten en
la sociedad española.
-El hecho cierto de que
la mayoría víctimas del terrorismo islamistas son las poblaciones
musulmanas, parece justificar la idea de que se trata en lo
fundamental de un conflicto interno al mundo islámico. El argumento
suele aparecer cuando se da cuenta del exterminio de las comunidades
cristianas por ejemplo. Por contra, se vierte la sospecha sobre la
denuncia de que estamos ante un ataque abierto a la civilización y a
los valores humanitarios , como si esta denuncia fuera un pretexto de
los poderes occidentales para extender su influencia en el mundo
islámico y tenerlo sometido. Cuesta comprender que no se entienda
que lo que mueve a los bárbaros no es la pretensión de
imponer determinados intereses y estructuras de poder en un ámbito
concreto, sino esto como parte de una estrategia de “yihad
permanente”, que tiene por destinatario a las sociedades
democráticas. En nombre del Islam, pero más bien con el pretexto
del Islam. Dejemos de lado hasta qué punto un credo puede
suministrar argumentos para que se le manipule y desvirtúe, laguna
que cualquier credo lleva en su interior, máxime si tiene
pretensiones de universalidad, lo que en sí mismo no es malo. En el
caso vasco, el hecho de que la población vasca sufriera en primera
línea el terror sugería la idea de que es un asunto interno de los
vascos. Pero sobre todo oculta la más perniciosa influencia del
terrorismo en la sociedad vasca, su propensión al síndrome de
Estocolmo y a relativizar la gravedad del fenómeno. Por eso los que
han apoyado al terrorismo se pasean como si fueran más víctimas que
verdugos.
Me he referido de paso a
la publicidad del terror que hacen los islamistas terroristas. Es un
peldaño en la atrocidad que no se había alcanzado de momento. Algo
casi inimaginable, pues incluso los nazis cuidaban ocultar su
atrocidades no ser que se sintiera mal el almena medio. Nos vemos
ante el paso de la inhumanidad en los hechos a la inhumanidad
programática y sin tapujos. Que exista un público receptivo en
Occidente dispuesto a seguir este camino indica que ya no sólo se
desactivan los resortes y defensas morales más elementales, sino el
hecho de que la inhumanidad se ve como una alternativa, para “dar
sentido a la vida”. En este extremo la patología que afecta a
estos terrorista y su público no es muy diferente de la que alimenta
a quienes, por ejemplo en EEUU perpetran las matanzas racistas y
también contra las personas particulares, por encarnar estas el
género humano. Los supuestos en los que se cimienta esta balsa
de odio confluyen en la idea de que el ser humano no sólo
puede suprimirse si es un obstáculo, sino que es despreciable y lo
merece de no estar purificado. Esta especie de fobantropía
activa y militante , que ya destaca entre las peores iniquidades,
bien merecería alguna indagación más competente de la que uno es
capaz. Pero relativizar este fenómeno de deshumanización activa y
sustancial en el que nos estamos sumiendo, con discursos del tipo que
he mencionado ayuda poco a comprender algo.