No puedo resistirme a mentar la sospecha
en la que me confirma la singular incomodidad de Sanchez por el sospechoso DeGea.
Si algo caracteriza a Sanchez no es tanto, como se cree, su afán
gobierno a cualquier costa, cosa que también, sino su esponjoso
mimetismo de lo más vulgar de la izquierda, la disposición a
babosear en la subcultura de “las bases”, esas que, dejadas de
las manos de Dios acaban prendadas con el discurso del Coletas y de Zapatero. A
estas bases las obsequia sin remilgos con un servicial “así pienso
yo también”, tanto más cuanto menos se lo vayan a agradecer.
Y
esta última anécdota del Insustancial, de este anecdótico que va a
decidir nuestros destinos a no muy tardar, incide en una diferencia,
entre otras muchas, entre nuestro populismo izquierdoso hispano y el
populismo emergente de extrema derecha continental y atlántico, que
tiene en Trump su blasón.
Ambos
detestan las élites y el stablishment y se ofrecen a sustituirlas.
Pero
los del norte protestante, porque, entre otras cosas, pretenden
liberarse del cilicio mental de lo políticamente correcto: “Dejadnos
vivir como bribones, y malhablados si así lo queremos, ya nos tenéis
hartos”.
Aquí
los nuestros quieren purificación y mortificación como Torquemadas
redivivos: “vais a saber lo que es pensar correctamente, codiciosos
fachas insolidarios”.
Porque
a lo que se ve los españoles todavía no somos suficientemente
correctos. No sólo tenemos que hablar por eufemismos, a lo que ya
nos vamos acostumbrando, sino que nos lo hemos de creer y hacer
méritos para demostrar nuestra inocencia.
El
viejo macarthismo ha encontrado su versión meridional en la
beataría progre. Tan es así que Sanchez no espera a mayores
aclaraciones judiciales. Con la sospecha basta, si la causa lo merece.
El ciudadano no sólo ha de parecer virtuoso, ha de demostrar que no
es vicioso, que la sospecha no está justificada.
¿A
eso se refería Rajoy cuando mentaba a la Inquisición?