Los discursos y exposiciones de Sanchez están diseñados para no
salirse de ellos un milímetro. Son herméticos y compactos como una
bola de acero, quien quiera que los redacte y cualesquiera que sean
las circunstancias y situaciones. Incluso incluyen las réplicas,
indiferentes a las preguntas o las interpelaciones.. Vale para sus
mítines, cartas y sobre todo para las apariciones estelares en las
sedes de la representación popular. Ni las "entrevistas"
se salvan, estas quizás con más motivo. Cualquier robot o cabo
cuartelero tendría más flexibilidad.
Pero
los registros personales retóricos no dependen tanto de como
transcurra el momento, como de la naturaleza del asunto. Es el asunto
lo que filtra la naturaleza de la aparición de la personalidad y talante del personaje. Naturalmente
se atiene rigurosamente al principio sectario de que no es cosa de
convencer a la opinión pública, sin sólo a SU opinión
pública, confirmar a los ya convencidos en su convencimiento
"trascendental". A los de extramuros les atizará lo que
corresponda como parte del ritual, sin descartar ocasionales avisos
de lo que se les avecina.
Cuando
considera que domina el asunto y que le es provechoso o puede ser lo
habla como un confesor o un doctor que tranquiliza al paciente si sigue en sus manos. El discurso toma visos de letanía y
anuncia la siesta como los documentales de animales de la TV2. Es su
tono habitual pero bien pudo perfeccionarse con la enseñanza del
susurrar republicano de Pablenin, que no sólo le ha sido útil de
mentor ideológico. No puede faltar el encomio de lo mucho que los
ciudadanos tenemos que agradecerle y, para despertar un momento la siesta, suelta algún
preceptivo sopapo a la oposición con la guinda del recordatorio de
su adscripción franquista, que nadie se relaje. Alguna admonición a
la oposición de sus deberes le otorga la esperada aureola de
Patriarca y de Hombre de Estado, hasta el punto incluso de que incluso se aviene a que, si
sudan la gota gorda, podrían hacerse merecedores de su clemencia.
Por supuesto promesa vana como todas las que hace.
Cuando
el asunto es escabroso y presiente que lo sobrepasa, o que puede
hacerlo, el giro es de ciento ochenta grados. Hay que advertir que
rara vez se equivoca en su diagnóstico o presunción, como ocurre
con muchos animales ante catástrofes inminentes. Hago esta
comparación porque en los casos en que las evidencias lo condenan, o
simplemente le aprietan, recurre con todas sus consecuencias a la Ley
de la Selva.
No
sólo no se achanta, sino que hace alarde de no achantarse. Más
todavía, es ese su mensaje de vida o muerte: la prueba de que "tengo
razón y todo es un montaje infecto" es que no me achanto, ni
nadie va a ser capaz de hacerlo. En este punto crítico la
disposición natural y el dispositivo propagandista tienden a
confundirse, pero es algo que funciona con un automatismo inexorable.
Sanchez entonces se eleva sobre la selva como Tarzán o desciende de
los cielos movido por la ira y el martillo de Thor.
Excitado
el instinto de caza y de facundia se entrega con furia inédita a la
exhibición y al desafío. Se recrea como un animal con alma robótica
o un robot con alma animal. Los psicólogos debieran parar mientes
porque no parece fácil concordancia. En sus risotadas y desplantes
parece comulgar la naturaleza y la robótica, aunque tal vez pudiera
esto comprenderse mejor si nos fijamos en el universal comediante Jim
Carrey, perfecto
virtuoso de la máscara y la mueca mecánica. No quiero decir que
Sanchez se ponga la máscara. Sólo que cuando se siente tocado irrumpe su máscara vitriólica y la zarabanda de muecas que la
acompaña, que a duras penas disimula en el reporte cotidiano de sonrisa mecánica, si por sonrisa entendemos la inmutable exhibición "dentatorial" a troche y moche..
Por
lo que toca en este caso a la línea argumental es la más simple y
sobada. Descargar sobre el enemigo las propias infamias y vergüenzas,
sorprenderlo in fraganti con acusaciones extratosféricas, cuando de
este se espera señales de contrición; proclamarse adalid de la
salvación de los buenos contra la conjura de los malos; extender
entre los suyos que están en peligro letal de no acogerse bajo su
manto. Todo se resume en el principio de inversión negativa: soy y
quiero lo contrario de lo que me atribuyo.. Quiero la democracia, es
decir la dictadura; quiero regenerar, es decir degenerar; quiero
limpiar, es decir corromper y enfangar...Ha hecho tal arte de la
mentira que ante los suyos podría proclamarse sin miedo su Santo
Mentiroso. El derecho a mentir adquiere carta de naturaleza cuando ya
le acompaña la indiferencia de los suyos sobre la verdad o la
mentira, e incluso la disquisición filosófica sobre qué es la
verdad y qué la mentira. En el colmo la paradoja del mentiroso
actualizada: si el mentiroso Sanchez dice que está mintiendo ¿miente
o dice la verdad?
En
el límite lo que lo aterroriza. La amenaza que puede malbaratar
cualquier maña sino se cuida todo en extremo. Es difícil saber si
el presunto saqueo familiar formaba parte de inicio del presunto plan
dictatorial, o se ha despachado con cierta espontaneidad según
aparecían oportunidades aparentemente inéditas. Pero esto es casi
banal a estas alturas. De esta no se sale con risotadas, burlas y
alegatos solemnes. Es preciso un silencio metafísicamente
contundente como el que reclamaba Wittgenstein para el caso de que no
se tuviera nada que decir. Pero con la pequeña diferencia de que en
este caso se tiene todo que decir. "Calla si tienes todo que
decir". Hasta estas lejanías metafísicas llega la
deconstrucción sanchista.
Sanchez
depende en un noventa por ciento de la adhesión de su porción de la
sociedad española. Sobrevive mientras esa porción se guste así
misma como si fuera una secta. Sólo si esta porción, fuera como
fuera, se distancia en un grado significativo, y se nota, peligraría
su suerte. Sin duda que es sorprendente que la oposición social
política no sea capaz de "implementarse", como lo haría
sobrada y contundentemente la izquierda con sólo que la derecha
imitara en una centésima parte las fechorías sanchistas.
Pero
esto es otro tema. Para la situación crítica del momento al
sanchismo no le cabe más que un ejercicio de fe, que ni Tertuliano
podría imaginar. Tratar de rebatir aunque sea torticeramente lo que
está sobre la mesa es algo impensable. Significaría reconocer que
"es posible que haya caso". Y "el pueblo", la
solidez de la bola, no puede pensarlo sin que amenace estampida. El
más mínimo razonamiento, la más mínima explicación, no digamos
una sincera palinodia del tipo "me he equivocado, no se volverá
a repetir", ya abre una fisura catastrófica, porque todo está
demasiado encadenado y trabado. Si en la tumba de Drácula entraba la
más mínima porción de luz, el inquilino se deshacía. Y esto no
puede pasar.
Negarlo
todo o, sobre todo, negar que haya caso es la única estrategia
posible. El pueblo adhesivo del
"puto
amo"
mantendrá su fe si ve entereza en su amo y si no hay visos de
estampida. Cualquier socialista y cualquier progre, sea cómplice de
la mentira o bientencionado creyente, pensará siempre que si "todos
los nuestros" le seguimos es que el jefe tiene razón. Lo piensa
porque así quiere pensarlo. Mientras no haya caso no hacen falta
pruebas y sino hacen falta pruebas hay fe de sobra y por tanto la
verdad y toda la verdad. Faltaría más.
El
éxito (¿provisional?) sanchista con tan burdo y manido instrumental
no es sólo alarmante a efectos de que salga adelante la dictadura en
marcha, sino de lo que revela de la tibieza cívica de la sociedad
española por mucha que sea la fachada democrática. Chocamos con la
funesta combinación de la ausencia de anticuerpos inmunitarios
democráticos colectivos y del gusto de la izquierda por reducirse a
su cerebro reptiliano. Don Bergoño detectó estos extremos y ha
cifrado en su explotación y aprovechamiento la clave de su
(¿provisional?) éxito. Su único problema es que, de perder la
apuesta, no podrá decir después eso de "¡Que me quiten lo
bailao!". De ahí que tan fiera sea la porfía.