El sobresalto del Mayo del 68 provocó en la izquierda marxista
(redundancia, con perdón) el preceptivo debate sobre la
clasificación del movimiento estudiantil y su puesto en el mecanismo
de la lucha de clases y de la revolución mundial que legitima el
materialismo histórico. Era un debate entrañable porque discurría
fundamentalmente en ambientes universitarios revolucionarios y
equivalía a un autorretrato para la posteridad. Pero como los
interlocutores estaban prendados de la dogmática ortodoxa no se
dejaron llevar por el sentimentalismo y lo abordaban con la frialdad
objetiva del entomólogo, como se dice.
Se partía del
recelo de la extraña condición social de quienes estaban por
naturaleza desclasados según su ocupación, con independencia de la
procedencia social de cada estudiante. ¿Hasta qué punto importaba
su origen o su "función"? En la práctica se podía estar
ante un caso típico de "filisteísmo pequeño burgués"(término
con el que menospreciaba a la vacilante pequeña burguesía por su
estrechez de miras y proverbial codicia), pero en razón inversa.
Bien acomodados pero con tremendas ínfulas y caprichos intelectuales
podían ocultar un sospechoso filisteísmo.
Había que prevenirse de
su tendencia a la indisciplina, esnobismo y en suma al capricho anarcoide. Pero ya, en el contexto de una sociedad de "clases medias" sin resquicios
revolucionarios, podía resultar
positivo. Precisamente su desclasamiento y su prurito intelectual aristocrático los hacía rebeldes a la
ideología capitalista consumista y sobre todo compensaban el
aburguesamiento del proletariado "revolucionario". El reto
era dirigir su energía esnob hacia fines revolucionarios
provechosos. No era un despropósito habida cuenta de que la Intelligentsia revolucionaria era muy ducha al respecto. Por de
pronto la mayor parte de sus "cuadros" y dirigentes
provenían de la Universidad y tenían un elevado prurito intelectual y moralista.
Los nuevos hitos
revolucionarios tercermundistas (Cuba, Vietnam, Argelia, la China de
Mao...) dieron un nuevo lustre al desacreditado espectro estalinista y
fueron un eficaz banderín de enganche. No hubo revolución ni ideas,
pero quedó la Universidad como plataforma excluyente y propulsora
energética de cualquier tipo de movimiento antisistema. Por muy
anquilosada intelectualmente que haya quedado se ha consolidado una
especie de estrato imbuido del prurito de tener una responsabilidad
especial para la marcha del mundo.
Pero sobre todo con
el valor añadido de ser los únicos que por su situación a rebufo
del "mundo de las ideas" merecen el crédito no sólo de
ser los más sensibles para la causa mundial, sino los únicos
verdaderamente sensibles.
Generalizados los
estudios los universitarios los estudiantes son casi una "clase"
desclasada cuya posición socio económica sigue en el limbo. Pero en
un mundo donde las clases son "discutidas y discutibles",
también aumenta su valor que son la clase internacional por
excelencia, al menos el grupo ,más internacional, con el añadido del peso mundial del habitat mediático.
No existió
conducción revolucionaria que diera un sentido a algo tan
evanescente, entre otras cosas porque tendría que dirigirse a sí
misma. Pero el molde del 68 parece inmutable y se ha transmitido
hasta nuestros días, salvadas las diferencias generacionales y de
situación histórica. Por ejemplo:
-Los estudiantes del
68 heredaban la tradición de la creación del "Hombre nuevo"
y del paraíso social, se creían portadores de un nuevo mundo,
aunque lo entendieran en términos estéticos y naturalistas; ahora
aspiran a detener "el fin del mundo"en lo ideológico y a sobrevivir a un mundo sin futuro pero placentero en lo personal.
-Aquellos tenían un
sentido historicista de la vida y del mundo, una cierta cosmovisión
ligada a la dogmática revolucionaria, necesitaban que su acción
tuviera un sentido global, y aunque desconocieran su contenido creían
poseerlo; actualmente sólo viven el presente, sin historia ni
contexto en una especie de nihilismo anómico.
-Para ambos el
sentido de la vida estriba en el goce personal del momento. Para
aquellos el goce personal era parte de su sentido de la revolución,
por lo que había una extraña mezcla de ascetismo y hedonismo. Para
los de ahora su mundo es lúdico y cerrado, el gozo es lo primero
pero privado, el hedonismo no puede tener sombras Sin mengua de que
otorgan valor al éxito personal y a la vez el trabajo gustoso, no
sienten responsabilidad por su sociedad y sólo por el "destino
del mundo".
-Se sentían
aquellos alternativos de forma ejemplar, creían que la autenticidad
de su vida al margen de la sociedad o en coexistencia con ella
tendría una influencia moral en el movimiento del mundo; ahora la
sociedad, su sociedad, les resulta indiferente. Su aislamiento es
sentimental y pragmático, desligan su vida y sus sueños redentores.
-Aquellos sentían
estar haciendo la revolución al movilizarse, estos creen castigar al
sistema y devolverle golpe por golpe . Aquellos denostaban el sistema
por opresor, estos por reprimir sus deseos e impedir que la vida sea
un juego. Aquellos concebían el sistema como un mal general, estos
como una afrenta personal.
-La recusación de
los "valores occidentales" se hace en nombre de los valores
occidentales. Aquellos encuadraban su contestación en la historia,
aunque el modelo estuviera en descomposición, estos buscan purificar
el presente pero no en parte sino todo y para siempre. Sin sentido
histórico responden a estímulos e impresiones valorativas en la que
todos los tiempos son iguales.
Más allá de estos
matices idéntica matriz sobrevive en un mundo en el que se ha
perdido la fe tanto en el Hombre nuevo totalitario como en el
progreso liberal y socialdemócrata. Lo único claro en el
desconcierto es la invitación a ajustar las cuentas a Occidente en
un totum revolutum. Se vive en el complejo del FIN DEL MUNDO y la
Universidad se ha convertido en la válvula que en su movimiento de
sístole diástole expande y renueva la MALA CONCIENCIA de Occidente.
No es cosa de entrar en lo que esto significa, ni menos aún en su
origen, pero tal es la sensibilidad expansiva que lacera las
democracias occidentales, de la que la Universidad es vanguardia y
altavoz preferente. Esta sensibilidad dice que Occidente debe hacerse
perdonar y mortificarse en su mala conciencia porque es culpable ante
el mundo y la humanidad.
La paradoja de que
los universitarios apenas vislumbran un interés común en términos
sociales mientras tienden a la hiperpolitización hace pensar en un
mecanismo compensatorio. En el mundo contemporáneo de fondo tan
nihilista y de opinión pública en la superficie los encantamientos
y embelesos emergentes o tradicionales, tienden a estructurar la
sociedad más incluso que la posición social y lo que se entendía
por clases sociales. En esta red difusa de intereses tan
diversificados y volátiles, los credos y las identidades reales o
fantásticas compactan llenando el vacío. En su atomización la
gente quiere comunión por muy ilusoria que sea. Tal es la superficie
de un mundo tecnológicamente racionalizado en el que la filosofía
vigente se gusta en la tarea de deconstruir las ideas que sostienen
la "Metafísica" (eufemismo del pensamiento occidental). En
este mundo ayuno de ideas no cuentan las ideas sino la vitola con que
se presentan presuntas ideas. La Universidad reclama la autoridad
intelectual y de rebote la autoridad moral capaz de alumbrar y
conducir el mundo.
La esquizofrenia
entre "las grandes esperanzas" personales para la vida a
las que se está destinado y la vocación contestataria se resuelve
en un vivir sin vivir para el sistema y contra el sistema. Como
también en un vivir entre el escepticismo por el futuro personal y el
estremecimiento por el fin del mundo y un mundo sin futuro.
El
Sesenta y Ocho se diluyó como movimiento revolucionario pero ha
dejado un poso antisistema casi permanente en la universidad que
irradia sobre las sociedades occidentales cíclicamente por los
motivos más diversos. La "conciencia" (empoderamiento se dice ahora) de la maldad del Sistema es la clave consabida
que vertebra a este cuerpo sin huesos, su umbral mínimo de
identidad. Lo así indefinido que no merece explicación porque "todos
sabemos lo que es" tiene en su plasticidad su mayor fortaleza.
Ahora toca ajustar
la lucha contra el Sistema al Síndrome del Fin del Mundo hurgando en
la mala conciencia de Occidente, el sujeto del sistema. Las
alternativas identitarias son las cartas de una partida sin reglas y
sin metas, cartas que en cada momento pueden aparecer como por arte
de magia. En el mercado de la Quasintelligentsia que brota de la Uni
los tanteos ideológicos se reproducen en eterno retorno. Esta
Quasintelligentsia, que tiene a "la Idea" por ancilla (sierva)
del activismo se enaltece por ser tierra fértil de presuntas
alternativas identitarias a la espera del derrumbe del Sistema. Cada
identidad con una nueva humanidad que ofrecer, pero sin salirse de su
puesto en el zoco. Como decía Mao "Que florezcan mil flores".
Tierna inocencia
dormida ante la mala fe. Lástima que "1984" de Orwell no
sea libro de cabecera y autocrítica. Aunque si lo fuera se
confundiría el Gran Hermano con "El Sistema" y el
Ministerio de la Verdad con "la Metafísica". Qué se va a
hacer.
Las cabriolas de nuestro Líder Mundial y su Mujer de Estado evocan los grandes mitos universales. Véase la Fragua de Vulcano y su desenlace, con la única diferencia de que aquello iba de cuernos y esto, según sugiere el interesado, de «Notas de Interés». Distinto es el nudo pero semejante el desenlace. Pero incluso nuestro forjador universal parece que quiere ir más allá y amenaza acabar con el sol que lo descubre, la libre comunicación. Ningún dios tuvo tanto atrevimiento. Dicho sólo por mor de la impresión poética en el país de los cuentos, no sea que el cancelador ministro de Cultura la tome con Velazquez y retire la Fragua del Museo del Prado.