martes, 17 de junio de 2025

AUTOMATISMOS SANCHISTAS

 

 

*Consagrada la autoamnistía, lo horrible es que en esta guerra de Sanchez contra la democracia no puede haber certeza alguna sobre el resultado, sobre si corre más peligro Sanchez o la democracia. A partir de ahora no hay que perder de vista que está en el acecho el principal protagonista hasta ahora tapado, porque no se le quiere ver. Me refiero al referéndum de autodeterminación. En buena medida el desenlace depende del cálculo de los nacionalistas: si les conviene forzarlo ya comprometiendo a Sanchez con el peligro de que se rompa de verdad el PSOE, o se rebele la mayoría social, o si les conviene que Sanchez sobreviva a toda cosa, con el peligro de no poder impedirlo y verse manchados en el intento.

 

*La exposición pública de la obscenidad sistémica marca el momento crítico. Ya es o todo o nada, para Sánchez y su ralea, pero no menos para la democracia y España. Ahora ya no cabe dejar hirviendo la rana democrática, sin que esta lo note. O se la achicharra o esta escapa. Pero ahora a la vista de todos es el Demente quien está en ebullición.

 

Por muy seguro que hasta ahora haya estado el Demente de su impunidad, por muy inconcebible que le parezca que no es invencible, tiene que afrontar la decisión más crucial de retirarse o incendiarlo todo, sin estar seguro, tal como hasta ahora ha ocurrido, de que todo está a su favor con tal de obrar con audacia.

 

¿Puede atreverse el Demente a dar un golpe de mano que lo libre de la agonía a sabiendas de que puede perder? No puede ser otra la exigencia de sus socios, si creen que esto es posible. Estos no saben a ciencia cierta si tendrán más oportunidades, pero ahora se les presenta la posibilidad de conseguir lo que nunca imaginaron. La contrapartida es cocerse con la rana delirante y tienen que medir si sale a cuenta el riesgo.

 

Al Demente, de seguir con su propósito de siempre, la república dictatorial, le puede preocupar un poco la rebelión del pueblo español, pero seguramente teme mucho más que sus bases se espanten. Tiene que sopesar pues si, con un golpe de mano, con el escudo del TC, paraliza la reacción de los que siempre están en la inopia o si arrastra al sacrificio a sus bases sin darles tiempo para que lo echen.Se cree infalible pero nadie le animará a creer que el espantajo de la ultraderecha y el contumaz "¡Y tú más!" puedan seguir cotizando. Lo de que nos trae el progreso ya suena a escarnio. Se encarama más sobre sí mismo con su verdad profunda: "¡Para chulo Yo!".

 

 Con la paguita a sus socios del desplante ante la OTAN, los invita al canibalismo en su persona y su partido. ¿Se van a conformar con estos alardes que pueden dejar a España tiesa e inerme, (Ceuta y Melilla, cuidado)? Cocerse todos juntos a cambio de algunas "medidas sociales" sería la caridad de la que el Demente se cree merecedor. Raro será que se conformen por mucho que teman que de ir más allá podrán cocerse con su juguete. Pero el "Para Chulo Yo" está dispuesto a desafiar a todo quisqui. Si tantea dar un golpe de mano con garantías, las bases y los socios han de imaginar qué hacer si están emplazados.

 

Movilizar al TC para anular los procedimientos judiciales y a la justicia misma requiere de un panorama trasparente. Tiene que coincidir el interés de las bases y de sus socios para una salida común. Los socios quieren derecho de autodeterminación, los suyos no desaparecer como partido de no poder seguir mandando. ¿Se arriesgarían los socios a exigir el derecho a la autodeterminación a sabiendas de que esto puede ser la tumba del PSOE y no sólo de Sanchez?

 

 Satisfacer a los socios con el derecho de autodeterminación puede ser inadmisible para las bases, no tanto por que les importe la supervivencia de España, sino por miedo a que se los trague el caos. Aglutinar fuerzas en torno a lo único que podría valer la pena el riesgo, la III República, parece desmesurado cuando no está el horno para bollos. Pero si lo dejan a su aire, para el Demente es lo procedente precisamente porque no está el horno para bollos. ¿Qué menos puede desear el Demente que arrastrar a los suyos a la locura sin posible vuelta atrás? ¿Qué puede estar elucubrando pues? 21/6/25

 

*¿No será Sánchez un pánfilo bonachón? Raúl del Pozo se pregunta: «No sabemos cómo los lumpen de nuestro tiempo llegaron a colarse en la dirección del PSOE» ¿Es el prestigioso autor  un alma de cántaro o se lo hace? Igual hay que molestarse en estudiar un poco, también para ser un buen equilibrista.

El pánfilo bonachón huele a azufre: ¿como se puede perdonar que todo estuviera grabado? ¿como podía imaginar que los más suyos de los suyos fueran más bordes que él y lo pudieran dejar en la intemperie? ¿qué le dirá el espejo si le vuelve a preguntar si hay alguien más listo y avasallador que él mismo?16/6/25

 

*Tras la autocanonización del Capitán pasionario y traicionado en su buena fe, una vez que ha unido la salvación de España a su salvación personal, sólo les queda a analistas políticos y politólogos de toda condición dejar paso a psicoanalistas, psiquiatras y cómicos, entre estos unos para reírle las gracias y otros, si hubiera atrevidos, a reírse de sus gracias.

Como la vida, es decir el progreso para la salvación, sigue, no puede haber otro programa para la rueda de visitas de socios y/o compinches que el más bíblico posible:»pedid y se os dará, que tengo la libreta a punto».

Habrán reparado en que ha instalado en su acorazado la brújula del mandato perpetuo: el liderazgo mundial woke y «la conciliación entre los ciudadanos y los territorios», sus puntos cardinales. Por lo primero bien vale reeditar los fastos del Prestige y de Irak, para lo segundo afinar la Confederación y darse prisa. 17/6/25

martes, 10 de junio de 2025

LA ESPAÑA DE LOS DOS MUROS

 

La política española se desenvuelve entre dos muros. Sánchez alardeó de levantar el muro más aparatoso y en ello cifra la médula y el santo y seña de su poder. Es un muro interior al mundo de la política destinado a quebrar el consenso político constitucional y el espíritu de la transición. Bajo el pretexto del peligro de la ultraderecha se hace fuerte en su lado del muro excitando los reflejos revanchistas que parecían sanados por la transición y la integración en la Unión europea y en la estructura política y económica de Occidente.


Pero este muro relativamente novedoso está detrás de otro muro más contumaz que ha ido levantando de forma subrepticia la sociedad española durante años. Los españoles hemos creado un muro entre la vida y la política, entre la sociedad civil y el Estado. Este muro mental establece que "mi vida es mía" y la vida de todos "es cosa de los políticos". Lo hemos hecho con nuestro característico instinto funcionarial. Igual que la mayoría de españoles aspira a ser funcionarios, a la espera de tener un cobijo perpetuo para la propia vida, funcionarialmente sale adelante la aspiración a que las preocupaciones mundanas, esos inciertos y tórridos avatares políticos, sean lo menos perturbadores, afecten lo menos posible a nuestra inteligencia.


Avisados de que los políticos sólo buscan camelarnos, hemos descubierto que la mejor manera de no caer en las trampas de la política es desposándose de por vida con su partido, como partido de sus amores dechado de virtudes. Como en todo amor verdadero una vez elegido ya es para toda la vida. Tanto que la infidelidad a un juramento de amor eterno, destrozaría la raíz sentimental del propio ser. Aparentemente no sólo no se reniega de la política, como deber cívico, sino que se la adora. Una vez tomada la elección perpetua todos nos sentimos en plenitud de virtud y de responsabilidad cívica. Pero sin menoscabo de que el ejercicio cívico más virtuoso sea la obediencia a su amor político. Incluso, como en la antigua religión, no hay mejor ocasión de demostrar la fidelidad debida cuanto más incomprensible y zozobrante parece la conducta de los líderes naturales.


Las causas de la construcción de este muro radical deben ser muy complejas o muy simples según se mire. Tratarlas sobrepasa este apunte. Baste indicar lo más inmediato y plausible. Hay un ámbito de confort suficiente como para que cada cual pueda hacer su propia vida. Se tiene el bienestar personal ya como algo natural, independiente de las contingencias políticas. Se ha digerido la democracia como un escenario tan eterno y natural como las estrellas. Dentro de ella los políticos son actores que medran por sus intereses y negocios, como si interpretaran un sainete de pícaros. Pero lo importante es que el escenario sea perenne, cualquiera que sea el mérito de la función.


Se dirá que este desprendimiento del público respecto a los asuntos comunes y su indiferencia ante la trascendencia de la actividad política, contrasta de mala manera con su entrega amorosa a las estructuras partidarias "de toda la vida", o los bloques doctrinales de siempre. Pero este es un país muy viejo lleno de escondites para sobrevivir. Se entiende la aparente paradoja si volvemos la vista a nuestro molde ancestral, el que pervive generación tras generación, con religión o sin ella. ¿A algún católico, sea muy de ir a misa o de ir sólo a comuniones y bodas, le importa mucho si el papa Francisco estaba por la Teología de la liberación o Benedicto XVI por un liberalismo racionalista, por no pormenorizar mucho más? ¿le importa a alguno si León XIV es más de lo uno o lo otro? Como diría Spinoza, con perdón por el atajo, se ven las cosas de "las alturas", y la política son las alturas de nuestra época, "sub especie aeternitatis".


Pero esta extendida coincidencia es puramente negativa. Bajo una apariencia de tranquilidad es un terreno propicio para que se deshilache el consenso político fundamental de una sociedad democrática. Consenso que, a la vista está, es extremadamente frágil. Si bien es común a las grandes regiones sociológicas el despojo funcionarial y la delegación de la propia responsabilidad en el Totem partidario o simplemente en el Bloque ideológico, la izquierda y la derecha sociológica tienen una actitud hacia la política radicalmente opuesta.


Mientras la izquierda es heredera de una tradición ultrapolítica, la derecha se debe a la herencia de una tradición marcada por el apoliticismo. La izquierda se identifica con la lucha contra el poder, la derecha con el respeto al Estado, en quien fía la exclusiva de la solución de los asuntos políticos. La izquierda entiende la política como un juego de lucha por el poder, la derecha la entiende como la gestión de los asuntos comunes. Los de izquierdas creen que su interés personal está en el interés común de su grupo social o en su caso identitario. Creen que la mejora de su vida va de la mano de las conquistas sociales. Los de derechas creen en la oportunidad que les ofrece la ley y el orden social. Por eso los primeros se confían en la fetichización de los servicios públicos y en el fondo de la ingeniería social si ellos son los ingenieros, los segundos sólo están en condiciones de matizar ese fetiche.


No hay que insistir mucho en la hegemonía doctrinal de la izquierda. Tiñe toda nuestra democracia. En su ascenso felipista era cómoda y hasta amable. Ahora se ha vuelto hosca y lacerante para cualquier mente desinhibida. La derecha social ha matizado su indiferencia política pasando de la adaptación bien llevada al pasmo cuando Zapatero y a la indignación impotente llena de perplejidad con Sánchez. Como la derecha social solo quiere vivir en paz creyendo que la convivencia cívica está hecha para quedarse, y la izquierda social triunfar a toda costa, es decir anular a la derecha hasta la desaparición si fuera posible, esta hegemonía tiende a conservarse a pesar de su asfixiante toxicidad.


Si alguien se pregunta por qué en España no ha cuajado el liberalismo, ni pinta que lo haga, pese a ser la cuna del término y en parte de la idea, no debiera extrañarse. Pero es otra historia, muy complicada seguramente.


El hecho es que el muro sanchista se erige sobre el suelo de este muro mental formado por decantación anónima, por la lógica de las actitudes sociales y su espesa tradición. En el interior de la política que la sociedad separa de su vida, el muro sanchista separa la convivencia política en dos y de paso toda la convivencia civil, ante la inconsciencia de los incautos. En este espacio entre muros se tienen que fajar los contendientes políticos, no sólo los políticos de oficio y dedicación, sino además las huestes activas, la gente que se siente comprometida y responsable del devenir público, con sus medios de influencia e irradiación. En suma la gente que ve y escucha las tertulias y las ventanas de la Red.

En esto la ventaja de la izquierda política es notable. Su influencia alcanza con más facilidad a su parte más pasiva y funcionarial. Sus canales de movilización están muy afinados y prosperan en el terreno propicio de una mitología popular en permanente alerta contra lo que considera la permanente injusticia del mundo occidental y en especial de España en su raíz. 

A nadie se le oculta que, de estar invertidos los términos y un gobierno de derechas hubiera cometido una minúscula parte de las fechorías sanchistas, hace tiempo se habría desintegrado, por la rebeldía general, entre la vergüenza y el oprobio. La penetración de las derechas en su público puede ser estrecha pero siempre lenta y tardía a corto plazo. Mueve a cambiar la percepción sobre su situación, pero no sus hábitos. Le pesa sobre todo la ausencia de claridad, la espesa niebla de sus conocidos y ambiguos "complejos", bien vigorosos estos porque son comunes a los activos y a los pasivos, a las vanguardias y a los fieles. Por mucho que la parte activa debiera poner remedio, apenas concibe la necesidad de "sincerarse", como dicen los argentinos, de asumir su realidad y su valor y de encabezar algo más que un retoque de la perspectiva de fondo

Sánchez es consciente de que el muro mental entre la vida y la política le da gran ventaja. Quizás cifre en ello su gran ventaja y la fe en su reinado perenne. Porque en esta situación garantiza que las inclinaciones sociológicas sigan encapsuladas y prácticamente inmutables en términos cuantitativos. 

El zafarrancho contra el orden democrático, en nombre de "la alerta antifascista", no sólo tapa el camino de la corrupción, la auto recompensa por sus desvelos "progresistas". Acaba sobre todo petrificando los bloques, de modo que la ira que la corrupción y la desnacionalización de España puede provocar en la derecha, suma a esta en impotente perplejidad, en lugar de darle fe en la fuerza de su derecho. 

Mientras que puede bastar que se conserve la expectativa del triunfo para que los suyos no se desmoralicen y tengan los arrestos necesarios a la espera de que escampe. Indiferentes seguirá la mayoría de estos mientras crean que el trampantojo los beneficia, por nefastas que pueda ser las consecuencias prácticas para ellos también. No en vano el grueso "progresista"es tan clase media como el grueso de la derecha social.

Un muro mental como el descrito no es por supuesto algo exclusivo de España. En cierta manera forma el paisaje de las sociedades globalizadas, nutrido este muro como está, en proporciones variables y singulares, entre otros motivos por el resentimiento, la comodidad , la desconfianza hacia el Estado y la clase política. Pero en España, a diferencia de lo normal en nuestra área geopolítica, no es algo inocente ni neutral, ni sólo un incómodo paisaje. 

Trasciende a sí mismo y oficializa el disenso estructural que hace posible la convivencia política como una actividad honorable y necesaria, ante la que hay que tomarse la molestia de pensarla en concreto y comunicarse con normalidad. En otras palabras sustituye el consenso que permite de forma natural la pluralidad política. Es difícil de concebir que se pueda derribar el muro político interior sin que se abran grietas en el muro social cultural. Todo sigue enredado en la oscuridad mientras tanto. Que el muro de Sanchez es con todos sus aspavientos el muro del silencio.

sábado, 7 de junio de 2025

LA ESPAÑA DE LOS PINGANILLOS Y LA CESTA PUNTA

El taimado no puede remediar expresar su intención o,sino es el caso, hacer ostentación de la misma. Conde Pumpido aparenta lamentarse de que al TC le cae el marrón de solucionar jurídicamente problemas políticos. No hace falta ser jurista ni experto para saber lo que en el fondo sabe Pumpido, que el TC sólo tiene que limitarse a velar por que las leyes sean constitucionales. Tanto lo sabe que lo dicho parece más ostentación que desliz. En la misma línea, la ostentación de los pinganillos y hasta la de la cestapunta, aunque esta pase desapercibida.

Es inequívoco que se convierte a los pinganillos en el símbolo del poder conjunto sanchista separatista. Pronto se unirá la cesta euskalduna frente a "falsa canastilla" española. Con estos símbolos se expresa el incondicional apoyo del separatismo al sanchismo y la correspondiente entrega sanchista.

Lo normal es que un gobierno formado por un partido sostenido por minorías, perdiera el apoyo de estas minorías, atemorizadas de que la putrefacción del partido gobernante las salpicase en camino irremediable a la perdición. En España ocurre lo contrario. Cuanto más nauseabundo es el sanchismo con más brío se le sostiene, sin que las minoría separatistas teman sufrir desprestigio entre los suyos, más bien esperan entusiasmo y agradecimiento. Sucede que las minorías aspiran normalmente a conseguir mejoras y privilegios, pero las nuestras no sólo van a por todas y no pueden imaginar mejor ocasión.

Se puede jugar a resolver el acertijo del que depende la legislatura: si la confederalización de España es un medio para la perpetuación de Sanchez en el poder o si esa perpetuación es necesaria para confederalizar España. A estas alturas es indiscernible cual es el fin y cual es el medio y además es indiferente. Por mucho que la urgencia de como salir de la pocilga lo interfiera, la confederalización de España sigue siendo la clave de bóveda del mandato sanchista, lo cual va más allá de esta legislatura. De no tener sus socios mínimas garantías de que esto "va palante", y que no se va a quedar en meras expectativas, en ningún caso se avendrían a continuar la farsa.

Este proyecto, etiquetado de "Estado plurinacional", sólo puede tener tres contenidos y sólo puede ejecutarse de tres maneras. 

En primer lugar la Confederación pura y dura, la asociación de tres naciones o Estados(Cataluña, Pais Vasco y el resto junto, hasta el momento, llamémosle Expaña) con soberanía compartida hacia el exterior y soberanas hacia el interior, sin mutua interferencia y con algún sistema para articular normas o medidas comunes según convenga. Esto solo se ensayó fugazmente en la Yugoslavia postitista con los resultados conocidos.

Para ser de alguna forma viable, este sistema requiere que en la Expaña domine y gobierne el socialismo, lo que en principio casa mal con su minoría socio electoral en este ámbito. Ya sin la suma de los votos separatistas, que debieran reducirse a su territorio, quedaría sin duda aun más menguada esta posición, por poco que funcionase un sistema democrático. Esta condición de dominio socialista es evidente porque resulta inconcebible que una mayoría nacional antiseparatista admitiese la descomposición confederalista. Se deduce que tal proyecto confederal tendría que acompañarse de la imposición de una dictadura sin tapujos, a la cubana, en la Expaña, complementaria a las dictaduras separatistas de los otros territorios confederados. La confederación pura tendría que ser en suma una confederación de dictaduras despóticas y no hay que ser muy listos para esperar su inmediata evolución en Estados independientes. ¿O acaso el sanchismo estaría dispuesto a impedirlo por la fuerza?

Una segunda forma más tenue y aparentemente más viable sería una determinada regulación de lo que tenemos actualmente, protegiendo jurídicamente la independencia de las regiones separatistas "en sus asuntos"(que tienden al infinito), y manteniendo un parlamento común, como el actual, para que los votos separatistas nacionalistas hicieran posible una mayoría gubernamental "progresista". Tendría para los separatistas por otra parte la ventaja de que podrían seguir  inclinando a su favor todos los aspectos de la política nacional según su conveniencia.

Una fórmula de regulación pertinente podría ser una República con formas externas democráticas consentida por la U.E., lo que tendría que ser compatible, para su mantenimiento,con la colonización institucional y de los núcleos de influencia social más decisivos.

Una tercera forma es la actual, enmascarada de sistema autonómico, ya convenientemente estabilizada, una vez que el poder judicial y la fiscalía en su integridad y las fuerzas de orden público y el ejercito sean cadenas de transmisión otra. Es decir una República del segundo tipo bajo la envoltura de las apariencias del actual sistema constitucional. Esta tiene la ventaja para los separatistas y el sanchismo, el sanchismo separatista habría que decir, de que podría hacerse y deshacerse a conveniencia, evitando un estado de alarma tal que moviera a una rebelión nacional. Pero tiene el inconveniente de que no podría ser permanente y que tarde o temprano debiera definirse por una de las dos opciones anteriores. Por otra parte es dudoso que la masa separatista se conformase con esta especie de limbo mientras la demagogia que la calienta la tiene que poner en permanente estado de efervescencia o al menos de cómplice incomodidad.

Lo paradójico es que el interés racional del separatismo descansaría en las dos últimas opciones y especialmente en la segunda, si fuera posible. Porque ¿como desperdiciar la ocasión de mandar en España de facto y hasta de iure, siendo España su principal fuente de lucro y de negocio y se puedan blindar de la intromisión de "lo español" en su feudo? Pero esto es una disquisición de corto recorrido, habida cuenta de que el móvil separatista es, en su fundamento y justificación, oscuro e irracional, por mucho que se quieran creer que con la independencia obtendrían jugosos beneficios.

Con Sanchez nada es previsible, pero lo más lógico es que piense que el horno no está para bollos, como para encaminarse a la segunda fórmula, la de la República Confederal, y menos aún hacia la primera de la triple República. Pero su subconsciente debe estar en permanente ebullición y tal vez esté tentado de dar un golpe en la mesa, por muy insólito que esto parezca. Todo puede depender de hacia donde le lleven sus pesadillas, tal como padecían los McBeth.

También los separatistas han de optar por seguir aguantando al gobierno hasta que escampe o dar el gran patadón para que la confederación no tenga vuelta atrás. ¿Qué ocurriría, por ejemplo, si emplazaran al déspota de la Moncloa a promulgar un "referéndum de autodeterminación" ( pleonasmo exquisito a sus beneficiarios) por supuesto bien pactado o incluso disimulado? O simplemente si lo emplazaran a un "asunto tan menor" como extender al conjunto del deporte la experiencia de la cestapunta euskalduna.

Les encantaría, y al sanchismo oficial le costaría pensar que es un tema relevante para los suyos. ¿A qué no tiene todo problema una solución jurídica mientras se aguante en el poder lo suficiente? Al fin y al cabo a su masa social ya no le importa si la aventura de Sanchez es vergonzosa y destructiva sino si sólo importa que el hundimiento del partido sea imparable. Disuadir a los suyos del temor al presagio que atenazaba a Macbeth "el bosque se mueve y se acerca", y conjugarlo con su proyecto estrella, es tarea titánica, hasta para el peor y más hábil desaprensivo. Pero Sanchez no tiene otro remedio que seguir hasta el fin para ganarlo todo.