miércoles, 17 de diciembre de 2025

LA MAFIA Y LA PICARESCA

 

Sanchez, que de cultura popular, y menos de cultura general , debe presumir que no le hace falta entender, al menos, a a la vista está, para salir bien librado de su negociado, debe "capiscar" el disfrute que le produce a los españoles la contemplación de las peripecias picarescas. En ello debe existir algo de envidia. Desde luego el episodio quijotesco de los galeotes debiera figurar en el frontispicio de la picaresca universal. ¿Quién, además de reírse del triste desenlace con el que los galeotes se ensañan con el pobre loco, no sonríe de contento con los argumentos "demoledores" que exponen contra la justicia los galeotes puestos a pícaros?


Darles la razón no es cosa de gente civilizada, "¡pero es que queda un regusto!", "¿no será que en el fondo tienen esos forajidos razón?" Nada más frívolo que adjudicar tal simpatía a un exceso de celo evangélico. Esta bien eso de "no juzguéis y no seréis juzgados" o la más contundente bienaventuranza en favor de "los perseguidos por causa de la justicia", pero para el cielo, o sea para la moral personal como norma de vida. ¿Pero para la moral pública? Que una cosa es la preservación de la parte divina del hombre, su ser persona, y otra distinta la preservación del patrimonio común de la civilidad.


Pudiera ser que para Sanchez, que lo olisquea todo y se las huele todas en lo que es de su conveniencia, haya reflexionado sobre el provecho político de esta enigmática complacencia popular, bien manipulada. ¿Hasta qué punto, para su imagen pública intramuros, no puede ver una ventaja exhibir picardía y desvergüenza en dosis apropiadas?


La sociología y la politología no puede apenas percibir el alcance político de esta influencia tan característica del "factor humano". Incluso ni siquiera puede pasarsele por la cabeza que eso pueda existir. Perdón con excepción del director del CIS, laboratorio de la picaresca oficial. Aunque sólo sea por "ejemplo" debe ser consciente de lo receptivo que puede ser el pueblo y en especial su gente.


El hecho es que no se puede desdeñar que la admiración popular por la picaresca tenga su efecto político y hasta que pueda ser un factor estético, en la estética publicitaria, de primer orden. Hagamos varias precisiones.


En primer lugar aunque este reflejo pudiera ser parte de la idiosincrasia hispana, en términos políticos sólo afecta por bandos, según les vaya. Alan Poe encabeza uno de sus cuentos, "El rey peste", con la siguiente cita:


"Los dioses toleran a los reyes

Aquello que aborrecen en la canalla"

(Buckhurst, La tragedia de Ferrex y Porrex)


Pongamos en lugar de "los dioses" "los nuestros", y en lugar de "la canalla" "ellos".


En segundo lugar la práctica picaresca resulta natural, por estos lares, en quienes dominan la propaganda, como ingrediente indispensable, y hacen de la propaganda su puntal para el dominio.


En tercer lugar dado lo incivil del aprecio público de la picaresca y artes análogas, este aprecio no puede ganarse de súbito, sino que se ha de incubar poco a poco, gota a gota, en el cerebro reptiliano.


Este goteo, en las presentes circunstancias, empieza por ver a los gangsters como pícaros. Metamorfosear el gansterismo en picardía es el salto decisivo de lo inmoral a lo familiar. ¿Acaso dentro de la familia, sea personal o grupal, no es todo comprensible?


Salvo capas desagregadas, en nuestros lares las prácticas mafiosas repelen hasta la nausea. Dejando aparte la insidiosa envidia que desvirtúa cualquier coherencia moral, para la hiperigualitarista cultura hispana la mafia es una versión más sofisticada de lo que se entiende por práctica normal de los ricos. ¿Qué rico no está, llevado por su codicia desmesurada? ¿a qué mueve la codicia sino a prácticas semimafiosas cuanto menos? Eso canta al menos la "piedad" tradicional y todavía más la "piedad" posmoderna.


¿Qué vínculo puede haber entonces entre la denostada mafia y la admirable picaresca, que permita ver la mafia como si fuera picaresca? ¿no es la picaresca el pellizco que los pobres se pueden permitir dar a los ricos?


La cosa cambia si la dialéctica entre ricos y pobres se ve como dialéctica entre los representantes de los ricos y los representantes de los pobres. Esos figurantes diversos tan imprescindibles. Las practicas mafiosas de los representantes de los pobres serán vistas, pasado el sobresalto y con buen aderezo, como prácticas de pícaro necesitado o incontinente. Los afortunados "representantes" saben de esta propensión subterránea y la cultivan hasta la extenuación. En cuestiones de todo o nada renta más el descaro que andar a escondidas. Al menos eso puede desconcertar al crítico y puede enfervorizar al adepto. Incluso la picardía puede llevarse al extremo. Pavonearse de logros tibetanos, a sabiendas de que todos saben que es una pose, es la más elocuente señal de determinación, audacia y poderío. ¿Qué mafioso puede llegar a tanto? ¿qué mafioso no tiene que ocultarse?

Además no hay picaresca sin chapucería. ¿Qué mafioso no trata de limpiar los rastros y de cuidarse con finura? Contra lo que pudiera parecer, una vez interiorizado que no es mafia sino picardía, la chapucería da a la picaresca un toque humano y familiar. ¿No es esto impropio de la mafia, siempre más matizada públicamente?


En suma, para las mentes bienpensantes, parece Mafia, pero no lo es. Nunca pensar que la picardía la mafia bien vista.

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