A la
vista está que, de la misma forma que es metafísicamente imposible
que Sanchez no diga NO, es también metafísicamente imposible que el
PP y en general la clase política se crea que la independencia de
Cataluña va en serio. Por desgracia en esto comulga la inmensa
mayoría de la opinión pública, para quien un amago de tormenta de
verano no ha de incomodar las vacaciones ni lo que venga después.
A
los separatistas les está saliendo tan fácil, encuentran tan poca
resistencia, que deben algunos deben temer que hay gato encerrado.
Pero los más, que seguro que tomaban la llamada a la independencia
por un juego retórico con el fin de reportarles ganancias
electorales y materiales, van a acabar creyendo no sólo que es
posible sino que es intrínsecamente buena. Pues lo que no despierta
resistencia ni preocupación alguna debe serlo. Incluso ya son muchos
los que imaginan algo tan inconcebible hace dos días como la
incorporación de les Illes y el País Valenciá. Acabarán creyendo
lo mismo de Perpiñan y el Rosellón.
Por
de pronto ya han conseguido que la clase política española esté
convencida de que la estricta aplicación de la ley es algo
intrínsecamente inconveniente, una provocación que daría la razón
a los separatistas. Haría de la secesión la reacción lógica y
natural ante la provocación del Estado.
Dada
la voluntad manifiesta de separarse en contra de la ley, y no puede
ser de otra manera, aunque Izeta todavía ausculte la posibilidad de
una “vía legal”, hay que preguntarse si tienen alguna
posibilidad real. La pregunta carecería de sentido en cualquier
Estado que tenga una mínima fe en sí mismo y el correspondiente
sentido de su dignidad. Pero como el Procés ha sido posible por esas
carencias, hay que suponerle posibilidades.
Tienen
dos bazas en su mano. La primera, el peligro de crisis de la Unión
europea, visto el naufragio a que llevaría a la economía española.
La UE no tendría más remedio que apremiar a España a resolver el
problema o a darlo por resuelto, contra la pretensión de la clase
política española de dejarlo en un limbo. La segunda sería el
previsible respaldo de la opinión publica/publicada mundial, a la
vista de lo que molan las causas “románticas”. Los mismos
bárbaros de ETA pusieron contra las cuerdas a la democracia española
en los medios más influyentes.
Pero
esto sería efectivo sólo con la parálisis y el desconcierto de la
clase política y de la opinión pública. Decantados los podemitas
por el separatismo, sin que esto les suponga castigo alguno, puede
ser mayor la tentación de los socialistas, ya bastante podemizados,
de responsabilizar a la derecha del desastre, aprestándose no tanto
a sofocar la sedición sino a rentabilizarla ante la opinión
pública. Mientras la sociedad española no reaccione está visto que
lo único sagrado para la izquierda es la lucha sin cuartel contra la
derecha.
Entre
tanto parece que al gobierno en funciones le preocupa conseguir que
el Procés y la gobernabilidad sean "piezas separadas": acordar con los
separatistas cuestiones menores como si no hubiera procés ni
sedición en vistas a formar gobierno y que por otra parte el
Tribunal Constitucional entienda sobre la sedición, ateniéndose las
partes litigantes a sus resoluciones. La fe en que los separatistas,
incluidos los presuntos socios vergonzantes, cumplirían las
sentencias del alto Tribunal, es la de quien cree que gobernar es un
trabajo banal. Pero de fe también se vive mientras no esté uno
muerto. A poco que se descuiden acabarán convencidos, y nos acabarán
de convencer a todos, de que no ya la sedición, sino la misma
separación es una cuestión banal.