domingo, 31 de julio de 2016

LA SEDICIÓN BANAL


A la vista está que, de la misma forma que es metafísicamente imposible que Sanchez no diga NO, es también metafísicamente imposible que el PP y en general la clase política se crea que la independencia de Cataluña va en serio. Por desgracia en esto comulga la inmensa mayoría de la opinión pública, para quien un amago de tormenta de verano no ha de incomodar las vacaciones ni lo que venga después.

A los separatistas les está saliendo tan fácil, encuentran tan poca resistencia, que deben algunos deben temer que hay gato encerrado. Pero los más, que seguro que tomaban la llamada a la independencia por un juego retórico con el fin de reportarles ganancias electorales y materiales, van a acabar creyendo no sólo que es posible sino que es intrínsecamente buena. Pues lo que no despierta resistencia ni preocupación alguna debe serlo. Incluso ya son muchos los que imaginan algo tan inconcebible hace dos días como la incorporación de les Illes y el País Valenciá. Acabarán creyendo lo mismo de Perpiñan y el Rosellón.

Por de pronto ya han conseguido que la clase política española esté convencida de que la estricta aplicación de la ley es algo intrínsecamente inconveniente, una provocación que daría la razón a los separatistas. Haría de la secesión la reacción lógica y natural ante la provocación del Estado.

Dada la voluntad manifiesta de separarse en contra de la ley, y no puede ser de otra manera, aunque Izeta todavía ausculte la posibilidad de una “vía legal”, hay que preguntarse si tienen alguna posibilidad real. La pregunta carecería de sentido en cualquier Estado que tenga una mínima fe en sí mismo y el correspondiente sentido de su dignidad. Pero como el Procés ha sido posible por esas carencias, hay que suponerle posibilidades.

Tienen dos bazas en su mano. La primera, el peligro de crisis de la Unión europea, visto el naufragio a que llevaría a la economía española. La UE no tendría más remedio que apremiar a España a resolver el problema o a darlo por resuelto, contra la pretensión de la clase política española de dejarlo en un limbo. La segunda sería el previsible respaldo de la opinión publica/publicada mundial, a la vista de lo que molan las causas “románticas”. Los mismos bárbaros de ETA pusieron contra las cuerdas a la democracia española en los medios más influyentes.

Pero esto sería efectivo sólo con la parálisis y el desconcierto de la clase política y de la opinión pública. Decantados los podemitas por el separatismo, sin que esto les suponga castigo alguno, puede ser mayor la tentación de los socialistas, ya bastante podemizados, de responsabilizar a la derecha del desastre, aprestándose no tanto a sofocar la sedición sino a rentabilizarla ante la opinión pública. Mientras la sociedad española no reaccione está visto que lo único sagrado para la izquierda es la lucha sin cuartel contra la derecha.

Entre tanto parece que al gobierno en funciones le preocupa conseguir que el Procés y la gobernabilidad sean "piezas separadas": acordar con los separatistas cuestiones menores como si no hubiera procés ni sedición en vistas a formar gobierno y que por otra parte el Tribunal Constitucional entienda sobre la sedición, ateniéndose las partes litigantes a sus resoluciones. La fe en que los separatistas, incluidos los presuntos socios vergonzantes, cumplirían las sentencias del alto Tribunal, es la de quien cree que gobernar es un trabajo banal. Pero de fe también se vive mientras no esté uno muerto. A poco que se descuiden acabarán convencidos, y nos acabarán de convencer a todos, de que no ya la sedición, sino la misma separación es una cuestión banal.