“Los experimentos, ni con gaseosa”,
decía el bueno de Ángel Corcuera, pero si sólo se tiene gaseosa y
están al alcance lo que parecen unas gotas de champagne de buen
buqué, ¿quien no tratará de adornar con estas la gaseosa? El
aterrizaje de A. Gabilondo es un experimento, que puede tener un
alcance que escapa a sus patrocinadores. Por poco que resulte,
trasciende la simple cuestión de presentar una candidatura aseada,
en previsión de anunciados debacles en la Villa y Corte. Pero
también puede rebasar las pequeñas pasiones en que se debate la
camada socialista. Sanchez, que se debía sentir como una sardina a
punto de ser enlatada, se ha decidido a entregar su alma, sino al
diablo, sÍ al Ángel, como Don Ángel gusta denominarse en su
exquisito y refrescante Blog, bien irónicamente según su talante.
Que el candidato se haya atrevido a aceptar el “encargo”
zambulléndose en la vorágine, con poco caso incluso al
“desinteresado” consejo de su influyente hermano Iñaki, denota
valentía o tal vez osadía, pero es difícil creer que sólo trate
de salvarle la cara al PSOE y que no tenga conciencia de lo que
supondría para la política nacional de salir bien la partida. Viene
a la mente la figura de don Enrique Tierno Galvan, que tanto
relumbrón dio al socialismo y tanta autoridad a la transición.
Desde entonces ningún intelectual de tanta categoría ha tenido
alguna relevancia política directa, ni siquiera indirecta. Pero Don
Enrique navegaba a favor de la corriente y don Ángel es como un
bombero enfrentado a un estado emergencia fatal. A este salvador se
agarran no sólo Sanchez sino gran parte de militantes, que quieren
escapar al terrible dilema que se les viene encima entre PI y PP. Por
contrapartida su efecto podría ser algo más que dar lustre. El
asunto invita a una doble reflexión: sobre la incidencia en el curso
de la política española y sobre la relación de la intelectualidad
con el público en materia política.
Está por desvelar la orientación
política que seguiría Gabilondo. Seguramente él mismo está por
descubrirse a sí mismo en esta faceta, aunque ya cuenta con la
experiencia suficiente para conocer los entresijos del juego
político. Cuesta creer, no obstante, que alguien tan formado en las
profundidades del pensamiento y tan ducho en el arte de la
hermenéutica y del deconstruccionismo sintonice con la onda del
discurso ideologista y en el fondo decimonónico, que todavía priva
por los pagos del socialismo hispano. Que carezca de ataduras
ideológicas y partidistas refuerza esta posición. Parece también
estar situado en las antípodas de los “intelectuales orgánicos”
del tipo del equipo de P.I. Ya se sabe que el intelectual “orgánico”
es al pensamiento lo mismo que la música militar es a la música. En
cualquier caso y, aunque sea de paso, don Ángel representa una
autoridad intelectual que puede avergonzar a los filibusteros del
pensamiento, encaramados en las puntas del Share. Pero lo que se
debate en el fondo es si esta autoridad puede aportar una dosis de
realismo y relax al discurso dominante en las filas socialistas y del
que sus dirigentes no se pueden desprender. Porque el problema de
fondo del PSOE no es tanto la acción, sino el discurso con el que la
acción ha de estar en consonancia. Son muchos años con la costumbre
de mover pasiones y tragarse realidades, para que tarde o temprano no
estalle la frustración por doquier. Ahora que es más perentorio que
nunca poner en consonancia discurso y acción, cuando habrá que
decidir entre hacer de comodín de los bolivarianos o colaborar con
todas las fuerzas constitucionalistas. Es de suponer que don Ángel
es consciente de que va a tener que jugar en esta partida final y que
tiene clara la meta hacia la que se dirige.
Respecto a la intelectualidad y la
izquierda en España, ya desde Miguel Primo de Rivera la izquierda
tuvo poco éxito entre los intelectuales, o estos entre la izquierda,
según como se mire. Su mayor cobertura vino de insignes literatos,
poetas y artistas. Los pensadores y filósofos abonaron más bien la
franja de la denominada “tercera España”, cuyo éxito político
es conocido. Desde la transición ha seguido la misma tónica y
aunque al comienzo de la democracia intelectuales de la talla de
J.L. Aranguren, Tierno Galvan o Manuel Sacristán tuvieron su peso e
incidencia, la izquierda se entendió más con los artistas y
cantantes, tal vez por nostalgia de esta infancia de la democracia
que fue la “movida” y cuyo espíritu, ya en alcanfor, pero con
agua de rosas, estos representan. Buena parte de la intelectualidad
de más relevancia pública está distanciada de la izquierda, pero
no tanto porque haya mostrado una especial oposición a la misma,
sino por la incomodidad que esta siente a quien se hace sospechoso de
no respetar sus cánones sagrados. Tal vez, a diferencia de Francia,
Alemania o incluso Italia, la influencia de los intelectuales en la
opinión pública es más bien oblicua, salvo algún caso en momentos
críticos. Sólo si se hacen pasar por tertulianos o alcanzan un
reconocimiento indiscutible como Savater o sobre todo Vargas Llosa,
su voz traspasa los círculos de los iniciados. La izquierda no se ha
sentido incómoda en esta situación en la medida que la
identificación ideológica de los suyos, es decir el espíritu de
Partido o de secta como se quiera pensar, funcione automáticamente.
Esto a pesar de la importancia que tiene la teorización ideológica
en la definición de su identidad, y de la inclinación de profesores
y estudiantes de la Universidad hacia la izquierda, con la
consiguiente demanda de alimento ideológico. Ahora cuando este
mecanismo automático de reproducción de la confianza en el Partido
está en entre dicho se necesitan grandes remedios que den aire de
autoridad. Pero Don Ángel no parece inclinado a promover un debate
ideológico entrando en los vericuetos de la filosofía política,
más bien parece inclinado a actuar políticamente con el bagaje de
su formación y experiencia. Su aportación podría ser el lenguaje
de los hechos, bien lejos de cualquier vulgar doctrinario.
Seguramente es el primero que quiere evitar convertirse en el Ángel
de la historia que pinta Paul Klee y comenta W. Benjamin, cuando vuela
mirando hacia atrás los desastres y ruinas que deja la historia.