Quizás
la mayor aportación hispana (de España y de hispanoamerica) a la
experiencia política de la humanidad haya sido el caudillismo y la
guerrilla. En su origen el caudillismo bien pudo ser fruto del escaso
fuelle que en nuestro mundo tuvieron las revoluciones liberales.
En
Hispanoamérica bien se puede poner en relación con la sugerencia de
Julián Marías de que las naciones hispanas llegaron a ser Estados
antes de madurar como naciones. En lugar de juego institucional
disputa entre los militares por encabezar la nación. No fue la
libertad sino el espíritu nacional a a palo seco el motivo de unión
que los caudillos militares propagaron para conseguir la adhesión de
la población. Así se crearon las naciones hispanas, o su
sentimiento nacional, y no tanto por la inmediata independencia.
La
guerrilla, que fue la salida de urgencia del sentimiento nacional
herido, en realidad varios siglos herido y hasta avergonzado, cuando
se derrumbaron las instituciones ante Napoleón, tuvo su traducción,
ya cuando la historia se remansó y la sociedad se medió
institucionalizó, en el permanente instinto anarcoide que nace de la
desconfianza absoluta en las instituciones y los poderes públicos
vigentes. Es como si una vez perdida la fe ciega en la Iglesia nada
sea digno de crédito salvo la iglesia que es uno mismo.
En
Hispanoamérica surgió la figura del caudillo guerrillero. Si en
gran parte se debe al caudillaje militar el nacionalismo que engendró
la conciencia nacional de los pueblos hispanos, los caudillos
guerrilleros engendraron las revoluciones sociales y
antiimperialistas. Ni Pancho Villa, ni Fidel Castro fueron punta de
iceberg de los movimientos sociales, sino su demiurgo providencial.
(De hecho en Hispanoamérica los partidos tradicionales de los
trabajadores apenas tuvieron incidencia y el necesario prestigio, tal
vez hasta el Chile de Allende. Cuando la revolución el Partido
Comunista era una pieza burocrática que gestionaba los sindicatos
pero sin halo romántico alguno) Y lo del Demiurgo providencial no es
una metáfora, es difícil comprender este fenómeno sin la fuerza de
la fe en la providencia que hay en estos pueblos, aunque se
transfigure en categorías laicas.
El verdadero guerrillero sale como
el pueblo del fondo oscuro de la tierra, se forma en las arriscadas
lomas donde don Quijote purgaba por Dulcinea y arrasa la gran ciudad
y el centro del poder como una plaga. Una vez vencedor, el pueblo lo
venera como si fuera él mismo. Perón por su parte no fue, y
sigue siendo otra cosa que un caudillo urbano encumbrado por la
guerrilla virtual que es la demagogia.
Ya
vencedor, Castro acudió a la demagogia comunista para “legitimar”
su caudillaje. Pero en este caso no bastaba. El comunismo en plena
guerra fría venía como anillo para “institucionalizar” el
caudillaje, convertirlo en sistema. Es ocioso preguntarse si los
caudillos guerrilleros hicieron de la necesidad virtud o si ya
estaban predispuestos a someter al pueblo bajo el yugo totalitario.
Pero en nada se puede comparar a Castro y Guevara con Martí, en
quien relucía el afán liberal y democrático. Estos guerrilleros
comunistas se formaron, mejor o peor, con el desprestigio del sistema
liberal que ha corroído a América Latina y a España, una vez que
la denominada “cuestión social” concentró el foco de la
política. Comunismo y liberación de Hispanoamérica del
imperialismo yanqui significaba la misma cosa. Su verdadero éxito,
del que ha dependido la fortaleza y presunta “legitimidad” de su
poder, fue la forja de este mito.
Y en
este punto no cabe sino reconocer el patrón común de los pueblos
hispanos, incluida la “madre patria”: la de que la verdadera
libertad es la igualdad social (presunta justicia social) y que las
libertades políticas o son un envoltorio de los privilegios de los
poderosos o tienen valor sólo como medios para el logro de la
igualdad social.
Es
curioso que la reclamación de la igualdad social empezó a
extenderse ya en la revolución francesa como remedio a la pobreza y
la miseria generalizada. La historia ha demostrado que los regímenes
comunistas crean igualdad de miseria y pobreza, salvo para la
nomenclatura. Los castristas han conseguido que gran parte del pueblo
se crea lleno de dignidad por ser iguales y que con esa dignidad
puede aliviar la miseria nuestra de cada día.
Este mito nacional se
retroalimenta del mito revolucionario que F. Castro y sobre todo este
Santo guerrilero laico que es el Che ha difundido por el mundo. El comunismo
cubano no sólo ha legitimado la voracidad del caudillo, sino que ha
dado a los nostálgicos de la barbarie comunista y de la acracia irredenta, con independencia de edad, esperanza en el
futuro de la revolución pendiente.
Sin este éxito internacional, la
Cuba comunista ya se habría ahogado de su propia miseria, por mucho
que sea el combustible que le regalen sus retoños hispanoamericanos. Siendo
España nación de mitos y quizás la nación de los mitos modernos,
no podía por menos que dejar en herencia esta pulsión mitológica en quienes, a pesar de no
quererlo, tenemos el mismo pulso y parecidas pulsiones.
La locura de mi amo es mi locura.
Así ando con mi amo tan preso de “Locura de amor”
que ni loco me voy a dejar enterrar
está mi Ínsula por trabajar
Pero metafísico estoy, que mis bases soy yo.
Mi amo con sus Dulcineas y sus mareas, yo con mis bases y mi Peugeot
Ya lo advirtió mi amo: las Naciones de la nación son galeotes a liberar.
Liberación bendita que hasta el más vil rufián nos va agradecer,
que de los pellejos traidores de vino que vamos a rajar,
brotará el jugo que nos va empoderar
de la Sexta a la Cuarta y de la Cuarta a la Sexta,
y de vez en cuando alguna vuelta por la Primera, la Tercera y la Cuarta.
Y hasta igual la Trece.
Que no hay que malgastar gasolina ni talento dilapidar
gran share se lograría, que ya desde Labordeta no se ve,
con la mochila en mi Peugeot
las bases en sus agrupaciones
a todas la naciones dar a conocer
Eramos nacionalistas separatistas y ya lo sabemos.
Mis bases piensan igual, pero aún no lo saben y se lo he de revelar
que abiertas están a la absoluta claridad
y no como mi amo lo ve, pedagogia sustancial,
que el pueblo es un infante a malcriar
con el que mis bases ocupar.