sábado, 22 de diciembre de 2012

DE EMPRESARIOS Y SACERDOTES.

Los partidos políticos son sobre todo empresas de poder. En España son además una mezcla de empresa de poder y de iglesia. Para la mentalidad de los españoles lo primero es difícil de aceptar pues se viven los partidos como Iglesias, cada uno la suya. Ya se sabe que tiene que ver con el negocio nos parece sospechoso e incluso pecaminoso.
En cuanto empresas, el capital de los partidos es su crédito ante la opinión pública, su capitalistas o socios inversores, sus seguidores, su beneficio el disfrute del poder. No se trata como se piensa corrientemente de llevarse la pasta. Algunos pocos van a la política para enriquecerse, bastantes más de lo que sería deseable para ganarse la vida, la mayoría por ambición y ganas de servir. Sucede eso sí que, cuando se disfruta del poder, la riqueza se torna una vecina apetitosa y tentadora, más todavía si se cree uno avalado por los ciudadanos. Pero el asunto es que los partidos conocidos en nuestra orbita funcionan como las empresas. No tienen otra expectativa que maximizar los beneficios, conservar e incrementar su segmento de mercado. Es decir su predicamento en la opinión pública y sus posiciones de poder. No es que desprecien el bien común. Al contrario lo tienen siempre en cuenta pero todo les lleva a creer que su interés partidista coincide con el bien común, o incluso más, que es la expresión idónea del mismo. Como ocurre con el mercado que cualquier empresa empieza y acaba creyendo que su producto es el mejor y que todo lo que lleve a venderlo está justificado.
No es malo que los partidos funcionen de esa manera, quizás en el fondo sea irremediable y las cosas no puedan ser de otra manera, pero se trata de que funcionen bien y sobre todo que los ciudadanos sepan que son clientes o contribuyentes más que feligreses como suelen creer. Que valoren en suma la calidad del producto y a la empresa por eso, no a la inversa.
España tiene la particularidad de que la gente siente a los partidos, inconscientemente claro está, como si fueran iglesias. Es decir como un concentrado de fe y de unidad colectiva. La gente piensa tradicionalmente en la Iglesia como la administradora de la verdad suprema. Lo mismo ocurre con los partidos a los que, cada cual para el  suyo, son vistos como administradores de la verdad social y política. Incluso muchos viven esa relación como si fuera una pasión religiosa, buscando un sentido definitivo para la vida y el mundo. De la misma forma así se lo creen los militantes y dirigentes de los partidos. Como la política es la negociación de la pluralidad social, deseablemente en vistas al bien común, es imposible que haya un partido-iglesia única, y eso muchos lo llevan mal. En España la política se torna en una lucha entre verdades absolutas, es decir iglesias.Una contienda entre ortodoxos y herejes. Lo curioso es que la mayoría de seguidores y dirigentes desconocen no ya la verdad sino incluso cual es su verdad, pero es suficiente para todos creer que esa verdad existe. De modo que hay que seguir hasta el fin, y creer lo que el propio partido hace porque debe estar en posesión de la verdad. Es como si se hubiera llevado a cabo la secularización respecto a la religión, separándola del Estado, para trufar de aliento religioso la vida política. Se dirá que los partidos y los políticos apenas merecen crédito y que la gente les da la espalda. Pero esto, que es cierto, no contraviene lo esencial. La gente da la espalda a los partidos como los creyentes lo hacen a la Iglesia-iglesia, no practicando pero enganchados a ella. El desengaño lleva a la abstención pero nunca a dar crédito al partido adverso. Se puede traicionar todo menos "la verdad”. ¿Podría votar en su tiempo un católico a Lutero para alcalde por muy benefactor que le pareciera y por muy corrupto que fuera el candidato católico?.
Lo gracioso es que la izquierda está mucho más inclinada, en España claro está, a vivir tan religiosamente la política. La derecha es algo más escéptica. Quizás porque ya tiene una Iglesia, la Iglesia-iglesia, mientras la izquierda carece de ella. Pero siente un apetito insaciable de verdad. Ha cambiado su fe pero le es muy difícil vivir sin fe absoluta e incondicional.
Estamos en manos de empresarios pero soñamos con sacerdotes. ¿No será mejor tratar  a los empresarios como tales y no como sacerdotes?. Al fin y al cabo ya lo decía Ortega y Gasset, remedando al fenomenólogo Husserl, lo que hace falta en España es ocuparnos de las cosas.

jueves, 20 de diciembre de 2012

¡MÁS BANDERA!


Tras el chasco electoral la derecha nacionalista catalana ha preferido seguir enrollándose en la bandera. ¿Este rollo es inagotable?. El pacto, ¿contra natura?, con Ezquerra convierte a CiU en una formación radical pero conservando el gobierno y enfilando la secesión. ¿Era este el coste de seguir gobernando?, ¿es un sacrificio para la meta sagrada de la secesión?.
En el pacto sorprenden dos cosas. Primero la contumacia de persistir en la  secesión hasta rozar lo irreversible. Demuestra la profundidad de la voluntad independentista hasta el fanatismo de la cúpula dirigente de Convergencia. Pero en no menos medida su convencimiento de que tienen una oportunidad única. Y en el mismo sentido el temor de dar marcha atrás sin traicionar al electorado, abandonándolo completamente a la Ezquerra. Algunos datos avalan esta posición: el desgaste electoral se ha producido en términos de más independentismo sosteniéndose en conjunto las posiciones nacionalistas. Se puede decir que ha cuajado en la masa nacionalista y en muchos otros que “España nos roba” y esto resiste muchos envites. Por otra parte es cierta la debilidad del Estado. Se demuestra que no es capaz de hacer valer las resoluciones de los altos tribunales, la izquierda del resto de España parece no querer enterarse, el PSC juega a la complicidad y a escurrir el bulto. La derecha española catalana apenas se mantiene y sigue en el ostracismo, víctima del discurso dominante que avalan nacionalistas y la izquierda conjuntamente: “¡antes cualquier cosa que el PP!”.El ascenso de Ciudadans puede considerarse como una tendencia significativa pero a corto y medio plazo es algo anecdótico. Y además de Europa no vienen noticias concluyentes. Los altos dignatarios no dicen esta boca es mía.
Pero lo más sorprendente no es el pacto en sí sino el predominio que adquiere Ezquerra en lo que parece una claudicación de la derecha. En buena lógica Ezquerra debiera haber cedido apoyando una política de recortes en bien del referéndum. No sólo consigue cierta concreción para que se realice, sino que impone una política económica radical. Puede presentarse ante los suyos como un campeón y darles razones para que aguanten los conflictos sociales que esperan. Pero la derecha sólo puede ofrecer el referéndum y recortes. ¿Tanta es el ansia de la masa social catalanista conservadora por librarse de España? Por de pronto el que pasa por el catalanista más conservador, Durán i Lleida, apenas sorprende al prestarse a hacer de escabel no sólo de A. Mas sino también de Ezquerra. Parece que la necesidad y no sólo el deseo de conservar el gobierno es insoslayable para la derecha. Y es evidente que Ezquerra así lo ha comprendido. ¿Es tanto por seguir a la cabeza de un proceso irreversible o porque de hacerlo con otra parte del espectro político sufriría un desgaste más seguro y mayor?. El resultado del pacto apunta más a la idea de que CiU precisa el gobierno por encima de todo y que le da más garantías meterse en el fregado de la secesión que rehacer el statu quo ante.
A partir de aquí se multiplican las incertidumbres y apenas se vislumbra alguna certeza. Una de estas es que la cosa va en serio, incluso más allá de la voluntad de los promotores de la inminente tragedia. Por mucho que  a la gran mayoría de la clase política y de la sociedad española le cueste aceptarlo y salir de su rutina. Otra certeza es que la política española y la economía va a estar inmediatamente condicionada muchos años. Pero luego no quedan más que preguntas sin respuesta. Pues para responderlas se tendrán que aclarar antes muchas cosas.
Del lado catalán: ¿estará dispuesta la masa nacionalista catalana a tragar lo que va a venir por el deseo de independencia que apenas hace poco sentía o que lo sentía de forma brumosa y más bien poética?, ¿seguirán los empresarios cuyo interés va más allá de las fronteras catalanas animados a colaborar y a callar sin que esto repercuta en sus negocios?, ¿seguirá la izquierda socialista dorando la píldora de la equidistancia federalista cuyo contenido es la primera en desconocer?, ¿se hará la gran mayoría de la sociedad catalana cómplice de la corrupción de sus dirigentes unos en nombre de la estabilidad social, otros en nombre de la sagrada secesión?.
Del lado del resto de España:¿Está dispuesto el gobierno a emplear todos los instrumentos que la ley le otorga y le exige pase lo que pase? ¿Está dispuesta la oposición y la izquierda en general a apoyarle o prefiere copiar “la tercera vía” tal como los homólogos catalanes? ¿se guarda la izquierda la carta de reprochar a la “cerrazón y falta de diálogo”  de la derecha la responsabilidad de lo que pueda acontecer?, ¿respaldará en suma la sociedad española las medidas constitucionales que se pudieran tomar o implorará una solución que ha de contentar a todos aunque nadie sepa cuál es?.
Lo único claro es que el freno al desafío sólo puede venir de la feliz conjunción de la resistencia de una parte significativa de la sociedad catalana, la mejora en la comprensión mutua entre catalanes y el resto de españoles, lo que puede implicar medidas de reforma, y la unidad y firmeza del conjunto de España. Queda por ver si esta fórmula cuenta con algo de fortuna, inteligencia y decisión a su favor.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿TIENE REMEDIO LA EDUCACIÓN?


Tenemos la suerte de que por fin se pone sobre la mesa el problema de la educación en España en sus justos términos, o al menos de una forma aproximada, con independencia del acierto de las medidas que el ministro Ignacio Wert propone. No creo exagerar al decir que la educación ha sido uno de los grandes fracasos de la democracia, con la paradoja de que ha pasado por ser uno de sus grandes logros. El tópico de que “nunca hemos tenido una juventud mejor preparada” contrasta con la evidente  “desculturación” de la mayor parte de la juventud, que en muchos casos roza el analfabetismo funcional. Ni siquiera el logro de la universalización de la enseñanza puede disimular que el sistema educativo se ha tornado una inmensa guardería hasta incluso también en parte la Universidad. ¿Era inevitable que la universalización conllevara la degradación del sistema?.
Hay un problema universal que ha explotado en las últimas décadas que todo lo condiciona: la crisis de la educación como sistema de transmisión cultural. Más específicamente, la devaluación de la cultura en su sentido prístino, tal como se ha entendido predominantemente en la Europa latina y germánica en la que nos movemos tradicionalmente: como formación integral (Bildung) y ennoblecimiento del saber colectivo. La idea de la cultura como obra depurada y fundamento integral de la calidad personal y colectiva se sustituye por la de la amalgama funcional de la información que todo lo iguala en valor. Pero el debacle de la educación española tiene además causas bien originales. El sistema educativo ha sido un rehén privilegiado de la contienda política, fundamentalmente ideológica en el peor sentido de la palabra. Los grandes poderes políticos se han disputado la legitimidad y el patrimonio a la vez del sistema. No está en juego cómo ha de funcionar la educación sino quien está legitimado para hacerla funcionar e incluso opinar de ella. Para todos ha sido pendón distinguido de sus señas de identidad. La izquierda de su voluntad de procurar la igualdad social, la derecha como defensora de la libertad de la enseñanza y los derechos confesionales, los nacionalistas como el tesoro de la identidad nacional. Cualquier mínimo debate ha sido imposible en sus justos términos, trufado como está por esta disputa supra educativa, incluso hasta el punto de que los grandes temas se mezclan y confunden en un batiburrillo incomprensible, según el interés de cada cual de arrimar el ascua a su sardina. Conviene empezar pues por distinguir esos grandes temas: primero la calidad y el planteamiento del sistema en su conjunto; segundo la libertad de enseñanza y la enseñanza concertada vs enseñanza pública; tercero las autonomías  y las lenguas propias; cuarto la religión y la educación en valores. La derecha vive obsesionada por lo segundo y lo cuarto  y se aventura en lo tercero cuando se tercia. La izquierda hace de la confrontación sistema público/ enseñanza privada y concertada su leit motiv, en especial las dotaciones económicas y de personal para unos y otros. Por supuesto los nacionalistas sólo se preocupan por defender su tesoro.  Cuando ha saltado la liebre de cualquier asunto todo ha salido a la palestra…, todo menos lo que importa: la calidad del sistema según su diseño y funcionamiento. Aunque los otros asuntos tengan su enjundia y en algunos casos contengan gran carga política, el destino de la educación como tal se juega en lo primero.  Por otra parte se han primado debates sobre temas absolutamente anecdóticos para la marcha real de la educación, haciendo creer a la gente que está en juego el futuro de sus hijos como personas. Por ejemplo cualquier profesor saber que la educación para la ciudadanía y la religión son cuasi Marías, sino Marías enteras y que pueden influir tanto en las ideas de los jóvenes como el vuelo de una mosca en la temperatura de una habitación. Pero es cierto que a menudo preocupa más la mosca que lo que pasa en la habitación.
No es casual esta inhibición por la calidad del sistema. El destino de la educación depende de un pacto no escrito entre las élites políticas, con el protagonismo destacado en este aspecto de la izquierda, y la inmensa mayoría de la sociedad. La LOGSE es el fruto del pacto. Los términos del pacto no pueden ser más sencillos: el Gobierno (los gobiernos) otorga el título educativo incluso hasta la Universidad, la sociedad lo agradece y no se inmiscuye en valorar la calidad de la educación, es decir se despreocupa de ella. Cada familia puede estar tranquila si hasta casi la edad provecta sus hijos están bien ocupados y cobijados. De esta manera se complace una de las ilusiones más caras de la joven sociedad urbana que recientemente emigró del pueblo por los años sesenta: que sus hijos tuvieran estudios y que como resultado de ello fueran alguien en la vida. Curiosamente esta sobrevaloración de los estudios superiores para la futura posición social, el “titulismo” rampante todavía vigente, ha provocado casi directamente la desvalorización de los títulos educativos a todos los niveles.
Para proceder a la universalización los socialistas trasplantaron a nuestro suelo el modelo anglo-norteamericano de la enseñanza básica. Este modelo prioriza sobre todo la integración social, la incorporación de los sectores marginales. La finalidad teórica es la igualdad de oportunidades, pero en gran parte funciona como aliviadero de tensiones sociales y prevención de explosiones indeseables. La calidad de la educación cultural en los niveles importa poco en esas latitudes. No hay una relación directa entre la preparación colectiva básica y la calidad de la enseñanza superior. Ésta se alimenta de un sistema de libre selección y los alumnos de antemano lo saben. Por otra parte todo está volcado al especialismo, de modo que la enseñanza elemental, la masiva y general, cuida de destreza y habilidades prácticas, tanto para justificar su trabajo y los buenos resultados generales, como para dar oportunidad a quien desee promocionarse de prepararse por sí solo en lo que sea de su gusto. La mentalidad de estos pueblos de que los jóvenes se busquen la vida lo antes posible hace que ya de antemano no se pida al sistema en sus bajos niveles lo que no puede dar. Es una zona de paso bien para buscarse la vida, bien para alcanzar las altas cotas. En España esto tiene menos sentido. Se exige e impone la continuidad de todos los niveles hasta la Universidad. Esto se ha aplicado tan a rajatabla que se ha ridiculizado la formación profesional como salida de fracasados. A cambio, eso sí, hemos inflado el sistema hasta la hidrocefalia, con licenciados, ingenieros, arquitectos, periodistas..etc por doquier sin oficio ni beneficio, es decir a espaldas de la realidad del sistema productivo. Sin conciencia de ello hemos resucitado a los antiguos hidalgos, quizá la vocación más profunda de los españoles.
La izquierda, que ha diseñado y dominado el sistema educativo, cree sinceramente en la igualdad y también que el sistema educativo es en general el medio idóneo para promover la igualdad de oportunidades. Más todavía, cree que las deficiencias evidentes como la baja instrucción y cualificación, la pérdida de autoridad del profesorado, la indisciplina y los malos modos, por no hablar de las ocasionales pero significativas agresiones, la complicidad de los padres, y, cómo no, el abandono escolar, se compensan con creces con la integración que el sistema permite. Lo peor es que se nieguen estas evidencias y se evite a toda costa debatirlas. Es verdad que la educación es el medio idóneo, o al menos uno de los mejores posibles, de igualdad de oportunidades,….pero si la educación tiene calidad, al menos la calidad suficiente. De lo contrario para muchos alumnos, especialmente los más desfavorecidos socialmente, no vale la pena. ¿Para qué esforzarse si el título no vale para nada? En líneas generales el esfuerzo da paso a la rutina y la indiferencia.. El caso del abandono escolar es proverbial, no sólo en sí mismo sino por lo que indica. Cualquier profesor sabe que la mayoría de los que abandonan no son más que la espuma del bajo nivel general. A lo más, muchos estudian sin sentir lo que estudian ni el estudiar como tal. Si se siguiesen las programaciones a rajatabla aprobaría el uno por cien en cada nivel, con suerte hasta el 10 por ciento. Pero eso de las programaciones es como las leyendas de los mayas. Más prácticamente, si se exigiese lo razonable según la edad y el nivel básico de conocimientos y destrezas, apenas aprobaría otra minoría un poco mayor. Una parte considerable  de  los aprobados es resultado de la constante adaptación, léase descenso o “ajuste” de nivel, que el profesor ha de hacer para conseguir que los de menor nivel, pero que no desisten, salgan adelante. La liebre salta al pasar al bachillerato cuando una gran cantidad de estudiantes se ven desnudos de recursos para entender nada. Simplemente no han aprendido a estudiar y se han acostumbrado a solventar cada curso recurriendo a las más diversas y variopintas actividades, trabajos, que en el fondo son ad hoc para que lleguen los resultados deseables. Lo peor es que el nivel de los más retrasados es la pauta de la medida colectiva. Todo presiona para que sea así y los profesores son los primeros que lo saben. Se sospecha especialmente del  profesor que tiene más suspensos o gran cantidad de suspensos. Los padres presionan para que su hijo sea aprobado pero no para que sepan más y menos para que no se le apruebe sino sabe. La administración no digamos.
El sistema no sólo no evita la marginación de los marginados, hay que preguntarse sino la anima e incrementa. Se comete un error básico al creer que la igualdad de oportunidades es lo mismo que la igualdad de resultados, o que el acceso de todos a resultados mínimos. El sistema fracasa tanto si los resultados no se alcanzan, como si estos son ficticios e inútiles. Más incluso en este caso porque se retroalimenta el engaño social. Pero el gran error es creer que la exigencia razonable lleva a la marginación, o perjudica especialmente a los marginados. Es cierto que las familias marginadas carecen de hábitos y motivaciones culturales en comparación con las de mejor status. Pero esto no determina que estos alumnos no puedan motivarse si intuyen que el esfuerzo puede ser rentable. En este caso es claro que la ausencia de incentivos perpetua y consolida la desmotivación inicial tal como ocurre de forma general. Y no le demos vueltas, supuesto los medios suficientes, que se tienen, lo decisivo es la automotivación.
¿Cuáles son los requisitos de una enseñanza de calidad y de un sistema operativo?.  Si los criterios básicos fallan, las dotaciones materiales de instalaciones, medios y profesores se malgastan sin remedio, aunque sean suficientes o incluso esplendidas. Las bases son la filosofía pedagógica, la estructura curricular y el seguimiento práctico. Me referiré especialmente a lo primero. La filosofía pedagógica de la LOGSE es contradictoria y quimérico, no me atrevo a decir idealista, de raíz. No es cuestión de entrar en un debate pedagógico pero salta a la vista que por una parte se proyecta una escuela para genios, por otra una escuela al alcance de todos sin molestias para nadie.
Es una escuela diseñada idealmente para genios desde el momento que la meta de la educación es el desarrollo integral de las capacidades personales con especial aprecio de la creatividad. Que todos sea creativos a la manera del Club de los poetas muertos. Como ideal supremo: lo importante no es aprender sino aprender a aprender.
De forma complementaria que todos aprendan a aprender disfrutando, como si fuera un juego, lejos del mínimo atisbo de trauma y sufrimiento. Y una causa de sufrimiento a evitar en lo posible es tener peor resultados. Una educación personalizada podría teóricamente poner en conformidad los resultados y las capacidades y preparación. A cada uno según su capacidad y preparación.
Cualquiera con un mínimo de experiencia del mundo estará de acuerdo en que es más difícil cuadrar el círculo que hacer que todos sean creativos y lo logren con toda comodidad.
Para lograrlo se confía en la varita mágica del profesor. En su poder de motivación. Los malos resultados de los alumnos hacen sospechar de la poca capacidad motivadora e incluso de la desmotivación personal del profesor.
¿Es así o para que el profesor motive es preciso que los alumnos estén predispuestos a dejarse motivar?. La respuesta no es fácil y sobran en esto muchos tópicos y recetas de tertulia mediática. En pocos casos como este es tan necesario analizar finamente la experiencia personal y colectiva. Para empezar hay que distinguir entre el interés de estudiar y la curiosidad y motivación intelectual. La mayoría de estudiantes pueden tener lo primero pero pocos, por lo menos de partida, lo segundo. Por eso lo primero no puede depender de lo segundo. El interés de estudiar no proviene tanto de la actitud personal del alumno ante el estudio, sino de la actitud colectiva en la que cada alumno se inserta.  Si la sociedad valora la educación y esta tiene utilidad social, es decir si los títulos tienen valor, la inmensa mayoría de los alumnos tendrán interés en estudiar, por lo menos el mínimo interés que se requiere. Ahora sucede que la desvalorización de los títulos, no digamos de la cultura, mueve a la indiferencia y hasta el rechazo de la escuela, porque no hay nada más duro para los jóvenes que el aburrimiento continuo. Los juegos solo pueden enganchar un tiempo, pero estudiar es algo más.
La curiosidad intelectual, raíz de la dedicación y la creatividad, florece en un ambiente donde se valora la cultura, la lectura y la autoformación, pero aun así  nace del fondo de la persona. Si esto no se tiene no se puede inocular sin más como si fuera una píldora. Por regla general la curiosidad se desarrolla al sumergirse en la materia y el conocimiento, se aprende a tener curiosidad. El profesor puede despertarla si está latente o dormida, ayudar a descubrirla si está escondida, desarrollar si aparece. Pero es algo muy personal que depende de los gustos, inclinaciones, oportunidades y vaya Vd. a saber qué más.
Indiscutiblemente desarrollar la genialidad potencial de cada alumno es lo más deseable, pero al sistema le viene muy ancho. Sucede lo mismo que con la idea de una sociedad perfecta. Hay que perseguir esa meta para poder progresar, pero a sabiendas que es irrealizable aquí y ahora…y en cualquier aquí y ahora. Un mundo perfecto es perfectamente sospechoso. El sistema educativo es como la ley general. La Constitución no puede hacer que la gente sea virtuosa y feliz, pero sí  procurar que la virtud y la felicidad sean posibles y crezcan lo más posible. El sistema no puede crear la genialidad y menos generalizada, pero sí permitir que, de haberla, aparezca y crezca. Igual que las leyes se hacen para todos, el sistema educativo ha de tener en cuenta lo posible y exigible a todos. Como decía Kant en su ética a nadie se puede exigir que sea feliz, pero sí honesto. En nuestro caso no podemos exigir que todos sean geniales pero sí que aprendan.
El sistema ha de enfocarse hacia lo posible y exigible. Lo posible es lo alcanzable con preparación y esfuerzo suficiente. Lo exigible depende del nivel del progreso científico y técnico, así como de los mínimos que componen nuestra tradición cultural. Fijar esto con acierto es tarea de primer orden y extrema dificultad. Por desgracia pesan demasiado los intereses creados. Estamos ante algo permanente perfectible en lo que los profesionales tendrían mucho que decir. Pero lo importante es que lo que se fije sea razonable y que así se pueda exigir. El valor de la educación, su credibilidad en suma, depende de que ella esté a la altura de lo que exige, es decir que exija razonablemente pero en serio. Los alumnos han de confiar que de aprender lo que se les exige la enseñanza les servirá de algo.
Entre las medidas que propone el ministerio creo que hay dos grandes aciertos: facilitar el paso a la formación profesional antes de los dieciséis años y sobre todo las pruebas de reválida. Respecto a lo primero cabe discutir la edad para acceder a la formación profesional, o la forma de volver al sistema general más idónea, pero la medida como tal es de vida o muerte para la viabilidad de la ESO. Alguna esperanza ha de tener la gran cantidad de alumnos que viven las clases como una condena y acaban por hacer las clases imposibles. Alguna esperanza ha de tener el país de que gran cantidad de jóvenes no se pierdan en sueños o en la marginación.
Pero quiero tratar más específicamente la segunda medida. Cualquier profesor sabe que el único curso que funciona mínimamente es segundo de bachillerato. Más todavía, gran cantidad de alumnos tienen que llenar a toda marcha durante este curso las carencias que han acumulado año tras año. Esto no se debe a que hayan madurado psicológicamente de pronto o a una súbita conversión. La selectividad plantea unas exigencias ineludibles para alumnos y profesores. En este ámbito los profesores se encuentran más cómodos.  Muchos alumnos también conforme se incorporan a la nueva dinámica. Lo que sorprende es la desconfianza y resistencia de los defensores de la educación pública. Ignoran que es tirarse piedras sobre su propio tejado. Más aun, es la medida imprescindible para la mejora de la enseñanza en general y sobre todo especialmente la supervivencia de la educación pública como sistema viable. No sé si será suficiente pero es necesaria. Para objetarlo aparecen una y otra vez el fantasma de la igualdad y el temor a la segregación social. Todo antes que asumir que un sistema público devaluado es un sistema segregador  sin remedio. Ya me he referido al asunto sobradamente. Por el contrario hay muchas razones para creer que una medida de este tipo cambiaría el chip de alumnos especialmente, pero también de profesores. Los alumnos hasta ahora cuentan con que de adaptarse a la marcha media de su grupo se puede pasar. Con pruebas externas ya saben que han de saber independientemente del escudo que la clase proporciona. Seguramente esto puede afectar a la actitud de los padres. Hasta ahora cada uno presiona para que se apruebe a su hijo. Seguramente se verán en la necesidad de que desde ahora la clase se pueda dar bien y que no se moleste e impida a sus hijos para estudiar. Es decir quizá, o tal vez aún sea mucho pedir, ayuden al profesor y promueven el respeto a su autoridad.
La izquierda en general no comprende que la principal causa de la prosperidad de la enseñanza privada y concertada es el deterioro y la devaluación de la enseñanza pública. Pero comprende menos que este deterioro es inevitable con el diseño fantástico de la LOGSE y con el designio real de relegar la educación a ser un servicio de asistencia social, al de los animadores culturales de barrio. Los padres que se lo pueden permitir, e incluso otros que no llegan a eso, buscan en la escuela privada y concertado un ambiente de disciplina y eficacia en el aprendizaje, también con la pretensión de que esto también facilite la promoción social de sus hijos. La educación pública sólo puede sobrevivir y competir si demuestra competencia y respeto a  la autoridad del profesor. En esas condiciones ¿por qué un padre medio ha de preferir sistemas más dudosos?.
Pero por encima de todo, la reválida como sistema de homogeneización del nivel y de igualación de las oportunidades de todos es una necesidad nacional. Esto tanto para homogeneizar la escuela pública con la concertada y privada, como los sistemas educativos de las autonomías. En este punto está en juego no sólo la cohesión social sino la cohesión de España como pueblo.
No se me oculta que la ley desprende resabios de un espíritu liberal y  mercantilista discutible. Aquí tocamos el tema de fondo de la educación en general. Parece que la ley se posiciona por una idea vicaria de la enseñanza respecto al sistema productivo. Mientras que por otra parte santifica el denominado derecho de los padres o la libertad de enseñanza, como fuente de toda legitimidad. El tema merece un tratamiento especial. Me limito a apuntar algunas observaciones. Respecto a lo primero la educación ha de ser coherente con el sistema productivo, pero no una pieza del mismo. El fin de la educación es la transmisión cultural y la elevación de cada generación a la altura y si se puede a la vanguardia del progreso científico y moral de la humanidad. Es lo que ofrece además para que los educandos puedan ser mejores personas. La vinculación con el sistema productivo ha de ser estrecha en la parte de la educación dirigida estrictamente a la preparación profesional, léase por ejemplo formación profesional, carreras técnicas, investigación científica. Pero el modelo conjunto ha de ser fiel a los ideales humanistas y ser un medio indispensable de su perduración. Por lo menos se tiene que tener claro si se está por esta opción o no.
La segunda cuestión pone en juego el fundamento de la autoridad educativa. ¿Debe la administración ser el canal de la voluntad de las familias particulares o de la sociedad en su conjunto?. Si el objetivo de la educación es lo recientemente apuntado es claro que la autoridad política ha de responder al conjunto de la sociedad, es decir a garantizar el nivel cultural y la formación global de la nueva generación. Sólo sobre esa base tiene sentido cualquier derecho particular de elección. Creo que por poco que se piense se estará de acuerdo que la elección no puede referirse a lo que se debe de aprender con carácter general sino a quienes lo imparten. ¿Tiene el Estado la obligación de favorecer directamente la educación o la posibilidad de educarse mediante una red apropiada de centros públicos o puede optar legítimamente por dejar esta tarea a la esfera privada para tapar los huecos que luego queden? Las recetas y las soluciones pueden depender de las diferentes tradiciones. Pero es indudable que en líneas generales el caso de la educación es el que de una forma más sensible debe ser objeto de responsabilidad colectiva. Hay que partir que la educación no puede ser prioritariamente objeto de uso particular, como ocurre por ejemplo con las carreteras o con otros servicios colectivos,  incluso la salud. De una forma más directa en el caso de la educación el Estado tiene la obligación de asegurar el nivel cultural general, y como parte de ello la igualdad de oportunidades para acceder a  ellos. No hay una razón definitiva para que esto tenga que ser competencia exclusiva del Estado o que no puedan hacerlo por su cuenta los particulares cumpliendo requisitos. Pero es claro que un sistema público de calidad y eficiente es la mejor garantía. Si se dispone de ese sistema no hay pretextos para no conservarlo  y fortalecerlo. Sólo situaciones excepcionales justificarían que el Estado se retirara y favoreciese alternativas privadas como ocurre por ejemplo en los transportes. Pienso que el debate sobre las medidas de la nueva reforma educativa, u otras parecidas han de tener por objeto la eficiencia del sistema público en vistas a la elevación del nivel de instrucción y de educación colectivo. Las izquierdas han de tener en cuenta que lo que está en juego no es la supervivencia de la educación pública sino de su eficacia como instrumento de elevación cultural colectivo. Las derechas que lo que está en juego no es satisfacer las aspiraciones personales de los padres sino la educación de sus hijos. A veces esto no coincide exactamente, aunque todos tengan esta buena intención.
Aunque no lo parezca no es la misma la posición que se pueda tener como padre o como ciudadano. Como padre, sea ante la educación u otro servicio, se es ante todo consumidor y si se quiere contribuyente. Se busca lo mejor entre lo que se ofrece y que se ofrezca lo mejor. Pero en este caso lo que decide lo mejor es lo más conveniente para uno dentro de su escala de valores, expectativas e intereses concretos. Como ciudadano tendría que ponerse uno en la perspectiva del bien común. Es más fácil pensar desde la primera perspectiva que desde la segunda. Sucede normalmente que la perspectiva como ciudadano está mediatizada y hasta tergiversada por la perspectiva particular, tal como insistía Rousseau. Pero es cada vez más urgente empezar a ver la educación desde la perspectiva de ciudadano para que la relación con la educación como padres sea lo más fructífera posible. Por lo menos algo se avanzaría si las élites políticas  empezaran  a aprender a pensar como ciudadanos.

sábado, 8 de diciembre de 2012

¿LA SECESIÓN EN EL LIMBO?




Las elecciones plebiscitarias catalanas han resultado un tiro por la culata para sus convocantes, pero fiasco aparte ¿ha avanzado o retrocedido el secesionismo?
Para responder conviene tener en cuenta el panorama que se perfiló  en los últimos diez años con la reforma del Estatut. Tenemos en el plano político: la irrupción de Esquerra como reacción a la política de Aznar y el anterior acuerdo del PP y Convergencia; el dominio del PSC por su élite nacionalista postergando a la parte del PSOE; la radicalización progresiva de Convergencia primero en el discurso y luego en los hechos; el aislamiento del PP a las tinieblas del “españolismo”. A nadie puede escapar  la relación mutua entre estos hechos.
El período de Zapatero vino a dar carta de naturaleza a este mapa que ha desembocado en una nueva dinámica social consistente en: la radicalización del conjunto del nacionalismo, que a la estela del compas que marca la Esquerra hace suyo el discurso independentista; la catalanización del PSC, en términos nacionalistas, con el consiguiente  vaciamiento de la base social del socialismo, a la vez que una parte de su electorado se inclina hacia el nacionalismo radical  parando en Esquerra. Convergencia emergió del descrédito del Tripartit pero ya con un discurso nacionalista expresamente antiespañol. Se juega así en el campo de juego estrictamente nacionalista. Convergencia y Esquerra se trasvasan los votos según la coyuntura, mientras el PSC ha desaparecido como contrapeso al nacionalismo. Nótese que esta caída en la pendiente de la insignificancia estuvo precedida por el acuerdo expreso entre socialistas y nacionalistas por el que se postergaba al PP, a la vez que se lo tildaba de portavoz del “españolismo”. La única diferencia es que mientras el nacionalismo oficial se siente en conjunto legitimado para cuestionar la Constitución, ya convertida en disfraz de la odiada España, el socialismo todavía tiene sus remilgos y escrúpulos, aunque sólo sea por el miedo a perder la base electoral psoeísta.
El órdago secesionista, sino previsible es perfectamente lógico.  La razón es que mientras el secesionismo se ha consolidado en la base social nacionalista, confundiéndose por debajo moderados y radicales, la resistencia al mismo, dentro de la sociedad catalana, se ha ido  diluyendo hasta casi desaparecer. Se cuenta además con la impotencia  del Gobierno central, como lo muestra la incapacidad de hacer cumplir las resoluciones de los altos tribunales. El hecho de que todavía la mayor parte de los catalanes se sientan a la vez catalanes y españoles, los que se sienten catalanes “puros” coinciden más o menos con los votantes de Esquerra, no es lo determinante a corto y medio plazo. Esta amplia base social está desarticulada políticamente y admite en lo fundamental el leit motiv del discurso catalanista, es decir su lealtad tiene por objeto exclusivo a  Cataluña, planteándose la relación con el resto de España sólo en términos de conveniencia. Por eso los secesionistas han pescado con provecho en el río revuelto de la crisis.
Volvemos a la pregunta inicial ¿ha avanzado o ha retrocedido el secesionismo?. Digamos que el bulldog ha soltado la presa que tenía cogida por la garganta, pero está encima merodeando a la espera de asaltarla de nuevo.
La lectura favorable a los secesionistas es que su base electoral mayoritaria no ha mermado pese a que las élites han dejado clara sus intenciones. Globalmente el nacionalismo certifica su radicalización. Pueden decir que una parte que antes dudaba se ha convertido. ¿Pero definitiva e incondicionalmente?. Por otra parte la reacción “españolista” aunque digna de tenerse en cuenta ha sido globalmente tibia y no cuaja en protagonismo. Mientras que por el lado del PSC además de certificar su insignificancia, queda como una pieza que puede resultar útil en determinadas jugadas tácticas, por ejemplo si se tratara de forzar un referéndum constitucional. Pero sobre todo porque puede bloquear o dificultar un posible acuerdo de resistencia entre el PP y el PSOE.
Los contras a esta lectura son:
Las elecciones estaban planteadas en términos de dar carta blanca a CIU para dirigir el proceso de secesión. Venía a decir, vamos a la secesión pero bajo mi batuta y con mis exclusivas condiciones (recortes, etc). Resulta que una parte quiere la secesión pero no en sus condiciones. Tampoco como se esperaba ha ganado influencia en el resto de la sociedad catalana. En esta se observa una tímida reacción, más prometedora al capitalizar Ciudadans una buena parte de los votos jóvenes primerizos.
Ahora vienen las dudas: ¿se atreverán las élites de CiU a empezar el proceso con Esquerra?, es decir a someterse al liderazgo de Esquerra. ¿Se inmolaría por su parte Esquerra como alternativa social, aceptando ser cómplice del desmantelamiento del Estado de bienestar por mor de la sacrosanta independencia?.  La base social del otrora nacionalismo moderado parece seguir a sus campeones fielmente, ¿pero todos hasta la independencia?. Sobre todo las fuerzas vivas económicas de la sociedad catalana. Téngase en cuenta que los líderes nacionalistas desencadenaron un movimiento de masas que absorbió las energías políticas y sentimentales de la sociedad. Ante eso no cabe más que el consentimiento y la adaptación aunque no se crea en ello o se tengan reticencias, véase el caso de Durán y del silencio cuando no la mueca de aplauso de los más prominentes ejecutivos. Si el movimiento de masas se deshincha, y esta no es una consecuencia baladí de las elecciones, las fuerzas vivas pueden sentirse más libres para apostar a lo suyo. ¿Predomina entre estas el respaldo o la reticencia?.
Por  lo que respecta al pueblo en general, éste se encuentra en la alternativa del ajuste o de la bancarrota. CiU era consciente de que su remedio, la independencia, se volvería en contra si la mayoría incondicional del pueblo no estaba dispuesta a aceptar los dos términos de la ecuación: los ajustes y la independencia. ¿Puede pedir ahora el ajuste para pasando por ahí traer la independencia? Es obvio que para la mayoría la independencia sólo es deseable si libra de la precariedad, ¿por qué ha de desear el proceso de independencia si no está claro que salve de la penuria?.
Lo que trasluce es que la inclinación al independentismo tiene una base sólida en el distanciamiento de España, pero esto no parece suficiente. Muchos han caído en un devaneo, luego cuando se sale de la resaca las dificultades aparecen  tal como son, mientras que los motivos ilusionantes no merecían la pena tanto como parecía. Después de tantas vueltas, a la espera de que una parte de la sociedad catalana vea en España una posibilidad y no una molestia o incluso la cueva de Alí Baba, lo que más une a la sociedad catalana es la mejora de su relación contractual económica con el Estado. Si los que gobiernan el Estado tuvieran algún sentido de Estado procurarían tomarse esto en serio. Pero antes todo queda por despejar.

UN INTRUSO EN EL ESCENARIO

En todo esto el Ministerio de educación, seguro que con toda su buena intención, ha abierto la caja de Pandora y dentro cuesta encontrar la esperanza. Me refiero a las medidas de política lingüística. La causa puede tener su razón desde el punto de vista educativo, pero desde el punto de vista político es el mayor dislate imaginable. Y el asunto, en el estado de cosas actual, es político al cien por cien, guste o no guste. Uno de los rasgos que caracteriza a la derecha política española es, como diría un psicólogo conductista, la ausencia de habilidades en lo que les ocupa, el arte de la política. Deberían leer un poco a Maquiavelo. Creen que basta tener razón y contarlo bien, o contar lo que gusta para que luego se les dé la razón. Aznar tuvo la genialidad de resucitar a la izquierda haciéndose la foto de los Azores ¿cree acaso que sus homólogos franceses o alemanes y otros no se la hicieron porque estaban menos de acuerdo con Bush?. La primera regla del arte de la política es conocer la fuerza del adversario. Muchos todavía se creen que el pueblo o la opinión pública es una masa neutra que se predispone a tu favor o en contra según lo que digas. En esto parecen de un maquiavelismo ingenuo y tópico, como si presentando las cosas de una determinada manera se gana a la gente. En realidad la gente ya está predispuesta y posicionada. Puedes convencer a los convencidos, es decir aumentar su moral o frenar su desánimo. Raramente llegarás a los adversarios sentimentalmente, podrás hacerles dudar si das razones, siempre y cuando  tengan dudas de su fe. Se confunde muchas veces el arte de la política, que se basa en la ponderación de las fuerzas y de su evolución, con la pillería política: ganar ventajas y ventajillas para uno o los suyos, ganar el aplauso sin responder de nada..etc. Ahora tenemos un caso flagrante, no de pillería sino de ingenuidad.
La inmersión lingüística y en general la catalanidad lingüística son la corona de hierro del nacionalismo y en general del catalanismo. Algo más sagrado que la Moreneta. Por convicción o por sumisión y sentido de adaptación la inmensa mayoría de la sociedad catalana coincide, lo admite y hasta lo venera. Desde un punto de vista pedagógico y práctico-histórico o incluso constitucional y de derecho el asunto es discutible, pero esa es la voluntad colectiva ya sobradamente cuajada. Los nacionalistas lo tienen por las tablas de la ley con las que puede conducirse al pueblo a la tierra prometida. Remover la inmersión es una batalla perdida, batalla que en todo caso debió darse en momento. Ya en el momento decisivo la izquierda socialista admitió la inmersión y con ello selló su voluntad de colaborar en la “construcción nacional de Cataluña”, es decir: lealtad con Cataluña, conveniencia con España. Aunque eso sí desde ese autonomismo que no llega a independentismo. Enmendar este statu quo sólo puede ser obra de la misma sociedad catalana y mientras eso no ocurra hay que dar tiempo al tiempo y aceptar las cosas como son.
La iniciativa obedece a ciertas razones de justicia y a la presión de quienes están convencidos de que el principio que ha de regir la educación es la voluntad, llamada derecho, de los padres a elegir la educación de sus hijos. Se ha atrevido a promoverla el ministro Wert , convertido en una especie de enfant terrible de la derecha española. Es un caso curioso en la geografía política. Es el primer espécimen ministerial que ha nacido de la curiosa simbiosis entre la tradicional clase política y la emergente clase tertuliana, simbiosis que es una de las aportaciones más originales de la política española. Digamos que la clase política ha cedido a los tertulianos la farragosa tarea de defender sus medidas y sus opiniones, reservándose la más grata tarea de contar sólo lo que gusta o simplemente de escurrir el bulto. El desgaste por las medidas prácticas es más llevadero si otros se desgastan por defenderlas. La mayoría de tertulianos actúan como propagandistas y doctrinarios en un noventa por cien y como analistas y críticos en un diez por cien. Son las reglas del juego. El bagaje de Wert es una prístina adhesión a las ideas o creencias que en primera línea de combate tan hábilmente defendió. Frescura de la que sus correligionarios políticos carecen una vez que sus creencias se han tornado aburridos protocolos burocráticos. En general esto es bueno, y creo que para la imprescindible reforma del conjunto de la educación tal actitud puede aportar mucho. Pero hay asuntos tabú y otros con más autoridad y responsabilidad debieran decírselo.
Lo importante es si Rajoy sabía algo y si es consciente del lío en que se ha metido y nos ha metido. Me temo que lo sabía y no es consciente del lío. Todo hace entender que los dirigentes del PP y en general la clase política se han creído sus propias conclusiones sobre la inapelable y definitiva derrota del secesionismo. Es cada vez más frecuente que los políticos se crean las consignas que lanzan para agradar, incluso cuando se trata de la evaluación de los hechos ocurridos. La idea de que convencer que se ha ganado es ganar la batalla lleva camino de convertirse en la idea de que he ganado si estoy convencido de ello. Por otra parte la alusión De Rubalcaba de que estamos ante una maniobra de despiste, para no tratar el conjunto de la reforma educativa, es una respuesta refleja de quien sin pensarlo atribuye al adversario “virtudes” que para uno son connaturales. Pero es imposible que la derecha sea tan torpe. Es como si alguien para disimular su calva se cortara el cuero cabelludo. El problema de fondo es que tanto unos como otros creen que el desafío independentista es un juego floral. No se sabe en virtud de por qué razones metafísicas la independencia del País Vasco y Cataluña es imposible, cuando la parte activa de estas poblaciones, sino profesan un independentismo integral en su mayoría, reniega sin ambages de su pertenencia a España. Lo malo de la vida común viene cuando los encargados de gestionarla hacen lo mismo que la gente dedicada a sus propios asuntos, cuando piensan en el común. Para no desbaratar su propia vida, que ya tienen bastante con ella, necesitan creer que todo está en orden, o al menos que es ordenable. Lo grave es que también para los políticos vale eso de que es más fácil vivir creyendo que lo indeseable es imposible.
Quien debiera ser más consciente, nuestro presidente de gobierno, adolece de dificultades sino congénitas sí muy arraigadas. Rajoy es en el fondo un opositor de primera línea, pero opositor puro. Ve la política como una oposición en la que ha de aprenderse el temario y exponer el tema que toque diestra e impecablemente. Esto tiene sus pros y sus contras. No cabe achacarle falta de rigor o descuido, de la misma forma que al no ver más que el tema bien diseñado se aísla más fácilmente del fárrago cotidiano de la opinión pública. Para librarse de esta incomodidad confía demasiado en su ambigüedad cachazuda, o al menos en la imagen exagerada que sus admiradores proyectan. Pero ¿qué pasa si lo que se avecina no está en el temario?. Hasta ahora Rajoy ha demostrado ser muy hábil en salirse de los líos en los que se mete, algunos de forma irremediable, pero le es casi imposible ver los líos en que se puede meter. En su libreto está que sólo el tema económico es relevante y le cuesta percibir el problema nacionalista como algo distinto. Ha sido prudente, de acuerdo con  su instinto cachazudo, en no echar leña al fuego cuando la hoguera estaba en su cenit. Su confianza en que el tiempo todo lo arregla es proverbial. Ahora ha de ver como retirar la pata pues es absurdo dejar que los nacionalistas y la izquierda de todos los colores se una contra el agravio, en un momento que se requería la política fina que propiciase su separación, o al menos desconfianza. Más absurdo cuando es notorio que el Estado no puede hacer cumplir la Constitución ni la Ley, como lo demuestran a donde han ido a parar las sentencias de los altos tribunales sobre el tratamiento del español en la enseñanza.