La
retirada de ETA dejando el relevo al “frente civil” convierte el
avance hacia la independencia en un problema interno de los
nacionalistas. En el imperio del terror funcionaba el acuerdo
implícito y a veces explícito de arrinconamiento y supresión del
constitucionalismo y de imposición social del ideario antiespañol,
que es el signo diferencial del nacionalismo en su conjunto. En gran
medida este objetivo se ha cumplido, máxime cuando las fuerzas
constitucionales no lo advierten y apenas son conscientes de la
ventaja que el terrorismo ha dado al nacionalismo para consolidar su
posición dominante.
El
acuerdo soterrado escondía una discrepancia potencial: la ambigüedad
del PNV respecto a la independencia y la determinación del
movimiento etarrista por alcanzarla. Pero también comprendía una
convicción común: que el impedimento esencial para el logro del
independencia radicaba en la resistencia del Estado. El “Procés”
genera serias dudas sobre esa voluntad de resistencia y alimenta la
expectativa de que el logro de la independencia depende más de la
voluntad de la sociedad vasca en este caso, a semejanza de lo que
parece ocurre en Cataluña.
Es
claro que plasmar la situación ventajosa en una marcha factible hacia
la independencia depende tanto de la evolución de la crisis
catalana, como de las ganas del PNV. Si se impusiese la
independencia catalana, difícilmente podría resistir el PNV la
presión que se le vendría encima para reeditar los pasos de
Convergencia a lo vasco. Pero la paradoja es que, en tanto la
resolución de la crisis catalana es incierta, el PNV ha de tratar de
preservarse de esa posibilidad. Se ha demostrado sobradamente que
Convergencia y las consideradas “fuerzas moderadas” son incapaces
de liderar la independencia y no tienen más remedio que ofrendarse en
sacrificio. De momento no hay trazas de que el PNV esté por el harakiri.
El
PNV remolonea porque es consciente de que el status actual del País
Vasco es inmejorable y la independencia sería un desastre sin
paliativos. Esta percepción separa al nacionalismo “moderado”
vasco del catalán, creído éste de que con la independencia sólo
tendría ventajas y mejoras.
En
esto ha saltado la liebre de la descomposición del llamado
españolismo, o más bien de los efectos insospechados de esa
descomposición, ya casi irreversible desde la entrada en escena de
ZP. Una parte se ha refugiado en el Podemismo, con el resultado
lógico de apuntalar el movimiento etarrista. Naturalmente a partir
de la mentalidad ingenua de que “somos tan rebeldes como los
abertzales” y que en términos prácticos nada importa si sirve
para “acabar con la corrupción”. Para estos lo de la
independencia o no es una cuestión anecdótica o un cuento de
viejas.
La
población, que aun se siente española, más sensata o más
impermeable a la demagogia mediática, se refugia en el PNV con la
esperanza de mantener el statu quo frente a la tentaciones
aventureras. ¿Hasta que punto la gestión de esta percepción y de
este insospechado apoyo puede mover al PNV a evitar la aventura?
Es
claro que el PNV se mueve en el estrecho filo de una retórica que
invita a la independencia, cuando no tendría que llevar a la
consecuencia lógica de reclamarla en serio, y la consolidación de
un Estado dentro del Estado que es su proyecto práctico. El juego de
aprovechar la retórica batasunera en su propio beneficio no puede
dar de sí indefinidamente. Pero también protegerse de la
batasunización requeriría desprenderse o al menos rebajar la
retórica maximalista. Supone cuestionar los sentimientos y la
tradición con la que se ha labrado su clientela electoral, al menos
la de pata negra.
Para
implantar o más bien consolidar un modelo Confederal fáctico y
verdadero (no la especulación socialista que nadie comprende) para
que el País Vasco fuera ya definitivamente otro Flandes, el PNV
cuenta con que la mayoría de los vascos no quieren la independencia
pero no son capaces ni tienen ganas de defender España. La
diferencia entre la Flandes belga y la Flandes vasca es que esta
tendría por soporte una mayoría de la población que ha de impostar
este sentimiento endogámico y renegar de su españolidad, como si lo
que de verdad siente, la españolidad, fuera una patología inducida.
De
consolidarse esta opción, ¿tendría futuro el independentismo en el
País Vasco? ¿Se conformaría el etarrismo con la euskaldunización
integral de la sociedad vasca? Es el riesgo, riesgo ridículo en
términos racionales, que corre ETA al pasarse a la “lucha civil”,
de no tener respuesta al hermano mayor nacionalista: “Si todo se
euskalduniza y encima vivimos de p… madre dentro de España ¿para
qué la independencia?”
ETA
no ha ganado todavía pues no ha logrado la independencia y las
condiciones previas esenciales. Es decir ha arrasado el sentimiento
español sin traducirlo en sentimiento independentista. No tanto por
la resistencia recibida sino por la extravagancia de sus intenciones.
Es
la inversa de la incapacidad de las fuerzas constitucionales de hacer
ver a la población la relación íntima entre el terrorismo y el
independentismo. Mientras el PNV perfecciona su ambigüedad, ETA o el
etarrismo está ganando, pero sólo puede depender de sí mismo, o al
menos disponer de la plena iniciativa, si triunfa el Procés. A la
espera estamos.