El PSC hace gala de una historia de culpa y expiación. Sobresale por
sus apasionadas ceremonias de expiación, por ejemplo: la inmersión
lingüística, el statut de Maragall y el desafío al TC, el
tripartit y el pacto del Tinell, el 155 apaciguador, lo último la
reclamación de la plurinacionalidad y la mesa de la felicidad, etc.
A destacar la promoción de la inmersión lingüística por lo que
tiene de simbolo de la voluntad de sumergirse en la piscina
nacionalista aunque sólo fuera de socorrista.
Todo por temer no
ser verdadero catalán y querer hacerse merecedor a serlo.
Naturalmente no hay
manera de distinguir hasta donde llega el complejo de culpa alentado
por las élites y mandos del PSC y hasta donde el que padecen los
ciudadanos desafectos al nacionalismo que forman su base y granero
electoral. Lo único evidente es que las expiaciones son vanas y que
el PSC está condenado a una desbocada huida hacia adelante sin otro
destino que ir extendiendo a su paso la alfombra estelada, tanto más
cuanto más lejos llegue.
Tamaña desdicha a
lo Sisifo sólo se puede aguantar revestida de misión histórica.
Hasta ahí ha llegado en su versión más lánguida y servil el
“compromiso histórico” del PSUC, verdadero modelo ideológico
del “progresismo” hispano desde la transición. Se tenía a Cataluña por perfecto
banco de pruebas de la ocupación del cuerpo de la burguesía para en
la democracia “burguesa” absorber el poder. No hace falta
insistir en la forma como ha acabado la aventura: con el
nacionalismo, es decir la burguesía catalana, vampirizando el alma
socialista sin la más mínima muestra de agradecimientos por los
servicios prestados.
¿Pero por qué este
complejo de culpa que tiene el PSC casi por naturaleza?
El asunto interesa
por lo insólito y relevante a la vez. Es posible que en la historia
hubiera poblaciones migratorias desconcertadas pero está por
encontrar las que dudan de su origen. Incluso en España durante los
tiempos de fuego, ni Lerroux, el príncipe del Paralelo, ni la CNT y
FAI se dedicaban a implorar comprensión a los plutócratas
nacionalistas.
Pero algo tan insólito es relevante porque el tumor del PSC es el principal foco de la metástasis que afecta a toda la nación realmente existente.
Pero algo tan insólito es relevante porque el tumor del PSC es el principal foco de la metástasis que afecta a toda la nación realmente existente.
Naturalmente
no tengo respuesta a la pregunta planteada. Lo grave es que la
pregunta es verosímil y pertinente. Así en retrospectiva lo único
evidente es que el sentimiento de indefensión y de marginación que
tenían los emigrantes ante el cinturón de catalanidad que imponían
los poderes fácticos nacionalistas ya durante el franquismo ha sido
el fundamento de la estructura política alternativa al nacionalismo,
o la que debiera ser lo. O por lo menos su marca indeleble.
No se
ha hecho el hincapié que se merece en el hecho de que la ausencia de
libertad dejaba a las masas de emigrantes indefensas y sin capacidad
colectiva de presión para que la sociedad catalana pasase de la
pluralidad social a la pluralidad ideológica. La integración
personal fue la única expectativa ante una sociedad celosamente
clasista y etnicista. Con la democracia “los nuevos catalanes” lo
confiaron todo a la integración colectiva una vez que el orgullo de
ser español resultaba sospechoso.
Se
acogió como en toda España a los socialistas, descubriendo que esos
eran los suyos de toda la vida. De ellos, esperaban de esa manera
una integración con dignidad compatible con la solidaridad con toda
España. Pero se carecía de la suficiente cultura política como
para evitar entregarse a una fe ciega.
Todo
era un inmenso equívoco. Para las élites dirigentes socialistas
había que pagar la catalanización con redentora desespañolización,
para los seguidores la catalanización debiera ser una forma
aceptable de ser español sin que se note demasiado. Los de abajo se
autoengañaban pensando que los suyos de arriba pensaban lo mismo que
ellos pero más finamente, mientras los de arriba tramaban para que
los de abajo acabasen pensando lo que debían en algún momento.
Se
gestó un punto de encuentro al crearse la ilusión de que en la
sociedad y en la política catalana imperaba un contrato nacional y
social a la vez: el contrato por el que, a cambio de la
catalanización de los nuevos catalanes, los catalanes “catalanes”
se moderarían y obrarían con lealtad también por el bien de
España. A este contrato imaginario en el que sólo creía una parte,
(la más debil en Cataluña,y la más fuerte en toda España), que
debía conducir a una integración colectiva honrosa y a una inédita
hermandad correspondía el pacto político por el que los
nacionalistas gobernaban en propiedad Cataluña y recibían buenos
dividendos de su colaboración con el Estado, a cambio de lealtad
institucional. Pacto sólo sostenido también por la imaginación y
la doblez, por supuesto.
Es un
planteamiento que sólo podía ser factible si el nacionalismo obrara
de buena fe, porque de antemano se renunciaba a resistir. No es muy
aventurado pensar que el ilimitado atrevimiento nacionalista estuvo atizado por su constatación de que en Cataluña carecían de
resistencia y de que fuera, en el “Estado”, primaba la tarea de
rentabilizar el nacionalismo en contra del prójimo o tranquilizarlo para que el prójimo no te comiera.
Precisamente
la coartada de que la catalanización desespañolizante contribuía a
la victoria definitiva sobre las derechas daba un toque de “nobleza
progresista” al filonacionalismo socialista. Toda la trayectoria del
PSC supone la incapacidad de librarse de su pecado original que le
imposibilita romper con el nacionalismo aunque este rompa con la
democracia y se eche al monte. Porque ya el punto de inflexión que
ha llevado a donde estamos es la aceptación de que el nacionalismo
en el fondo tiene razón, aunque pueda pasarse en las formas y en sus
excesos.
A la
vulneración del contrato imaginario que lleva a cabo el nacionalismo
sólo le cabe al PSC responder agudizando su complejo de culpa y su
afán de expiación. La insatisfacción nacionalista se torna señal
de que los “nuevos catalanes” no se han esforzado lo suficiente
en integrarse y en “desespañolizarse”, en la misma medida que
prueba “el desprecio” del Estado hacia “Cataluña”. Señal en
suma de la existencia de un “conflicto político”, tan ajeno a
la voluntad de los que lo promueven como el movimiento de la tierra
sobre su eje.
Pero
esto es sólo la punta del iceberg. Este complejo de culpa merecería
ser materia de indagación histórica de primera mano. Es demasiado
singular, una singularidad que se extiende a toda España. Una nación
que parece sólo encontrarse en la inagotable tarea de expiar su
imaginaria culpa. Para que así fuera se tendría que creer en la
existencia de tal fenómeno. Pero cuesta creer que tal constatación
sea posible.