martes, 30 de mayo de 2017

COMPROMISO SANCHISTA


Descolocado por el apoyo sanchista al gobierno contra el procés, busco alguna explicación. Imagino lo siguiente.
La lógica sanchista se mueve en dos planos. En el ideológico de fondo propende y propugna el confederacionalismo. Debe sintonizar explícitamente con un tercio del PSOE y puede que hasta la mitad lo consienta como un mal necesario. Creen estos que así se podrá reconducir el separatismo.

Pero ante la situación presente y entrante apoyar o abstenerse ante el “referendum” o la amenaza de proclamación de independencia lo dejaría en una situación imposible. La inmensa mayoría de la población lo percibe como un golpe de estado y a poco que las cosas fueran a peor , se le tedría por máximo culpable si el gobierno asume su responsabilidad. El gobierno y Cs quedaría solos pero seguramente con el beneplácito de la opinión pública. Sólo Podemos sueña que el referéndum va a encender la mecha del proceso revolucionario en toda España. El PSOE no tiene más remedio que guardar distancias con los podemitas y no dejar al gobierno la baza de la defensa de la legalidad.

Es posible que esperasen que la oferta confederal llevase a los nacionalistas a posponer su apuesta por la independencia a cambio de un cauce legal. Siendo evidente que los separatistas se lanzan al monte y que el PNV apoya pragmáticamente al gobierno, ya no se puede vertebrar una alternativa a Rajoy en torno a la “solución” confederal. Va a quedar entonces pues como una posibilidad de acuerdo antiRajoy, según como vaya el Procés, dejando abierta la posibilidad de que la Constitución incluya el “derecho a decidir”.

Pero incluso eso sería imposible si el PSOE no deja claro su compromiso con la legalidad.

Hasta qué punto van a poder compaginar la prédica del multinacionalismo confederal con la defensa del orden constitucional vigente, sin debilitar el “frente” constitucional y dar armas ideológicas y morales a los separatistas es una tarea ímproba y en el fondo imposible, aunque crean que es lo más cómodo y seguro. Van a tener que definirse mucho más.

viernes, 26 de mayo de 2017

PLURINACIONALISTAS


En el “problema territorial” ya hace mucho que hemos tocado fondo y ahora escarbamos para no poder salir a flote. A nadie se le oculta que la propuesta con la que se refunda el sanchismo de proclamar a España como un “Estado plurinacional” busca complacer a sus bases socialistas nacionalistas de todo color, el baluarte de su poder, y encontrar un terreno común de gobierno con los podemitas y separatistas. Como hay que ser siempre constructivos, apreciemos lo que tiene tal proyecto de positivo. Puede valer, contra el propósito del ponente, para romper el gran tabú. ¿Por qué si España es una nación la tratamos como si fuera una “cárcel de pueblos”? ¿Porqué se dice Estado o Constitución cuando se quiere decir España o nación?

Convencido de que los vientos de la historia le favorecen, los pedristas/podemitas ya no ocultan su triste idea de España. Pero al hacerlo toca debatir. En el PSOE la ambigüedad calculada que ha ocultado tanto el antagonismo permanente entre quienes creen en la realidad nacional de España y los que sólo creen en los derechos de su comunidad, nacionalidad, nación o lo que sea, ya es insostenible. Pero con el inconveniente de que a la alternativa rotunda “plurinacionalista” sólo se opone un ambiguo “federalismo” que soslaya la cuestión de fondo: ¿quién es el sujeto soberano? Y lo más importante ¿quien tiene derecho moral a serlo?

Es de temer que el “plurinacionalismo” se aproveche de la candidez e irresponsabilidad mental de quienes piensan que todo se reduce a “un juego de palabras”. Desde luego en las filas socialistas abundan a borbotones, tras decenios de soslayar el hecho de la identidad nacional española. Y esto por desgracia puede ser la mentalidad dominante en la izquierda social.

Se piensa y se dice: “Sólo se trata de naciones “culturales”, la soberanía es la nación política, que sería la española, como un todo” “si eso queda claro ¿qué más da llamarse nacionalidad o nación“cultural” si se quiere?”. Ya advirtió el sabio Confucio que el caos en el gobierno de las cosas empieza y se consuma al no respetar el significado de las palabras. Nada más fácil en las sociedades mediáticas, si quienes tienen poder social lo ensucian de esa manera.

¿Pues cabe ignorar que toda nación por el hecho de ser lo tiene derecho a su soberanía? De establecerse la plurinacionalidad los separatistas lo tienen bien fácil: “somos una nación cultural, por tanto nación al fin y al cabo”, “¿Porqué ha de ser sólo“España” una “nación política”?, ¿quien puede negarnos el derecho a ser una “nación política” y por tanto a tener “Estado propio”?”

Seamos bien pensados. Los ponentes socialplurinacionalistas deben creer con toda buena voluntad que de esta forma se puede desactivar o al menos encauzar la ristra de referendums de autodeterminación a la vuelta de la esquina o en ciernes. Pero a lo sumo no pueden ofrecer más que un compromiso para gobernar con Podemos y a cambio un fórmula legal de autodeterminación. Como si fuese una victoria emplazar a los separatistas ante el dilema de arrancar la independencia a las bravas o acceder por la legalidad.

Todo quedaría pendiente de si cuenta más el ansia de los separatistas para consumar su sueño o la prudente confianza que a estos les inspirase el poder podemitasanchista. Pero dispondrían en cualquier caso de un un colchón seguro, el que les daría tener el fuero aun sin el huevo: más importante que la independencia fáctica es tener “derecho a la independencia”, más importante que los resultados de un hipotético referéndum es el reconocimiento del “derecho a decidir”.

Ya en estas horas bajas tampoco le vendría mal a la sociedad española en su conjunto que con motivo de esta propuesta reparase en el fundamento de sus derechos. Por supuesto empezando por la clase política de origen constitucionalista. Ante el embate separatista han primado dos respuestas: la táctica del “no pasa nada” y la estratégica: “el derecho a decidir es inconstitucional”. A efectos ideológicos esta línea es lo importante y creo que con ello se ha otorgado a los separatistas la inmensa ventaja de la iniciativa ideológica. Las razones por las que España es una nación y por ende un sujeto soberano se desdibujan cuando sólo se acude a que “así lo dice la Constitución”. Es decir cuando sólo se defiende el Fuero y se hace abstracción del Huevo. El argumento es impecable en derecho y moralmente, además parece infranqueable intelectualmente. Pero en la práctica, cuando la ley se cuestiona, no basta defender la ley en virtud de su legítima necesidad para que la convivencia sea posible, sino en virtud de que es justa, sobre todo cuando es justa y se puede demostrar y explicar.

La clase política ha pensado, con algún motivo, que eso se da por supuesto, que la población tiene clara su pertenencia y que plantear el tema de ese modo significa inquietar a las izquierdas, que no lo tiene tan claro, y sobre todo meterse en el fregado de algo que es puramente “sentimental”. Se dice de esta manera : “cualesquiera que sea el sentimiento de pertenencia de cualquier particular el hecho es que hay que respetar las leyes que nos hacen iguales”, “lo importante es convivir juntos nos sintamos españoles o no” .

Cierto, pero cuando en nombre de una presunta voluntad democrática se hace cuestión de la ley y la convivencia, es preciso poner encima de la mesa que esa convivencia y esa ley son posibles en virtud de los lazos reales existentes fraguados día a día durante muchos siglos. Estos lazos crean sentimientos colectivos valiosos, no simples entelequias. La unidad de España no es fruto de una improvisación, imposición o capricho, pero se da la impresión de que lo es cuando no se responde a quienes así acusan, como si hubiese una consigna de silencio y de no dar razones.

Cuanto menos es mucho más justa la ley que se basa en la unidad de España y la defiende, que cualquier hipotética ley que amparase su disolución o su troceamiento en soberanías dispares. Pero la defensa de tan sencillo postulado se ha demostrado históricamente molesto, como si hacerlo conculcase el frágil equilibrio político y civil de una sociedad que sobrevive políticamente desde la transición en un estado de desconfianza calculada e inquebrantable, como si esa desconfianza en la otra parte de España fuera el principal punto de equilibrio.


PLURINACIONALISMO SOCIALISTA


En el “problema territorial” ya hace mucho que hemos tocado fondo y ahora escarbamos para no poder salir a flote. A nadie se le oculta que la propuesta con la que se refunda el sanchismo de proclamar a España como un “Estado plurinacional” busca complacer a sus bases socialistas nacionalistas de todo color, el baluarte de su poder, y encontrar un terreno común de gobierno con los podemitas y separatistas.

Como hay que ser siempre constructivos, apreciemos lo que tiene tal despropósito de positivo. Puede valer, contra el propósito del ponente, para romper el gran tabú, la identidad nacional española. ¿Por qué si España es una nación la tratamos como si fuera una “cárcel de pueblos”? ¿Porqué se dice Estado o Constitución cuando se quiere decir España o nación?

Convencido de que los vientos de la historia le favorecen, los pedristas/podemitas ya no ocultan su triste idea de España. Pero al hacerlo toca debatir. En el PSOE la ambigüedad calculada, que ha ocultado tanto el antagonismo permanente entre quienes creen en la realidad nacional de España y los que sólo creen en los derechos de su comunidad, nacionalidad, nación o lo que sea, ya es insostenible. Pero con el inconveniente de que a la alternativa rotunda “plurinacionalista” sólo se opone un ambiguo “federalismo” que soslaya lo que se está cuestionando: ¿quién es el sujeto soberano? Y lo más importante ¿quien tiene derecho moral a serlo?

Es de temer que el “plurinacionalismo” se aproveche de la candidez e irresponsabilidad mental de quienes piensen que todo se reduce a “un juego de palabras”. Desde luego en las filas socialistas abundan a borbotones, tras decenios de soslayar el hecho de la identidad nacional española. Y esto por desgracia puede ser la mentalidad dominante en la izquierda social.

Se piensa y se dice: “Sólo se trata de naciones “culturales”, la soberanía es la nación política, que sería la española, como un todo” “si eso queda claro ¿qué más da llamarse nacionalidad o nación“cultural” si se quiere?”. Ya advirtió el sabio Confucio que el caos en el gobierno de las cosas empieza y se consuma al no respetar el significado de las palabras. Nada más fácil en las sociedades mediáticas, si quienes tienen poder social lo ensucian de esa manera.

¿Pero cabe ignorar que toda nación, por el hecho de serla, tiene derecho a su soberanía? De establecerse la plurinacionalidad los separatistas lo tienen bien fácil: “somos una nación cultural, por tanto nación al fin y al cabo”, “¿Porqué ha de ser sólo“España” una “nación política”?, ¿quien puede negarnos el derecho a ser una “nación política” y por tanto a tener “Estado propio”?”

Seamos bien pensados. Los ponentes socialplurinacionalistas deben creer con toda buena voluntad que de esta forma se puede desactivar o al menos encauzar la ristra de referendums de autodeterminación a la vuelta de la esquina o en ciernes. Pero a lo sumo no pueden ofrecer más que un compromiso para gobernar con Podemos y a cambio un fórmula legal de autodeterminación. Como si fuese una victoria emplazar a los separatistas ante el dilema de arrancar la independencia a las bravas o acceder por la legalidad.

Todo quedaría pendiente de si es más fuerte el ansia de los separatistas para consumar su sueño o la confianza que a estos les inspirase el poder podemitasanchista. Pero dispondrían en cualquier caso de un un colchón seguro, el que les daría tener el fuero aun sin el huevo: más importante que la independencia fáctica es tener “derecho a la independencia”, más importante que los resultados de un hipotético referéndum es el reconocimiento del “derecho a decidir”.

Ya en estas horas bajas tampoco le vendría mal a la sociedad española en su conjunto que con motivo de esta propuesta reparase en el fundamento de sus derechos. Por supuesto empezando por la clase política de origen constitucionalista. Ante el embate separatista han primado dos respuestas: la táctica del “no pasa nada” y la estratégica: “el derecho a decidir es inconstitucional”.

A efectos ideológico este es lo importante y creo que se ha otorgado a los separatistas la inmensa ventaja de la iniciativa ideológica. Las razones por las que España es una nación y por ende un sujeto soberano se desdibujan cuando sólo se acude a que “así lo dice la Constitución”. Es decir cuando sólo se defiende el Fuero y se hace abstracción del Huevo. El argumento es impecable en derecho y moralmente, además parece infranqueable intelectualmente. Pero en la práctica cuando la ley se cuestiona no basta defender la ley en virtud de su legítima necesidad para que sea posible, sino en virtud de que es justa, sobre todo cuando es justa y se puede demostrar y explicar.

La clase política ha pensado, con algún motivo, que eso se da por supuesto, que la población tiene clara su pertenencia y que plantear el tema de ese modo significa inquietar a las izquierdas, que no lo tiene tan claro, y sobre meterse en el fregado de algo que es puramente “sentimental”. Se dice de esta manera : “cualesquiera que sea el sentimiento de pertenencia de cualquier particular el hecho es que hay que respetar las leyes que nos hacen iguales”, “lo importante es convivir juntos nos sintamos españoles o no” .

Cierto, pero cuando en nombre de una presunta voluntad democrática se hace cuestión de la ley y la convivencia, es preciso poner encima de la mesa que esa convivencia y esa ley son posibles en virtud de los lazos reales existentes fraguados día a día durante muchos siglos. La unidad de España no es fruto de una improvisación, imposición o capricho, pero se da la impresión de que lo es cuando no se responde a quienes así acusan, como si hubiese una consigna de silencio y de no dar razones. Cuanto menos es mucho más justa la ley que se basa en la unidad de España y la defiende, que cualquier hipotética ley que amparase su disolución o su troceamiento en soberanías dispares.

Pero la defensa de tan sencillo postulado se ha demostrado históricamente molesto, como si su expresión conculcase el frágil equilibrio político y civil de una sociedad que sobrevive políticamente desde la transición en un estado de desconfianza calculada e inquebrantable y que sólo es capaz de sostenerse de pie sacando fuerzas de esta desconfianza mutua.


lunes, 22 de mayo de 2017

aclaración

Con la victoria sanchista leí el anterior artículo y topé con un gazapo imperdonable que amenaza con dejar todo sin sentido, así un fragmento decía
"Por el afán de deslegitimar a la derecha, que ha de cargar con la sospecha permanente de heredar el socialismo democrático ha alentado la falacia instalada en el horizonte de la cultura política hispana de que ser de izquierdas es ser demócrata, se adjetive la democracia como sea."

Por supuesto tenía que decir
"...con la sospecha permanente de heredar el franquismo..." 

Y desde luego no pretendía hacer un absurdo y estúpido juego de palabras...

Gracias

domingo, 21 de mayo de 2017

ANTE EL ABISMO "ROJO"


A los oficialistas sólo les puede salvar que aflore in extremis el instinto de supervivencia por miedo a la aventura sanchista; pero si así fuera , lo sería a pesar de que no se han atrevido a denunciar lo temible que es verdaderamente tal aventura.

Me parece que Susana ha concedido a Schz. una ventaja estratégica que la deja prácticamente indefensa. Ha creído que la reivindicación de la marca del PSOE y de la tradición es suficiente. Que así basta para asociar a su liderazgo la esperanza en el triunfo del PSOE. Ha pasado sobre ascuas por el desafío de Podemos, y por tanto de Schz, sin capacidad de encarar su gravedad. Lo critica, y de paso a Schz, por pretender acabar con el PSOE. Pero ya se ha instalado irreversiblemente en las bases que la verdadera amenaza es el PP y que además es deber sagrado del PSOE exterminar al PP o sacarlo del gobierno. En esta cruzada los podemitas e incluso los separatistas son un aliado seguro, mientras no se los vea no solo como una peligro para la democracia, sino como responsables de un proyecto de dictadura sin ambages.

Seguramente Susana no se ha atrevido a denunciarlos, porque eso no lo tiene claro y por el temor a provocar una mayor reacción contraria en las bases. En el fondo su confianza es rehén de la trampa que el mismo PSOE se ha tendido históricamente, al considerarse la única representación legítima de la democracia en España, frente al presunto peligro procedente de la derecha. En el imaginario socialista se asocia mecánicamente el ataque al PSOE con el ataque a la democracia, pero siempre dando por supuesto que ese ataque, real o imaginario, sólo puede tener por origen la derecha.

Por el afán de deslegitimar a la derecha, que ha de cargar con la sospecha permanente de heredar el franquismo, ha alentado la falacia instalada en el horizonte de la cultura política hispana de que ser de izquierdas es ser demócrata, se adjetive la democracia como sea.

Pero la carambola insospechada del surgimiento de podemos ha alterado el panorama en el que el PSOE contaba con el monopolio de la izquierda, con IU de vicario. Con ello lo más importante: el principal activo del PSOE, su marca, queda desdibujada, sino desvalorizada y cuestionada. Ya no es para la izquierda social lo verdaderamente sagrado. Cada vez cuenta menos eso de que “la única forma de ser de izquierdas es ser socialista”. Se abre paso la idea de que “ser socialista es una forma de ser de izquierdas”, lo que para Schz. significa ser “rojo” sin máscaras; se puede acabar diciendo, invirtiendo a Felipe Gonzalez: “antes de izquierdas y rojos que socialistas”

El tono general es que con Podemos se puede colaborar aunque cause molestias. Seguramente los oficialistas lo harían depender de que el PSOE estuviese consolidado para disfrutar de una posición hegemónica ante los podemitas y para Schz habría que hacerlo sin condiciones.

Prueba de la disposición mayoritaria dentro del PSOE es que el motivo de la resistencia de los oficialistas a pactar con Podemos es el compromiso de estos con los secesionistas, asunto para Schz accidental. Se puede especular si a los sanchistas nada les importa la unidad de España, si creen que no hay un peligro real o que sufren de rabia incurable contra el PP y que nada más importa. Pero la estrategia o ausencia de ideas oficialista de fiarlo todo a la conservación de la marca tampoco ayuda a cortar esta indiferencia ante el separatismo una vez que es doctrina ortodoxa el menosprecio de la realidad de este peligro.

Pero también cuenta el hambre de triunfo.

Schz puede traducir su ventaja estratégica en promesas de éxito, pese al intento oficialista de presentarlo como un fracasado. Una vez que están todas la cartas sobre la mesa, la oferta a las bases y a la mayoría de sus votantes de un gobierno probable a corto y medio plazo con los podemitas e incluso los separatistas es algo más que una tentación
Mientras que Susana, más allá de las vaguedades, sólo puede sugerir un Gobierno con Cs, para lo cual se ha de desmoronar el PP y recoger los restos Cs, que no está claro lo uno ni lo otro. Eso o una incierta travesía en el desierto a la espera de que el podemismo se desinfle mientras ellos resisten. “Largo me lo fiáis”.

Además en lo peor los sanchistas no tienen nada que perder, pueden meterse en Podemos. Pero a los oficialistas, de perder, no les queda más que irse a ninguna parte o postrarse. El colchón rojo podemita es un incentivo para los sanchistas a seguir con lo suyo pase lo que pase; la comodidad tradicional de un PSOE impune ante la opinión pública por su presunta superioridad moral ya no es suficiente para despejar dudas y aguantar en la incertidumbre. Porque el problema de fondo es ¿con que ideas resistir si ya no basta la marca?

martes, 16 de mayo de 2017

SUICIDIOS "ILUSTRADOS"


La plaga de suicidios socialdemócratas es la guinda insospechada de algo que debiera ser lo más afortunado: el éxito histórico de la socialdemocracia, la generalización del modelo del estado del bienestar en la vieja Europa. El hecho de que este éxito suponga también el agotamiento y consumación del modelo, alcanzar el límite de lo que puede dar de sí, debiera darles un crédito histórico confortable. Pero sucede todo lo contrario. La consumación se vive como caducidad. Pero no deja de ser lógico si tenemos en cuenta la clave de la identidad socialdemócrata, aun desgajada del marxismo: la meta de transformar permanentemente la sociedad en un progreso ilimitado hacia la igualdad social. Y tan importante como ello la autoasignación de ser los poseedores morales del empeño transformador, los detentadores exclusivos del derecho a transformar la sociedad.

Pero la plaga no es un fenómeno milagroso. Tiene a la vez algo de avanzadilla y de caricatura de las inclinaciones necrófagas que emergen desde el fondo de las sociedades del bienestar. Por supuesto “las bases”, sin dudas ilustradas y moralmente autorizadas, que perpetran y protagonizan el suicidio de sus partidos creen oficiar su resurrección, al aclimatarlos a la atmósfera que suponen reina en la sociedad. En esta fantasía disparatada hay algo de realidad, la suficiente para hinchar la quimera. El problema es que se diagnostican los sintomas de lo enfermizo como si fueran sintomas de salud.
La colisión entre dos campos de energía tan dispares y opuestos, como el éxito de las sociedades del bienestar y los peligros e incertidumbres en el que se ven sumidas por la globalización, han producido las perturbaciones mas contradictorias en el clima ideológico y moral de estas sociedades. El éxito refuerza la idea de que el progreso hacia el bienestar y la prosperidad es ilimitado; pero las debilidades y distorsiones que descubre la globalización generan tanto la sospecha de la traición interior, como de la perversidad intrínseca del sistema. Es lo más perturbador, la instalación en la esquizofrenia. La reclamación de purificación del sistema para devolverle su impronta humanizadora y socializadora se acompaña de la denuncia de la inhumanidad intrínseca del sistema, la sociedad del bienestar como un barniz de la codicia e insensibilidad capitalista. “El capitalismo mata”.

No hay que esperar coherencia porque la confusión reclama más confusión. Las desigualdades, las corrupciones, los desajustes o recortes, no se perciben como consecuencias de buenas o malas políticas o de practicas institucionales. Se perciben crecientemente como signos y símbolos de la decadencia inevitable del sistema, de su intrínseca degradación moral o bien de su incapacidad para recuperarse.
Consecuencia en parte del éxito del modelo socialdemocrata es la coincidencia con la derecha conservadora y liberal en la defensa del estado del bienestar, la relativización de las diferencias a cuestiones secundarias. Pero los peligros han acentuado la necesidad de diferenciarse. No se ha hecho con la transformación del discurso a la práctica y la renovación de la forma de entender los ideales y los principios. Blair o Rocard no llegaron a tocar la fibras más hondas. Ya a contracorriente Valls se inmoló. Mas bien las élites han contemplado desde el absentismo intelectual como las ideas, idearios y proyectos iban a la deriva esperando que la corriente fuera propicia.

En todos los partidos europeos hay un reparto interno de papeles, no escrito por supuesto. Las bases guardan el santuario de las esencias, las élites dirigentes negocian con la realidad. Fluye a la vez una corriente de negociación entre estos polos del que depende el equilibrio interno, pero siempre en función del triunfo y el arraigo social. Pero en las socialdemocracias se ha producido una quiebra que tiende a hacer incompatible la negociación con la realidad (vulgarmente pragmatismo) y la pureza de las esencias. Por supuesto el desgaste social lleva a tachar de oportunismo al inevitable pragmatismo e incluso cualquier muestra de pragmatismo y explica la merma de influencia como consecuencia de la postergación de los ideales. En una inversión óptica, el mismo triunfo histórico de la socialdemocracia, “los años felices”, adquiere la dimensión de un mito, la prueba de que “se puede” seguir por el mismo camino.

El absentismo intelectual, la incapacidad de renovar el discurso de unos partidos cuya seña de identidad es liderar la transformación de la sociedad desde el gobierno, la acción institucional y las reformas, es en gran parte consecuencia de la euforia de estos años felices. Aunque la socialdemocracia oficial se distanció del marxismo original mantuvo vínculos ideológicos, en gran parte ocultos, pero que activaban los reflejos mentales de los fieles al socialismo. Vínculos que se han demostrado incompatibles con la realidad y el progreso de las sociedades modernas.

Son síntomas de ello la creencia en que a la socialdemocracia le corresponde el liderazgo moral e intelectual y con ello el derecho en exclusiva a transformar la sociedad y llevarla por la senda del progreso (más allá que ingenierismo social, es ingenierismo histórico social); la creencia en que el progreso es obra fundamentalmente de la intervención del estado; que a su vez el signo del progreso es el progreso ilimitado hacia la igualdad social hasta el completo igualitarismo; que en fin la iniciativa y la empresa privada es un mal menor pero inevitable que hay que domesticar.

Lo que estaba implícito se ha ido tornando explícito con la crisis y lo que es peor, ha ido degenerando hacia viejas fórmulas que se descubren como si fueran descubrimientos dignos del Nobel. La creencia en el liderazgo moral degenera en complejo de superioridad moral y sobre en el derecho de la izquierda de ejercer de Tribunal en todas las esferas de la vida pública y hasta privada; el estado aparece como la única garantía de la prosperidad social; el progreso ilimitado hacia la igualación social se nutre de la exigencia de la multiplicación de derechos, convirtiendo cualquier interés no satisfecho en derecho sin obligación; en fin, la visión de la iniciativa privada a un contubernio de ricos y poderosos codiciosos a costa del bien común.

Estas, digamos que sensaciones, se extienden por doquier más allá de los límites de la socialdemocracia de toda la vida, alimentan la emergencia de los populismos que ven en la socialdemocracia un candado necesario del sistema, pero vuelven hacia las bases socialdemócratas que como efecto de una resaca se incorporan al akelarre siniestro de purificar y suprimir el sistema. Las bases y simpatizantes socialdemócratas llegan a este terreno común de izquierdas desde su impulso reformista tradicional, los populistas desde la resurrección de los desechos de las utopías revolucionaristas. Los primeros ven en el ir juntos de la mano la oportunidad de recuperar su misión histórica; los segundos de aprovecharse de los ingenuos. No parece que estos sin apoyarse en los restos de la socialdemocracia puedan alcanzar fuerza suficiente para tratar de gobernar. Pero sólo pueden crecer fagocitando a los reformistas, aunque sea camuflándose de tales, sin que pudiera resultar de ello ocupar todo el espectro que cubrió históricamente la socialdemocracia. “Podemos” estar ante la extensión del populismo a costa de la socialdemocracia o ante una alternativa higiénica como el denominado “socialliberalismo” incipiente, que recoja los restos del naufragio y regenere la sensatez social, es decir a evaluar los males sociales en sus justos términos.

¿Vale esto tal cual para la socialdemocracia española? Sin duda, pero explica bien poco de un fenómeno tan inclasificable como el socialismo “español”. Porque para empezar es el único socialismo que no se siente obligado con su nación y ni siquiera sabe a que nación se debe y hasta qué es eso de nación. Por eso le cuadra más lo de PSOEtereo o Espacial que otra cosa. No estaría de mas que los historiadores y contadores aclararan esta peculiaridad.

viernes, 12 de mayo de 2017

NACIONAL CULTURALISMO


Creo que la mezcla de mala fe, oportunismo e ignorancia de los sanchistas y zapateristas y demás sobre “la nación de naciones” se vale de la coartada que han ido suministrando muchos historiadores al propalar la distinción entre nación cultural y nación política. Si enfocamos en términos modernos de nación-estado, toda nación política es también cultural y viceversa, lo que no significa uniformismo en ninguno de estos sentidos. El término “protonaciones” que va en el mismo sentido no deshace la confusión pues deja pendiente la misma incógnita: ¿son naciones que se han de consumar políticamente o bien son naciones frustradas, históricamente hablando, por carecer de la necesaria voluntad nacional?.

¿Son acaso Cataluña y el País Vasco naciones culturales y España “sólo”nación política? España es nación cultural y política porque es nación conformada como tal política y culturalmente. Pero es que las naciones modernas son fundamentalmente resultado de la unidad e integración de unidades diversas cultural y políticamente en formas muy variadas. No somos en esto una rareza en lo fundamental como tendemos a creer, más bien iniciamos el camino de las naciones modernas o del sentido moderno de nación. Con más retraso político que nosostros, antes de las guerras napoleónicas los alemanes se sentían nación cultural porque trataban de hacer compatible el imperio y la fragmentación política de origen feudal. Pero eso significaba: “la cultura común es nuestro fundamento nacional del que forma parte nuestro orden político”. De tener sentido la diferencia, Bretaña, Sicilia, Nápoles, Borgoña, Alsacia, Bohemia, Sajonia, Baviera, Gales...etc tendrían que ser naciones culturales..es decir en realidad todas las regiones de cualquier nación, en tanto que partes, que, de una forma u otra, se incorporan a un todo.

Tratamos de justificar una excepcionalidad y singularidad política, la que dio pie a los estatutos de la II República reactualizados por la Constitución, inventando la distinción entre regiones y “nacionalidades” (¿nación cultural?). Se podría haber reconocido como un compromiso debido a la peculiar construcción de España, en realidad a las debilidades de la construcción nacional de España.

Lo que ahora justifica la unidad de España, y en realidad a todas las naciones existentes, es que el Estado soberano que la representa sea un marco efectivo viable para una convivencia fundada en la libertad y el derecho. O circunstancialmente la capacidad de dotarse de tal instrumento si este no existe o es defectuoso. Sólo la incapacidad de una nación unida en un Estado de tener un Estado de derecho justificaria que una parte deseosa de la libertad de los ciudadanos de su territorio tuviese derecho a separarse. Pero siendo esto así, no es menos cierto que de cualquier forma que se haya logrado la unidad de un Estado en el que sus ciudadanos son libres e iguales, esta unidad constituye un valor en sí mismo y su disgregación un retroceso, que convierte a sus ciudadanos y a las generaciones venideras en más pobres política, cultural, vital y seguramente socioeconomicamente. En tal caso no se puede invocar como un derecho de una parte la separación, sin el consentimiento del conjunto.
Reclamarse “nación cultural” o bien significa cuidar una tierra que es parte de un todo o bien lamentar ser media – nación, con derecho a ser un todo nacional exclusivo, es decir un Estado. Pero quienes debieran haber desenredado el entuerto, historiógrafos y políticos, de ambos se nutren los educadores y las creencias colectivas, se han esforzado en enredarlo a conciencia, los más oportunistas y sobrados claro.

martes, 2 de mayo de 2017

LA PESADILLA DE LA CORRUPCIÓN


El último repunte del espectáculo de la corrupción nos devuelve a la pesadilla de la que parece imposible despertar (abstracción hecha de la otra pesadilla, el Procés). La pesadilla que se muerde la cola. En términos políticos no es la pesadilla la corrupción. Es un asunto con el que toda sociedad tiene que lidiar evitando que ella misma la corrompa. En las condiciones particulares de España la pesadilla es lo que la corrupción alimenta: la bipolaridad entre la corrupción y el totalitarismo (disfrazado de utopismo y pureza); entre la ira y el miedo; entre el podemismo y el PP en suma. La pesadilla de que la democracia vive al borde del abismo.

Forma parte de ello la incertidumbre del impacto que el rebrote tenga en las elecciones del PSOE, pero lo más constatable es que el PP sale consagrado, no ya como un partido corrupto, sino como el Partido de marca de la corrupción. Ya en el inconsciente de la opinión publica sea asocia tal oprobio a la identidad del PP y de la derecha en general. Sin duda es lo más relevante políticamente, por muy injusto que pudiera ser o parecer. Pero es de lo más original y desconcertante que el afectado asuma su destino con displicente deportividad, como si fuera una molestia necesaria para mantener la tensión bipolar ante el abismo. Demuestran así las élites del PP bien una confianza sobrehumana en ellos mismos o bien una no menor infantil inconsciencia . O ambas a la vez.

El infausto destino de portar el sambenito proviene tanto de sus errores y desafueros, como de que la derecha desde la transición tiene que jugar en campo contrario, sin que se haya atrevido en serio, salvo quizás con Aznar y Mayor Oreja, a revertir la situación.. Consecuencia nada grata para la salud democrática en general de que la izquierda todavía es capaz de vivir de las rentas del antifranquismo y la derecha no ha sido capaz de desprenderse de su temor a estar en deuda histórica. En esa circunstancia la derecha no sólo ha de parecer honrada sino además serlo, mientras que la izquierda y los nacionalistas pueden no serlo en parte o del todo, con tal de medio parecerlo. Matiz este que la derecha, tan sensible a evitar los puntos de fricción pueden molestar a la izquierda, no aprecia, como si pudiera manejar lo que más duele a la sensibilidad popular. ¿Cómo es posible, sino, que en plena vorágine de persecución mediático popular de la corrupción, la banda del Canal se encomendase, presuntamente, a pingües saqueos? Como si pensaran: mientras la gente se distraiga con la corrupción, nosotros a lo nuestro.

La apreciación sobre la corrupción es consecuentemente dispar entre el público de izquierda (y nacionalista) y el de derecha e incluso centro en general. Mientras estos consideran la corrupción como algo global y transversal que afecta tanto a los suyos como a los otros, la izquierda social tiende a imputar la corrupción exclusivamente a la derecha y a considerar que la de sus filas son casos anecdóticos de ovejas negras, de lo que nadie está exento. No hablemos ya del nacionalismo catalán, que ha llegado a convertir a su público en un cómplice moral y hasta satisfecho, con la única penitencia de que el partido madre tenga que sacrificarse a quedar en segunda fila, para que engorde el movimiento separatista en su conjunto, con los sacrificados incluídos.

También los “modelos” y “la funcionalidad” tienen sus particularidades a partir del catalizador de la financiación de los partidos, vórtice que mueve la noria.

Para la izquierda (vease Andalucía) la corrupción hace de lubricante del macroclientelismo ancestral; el nacionalismo catalán la ha convertido en un mecanismo de sometimiento de los poderes económicos; mientras en el PP se amalgama de esta forma a los capitalamiguetes con la maquinaria política, como si de ello se desprendiera el beneficio mutuo.

Dejo aparte la corrupción podemita, que está en el origen de su lanzamiento, así como el caso del País Vasco, donde el impuesto revolucionario alteró todos los parámetros de una sociedad mínimamente normal, hasta la corrupción moral colectiva.

Por si fuera poco para el PP, el tipo de corrupción que anida en sus infiernos resulta más despreciable para la opinión pública, porque tiene el cariz del lucro personal. Es bien sabido que en estas tierras, nada es socialmente más detestable, máxime si el lucro es ilícito, mientras la corrupción con aire colectivo, vinculada a una causa o a la idea del pueblo apenas se entiende como tal.

Es todo mucho más complejo, sin duda, pero suele pasar desapercibido el estímulo que supone el cainismo para el florecimiento de la corrupción en España, para su endurecimiento granítico, pero también en la idea torcida de la naturaleza de la corrupción.

Creo que el efecto es doble y en buena medida cada parte choca con la otra, pero en el fondo se refuerzan. Por una parte, el cainismo (que en la izquierda tiene por inclinación extrema el guerracivilismo; mientras en la derecha produce la tendencia a refugiarse como una tortuga en su caparazón) hace de la corrupción fundamentalmente un símbolo de la perversidad del contrario; mientras por otra parte como reacción mueve a cerrar filas en torno al “y tu más”.

De esta forma una vez que se enfangan en prácticas corruptas las élites dirigentes no temen tanto la repulsa interna directa, sino el impacto ante la opinión pública, especialmente por el rebote del mismo ante el propio público. 

En el caso de la derecha esto incentiva un modelo de entender la relación la opinión pública y especialmente su público: no hay que convencer, sino acunar.


 Los efectos boomerang se hacen complejos e imprevisibles porque igual que afectan tanto a unos como otros, empiezan y no acaban en todas las direcciones y reacciones. Mueve en suma a la progresiva radicalización de la izquierda, tanto como a la no menos pétrea resistencia pasiva de la derecha. En suma a la incapacidad de la izquierda democrática de librarse de su sometimiento mental al podemismo y a la incapacidad de la derecha para emprender su regeneración. Incapacidad, inconsciencia, cobardía o falta de voluntad, vayan Vds. a saber.