sábado, 26 de enero de 2013

ELS CORREBOUS II

* No hay mal que por bien no venga. Uno de los beneficios inesperados del proceso secesionista catalán es que empieza a aparecer la otra cara de la luna, simpre tan recóndita y misteriosa. Ayer la conexión LLoret se añadió al Palau, los Pujol, Durán..etc, en pleno destape de un sistema de  corrupción que siempre ha sobrevivido trás un aura de honorabilidad y buen sentido, a buen recaudo de las insidias de la caverna madrileña. Por lo menos fuera de Cataluña nos vamos enterando poco a poco, falta por saber si dentro de Cataluña hay ganas de enterarse de algo.

EL MUNDILLO DE LOS PARTITÓCRATAS II


*Los síntomas de corrupción general e institucional aguzan la vigilancia y la exigencia de la opinión pública, pero hay que prevenir los deplorables efectos que esto puede tener  en la salud pública de la ciudadanía. Nos puede pasar como a los antiguos paganos o a los ingleses victorianos, que creían vivir rodeados de espíritus, sombras y fantasmas. Mientras que nosotros ya empezamos a sentirnos rodeados por todo tipo de embaucadores de tres al cuarto, sobresueldistas,  comisionistas exquisitos, conseguidores de postín y los más diversos subvencionados y subvencionadores.

DIRIGENTES Y BASES

*Es algo notable  de los Partidos típicos de la partitocracia hispana, su inmenso poder para  malear y conducir a sus bases y votantes, incluso en contra de lo que un momento antes era el proceder corriente. Es lo que corresponde a su naturaleza de partidos-iglesia, estructuras  piramidales depositarios de la fe común.  Por ejemplo  las bases de CiU han seguido a su cúpula como una tropa cuando esta se ha embarcado por los derroteros más extraños. Lo mismo sucedió cuando el PNV se conjuró con Batasuna en el pacto de Estella, cuando el PSOE apostó por la OTAN o aguantó el chaparrón de la corrupción. Y también, aunque comparativamente sea algo menor, cuando el PP se lío la manta del IVA y de los impuestos del IRPF. Hay que admitir que la izquierda tiene por lo general más escrúpulos, quizás por qué está más ideologizada, o quizás porque aún cree en mayor medida en la honorabilidad de la política. Pero su repudio se queda en separarse temporalmente de las filas del ejército regular para hacer pinitos en la guerrilla. Abstenerse de votar a los de siempre para votar a otros más radicales por ejemplo, o simplemente dejar de votar.
Hay en esto una parte de seguimiento del instinto gregario y de parroquia, pero éste tiene sus límites y las cúpulas lo tienen en cuenta. Algunas veces las bases no se enteran y dejan hacer a sus dirigentes, con quienes comparten el gusto por estar en la inopia. Por ejemplo cuando Aznar metió al PP en las fauces del lobo en la guerra de Irak.  Por regla general las bases se dejan llevar si tienen la sensación de que el barco se dirige a buen puerto, aunque no sea necesariamente su puerto. Los dirigentes han de saber tocar las dos principales cuerdas con las que las bases se mueven, la de los grandes ideales y utopías, y la del pragmatismo y el realismo. Cuando se apuesta por la primera se corre el riesgo de tener la palabra en prenda y que una vez que la gente se lo cree hay que ofrecer hechos, y entonces apenas hay cuerda para el pragmatismo.  Se puede por otra parte hacer una política pragmática, como la que han hecho tradicionalmente los nacionalistas catalanes, siempre y cuando se entone algún acorde utópico o se interprete éste como un bajo continuo. Lo malo es que tarde o temprano el bajo ha de transformarse en melodía, lo prometido es deuda. El problema es que una vez lanzado el tren hacia el desbocamiento no hay manera de frenarlo sin que la cúpula que lo conduce lo pague.





*DIFERENTES Y PARECIDOS

La derecha política y mediática ha presumido de tener una mayor independencia que la izquierda  de las servidumbres económicas de la política. Al disponer de una profesión o un negocio para  vivir sobradamente,  podrían dedicarse a la política de forma más desinteresada que quien tiene que vivir de ella. Los de la acera contraria han sospechado que utilizan la política para proteger sus intereses y adquirir más ventajas. Y por su parte se defienden arguyendo  que su independencia de los poderes económicos les permite dedicarse al bien común sin condiciones. Los unos no tendrían necesidad de corromperse y los otros tendrían tal grado de compromiso con lo público que apenas podrían corromperse.
Pero ambas doctrinas resultan idílicas en el marco vigente caracterizado por la consanguinidad  entre la política y los poderes económico-financieros. Siempre se ha sabido que el entramado entre la administración y los poderes económicos hacía de los políticos servidores de lo público y de sí mismos. Se observa ahora que la simbiosis entre la partitocracia y el entramado administración-finanzas marca unas reglas que abarcan con unos matices u otros a la denominada “clase política”. Se hace muy difícil distinguir  entre el comportamiento de los políticos profesionales y el de los profesionales que llegan a la política, para hacerse profesionales de la política.  Dentro de este marco general caben diversas variantes. Parece por ejemplo que está muy generalizado cobrar en dinero negro o en especie (cargos y puestos ad hoc): ¿Son remuneraciones por los servicios al partido?, ¿son “picotas” para tener la boca cerrada ante los negocios que florecen a la sombra del partido y/o la administración?, ¿es el cobro de los beneficios por su participación en los negocietes y chanchullos? En el fondo ya importa poco y parece que la gente ya no tiene tantos remilgos ante los propios, para fijarse sólo en la corrupción de los adversarios. Todavía recientemente se admitía o comprendía la corrupción si era en beneficio del Partido, es decir de “los nuestros”. Y ahora por lo menos ya empieza a ser obvio que la corrupción que se hace a la sombra del Partido es corrupción del Partido. Sea el que sea.

jueves, 24 de enero de 2013

EN EL MUNDILLO DE LOS PARTITOCRATAS

AL  ALBUR DE LAS CORRUPCIONES Y SOBRESALTOS DE CADA DÍA.



*Fernando VII al levantar la cabeza:
“¡Vayamos todos los partitócratas  juntos y yo el primero por la senda de la corrupción¡”.

*El sistema partitocrático perfecto:
La partitocracia también es un sistema de contrapesos. Cada partido corrupto tiene el contrapeso de otro partido corrupto.

*¿En qué sentido la alta corrupción puede resultar ventajosa para todos?
Ya no se trata de cobrar por las concesiones y permisos, sino de dar permisos y  otorgar concesiones para cobrar comisiones. El otorgador-conseguidor  se ve así estimulado para dinamizar la economía con  más concesiones.

*¡Por fin los españoles  estamos de acuerdo¡. Todos hablamos de la alta corrupción, nos indignamos y la deploramos. ¡Faltaría más¡

*Más del noventa por ciento de los españoles reclaman a los partidos un pacto contra la corrupción. 
Parece que estos quieren ponerse las pilas y se van a poner de acuerdo para repartirse el pasto.

*Una visión cínica del  progreso ibérico: progresamos desde un país de cuentos hacia un país de cuentas.
*Se dice con bastante razón que las sociedades católicas están montadas en base a la confianza, mientras las sociedades protestantes en base a la desconfianza. Por eso la calidad de la convivencia personal en las sociedades católicas tiene mayor riqueza, salud y alegría. Pero a cambio las protestantes  gozan de una mayor salud política. Allí al menos todos saben que tarde o temprano han de rendir cuentas, no ante el altísimo, la historia o la causa, sino ante los ciudadanos de carne y hueso. Ahora que nuestra vida cotidiana está tan atravesada  por los avatares políticos  convendría que empezásemos a pedir cuentas, pero no a los políticos en general, sino a los nuestros, es decir de nuestro partido o ideología.

* ¿Qué es más fácil: que se regenere la clase política o que se improvise una nueva clase política?. Lo primero es muy improbable, lo segundo casi imposible. ¿Existe la posibilidad de transitar por el estrecho filo que hay entre estas alternativas?. No sé cómo, pero quizá sea la única posibilidad.





ELS CORREBOUS.


  *La muestra más evidente de cómo los nacionalistas han ganado la batalla ideológica “sin disparar un solo tiro”, es decir por retirada del adversario, o incluso por la falta de adversario, son los reproches corrientes que suelen hacerles los políticos y los periodistas. Estos cuidan de hacer esos reproches con una educación exquisita para no herir susceptibilidades. Se les tilda de llevar una “política suicida”, de iniciar un proceso “que no lleva a ninguna parte”,  de que quieren algo que “es imposible”, de dejar de lado “lo que más importa”, es decir la crisis y la corrupción, y por fin de “dividir y fragmentar la sociedad”.
Habría que decir  que si tienen una política suicida, mejor, que se suiciden. ¿O se quiere decir que llevan una política homicida…contra la Constitución y la democracia española?.
Y que si esto no lleva a ninguna parte , ¿se prefiere que lleve a alguna parte, es decir a donde quieren llegar?.
Y que si esto es imposible, pero ¿es imposible porque es malo o es malo porque es imposible?. ¿Si fuera posible sería bueno?.
Y que si dejan de lado lo que más importa ¿no dicen que la independencia es la forma de resolver lo que más importa?, ¿no dicen que los únicos corruptos son los políticos “españoles”?. Pero no sólo dicen esto, sino que convencen a muchos de los que tienen que convencer.
Y que si dividen la sociedad: ¿es preferible una Cataluña independiente pero unida? ,  ¿es preferible una Cataluña unida aunque independiente?.

*La otra prueba evidente es que cuando alguien se desvía recibe automáticamente el calificativo de “traidor” que se añade al tradicional de “facha”. Ahora ya se tildan así hasta a los mismos socialistas catalanes por sus dudas y tibiezas. Decir esto impunemente sin tener que explicar por qué los traidores son quienes respetan la Constitución y no quienes la violan, es signo de que se domina el partido y las reglas de juego. ¡Sigamos haciéndoles  pues el juego¡.

*¿Es concebible que se frene o eche atrás el proceso constituyente secesionista sin una robusta resistencia interna?, ¿pero como es esta posible si quienes tienen que hacerlo sólo tratan de justificarse por su escaso entusiasmo ante el rumbo del proceso?.

*Por de pronto sólo hay un poco de baile de siglas.
CiU puede ser CiUiE , o CiE. (Convergencia i Unió i Esquerra, o sólo C i Esquerra?. ¿O tal vez todo se encamina a una fórmula más sencilla: E i C “Esquerra y lo que quede de Convergencia”?.
El PSC se debate en la duda: seguir siendo el Partit del Socialistes Catalans, o aggiornarse como Partit solament Catalanista.

*Los que sueñan con la baza de Durán Lleida o con que los empresarios y burgueses den un golpe en la mesa y pongan las cosas en su sitio ya es hora que se despierten. Durán sería un puente para negociar por caso el pacto fiscal sólo si previamente el proceso secesionista descarrila. Mientras tanto aspira a ser el futuro ministro de Economía o de Exteriores del primer Gobern de la República Catalana. Es a lo más gloriosos que puede aspirar. Por su parte, los empresarios juegan a la certeza inmediata, o lo que es igual, juegan a estar confortables con el poder. Ahora en Cataluña la única certeza  es que nadie relevante alza la voz contra el “procés” y que lo que viene de España es cada vez más insignificante. 

 *Aunque sólo sea por no pasar a la historia como el presidente de Gobierno en cuyo mandato se separó Cataluña, es de suponer que Mariano Rajoy hará lo que tiene que hacer en el momento preciso.

                                                          

*La opinión políticamente correcta: no pasa nada, no hay que exagerar ni hechar leña al fuego....bueno pero si pasa ¿qué más da?.



domingo, 20 de enero de 2013

EL JUEGO ENTRE LA CORRUPCIÓN POLÍTICA Y SOCIAL.





Desdibuja  el significado de la corrupción política reducirla a una excrecencia o una manifestación de la generalizada corrupción social. La corrupción política y en general las prácticas políticas tienen un efecto multiplicador  sobre las relaciones sociales que no tiene ninguna otra actividad, hasta marcar en cierta manera la pauta social. Por otra parte el poder político goza de una preponderancia que lo hace inmune, por lo menos a corto plazo, y unas reglas propias de funcionamiento que no son sin más la réplica de las más generales reglas sociales. De ello surge buena parte de la corrupción. Es mucho decir que el sistema político sea intrínsecamente corrupto, pero sobran los síntomas de que una cuota de corrupción es parte integral del funcionamiento del sistema. Puede ser el aceite lubricante o la atmósfera en la que se respira, pero en cualquier caso algo imprescindible. En buena parte la corrupción emerge de la dinámica de nuestro sistema político como la hierba en primavera. Sólo se necesita un poco de riego. Los partidos son fundamentalmente empresas de poder (*véase mi artículo “sobre empresarios y sacerdotes”) que se disputan la tarta electoral, pero se rigen, y aprovechan, por las mismas reglas “no escritas”. El Estado tiene un poder e influencia determinante y amplísimo en la vida económica diaria. De la administración  depende no sólo la gestión de la macroeconomía, la legislación económica o los servicios públicos, sino además una red inagotable de concesiones y recursos que alcanza hasta lo más recóndito. Sabido es que nuestro peculiar sistema autonómico por encima de algunas virtudes da cobijo a poderes parasitarios y multiplica descontroladamente las redes clientelares. Por último la debilidad de la sociedad civil propicia la interferencia y hasta el control partidario y sectario de las instituciones que debieran servir de contrapeso: medios de comunicación, sistema judicial, el mundo del arte y la cultura, incluso el deporte si hace falta. etc.

Que todo esto tiene sus raíces en prácticas sociales viciosas y enquistadas es algo indudable. Los vicios de nuestra cultura popular son parte condicionante de la práctica corrupta en las alturas, de la misma forma que está práctica refuerza y renueva la tierra fértil  en la que se arraiga. Veamos alguno de estos vicios.

Predomina un sentido providencialista de la política y del gobierno. Se pide al Estado y a los políticos en general que “resuelvan los problemas”, pues para eso están o se les paga. El ciudadano cree que hay solución para todo, si el gobernante o el político encargado tienen voluntad para ello; mientras que si el problema no se resuelve se debe al desinterés o los intereses inconfesables de quien debe hacerlo. Se protesta cuando se siente en peligro el propio interés o el interés de “los nuestros” en el caso de los más politizados. La idea nociva de que a los políticos les incumbe preocuparse del bien común y a cada uno de su bien propio, es el complemento de la idea de que la política es cosa de los políticos. Así cuando hay viento en popa los políticos pueden estar tranquilos y actuar a sus anchas, pero cuando viene el temporal son objeto predilecto del repudio y la maldición colectiva. Lo peor de esta actitud no es tanto que conduzca a la inhibición práctica sino a la mental. El ciudadano se priva de entender los asuntos prácticos y deslindar las responsabilidades concretas de unos y otros. En lugar de ello se refugia en sus clichés ideológicos y se deja llevar por la simpatía por los unos o los otros.

Se vive la política desde el sectarismo colectivo. Muchas veces se toma posición en virtud de quien, o mejor de quienes,  y no del qué, y se decide más por miedo a que ganen los otros, que por conocimiento de lo que supone elegir o seguir a los propios.  Aunque se denueste a la “clase política” en general, se guarda siempre en el fondo del corazón el aprecio por los propios, como una madre que ante las fechorías de sus hijos se tranquiliza pensando que en el fondo son buenos. Los políticos saben que tienen una red de seguridad a toda prueba y que pase lo que pase el cordón umbilical con los parroquianos no se romperá. El repudio de los contrarios puede volverse siempre contra ellos, “y tú más”, a satisfacción de la parroquia. Por suerte hay indicios de que esto cuela cada vez menos, aunque puede quedar cuerda para rato.

Por último tenemos el consentimiento proverbial de los españoles por la corrupción cotidiana. Es la idea de que las relaciones y los tratos económicos tendrían que seguir el mismo patrón que las relaciones familiares o de convivencia entre amigos, conocidos y colegas. Cuesta mucho admitir que en este plano está en juego además del propio interés, la responsabilidad y el interés social, y que no es verdad que algo es bueno si se queda en casa. Por fortuna parece que ya no esta tan bien visto vanagloriarse de defraudar a Hacienda, aunque uno no sea rematadamente rico. El gran salto moral, tal vez impensable, es dejar de justificar la pequeña corrupción, (pequeña en cada caso, inmensa socialmente) por la evidente corrupción en mayúsculas. Y lo que es lo mismo: dejar de ver el Estado como algo intrínsecamente ajeno.

Dicho esto, la corrupción social y la política confluyen en parte pero cada una tiene su ritmo y su dinámica. Cuando la política empeora gravemente, la sociedad se resiente hasta sus cimientos. No hay una solución que todo lo comprenda, pero es obvio que lo primero es la regeneración o saneamiento de la actividad política, porque es lo más práctico y lo que se tiene a mano y por su efecto indudable en la marcha global de la sociedad. Las transformaciones en mentalidad y costumbres son a largo plazo, y sólo a la larga se ven sus efectos. 



viernes, 18 de enero de 2013

LA PSICOLOGÍA DE LOS POLÍTICOS CORRUPTOS.

La corrupción del político se ve propiciada por la existencia de varias condiciones. Primero un sentimiento de impunidad por el hecho de disponer del poder y de la sensación de omnipotencia que esto otorga. Segundo el sentimiento de estar al filo de la navaja y bajo la espada de Damocles, debido al riesgo del ejercicio de la acción política siempre en una ciénaga de cocodrilos que buscan devorarlo como él  hace con sus adversarios. Tercero el sentimiento de honestidad  y desinterés que tienen en su fuero interno, por el que cree que su fin es noble y que le mueve el servicio del bien común. Contra lo que se cree son rara avis los que acceden a la política con la cínica y abierta decisión de lucrarse y llevárselo crudo. Aunque existen. Se suele acceder con las mejores intenciones pero con escasa conciencia de lo que verdaderamente es la política y menos conciencia aún de lo que uno puede dar de sí. Cuando ya se está en harina viene la ingratitud, la humillación, la necesidad de imponerse. Cuando se toca poder o se está en sus aledaños cuenta por encima de todo la necesidad de lealtad y de reciprocidad,  proteger lo adquirido, ampliarlo o perderlo..etc. La política empieza a ser una ruleta rusa sin más alternativa que el triunfo o la sumisión. Entonces ya sólo empiezan a contar las dos primeras condiciones que ponen a prueba la verdadera altura moral del protagonista. Como apenas hay solución de continuidad entre los poderes políticos y los poderes económico, la tentación que padece todo político triunfante es su “pan nuestro de cada día”. Lo curioso es que muchos corruptos piensan que, a pesar de todo, siguen tan nobles como siempre y que así lo comprenderían quienes conocieran sus desvelos y sacrificios por el bien común. Como todo malvado piensa, la causa son las circunstancias. Llegado el caso pueden reconocer que se han pasado  y sus beneficios les parecerá una compensación estéticamente desagradable, tal vez injusta, pero necesaria y en el fondo justificada.
¡Hay del sistema que depende sólo de la buena voluntad de sus políticos y carece de contrapoderes y controles efectivos para depurar la mala fe y la corrupción!

viernes, 11 de enero de 2013

SOBRE EL “DERECHO A DECIDIR”.



La proclamación del comienzo de la ruta hacia la independencia, requeteconfirmando que la cosa va en serio, tiene, al menos, una doble virtud. Abre por una parte los ojos a la mayoría de la clase política y de la clase tertuliana que prefieren estar en Babia pase lo que pase, creyendo que no estamos más que frente a un asunto contable o ante un truco para despistar  de la crisis, la corrupción y otros asuntos perentorios.  Pero sobre todo sitúa la cuestión en sus justos términos: la invocación del “derecho a decidir” no es más que un eufemismo, ante la decisión de impugnar de partida la soberanía del pueblo español a favor de la soberanía del pueblo catalán, determinado como “sujeto político soberano”. En términos puramente formales y jurídicos estamos ante un círculo vicioso. Se invoca el derecho a decidir para determinar si el pueblo catalán es soberano, y se justifica el derecho a decidir por la previa soberanía del pueblo catalán. Y esa es la cuestión de fondo: ¿tienen derecho y razón los que así lo pretenden para proclamar a Cataluña como nación soberana dejando en suspenso el orden constitucional dentro del que Cataluña se inserta?.  Es obvio que en política el derecho se origina en los hechos consumados, aunque no debiera ser así  siempre. Si Cataluña se independiza y se le reconoce como país independiente, será titular del derecho de decidir soberanamente, sin duda. Pero no siendo así todavía, es procedente discutir si existe ese derecho y, sobre todo, si los nacionalistas tienen derecho a conseguirlo al margen de la ley constitucional y al margen en definitiva del resto de España. En términos puramente legales y formales la solución es sencilla. El orden constitucional  tiene sus trámites y procedimientos y los catalanes como los demás españoles tienen que atenerse al mismo. Pero está en cuestión ese orden desde una  presunta legitimidad superior, la soberanía constituyente del pueblo catalán. Pues lo que está abierto no es otra cosa que un proceso constituyente. La cuestión es pues: ¿existe esa legitimidad?, ¿hay razones, sino jurídicas, sí basadas en la realidad de los hechos para justificar esa legitimidad?. Que el asunto se vaya a resolver por la vía de los hechos no quita importancia a que se haga con razón o sin ella. Pues hay que confiar en que la historia, por mucho que se diga que la hacen los vencedores, no juzgará esto con indiferencia. Y sobre todo no hay que desechar del todo la posibilidad de que las razones influyan algo en el devenir de los acontecimientos.
Las razones que pueden invocarse a favor de esta legitimidad son de tres tipos: las referentes a la identidad étnica o de otro tipo suficientemente diferenciada; las referentes a la existencia o no de una tradición común; las referentes a la validez del pacto político vigente. Estos requisitos responden al hecho de que los componentes básicos de las naciones modernas, o de las naciones-estado son una cierta homogeneidad étnica y cultural que permite la integración de los miembros de esa sociedad; una tradición histórica común suficiente, decantada en unos ciertos valores comunes;  el pacto político que instaura la ley común y sobre todo la voluntad de convivir en corresponsabilidad. Pues al fin y al cabo lo que determina el ser o no una nación, en el sentido moderno de nación política, es la voluntad exclusiva de corresponsabilidad, a lo que se denomina soberanía.
Creo que cualquiera de estas razones, aun estado entrelazadas, podría bastar para legitimar la soberanía y el derecho a su ejercicio. Por lo menos hay que concederlo así, para equivocarse lo menos posible. Veamos someramente cada una de ellas.
Cataluña tiene desde luego un origen étnico cultural distinto del que predomina en el resto de España, por lo menos  si suponemos su origen en los tiempos carolingios. Pero la diferencia étnica con el tiempo y rápidamente fue inapreciable, máxime cuando se comparte un mismo origen ibero-latino en lo fundamental. Lo relevante es la diferencia cultural y lingüística. Hay sin duda una cultura y lengua propia catalana y en Cataluña, que se ha mantenido con altos y bajos, pero que ha tendido a enriquecerse y a salir boyante tras los momentos más comprometidos. Este patrimonio simbólico marca la identidad catalana en lo que tiene ésta de diferente respecto a los demás pueblos hispanos, incluidos los de Latinoamérica, y también, si se quiere respecto del resto de España en conjunto. Pero esa identidad no es la exclusiva de la sociedad catalana ni es incompatible con la identidad cultural del resto de España. La identidad lingüístico cultural catalana es compartida, siendo, por decirlo así, catalana-hispánica e hispano- catalana, según se mire. Ni respecto a  la cultura de élite, ni a la cultura popular lo castellano en su sentido muy amplio resulta algo ajeno. Y lo mismo cabe para las relaciones vitales y de convivencia, en lo que no hay sentimientos de comunidades diferenciadas, aunque predomine ideológicamente de forma abusiva un catalanismo excluyente. Pero por otra parte se puede decir que lo catalán-exclusivo está razonablemente integrado dentro del conjunto de la cultura española. Se respeta el catalán en las regiones de esta tradición y en el resto de España se admite sin problemas la política lingüística de Cataluña y de estas comunidades. Las relaciones de convivencia han sido igual de normales con los catalanes, que con los andaluces o asturianos, por mucho que la disputa futbolística proyecte el espejismo de una guerra abierta y de una incompatibilidad insuperable. Que quede mucho por hacer en pro de la mayor confianza mutua posible, no significa que lo que hay de diferente sea más fuerte que lo que hay en común. Ni mucho menos que tenga que  sepultar lo común.
Por lo que a la historia se refiere, es indudable que, desde la unidad de los reinos de España, la relación entre Cataluña y el resto de España no ha sido sencilla ni ha discurrido en línea recta. Cataluña ha ocupado sin duda la posición más singular y si se quiere conflictiva dentro de la historia de España. Pero España, por lo menos en sentido geográfico, ha sido en buena medida y fundamentalmente  su ámbito de proyección natural. Sobre todo  cuando, desde la derrota de Muret, (s. XIII) se proyectó junto con Aragón hacia el Levante peninsular. Y cuando precisó del apoyo castellano para conservar su imperio mediterráneo y protegerse contra Francia. Pues los condados catalanes y la catalanidad histórica se construyeron frente a Francia y en colaboración con los reinos de España. El condado de Barcelona, y si se prefiere Cataluña, es parte fundadora de España. Y su destino ha estado vinculado de una manera u otra con el destino de España. En este sentido aportó y recibió, tanto como entró en conflictos de gran calado. No es por ejemplo insignificante el hecho de que la unidad de España se originó a partir de la unidad entre la corona de Castilla y la corona aragonesa-catalana, frente a la otra posibilidad que estaba en juego, la unidad entre Castilla y Portugal. Y no se debió esto tanto a la imposición de Castilla como a la conveniencia de la nobleza catalana- aragonesa. Pero es obvio que el sistema semiconfederal de los Austrias y la hegemonía de Castilla impiden hablar de una marcha homogénea, a la manera que se supone en las naciones modernas.  Ha habido en lo fundamental una historia común pero con diferentes tiempos y papeles, por la sencilla razón de que Cataluña no podía tener una historia independiente, en base por ejemplo a su dominio del Mediterráneo, porque este dominio era imposible. En aquel ámbito cada uno, la parte castellana y la aragonesa, tendió a hacer su vida con algunas instituciones comunes, de la misma forma que así lo hacían todos los reinos del imperio hispano. ¿Y qué fue ese imperio sino un conglomerado de reinos unidos y más bien coordinados tras la hegemonía castellana?. Nada tuvo en esto Cataluña de singular, y ningún problema se planteó más que las disputas sobre los fueros y privilegios, normales en las sociedades medievales y pos renacentistas. La relación con la corona española entró en un terreno más comprometido al entrar en crisis el sistema de los Austrias. Desde entonces a la vez que Cataluña adquiere protagonismo frente a Castilla, dentro de España, empieza a perfilarse la “cuestión catalana”. 
Es imposible tratar esto con un mínimo decoro sin hacerlo con pausa y extensión, pero podemos destacar lo más esencial.  En lo fundamental: mientras Cataluña ha buscado, y en gran parte conseguido, la hegemonía y en ciertos períodos el dominio económico de España y las posesiones hispanas, ha tendido a distanciarse de su corresponsabilidad política, a no ser que limitara ésta a que el Estado protegiera esos intereses económicos. Esta dicotomía o si se prefiere esquizofrenia ha marcado la historia común. Seguramente que la responsabilidad de este desencuentro incumbe a todos los protagonistas y es una frivolidad juzgar la carga de unos y de otros. Bien pudo por ejemplo la tendencia a la esclerosis de las oligarquías castellanas y aragonesas chocar con las inclinaciones modernizadoras de la burguesía catalana, pero en términos prácticos se produjo un convenio y un reparto de papeles e intereses que funcionó en los dos sentidos, haciendo compatible la protección y el desarrollo de la industria catalana con el sistema rentista de los latifundios castellano andaluces. Que esto beneficiara el progreso conjunto de España es otro cantar. Pero resulta una completa deshonestidad intelectual calificar de colonial o de anexión a la situación de Cataluña en España. Igual que sería difícil achacar su prosperidad sólo a la iniciativa y al espíritu emprendedor de su burguesía, pasando por alto la protección del Estado y las manos proletarias del resto de España.
Siendo pues parte de una historia común, es evidente que esta ha pasado por momentos especialmente críticos. A destacar cuatro hasta ahora: la revuelta dels  segadors contra Felipe IV; la guerra de Sucesión ; la crisis del 98; la proclamación del Estát Catalá en la II República. La revuelta del XVII fue una reacción burguesa y popular contra la ruptura del status quo, al pretender el conde duque de Olivares integrar a Cataluña en la política imperial castellana, reacción que, al intervenir Francia, se tornó contra esta potencia. El resultado fue la vuelta a la corona hispana y la aparición de una sensibilidad anti francesa que aun llegó hasta el siglos XIX. La guerra de Sucesión fue un conflicto dinástico internacional en el que buena parte de Cataluña se posicionó contra los borbones en gran medida  por  el recuerdo del enfrentamiento anterior.  El decreto de Nueva Planta respondió en parte a  una represalia y un acto de uniformización del Estado, pero en cualquier caso originó un nuevo escenario que a grandes rasgos dura hasta nuestros días: la abertura económica de Cataluña al resto de España, incluyendo no se olvide las posesiones imperiales, y de otro parte el resquemor por la postergación de la cultura y la lengua. Creo a este respecto que hasta muy entrado el s. XIX  hubo una integración normal, en el sentido de que los motivos de la sociedad catalana no fueron muy diferentes de los del resto de España, guerra de independencia o el conflicto entre liberales y carlistas inclusive. La Renaixença catalanista de mediados del XIX sólo encontró un sentido político cuando la burguesía catalana achacó al Estado el desastre del 98 y la pérdida de sus intereses, que pasaban, no se olvide, entre otros  por la defensa de la esclavitud en las colonias. Esto ha creado el nuevo escenario hasta el franquismo. La burguesía catalana ha oscilado entre reclamar la protección del Estado frente a los anarquistas y socialistas, y ponerse a rebufo de estos movimientos obreros para tener en jaque al Estado español. Cuando la República, tuvo que decidir entre colaborar en la modernización de España o demoler el estado republicano. La tentativa de proclamar el Estado catalán en el 34 se justificó en la presunta deriva fascista de la República, pero fue más bien un intento oportunista de aprovecharse de la revolución obrera. Y es que en definitiva los conflictos nacionalistas y en especial el catalán se inscriben en la lucha entre las dos Españas, provocando en todo caso una distorsión en la forma que tomó esta lucha fratricida, sin poseer un protagonismo propio, como el que por ejemplo enfrentó a Inglaterra e Irlanda. Esto es especialmente relevante para el nacionalismo catalán, que, como movimiento moderno, se inscribió en el movimiento republicano y obrerista más general de modernización y democratización de España. La represión franquista afectó a lo catalán en cuanto parte del movimiento democrático general de España y no por un motivo de enfrentamiento nacional. Tan es así que las izquierdas no han dejado de mostrar su simpatía por el nacionalismo catalán, mientras que no tanto con el nacionalismo vasco peneuvista, en la creencia de que el leit motiv del mismo es colaborar en la creación de una España plural. Simpatía que ha propiciado una cierta identificación ideológica.
Lo que resulta de esta sumaria panorámica es que las tensiones y crisis, siendo reveladoras de una tensión de fondo digamos que estructural, no cuestionan el protagonismo de Cataluña en la historia de España, protagonismo en algunos aspectos desde el privilegio y el predominio, en otros desde el distanciamiento y la incomprensión. Y de este protagonismo se desprende la imposibilidad de que España sea lo que es sin Cataluña, y lo mismo Cataluña sin España. Sin mengua todo ello de que sería iluso esperar una solución definitiva a la “cuestión catalana”.
Pero el tema crucial del momento es el cuestionamiento del pacto político que sirve de fundamento a la España actual. Un tanto abusivamente se puede ver el pacto constitucional de la transición igual que como un acuerdo entre todas las fuerzas y poderes políticos de España, también como un pacto entre Cataluña y el resto de España destinado a resolver la “cuestión catalana”. Ese pacto se concreta en el respeto de la Constitución y del Statut. Lo que ahora está en juego es la impugnación del mismo y de cualquier pacto posible con el resto de España. ¿Hay razones para ello? Creo que un pacto o un acuerdo se puede romper si quieren hacerlo las dos partes, si se ha hecho de forma injusta e ilegítima o si la otra parte lo incumple. Es decir la simple conveniencia o ganas de romperlo por una de las partes no obligan a la otra parte a admitir esta ruptura. Si nos atenemos al estatuto de  autonomía tan denostado, este ha funcionado razonablemente dentro de la ambigüedad del sistema autonómico constitucional. Seguramente que el problema no ha sido tanto que no se reconociera la personalidad de Cataluña, cuanto el “café para todos” que ha llevado a diluirla en el conjunto de España para la conciencia de la ciudadanía catalana. El poder competencial se ha incrementado constantemente y la Generalitat dispone del poder fáctico casi total sobre toda Cataluña. Es difícil que en una Cataluña independiente la Generalitat tuviese necesidad de mucho más poder. Pero la relación con el resto de España no ha dejado de vivirse con incomodidad creciente por razones de muy diversa índole. Habría que tratar esto de forma especial y de hacerlo sería necesario otro trabajo.
 Vamos a ceñirnos a los motivos que pueden alegar los que pretenden revocar el pacto constitucional y estatutario. La idea de que “esto ya no funciona” se ha instalado pero apenas se dice qué es lo que no funciona. Creo que pueden darse dos motivos. El primero la constancia y continuidad del predominio nacionalista desde la transición. No sólo no ha menguado sino que se ha extendido incluso de forma exagerada hasta atraer incluso a una buena clientela antes socialista y de origen castellano parlante. Pero no es menos cierto que esta fortaleza electoral se ha hecho en nombre del autonomismo y de la aspiración a mejorar la posición dentro de España, aunque también con un espíritu de distanciamiento, indiferencia e incluso hostilidad creciente respecto al proyecto de España.
La razón presuntamente objetiva que se podría aducir es el desencuentro económico que tanto ha acentuado la crisis, cuajando lamentablemente en la insidia de “España nos roba”.  Se invoca además que no se comprende a Cataluña, sacando a colación los excesos que algunas tertulias suelen cometer, cuando por otra parte responden al descrédito tan habitual de España en los medios catalanes. Pero este toma y daca no puede aducirse seriamente como motivo objetivo de conflicto por ninguna de las partes, por mucho que lo más cómodo sea instalarse en la espiral de la acción-reacción. Supongo que habría mucho que decir sobre el problema de la balanza fiscal, pero hay algo que hay que aclarar con anterioridad. La izquierda nacionalista que es, por lo menos, bastante sincera en cuanto a sus intenciones, reclama la independencia por motivos estrictamente histórico identitarios, creyendo en una idea imaginaria de Cataluña y de España, así como de su historia. Para ellos el presuntamente desfavorable balance fiscal es una demostración de la maldad de España y del diferente interés de Cataluña y España, pero no es la razón para la secesión. Porque la única razón es que Cataluña es Cataluña y España es otra cosa distinta y ajena, vayan las cosas como vayan. Las élites del, en otrora, catalanismo “moderado” se inclinan ahora por lo mismo y cuesta pensar que el recurso de la discrepancia económica con el Estado no sea más que un señuelo.Es difícil saber si la burguesía tradicional, de la que el nacionalismo político sería supuestamente expresión, está de acuerdo con esto o si piensa que el problema es el encaje económico. Seguramente no sabe qué pensar, como ocurre con los socialistas catalanes. <Tema este interesante para la teoría política, en la  que todavía predomina la idea de que los movimientos y partidos políticos sólo son la voz pública de los intereses clasistas de poderes económicos determinados>.
Pero ¿hasta qué punto este desencuentro justifica una ruptura unilateral?. Desde la óptica catalana se puede argüir el mal uso que el Estado hace de su contribución, y tiene razones para ello, ya que el subvencionismo sin límite no ha ayudado precisamente a que las regiones más retrasadas progresen lo que debieran. Pero la contribución se ha hecho de acuerdo en lo fundamental según las reglas comunes, y con algún beneficio de más de acuerdo con el último estatuto. Y en todo caso el presunto perjudicado por este uso no es sólo la sociedad catalana. Que esas reglas sean discutibles y que Cataluña pretenda otras ad hoc no deja de ser cuestión negociable, pero nunca algo tan decisivo como para quebrar siglos de vida en común. Sobre todo si no ha intentado negociar nada en serio.
Pues al fin y al cabo de la misma manera que la Constitución ha condicionado relativamente la forma de la autonomía también ha permitido y respetado el ejercicio de la plena personalidad catalana. Mientras que por  otra parte ha ofrecido a los catalanes decidir en el gobierno y la marcha del resto de España, en una medida sin duda mucho mayor que la que puede hacer el resto de España en lo referente al gobierno catalán.
No se sostiene pues que, por cualquiera de estos motivos, se tenga derecho a romper unilateralmente el marco vigente y hacer uso del derecho a decidir en un sentido distinto del modo como ahora la sociedad catalana y la española ejercen ese derecho. Pues se hace uso del mismo al decidir en cada elección o consulta, pudiendo considerarse que este ejercicio es un acto confirmatorio de los procedimientos que establece la Constitución. Reglas de juego que permiten y amparan el derecho a cuestionar o acabar con la Constitución y la unidad de España, siempre que se haga conforme a esas reglas. Los nacionalistas  catalanes sólo pueden  llenarse de razón si proponen una negociación razonable de su proyecto de independencia con el resto de España, si demuestran que ese es el único camino para la prosperidad de Cataluña,  y por último que esta separación no se hace a costa de los intereses del resto de España. El argumento de que la voluntad de separarse es suficiente es tan legítimo como el que pudiera tener la otra parte para impedir esa separación. Si la política se moviera por motivos racionales se evitarían el recurso a ese tipo de “razones”. No sueño con que esto suceda alguna vez,  pero quizá sea posible presionar para que se razone lo más posible.