*
No hay mal que por bien no venga. Uno de los beneficios inesperados del
proceso secesionista catalán es que empieza a aparecer la otra cara de
la luna, simpre tan recóndita y misteriosa. Ayer la conexión LLoret se
añadió al Palau, los Pujol, Durán..etc, en pleno destape de un sistema
de corrupción que siempre ha sobrevivido trás un aura de honorabilidad y
buen sentido, a buen recaudo de las insidias de la caverna madrileña.
Por lo menos fuera de Cataluña nos vamos enterando poco a poco, falta
por saber si dentro de Cataluña hay ganas de enterarse de algo.
Comentarios políticos y sociales que espero no sean muy cargantes y ayuden a sobrellevar el desengaño. "La monstruosidad más portentosa es el estar el Engaño a la entrada del mundo y el Desengaño a la salida." (El Criticón. Baltasar Gracián).
sábado, 26 de enero de 2013
EL MUNDILLO DE LOS PARTITÓCRATAS II
*Los síntomas de corrupción general e institucional aguzan la vigilancia y
la exigencia de la opinión pública, pero hay que prevenir los deplorables
efectos que esto puede tener en la salud
pública de la ciudadanía. Nos puede pasar como a los antiguos paganos o a los
ingleses victorianos, que creían vivir rodeados de espíritus, sombras y
fantasmas. Mientras que nosotros ya empezamos a sentirnos rodeados por todo
tipo de embaucadores de tres al cuarto, sobresueldistas, comisionistas exquisitos, conseguidores de
postín y los más diversos subvencionados y subvencionadores.
DIRIGENTES Y BASES
*Es algo notable de los Partidos típicos de la partitocracia hispana, su inmenso poder
para malear y conducir a sus bases y
votantes, incluso en contra de lo que un momento antes era el proceder
corriente. Es lo que corresponde a su naturaleza de partidos-iglesia, estructuras piramidales depositarios de la
fe común. Por ejemplo las bases de CiU han seguido a su cúpula
como una tropa cuando esta se ha embarcado por los derroteros más extraños. Lo
mismo sucedió cuando el PNV se conjuró con Batasuna en el pacto de Estella,
cuando el PSOE apostó por la OTAN o aguantó el chaparrón de la corrupción. Y
también, aunque comparativamente sea algo menor, cuando el PP se lío la manta
del IVA y de los impuestos del IRPF. Hay que admitir que la izquierda tiene por
lo general más escrúpulos, quizás por qué está más ideologizada, o quizás porque
aún cree en mayor medida en la honorabilidad de la política. Pero su repudio se
queda en separarse temporalmente de las filas del ejército regular para hacer
pinitos en la guerrilla. Abstenerse de votar a los de siempre para votar a
otros más radicales por ejemplo, o simplemente dejar de votar.
Hay en esto una parte de seguimiento del instinto gregario y de parroquia,
pero éste tiene sus límites y las cúpulas lo tienen en cuenta. Algunas veces
las bases no se enteran y dejan hacer a sus dirigentes, con quienes comparten
el gusto por estar en la inopia. Por ejemplo cuando Aznar metió al PP en las
fauces del lobo en la guerra de Irak.
Por regla general las bases se dejan llevar si tienen la sensación de
que el barco se dirige a buen puerto, aunque no sea necesariamente su puerto. Los dirigentes han de saber
tocar las dos principales cuerdas con las que las bases se mueven, la de los
grandes ideales y utopías, y la del pragmatismo y el realismo. Cuando se
apuesta por la primera se corre el riesgo de tener la palabra en prenda y que
una vez que la gente se lo cree hay que ofrecer hechos, y entonces apenas hay
cuerda para el pragmatismo. Se puede por
otra parte hacer una política pragmática, como la que han hecho tradicionalmente
los nacionalistas catalanes, siempre y cuando se entone algún acorde utópico o
se interprete éste como un bajo continuo. Lo malo es que tarde o temprano el
bajo ha de transformarse en melodía, lo prometido es deuda. El problema es que
una vez lanzado el tren hacia el desbocamiento no hay manera de frenarlo sin
que la cúpula que lo conduce lo pague.
*DIFERENTES Y PARECIDOS
La derecha política y mediática ha presumido de tener una mayor independencia que la izquierda de las servidumbres económicas de la política. Al disponer de una profesión o un negocio para vivir sobradamente, podrían dedicarse a la política de forma más desinteresada que quien tiene que vivir de ella. Los de la acera contraria han sospechado que utilizan la política para proteger sus intereses y adquirir más ventajas. Y por su parte se defienden arguyendo que su independencia de los poderes económicos les permite dedicarse al bien común sin condiciones. Los unos no tendrían necesidad de corromperse y los otros tendrían tal grado de compromiso con lo público que apenas podrían corromperse.
La derecha política y mediática ha presumido de tener una mayor independencia que la izquierda de las servidumbres económicas de la política. Al disponer de una profesión o un negocio para vivir sobradamente, podrían dedicarse a la política de forma más desinteresada que quien tiene que vivir de ella. Los de la acera contraria han sospechado que utilizan la política para proteger sus intereses y adquirir más ventajas. Y por su parte se defienden arguyendo que su independencia de los poderes económicos les permite dedicarse al bien común sin condiciones. Los unos no tendrían necesidad de corromperse y los otros tendrían tal grado de compromiso con lo público que apenas podrían corromperse.
Pero ambas doctrinas resultan idílicas en el marco vigente caracterizado
por la consanguinidad entre la política y los poderes económico-financieros.
Siempre se ha sabido que el entramado entre la administración y los poderes
económicos hacía de los políticos servidores de lo público y de sí mismos. Se
observa ahora que la simbiosis entre la partitocracia y el entramado
administración-finanzas marca unas reglas que abarcan con unos matices u otros
a la denominada “clase política”. Se hace muy difícil distinguir entre el comportamiento de los políticos
profesionales y el de los profesionales que llegan a la política, para hacerse
profesionales de la política. Dentro de
este marco general caben diversas variantes. Parece por ejemplo que está muy
generalizado cobrar en dinero negro o en especie (cargos y puestos ad hoc): ¿Son
remuneraciones por los servicios al partido?, ¿son “picotas” para tener la boca
cerrada ante los negocios que florecen a la sombra del partido y/o la administración?,
¿es el cobro de los beneficios por su participación en los negocietes y
chanchullos? En el fondo ya importa poco y parece que la gente ya no tiene
tantos remilgos ante los propios, para fijarse sólo en la corrupción de los
adversarios. Todavía recientemente se admitía o comprendía la corrupción si era
en beneficio del Partido, es decir de “los nuestros”. Y ahora por lo menos ya
empieza a ser obvio que la corrupción que se hace a la sombra del Partido es corrupción del Partido. Sea el que sea.
jueves, 24 de enero de 2013
EN EL MUNDILLO DE LOS PARTITOCRATAS
AL ALBUR DE
LAS CORRUPCIONES Y SOBRESALTOS DE CADA DÍA.
*¡Por fin los españoles estamos de
acuerdo¡. Todos hablamos de la alta corrupción, nos indignamos y la deploramos. ¡Faltaría más¡
*Más del noventa por ciento de los españoles reclaman a los partidos un pacto contra la corrupción.
Parece que estos quieren ponerse las pilas y se van a poner de acuerdo para repartirse el pasto.
* ¿Qué es más fácil: que se regenere la clase política o que se improvise una nueva clase política?. Lo primero es muy improbable, lo segundo casi imposible. ¿Existe la posibilidad de transitar por el estrecho filo que hay entre estas alternativas?. No sé cómo, pero quizá sea la única posibilidad.
*Fernando VII al levantar la cabeza:
“¡Vayamos todos los partitócratas juntos y yo el primero por la senda de la
corrupción¡”.
*El sistema partitocrático perfecto:
La partitocracia también es un sistema de contrapesos. Cada partido
corrupto tiene el contrapeso de otro partido corrupto.
*¿En qué sentido la alta corrupción puede resultar ventajosa para todos?
Ya no se trata de cobrar por las concesiones y permisos, sino de dar
permisos y otorgar concesiones para
cobrar comisiones. El otorgador-conseguidor se ve así estimulado para dinamizar la
economía con más concesiones.
*Más del noventa por ciento de los españoles reclaman a los partidos un pacto contra la corrupción.
Parece que estos quieren ponerse las pilas y se van a poner de acuerdo para repartirse el pasto.
*Una visión
cínica del progreso ibérico: progresamos
desde un país de cuentos hacia un país de cuentas.
*Se dice con bastante razón que las sociedades católicas están montadas en
base a la confianza, mientras las sociedades protestantes en base a la
desconfianza. Por eso la calidad de la convivencia personal en las sociedades
católicas tiene mayor riqueza, salud y alegría. Pero a cambio las protestantes gozan de una mayor salud política. Allí al
menos todos saben que tarde o temprano han de rendir cuentas, no ante el
altísimo, la historia o la causa, sino ante los ciudadanos de carne y hueso.
Ahora que nuestra vida cotidiana está tan atravesada por los avatares políticos convendría que empezásemos a pedir cuentas,
pero no a los políticos en general, sino a los nuestros, es decir de
nuestro partido o ideología.* ¿Qué es más fácil: que se regenere la clase política o que se improvise una nueva clase política?. Lo primero es muy improbable, lo segundo casi imposible. ¿Existe la posibilidad de transitar por el estrecho filo que hay entre estas alternativas?. No sé cómo, pero quizá sea la única posibilidad.
ELS CORREBOUS.
*La muestra más evidente de cómo los nacionalistas han ganado la batalla
ideológica “sin disparar un solo tiro”, es decir por retirada del adversario, o
incluso por la falta de adversario, son los reproches corrientes que suelen hacerles
los políticos y los periodistas. Estos cuidan de hacer esos reproches con una
educación exquisita para no herir susceptibilidades. Se les tilda de llevar una
“política suicida”, de iniciar un proceso “que no lleva a ninguna parte”, de que quieren algo que “es imposible”, de
dejar de lado “lo que más importa”, es decir la crisis y la corrupción, y por
fin de “dividir y fragmentar la sociedad”.
Habría que decir que si tienen una
política suicida, mejor, que se suiciden. ¿O se quiere decir que llevan una
política homicida…contra la
Constitución y la democracia española?.
Y que si esto no lleva a ninguna parte , ¿se prefiere que lleve a alguna
parte, es decir a donde quieren llegar?.
Y que si esto es imposible, pero ¿es imposible porque es malo o es malo
porque es imposible?. ¿Si fuera posible sería bueno?.
Y que si dejan de lado lo que más importa ¿no dicen que la independencia es
la forma de resolver lo que más importa?, ¿no dicen que los únicos corruptos
son los políticos “españoles”?. Pero no sólo dicen esto, sino que convencen a muchos
de los que tienen que convencer.
Y que si dividen la sociedad: ¿es preferible una Cataluña independiente
pero unida? , ¿es preferible una Cataluña unida aunque
independiente?.
*La otra prueba evidente es que cuando alguien se desvía recibe
automáticamente el calificativo de “traidor” que se añade al tradicional de “facha”.
Ahora ya se tildan así hasta a los mismos socialistas catalanes por sus dudas y
tibiezas. Decir esto impunemente sin tener que explicar por qué los traidores
son quienes respetan la Constitución y no quienes la violan, es signo de que se
domina el partido y las reglas de juego. ¡Sigamos haciéndoles pues el juego¡.
*¿Es concebible que se frene o eche atrás el proceso constituyente
secesionista sin una robusta resistencia interna?, ¿pero como es esta posible
si quienes tienen que hacerlo sólo tratan de justificarse por su escaso
entusiasmo ante el rumbo del proceso?.
*Por de pronto sólo hay un poco de baile de siglas.
CiU puede ser CiUiE , o CiE. (Convergencia i Unió i Esquerra, o sólo C i
Esquerra?. ¿O tal vez todo se encamina a una fórmula más sencilla: E i C “Esquerra y
lo que quede de Convergencia”?.
El PSC se debate en la duda: seguir siendo el Partit del Socialistes
Catalans, o aggiornarse como Partit solament Catalanista.
*Los que sueñan con la baza de Durán Lleida o con que los empresarios y
burgueses den un golpe en la mesa y pongan las cosas en su sitio ya es hora que
se despierten. Durán sería un puente para negociar por caso el pacto fiscal
sólo si previamente el proceso secesionista descarrila. Mientras tanto aspira a
ser el futuro ministro de Economía o de Exteriores del primer Gobern de la
República Catalana. Es a lo más gloriosos que puede aspirar. Por su parte, los empresarios juegan a la certeza inmediata, o lo que es igual,
juegan a estar confortables con el poder. Ahora en Cataluña la única certeza es que nadie relevante alza la voz contra el “procés”
y que lo que viene de España es cada vez más insignificante.
*Aunque sólo sea por no pasar a la historia como el presidente de Gobierno en cuyo mandato se separó Cataluña, es de suponer que Mariano Rajoy hará lo que tiene que hacer en el momento preciso.
*La opinión políticamente correcta: no pasa nada, no hay que exagerar ni hechar leña al fuego....bueno pero si pasa ¿qué más da?.
*Aunque sólo sea por no pasar a la historia como el presidente de Gobierno en cuyo mandato se separó Cataluña, es de suponer que Mariano Rajoy hará lo que tiene que hacer en el momento preciso.
*La opinión políticamente correcta: no pasa nada, no hay que exagerar ni hechar leña al fuego....bueno pero si pasa ¿qué más da?.
domingo, 20 de enero de 2013
EL JUEGO ENTRE LA CORRUPCIÓN POLÍTICA Y SOCIAL.
Desdibuja el significado de la
corrupción política reducirla a una excrecencia o una manifestación de la generalizada
corrupción social. La corrupción política y en general las prácticas políticas tienen
un efecto multiplicador sobre las
relaciones sociales que no tiene ninguna otra actividad, hasta marcar en cierta
manera la pauta social. Por otra parte el poder político goza de una
preponderancia que lo hace inmune, por lo menos a corto plazo, y unas reglas
propias de funcionamiento que no son sin más la réplica de las más generales
reglas sociales. De ello surge buena parte de la corrupción. Es mucho decir que
el sistema político sea intrínsecamente corrupto, pero sobran los síntomas de
que una cuota de corrupción es parte integral del funcionamiento del sistema.
Puede ser el aceite lubricante o la atmósfera en la que se respira, pero en
cualquier caso algo imprescindible. En buena parte la corrupción emerge de la
dinámica de nuestro sistema político como la hierba en primavera. Sólo se
necesita un poco de riego. Los partidos son fundamentalmente empresas de poder (*véase
mi artículo “sobre empresarios y sacerdotes”) que se disputan la tarta
electoral, pero se rigen, y aprovechan,
por las mismas reglas “no escritas”. El Estado tiene un poder e influencia
determinante y amplísimo en la vida económica diaria. De la administración depende no sólo la gestión de la macroeconomía,
la legislación económica o los servicios públicos, sino además una red
inagotable de concesiones y recursos que alcanza hasta lo más recóndito. Sabido
es que nuestro peculiar sistema autonómico por encima de algunas virtudes da
cobijo a poderes parasitarios y multiplica descontroladamente las redes
clientelares. Por último la debilidad de la sociedad civil propicia la
interferencia y hasta el control partidario y sectario de las instituciones que
debieran servir de contrapeso: medios de comunicación, sistema judicial, el
mundo del arte y la cultura, incluso el deporte si hace falta. etc.
Que todo esto tiene sus raíces en prácticas sociales viciosas y enquistadas
es algo indudable. Los vicios de nuestra cultura popular son parte condicionante de la práctica corrupta en
las alturas, de la misma forma que está práctica refuerza y renueva la tierra
fértil en la que se arraiga. Veamos
alguno de estos vicios.
Predomina un sentido providencialista
de la política y del gobierno. Se pide al Estado y a los políticos en general que
“resuelvan los problemas”, pues para eso están o se les paga. El ciudadano cree
que hay solución para todo, si el gobernante o el político encargado tienen
voluntad para ello; mientras que si el problema no se resuelve se debe al
desinterés o los intereses inconfesables de quien debe hacerlo. Se protesta
cuando se siente en peligro el propio interés o el interés de “los nuestros” en
el caso de los más politizados. La idea nociva de que a los políticos les
incumbe preocuparse del bien común y a cada uno de su bien propio, es el complemento
de la idea de que la política es cosa de los políticos. Así cuando hay viento
en popa los políticos pueden estar tranquilos y actuar a sus anchas, pero
cuando viene el temporal son objeto predilecto del repudio y la maldición
colectiva. Lo peor de esta actitud no es tanto que conduzca a la inhibición
práctica sino a la mental. El ciudadano se priva de entender los asuntos prácticos y deslindar las responsabilidades
concretas de unos y otros. En lugar de ello se refugia en sus clichés
ideológicos y se deja llevar por la simpatía por los unos o los otros.
Se vive la política desde el sectarismo
colectivo. Muchas veces se toma posición en virtud de quien, o mejor de quienes, y no del qué,
y se decide más por miedo a que ganen los otros, que por conocimiento de lo que
supone elegir o seguir a los propios.
Aunque se denueste a la “clase política” en general, se guarda siempre
en el fondo del corazón el aprecio por los propios, como una madre que ante las
fechorías de sus hijos se tranquiliza pensando que en el fondo son buenos. Los
políticos saben que tienen una red de seguridad a toda prueba y que pase lo que
pase el cordón umbilical con los parroquianos no se romperá. El repudio de los
contrarios puede volverse siempre contra ellos, “y tú más”, a satisfacción de
la parroquia. Por suerte hay indicios de que esto cuela cada vez menos, aunque
puede quedar cuerda para rato.
Por último tenemos el consentimiento proverbial de los españoles por la
corrupción cotidiana. Es la idea de que las relaciones y los tratos económicos tendrían
que seguir el mismo patrón que las relaciones familiares o de convivencia entre
amigos, conocidos y colegas. Cuesta mucho admitir que en este plano está en
juego además del propio interés, la responsabilidad y el interés social, y que
no es verdad que algo es bueno si se queda en casa. Por fortuna parece que ya
no esta tan bien visto vanagloriarse de defraudar a Hacienda, aunque uno no sea
rematadamente rico. El gran salto moral, tal vez impensable, es dejar de
justificar la pequeña corrupción, (pequeña en cada caso, inmensa socialmente)
por la evidente corrupción en mayúsculas. Y lo que es lo mismo: dejar de ver el
Estado como algo intrínsecamente ajeno.
Dicho esto, la corrupción social y la política confluyen en parte pero cada
una tiene su ritmo y su dinámica. Cuando la política empeora gravemente, la
sociedad se resiente hasta sus cimientos. No hay una solución que todo lo
comprenda, pero es obvio que lo primero es la regeneración o saneamiento de la
actividad política, porque es lo más práctico y lo que se tiene a mano y por su
efecto indudable en la marcha global de la sociedad. Las transformaciones en
mentalidad y costumbres son a largo plazo, y sólo a la larga se ven sus
efectos.
viernes, 18 de enero de 2013
LA PSICOLOGÍA DE LOS POLÍTICOS CORRUPTOS.
La corrupción del político se ve propiciada por la existencia de varias
condiciones. Primero un sentimiento de impunidad por el hecho de disponer del
poder y de la sensación de omnipotencia que esto otorga. Segundo el sentimiento
de estar al filo de la navaja y bajo la espada de Damocles, debido al riesgo
del ejercicio de la acción política siempre en una ciénaga de cocodrilos que
buscan devorarlo como él hace con sus
adversarios. Tercero el sentimiento de honestidad y desinterés que tienen en su fuero interno,
por el que cree que su fin es noble y que le mueve el servicio del bien común.
Contra lo que se cree son rara avis los que acceden a la política con la cínica
y abierta decisión de lucrarse y llevárselo crudo. Aunque existen. Se suele
acceder con las mejores intenciones pero con escasa conciencia de lo que
verdaderamente es la política y menos conciencia aún de lo que uno puede dar de
sí. Cuando ya se está en harina viene la ingratitud, la humillación, la
necesidad de imponerse. Cuando se toca poder o se está en sus aledaños cuenta
por encima de todo la necesidad de lealtad y de reciprocidad, proteger lo adquirido, ampliarlo o
perderlo..etc. La política empieza a ser una ruleta rusa sin más alternativa
que el triunfo o la sumisión. Entonces ya sólo empiezan a contar las dos
primeras condiciones que ponen a prueba la verdadera altura moral del
protagonista. Como apenas hay solución de continuidad entre los poderes
políticos y los poderes económico, la tentación que padece todo político
triunfante es su “pan nuestro de cada día”. Lo curioso es que muchos corruptos
piensan que, a pesar de todo, siguen tan nobles como siempre y que así lo
comprenderían quienes conocieran sus desvelos y sacrificios por el bien común. Como
todo malvado piensa, la causa son las circunstancias. Llegado el caso pueden
reconocer que se han pasado y sus
beneficios les parecerá una compensación estéticamente desagradable, tal vez
injusta, pero necesaria y en el fondo justificada.
¡Hay del sistema que depende sólo de la buena voluntad de sus políticos y
carece de contrapoderes y controles efectivos para depurar la mala fe y la
corrupción!
viernes, 11 de enero de 2013
SOBRE EL “DERECHO A DECIDIR”.
La proclamación del comienzo de la ruta hacia la
independencia, requeteconfirmando que la cosa va en serio, tiene, al
menos, una doble virtud. Abre por una parte los ojos a la mayoría de la clase
política y de la clase tertuliana que prefieren estar en Babia pase lo que
pase, creyendo que no estamos más que frente a un asunto contable o ante un
truco para despistar de la crisis, la corrupción y otros asuntos
perentorios. Pero sobre todo sitúa la cuestión en sus justos términos: la
invocación del “derecho a decidir” no es más que un eufemismo, ante la decisión
de impugnar de partida la soberanía del pueblo español a favor de la soberanía
del pueblo
catalán, determinado como “sujeto político soberano”. En términos puramente
formales y jurídicos estamos ante un círculo vicioso. Se invoca el derecho a
decidir para determinar si el pueblo catalán es soberano, y se justifica el
derecho a decidir por la previa soberanía del pueblo catalán. Y esa es la
cuestión de fondo: ¿tienen derecho y razón los que así lo pretenden para proclamar
a Cataluña como nación soberana dejando en suspenso el orden constitucional
dentro del que Cataluña se inserta?. Es obvio que en política el derecho
se origina en los hechos consumados, aunque no debiera ser así siempre.
Si Cataluña se independiza y se le reconoce como país independiente, será titular
del derecho de decidir soberanamente, sin duda. Pero no siendo así todavía, es
procedente discutir si existe ese derecho y, sobre todo, si los nacionalistas
tienen derecho a conseguirlo al margen de la ley constitucional y al margen en
definitiva del resto de España. En términos puramente legales y formales la
solución es sencilla. El orden constitucional tiene sus trámites y
procedimientos y los catalanes como los demás españoles tienen que atenerse al
mismo. Pero está en cuestión ese orden desde una presunta legitimidad
superior, la soberanía constituyente del pueblo catalán. Pues lo que está
abierto no es otra cosa que un proceso constituyente. La cuestión es pues:
¿existe esa legitimidad?, ¿hay razones, sino jurídicas, sí basadas en la
realidad de los hechos para justificar esa legitimidad?. Que el asunto se vaya
a resolver por la vía de los hechos no quita importancia a que se haga con
razón o sin ella. Pues hay que confiar en que la historia, por mucho que se
diga que la hacen los vencedores, no juzgará esto con indiferencia. Y sobre
todo no hay que desechar del todo la posibilidad de que las razones influyan
algo en el devenir de los acontecimientos.
Las razones que pueden invocarse a favor de esta
legitimidad son de tres tipos: las referentes a la identidad étnica o de otro
tipo suficientemente diferenciada; las referentes a la existencia o no de una
tradición común; las referentes a la validez del pacto político vigente. Estos
requisitos responden al hecho de que los componentes básicos de las naciones
modernas, o de las naciones-estado son una cierta homogeneidad étnica y
cultural que permite la integración de los miembros de esa sociedad; una
tradición histórica común suficiente, decantada en unos ciertos valores
comunes; el pacto político que instaura la ley común y sobre todo la
voluntad de convivir en corresponsabilidad. Pues al fin y al cabo lo que
determina el ser o no una nación, en el sentido moderno de nación política, es
la voluntad exclusiva de corresponsabilidad, a lo que se denomina soberanía.
Creo que cualquiera de estas razones, aun estado
entrelazadas, podría bastar para legitimar la soberanía y el derecho a su
ejercicio. Por lo menos hay que concederlo así, para equivocarse lo menos
posible. Veamos someramente cada una de ellas.
Cataluña tiene desde luego un origen étnico cultural
distinto del que predomina en el resto de España, por lo menos si
suponemos su origen en los tiempos carolingios. Pero la diferencia étnica con
el tiempo y rápidamente fue inapreciable, máxime cuando se comparte un mismo
origen ibero-latino en lo fundamental. Lo relevante es la diferencia cultural y
lingüística. Hay sin duda una cultura y lengua propia catalana y en
Cataluña, que se ha mantenido con altos y bajos, pero que ha tendido a
enriquecerse y a salir boyante tras los momentos más comprometidos. Este
patrimonio simbólico marca la identidad catalana en lo que tiene ésta de diferente
respecto a los demás pueblos hispanos, incluidos los de Latinoamérica, y
también, si se quiere respecto del resto de España en conjunto. Pero esa
identidad no es la exclusiva de la sociedad catalana ni es incompatible con la
identidad cultural del resto de España. La identidad lingüístico cultural
catalana es compartida, siendo, por decirlo así, catalana-hispánica e hispano-
catalana, según se mire. Ni respecto a la cultura de élite, ni a la
cultura popular lo castellano en su sentido muy amplio resulta algo ajeno. Y lo
mismo cabe para las relaciones vitales y de convivencia, en lo que no hay
sentimientos de comunidades diferenciadas, aunque predomine ideológicamente de
forma abusiva un catalanismo excluyente. Pero por otra parte se puede decir que
lo catalán-exclusivo está razonablemente integrado dentro del conjunto de la
cultura española. Se respeta el catalán en las regiones de esta tradición y en
el resto de España se admite sin problemas la política lingüística de Cataluña
y de estas comunidades. Las relaciones de convivencia han sido igual de
normales con los catalanes, que con los andaluces o asturianos, por mucho que
la disputa futbolística proyecte el espejismo de una guerra abierta y de una
incompatibilidad insuperable. Que quede mucho por hacer en pro de la mayor
confianza mutua posible, no significa que lo que hay de diferente sea más
fuerte que lo que hay en común. Ni mucho menos que tenga que sepultar lo
común.
Por lo que a la historia se refiere, es indudable que,
desde la unidad de los reinos de España, la relación entre Cataluña y el resto
de España no ha sido sencilla ni ha discurrido en línea recta. Cataluña ha
ocupado sin duda la posición más singular y si se quiere conflictiva dentro de
la historia de España. Pero España, por lo menos en sentido geográfico, ha sido
en buena medida y fundamentalmente su ámbito de proyección
natural. Sobre todo cuando, desde la derrota de Muret, (s. XIII) se
proyectó junto con Aragón hacia el Levante peninsular. Y cuando precisó del
apoyo castellano para conservar su imperio mediterráneo y protegerse contra
Francia. Pues los condados catalanes y la catalanidad histórica se construyeron
frente a Francia y en colaboración con los reinos de España. El condado
de Barcelona, y si se prefiere Cataluña, es parte fundadora de España. Y su
destino ha estado vinculado de una manera u otra con el destino de España. En
este sentido aportó y recibió, tanto como entró en conflictos de gran calado.
No es por ejemplo insignificante el hecho de que la unidad de España se originó
a partir de la unidad entre la corona de Castilla y la corona
aragonesa-catalana, frente a la otra posibilidad que estaba en juego, la unidad
entre Castilla y Portugal. Y no se debió esto tanto a la imposición de Castilla
como a la conveniencia de la nobleza catalana- aragonesa. Pero es obvio que el
sistema semiconfederal de los Austrias y la hegemonía de Castilla impiden hablar
de una marcha homogénea, a la manera que se supone en las naciones
modernas. Ha habido en lo fundamental una historia común pero con
diferentes tiempos y papeles, por la sencilla razón de que Cataluña no podía
tener una historia independiente, en base por ejemplo a su dominio del
Mediterráneo, porque este dominio era imposible. En aquel ámbito cada uno, la
parte castellana y la aragonesa, tendió a hacer su vida con algunas
instituciones comunes, de la misma forma que así lo hacían todos los reinos del
imperio hispano. ¿Y qué fue ese imperio sino un conglomerado de reinos unidos y
más bien coordinados tras la hegemonía castellana?. Nada tuvo en esto Cataluña
de singular, y ningún problema se planteó más que las disputas sobre los fueros
y privilegios, normales en las sociedades medievales y pos renacentistas. La
relación con la corona española entró en un terreno más comprometido al entrar
en crisis el sistema de los Austrias. Desde entonces a la vez que Cataluña
adquiere protagonismo frente a Castilla, dentro de España, empieza a
perfilarse la “cuestión catalana”.
Es imposible tratar esto con un mínimo decoro sin hacerlo
con pausa y extensión, pero podemos destacar lo más esencial. En lo
fundamental: mientras Cataluña ha buscado, y en gran parte conseguido, la
hegemonía y en ciertos períodos el dominio económico de España y las posesiones
hispanas, ha tendido a distanciarse de su corresponsabilidad política, a no ser
que limitara ésta a que el Estado protegiera esos intereses económicos. Esta
dicotomía o si se prefiere esquizofrenia ha marcado la historia común.
Seguramente que la responsabilidad de este desencuentro incumbe a todos los
protagonistas y es una frivolidad juzgar la carga de unos y de otros. Bien pudo
por ejemplo la tendencia a la esclerosis de las oligarquías castellanas y
aragonesas chocar con las inclinaciones modernizadoras de la burguesía
catalana, pero en términos prácticos se produjo un convenio y un reparto de
papeles e intereses que funcionó en los dos sentidos, haciendo compatible la protección
y el desarrollo de la industria catalana con el sistema rentista de los
latifundios castellano andaluces. Que esto beneficiara el progreso conjunto de
España es otro cantar. Pero resulta una completa deshonestidad intelectual
calificar de colonial o de anexión a la situación de Cataluña en España. Igual
que sería difícil achacar su prosperidad sólo a la iniciativa y al espíritu
emprendedor de su burguesía, pasando por alto la protección del Estado y las
manos proletarias del resto de España.
Siendo pues parte de una historia común, es evidente que
esta ha pasado por momentos especialmente críticos. A destacar cuatro hasta
ahora: la revuelta dels segadors contra Felipe IV; la guerra de Sucesión
; la crisis del 98; la proclamación del Estát Catalá en la II República. La
revuelta del XVII fue una reacción burguesa y popular contra la ruptura del
status quo, al pretender el conde duque de Olivares integrar a Cataluña en la
política imperial castellana, reacción que, al intervenir Francia, se tornó contra
esta potencia. El resultado fue la vuelta a la corona hispana y la aparición de
una sensibilidad anti francesa que aun llegó hasta el siglos XIX. La guerra de
Sucesión fue un conflicto dinástico internacional en el que buena parte de
Cataluña se posicionó contra los borbones en gran medida por el
recuerdo del enfrentamiento anterior. El decreto de Nueva Planta
respondió en parte a una represalia y un acto de uniformización del
Estado, pero en cualquier caso originó un nuevo escenario que a grandes rasgos
dura hasta nuestros días: la abertura económica de Cataluña al resto de España,
incluyendo no se olvide las posesiones imperiales, y de otro parte el resquemor
por la postergación de la cultura y la lengua. Creo a este respecto que hasta
muy entrado el s. XIX hubo una integración normal, en el sentido de que
los motivos de la sociedad catalana no fueron muy diferentes de los del resto
de España, guerra de independencia o el conflicto entre liberales y carlistas
inclusive. La Renaixença catalanista de mediados del XIX sólo encontró un
sentido político cuando la burguesía catalana achacó al Estado el desastre del
98 y la pérdida de sus intereses, que pasaban, no se olvide, entre otros
por la defensa de la esclavitud en las colonias. Esto ha creado el nuevo
escenario hasta el franquismo. La burguesía catalana ha oscilado entre reclamar
la protección del Estado frente a los anarquistas y socialistas, y ponerse a
rebufo de estos movimientos obreros para tener en jaque al Estado español.
Cuando la República, tuvo que decidir entre colaborar en la modernización de
España o demoler el estado republicano. La tentativa de proclamar el Estado
catalán en el 34 se justificó en la presunta deriva fascista de la República,
pero fue más bien un intento oportunista de aprovecharse de la revolución
obrera. Y es que en definitiva los conflictos nacionalistas y en especial el
catalán se inscriben en la lucha entre las dos Españas, provocando en
todo caso una distorsión en la forma que tomó esta lucha fratricida, sin poseer
un protagonismo propio, como el que por ejemplo enfrentó a Inglaterra e
Irlanda. Esto es especialmente relevante para el nacionalismo catalán, que,
como movimiento moderno, se inscribió en el movimiento republicano y obrerista
más general de modernización y democratización de España. La represión
franquista afectó a lo catalán en cuanto parte del movimiento democrático
general de España y no por un motivo de enfrentamiento nacional. Tan es así que
las izquierdas no han dejado de mostrar su simpatía por el nacionalismo
catalán, mientras que no tanto con el nacionalismo vasco peneuvista, en la
creencia de que el leit motiv del mismo es colaborar en la creación de
una España plural. Simpatía que ha propiciado una cierta identificación
ideológica.
Lo que resulta de esta sumaria panorámica es que las
tensiones y crisis, siendo reveladoras de una tensión de fondo digamos que
estructural, no cuestionan el protagonismo de Cataluña en la historia de
España, protagonismo en algunos aspectos desde el privilegio y el predominio,
en otros desde el distanciamiento y la incomprensión. Y de este protagonismo se
desprende la imposibilidad de que España sea lo que es sin Cataluña, y lo mismo
Cataluña sin España. Sin mengua todo ello de que sería iluso esperar una
solución definitiva a la “cuestión catalana”.
Pero el tema crucial del momento es el cuestionamiento
del pacto político que sirve de fundamento a la España actual. Un tanto
abusivamente se puede ver el pacto constitucional de la transición igual que
como un acuerdo entre todas las fuerzas y poderes políticos de España, también
como un pacto entre Cataluña y el resto de España destinado a resolver la
“cuestión catalana”. Ese pacto se concreta en el respeto de la Constitución y
del Statut. Lo que ahora está en juego es la impugnación del mismo y de
cualquier pacto posible con el resto de España. ¿Hay razones para ello? Creo
que un pacto o un acuerdo se puede romper si quieren hacerlo las dos partes, si
se ha hecho de forma injusta e ilegítima o si la otra parte lo incumple. Es
decir la simple conveniencia o ganas de romperlo por una de las partes no
obligan a la otra parte a admitir esta ruptura. Si nos atenemos al estatuto de
autonomía tan denostado, este ha funcionado razonablemente dentro de la
ambigüedad del sistema autonómico constitucional. Seguramente que el problema
no ha sido tanto que no se reconociera la personalidad de Cataluña, cuanto el
“café para todos” que ha llevado a diluirla en el conjunto de España para la
conciencia de la ciudadanía catalana. El poder competencial se ha incrementado
constantemente y la Generalitat dispone del poder fáctico casi total sobre toda
Cataluña. Es difícil que en una Cataluña independiente la Generalitat tuviese
necesidad de mucho más poder. Pero la relación con el resto de España no ha
dejado de vivirse con incomodidad creciente por razones de muy diversa índole.
Habría que tratar esto de forma especial y de hacerlo sería necesario otro
trabajo.
Vamos a ceñirnos a los motivos que pueden alegar
los que pretenden revocar el pacto constitucional y estatutario. La idea de que
“esto ya no funciona” se ha instalado pero apenas se dice qué es lo que no
funciona. Creo que pueden darse dos motivos. El primero la constancia y
continuidad del predominio nacionalista desde la transición. No sólo no ha
menguado sino que se ha extendido incluso de forma exagerada hasta atraer
incluso a una buena clientela antes socialista y de origen castellano parlante.
Pero no es menos cierto que esta fortaleza electoral se ha hecho en nombre del
autonomismo y de la aspiración a mejorar la posición dentro de España, aunque
también con un espíritu de distanciamiento, indiferencia e incluso hostilidad
creciente respecto al proyecto de España.
La razón presuntamente objetiva que se podría aducir es
el desencuentro económico que tanto ha acentuado la crisis, cuajando
lamentablemente en la insidia de “España nos roba”. Se invoca además que
no se comprende a Cataluña, sacando a colación los excesos que algunas
tertulias suelen cometer, cuando por otra parte responden al descrédito tan
habitual de España en los medios catalanes. Pero este toma y daca no puede
aducirse seriamente como motivo objetivo de conflicto por ninguna de las
partes, por mucho que lo más cómodo sea instalarse en la espiral de la
acción-reacción. Supongo que habría mucho que decir sobre el problema de la
balanza fiscal, pero hay algo que hay que aclarar con anterioridad. La
izquierda nacionalista que es, por lo menos, bastante sincera en cuanto a sus
intenciones, reclama la independencia por motivos estrictamente histórico
identitarios, creyendo en una idea imaginaria de Cataluña y de España, así como
de su historia. Para ellos el presuntamente desfavorable balance fiscal es una demostración
de la maldad de España y del diferente interés de Cataluña y España, pero no es
la razón para la secesión. Porque la única razón es que Cataluña es Cataluña y
España es otra cosa distinta y ajena, vayan las cosas como vayan. Las élites
del, en otrora, catalanismo “moderado” se inclinan ahora por lo mismo y cuesta
pensar que el recurso de la discrepancia económica con el Estado no sea más que
un señuelo.Es difícil saber si la burguesía tradicional, de la que el
nacionalismo político sería supuestamente expresión, está de acuerdo con esto o
si piensa que el problema es el encaje económico. Seguramente no sabe qué
pensar, como ocurre con los socialistas catalanes. <Tema este interesante
para la teoría política, en la que todavía predomina la idea de que los
movimientos y partidos políticos sólo son la voz pública de los intereses
clasistas de poderes económicos determinados>.
Pero ¿hasta qué punto este desencuentro justifica una
ruptura unilateral?. Desde la óptica catalana se puede argüir el mal uso
que el Estado hace de su contribución, y tiene razones para ello, ya que el
subvencionismo sin límite no ha ayudado precisamente a que las regiones más
retrasadas progresen lo que debieran. Pero la contribución se ha hecho de
acuerdo en lo fundamental según las reglas comunes, y con algún beneficio de
más de acuerdo con el último estatuto. Y en todo caso el presunto perjudicado
por este uso no es sólo la sociedad catalana. Que esas reglas sean discutibles
y que Cataluña pretenda otras ad hoc no deja de ser cuestión negociable,
pero nunca algo tan decisivo como para quebrar siglos de vida en común. Sobre
todo si no ha intentado negociar nada en serio.
Pues al fin y al cabo de la misma manera que la
Constitución ha condicionado relativamente la forma de la autonomía también ha
permitido y respetado el ejercicio de la plena personalidad catalana. Mientras
que por otra parte ha ofrecido a los catalanes decidir en el gobierno y
la marcha del resto de España, en una medida sin duda mucho mayor que la que
puede hacer el resto de España en lo referente al gobierno catalán.
No se sostiene pues que, por cualquiera de estos motivos,
se tenga derecho a romper unilateralmente el marco vigente y hacer uso del
derecho a decidir en un sentido distinto del modo como ahora la sociedad
catalana y la española ejercen ese derecho. Pues se hace uso del mismo al
decidir en cada elección o consulta, pudiendo considerarse que este ejercicio
es un acto confirmatorio de los procedimientos que establece la Constitución.
Reglas de juego que permiten y amparan el derecho a cuestionar o acabar con la
Constitución y la unidad de España, siempre que se haga conforme a esas reglas.
Los nacionalistas catalanes sólo pueden llenarse de razón si
proponen una negociación razonable de su proyecto de independencia con el resto
de España, si demuestran que ese es el único camino para la prosperidad de
Cataluña, y por último que esta separación no se hace a costa de los
intereses del resto de España. El argumento de que la voluntad de separarse es
suficiente es tan legítimo como el que pudiera tener la otra parte para impedir
esa separación. Si la política se moviera por motivos racionales se evitarían
el recurso a ese tipo de “razones”. No sueño con que esto suceda alguna vez,
pero quizá sea posible presionar para que se razone lo más posible.
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