Els Dolços trajeron esto:
Des de fa alguns
anys en Fernández Díaz ve contant lo que li va dir el papa Benet
XVI el 2015 a propòsit de la destructivitat del prusés separatista:
“El diablo quiere destruir España,
sabe los servicios prestados por España a la Iglesia (…) el diablo
ataca más a los mejores (…) No lo conseguirá”.(12/6/20)
Por lo que uno
barrunta la referencia ha pasado bastante inadvertida, razón por lo
cual debiera merecer especial atención.
Como se comprueba,
la advertencia de Benedicto XVI traía consigo la misma conclusión
escéptica de Bismarck sobre la capacidad de la inclinación
autodestructiva de (parte) la nación española de llevar a término
su obsesión, pero no debiera pasarse por alto la tenaz recurrencia
de esta pulsión suicida y su capacidad de metamorfosearse bajo todo
tipo de causas.
Con todo lo que
tiene de diabólica esta tarea es irónicamente patriótica, por
raigambre histórica y porque la sagaz comprensión de nuestros males
debe mover a la simpatía con los mismos. Ha debido tener mucho
interés el funesto Satán en los pormenores de nuestras tierras,
pero es posible que cuente sobre el rencor por el daño recibido los
motivos de diversión mefistofélica que por aquí se aportan.
El hecho es que la
división que patrocina el diablo según su naturaleza se modula en
torno a la explotación de a los puntos débiles, en lo que es
consumado maestro. Lo curioso de nuestro caso es que si su inquina se
debe a los servicios prestados por la Iglesia, las debilidades tienen
mucho arraigo en los aspectos más infernales de la Iglesia y del
catolicismo patrio en general, que ni lo más sagrado se salva de
tener que cargar con la cruz de su oscuridad. Es imposible que el
diablo no sepa que las fuerzas destructivas no vienen del exterior,
por ejemplo de la Leyenda Negra, sino de recónditas profundidades
interiores, de las que cobran energías tantas ganas de creer y
avalar lo más insidioso.
Por poco que se
escarbe en la genealogía espiritual de nuestras grandes corrientes
sociopolíticas y político/culturales se detecta su común filiación
con el tronco de la tradición católica hispana. Así hasta nuestros
días con mayor o menor acento e insidia. Una de las ramas tiene que
ver por supuesto con el catolicismo doctrinal de toda la vida,
preocupado sobre todo por la vivencia de su fe religiosa y la
preservación de la Iglesia y del culto. Una vez pasado el síndrome
carlista ultramontano trató por lo general de adaptarse a los
modelos conservadores y democráticos de nuestro mundo desarrollado
en nombre de la propiedad, la paz, el orden y el derecho. El rebrote
nacional católico imperial tuvo mucho de reflejo de supervivencia
ante la turbulencia revolucionaria. Porque de quedar anclada esa masa
social en el totalitarismo hubiera sido imposible el tránsito a la
democracia que esta corriente realizó sin apenas plantear problemas.
Pasada la necesidad franquista de una coartada ideológica, el
nacional catolicismo se difuminó en pacatismo para escarnio de las
“españoladas” de Landa, Lopez Vazquez, Martinez Soria Sacristán…
tan a gusto de la masa social católica y creyente tan dispuesta a
bromear de sí misma.
Puede sorprender que
el otro ramaje sea la tradición socialanarquista de demostrado
fervor antieclesial y anticatólica. Pero una cosa es la doctrina y
el vinculo doctrinal con los fieles o creyentes y otra distinta es la
impronta que marca el contexto vital de las costumbres y de los
ordenes fácticos de valores. La histórica furia antieclesial y
antireligiosa no se puede concebir sin desprecio de su patrón
edípico.
Para el
social/anarquismo histórico la disputa con la Iglesia y el
catolicismo oficial más que política ha tenido por objeto la
primogenitura de lo sagrado, por muy envuelta que esté esa
sacralidad alternativa en motivos laicos y seculares. Es la lucha a
muerte del Dios histórico de la clase y del Estado contra el Dios
teológico. Pero es dudoso que en nuestro caso tal pulsión sea cosa
del pasado y haya dado lugar a una personalidad madura capaz de
equilibrar placer y realidad. Seguramente esto es así para cualquier
proceso edípico constituyente, en tanto que tiene que sostenerse en
una permanente negación de la figura del padre. Que así el muerto
está más vivo que el vivo alternativo.
Puestos a distinguir
el grano de la paja, el grano de este ente, que existe por negación
de lo suyo en origen, son las formas parasitarias que una religión
tan noble por su intencionalidad humanitaria y que tanto ha aportado
a la humanidad como el catolicismo siempre ha llevado consigo y que
en España han tenido notable predicamento. Sin duda que
entrometiéndose en un escenario de virtudes probadas pero con tanta
confusión que agrietan todo el edificio.
El socialismo y
anarquismo, que forman el cuerpo tradicional de nuestras ideologías
clasistas (la sustitución del anarquismo por el comunismo se ha
debido a motivos más pragmáticos que afectivos/ideológicos), se ha
nutrido especialmente de degradaciones bien destacadas y quien sabe
en algunos casos de lo más tentadoras del catolicismo eclesial si
nos atenemos a las preocupaciones que tan dramáticamente expone el
relato del “Gran Inquisidor”. No voy a ir tan lejos y sólo
apuntaría a parásitos patrios, aunque no necesariamente exclusivos,
que no deben pasar desapercibidos a alguien tan experto como el
diablo.
En primer lugar el
pobrismo que nuestra cultura popular de izquierdas hace suyo sin
muchos problemas: la riqueza privada es obra de la codicia la
corrupción y la explotación; la pobreza es obra de los ricos; la
riqueza no distribuida igualitariamente es indecente; la bondad es
propiedad exclusiva de los menesterosos y los niños; la caridad es
en realidad justicia,… En las mismas filas católicas doctrinales,
cuanto más se orillan a la Teología de la Liberación, suena a
insulto la advertencia de que no se debe confundir la caridad, (la
generosidad personal hacia el prójimo) justicia (lo socialmente
debido)
En segundo lugar la
ascendencia dogmática inquisitorial verdadera tierra de cultivo de
la cizaña de la intolerancia y del cainismo, que existir existe
aunque vaya su ímpetu por barrios y bandas. La obsesión por
limpieza de sangre deja su lastre y si antes había que acreditarse
como cristiano viejo, ahora toca ser progre de toda la vida en sus
diferentes acepciones.
En tercer lugar el
culto al paternalismo, reconvertido en sistema de ordenación y de
adhesión política. No creo exagerar si tengo a la Iglesia como el
modelo originario fáctico de funcionamiento de los partidos
políticos y de relación entre los partidos y su masa social
ideológica. Al menos en los países como España tan renuentes y
ajenos al liberalismo y el individualismo político, que opera sobre
este modelo ancestral muy benéficos correctivos. Si esto es un
capital común a nuestras izquierdas y derechas debiera llamar la
atención cuan poderosa es la capacidad de hacer piña de la
izquierda y lo cívicamente formal que es a este respecto la derecha.
Es lo que tiene en el primer caso la sistemática división a la
sociedad y la comunidad política en amigos y enemigos para convertir
en enemigo a quien no es amigo. Claro está frente a la obsesión
derechista de aparecer libre de toda sospecha. Por conjeturar un
tanto groseramente sobre las causas parece como si la derecha ya
tuviera la Iglesia para asuntos de conciencia y la izquierda tiene
que ser ella su misma Iglesia a todos los efectos. Y claro el
dogmatismo no entiende de la coexistencia entre dos Iglesias, aunque
cada una tenga su propio negociado y una juegue a la política y otra
a que no le pille la política.
Se dirá que estos
atropellados apuntes nada tienen que ver con la advertencia del ahora
Papa Emérito, dirigida al peligro nacionalista. Pero bien
entrometido como parece el diablo allí donde luce el sol tampoco se
le debe pasar que, por poco que se siga escarbando, la fuerza
potencial de estos nacionalismos sería insignificante sino se
aprovechara de la división, diabólica por supuesto, de la sociedad
española y especialmente de la voluntad de sumar todas las fuerzas
vengan de donde vengan y pretendan lo que pretendan para erradicar a
la derecha, es decir todo lo que no merece aval de progresista.
Lo que tienen las
esquizofrenias arraigadas en la oscuridad de la vivencia colectiva es
su presteza para retornar perennemente. Así en nuestro caso ¿qué
remedio puede tener la pretensión de acabar con la Vieja España
apropiándose, a modo de palanca, de las entrañas de la España
pobrista, inquisitorial y paternalista ? Eso sí con ropaje
“progresista”.
POSDATA
Ahora la izquierda
de toda la vida vive en un perpetuo vivir sin vivir en sí.
Voluntarioso Felipe Gonzalez confundió la adaptación material a la
modernidad del socialismo con su renovación intelectual e
ideológico, como si esto fuera de suyo. Quizá sin conciencia del
poderoso arraigo de la doctrina socialista en nuestra oscura
turbulencia desconoció la necesidad de una verdadera terapia
dirigida a poner en armonía sentimiento y comprensión de la
realidad en la que se vive.
En aquel caso la grandeza del poder
parecía la prueba de que se había logrado la normalización mental.
Tiempos aquellos de vino y rosas que no volverán. Pero también de
descuido ideológico e intelectual. Porque inermes de ideología
renovada y solvente, la abjuración del marxismo tuvo el efecto de
una aspirina, sólo se antepuso a la recuperación de la derecha los
reflejos ancestrales prepolíticos que mantienen vivo el instinto atrabiliario aunque no el razonar.
En cierta manera esa
normalización se produjo en Portugal tras el empacho
revolucionarista. ¿Por qué no en España?
En esto el diablo
debe entender lo suyo cuando, como sugieren Benedicto y Bismarck, los
males se multiplican si, a diferencia de Portugal, arrastran al
elemental sentido de lo nacional y se dirigen a evitar que la nación
se consensúe consigo misma, por el método de tirar la piedra y
esconder la mano en lo que a sentir vergüenza de ser españoles se
refiere.