Por debajo del pacto explícito que permitió la transición se gestó
uno no escrito que dividía a la clase política entre “los
demócratas” y los “herederos del franquismo”, vulgarmente
“progres” y “fachas”, pacto que por supuesto protagonizaron
los socialistas con todas las izquierda y los nacionalistas, excluida
la ETA y demás por razones obvias. Pero lo destacado no era tanto el
mecanismo político que se ponía en marcha sino la implantación del
modelo ideológico al que la opinión pública y la clase política
se ha atenido hasta hoy. De ahí los complejos de la derecha y la
prerrogativa socialista de adjudicar el aval de legitimidad
democrática.
Mientras parecía
que “las dos Españas” quedaban enterradas, no fue preciso que
los nacionalistas exhibiesen su deslealtad. Mientras que por el
contrario sin necesidad de mostrar lealtad ocuparon las plazas
fuertes de Cataluña y el País Vasco como plataformas para futuras y
más heroicas empresas que la prosaica tarea de gestionar una “mera
autonomía”.
El punto de
inflexión o más bien la vuelta de tuerca definitiva se produjo
cuando, ya una vez declarada la deslealtad nacionalista y su deriva
separatista (asunto Estella), ZP , en aplicación del “Discurso
del método”, formalizó y consagró el pacto contra la derecha,
aun a costa de excitar en Cataluña el sentimiento de agravio
nacionalista de forma imparable y de bendecir las tentativas
levantiscas como muestras de la vitalidad reivindicativa de los
pueblos.
ZP pertenece a esa
estirpe socialista, y en general izquierdista, que cree que el
“problema de España” se resuelve con menos España, porque en lo
fundamental el separatismo sería consecuencia de “los
separadores”, o incluso una mero espantajo de estos. Más
ingenuamente atribuye las ansias centrífugas y disolventes a un
conglomerado de razones históricas y de desencuentros afectivos que
se arreglan demostrando de buena fe que “los españoles” (o sea
los no nacionalistas) nos hemos equivocado con los pueblos avecinados
que claman por su identidad pero queremos rectificar y proceder con
verdadera simpatía con los agraviados por nuestro mal fario.
Sanchez en esa línea
lo ha fiado todo a que los separatistas acojan su mano tendida y
profundicen las expectativas que se fraguaron con la moción de
censura. Ahora la amenaza aplicar el 151 u otras formas de
intervención en Cataluña parece una rectificación en toda regla
que removería la piedra angular de la estrategia histórica del
socialismo desde la transición.
No creo que le mueva
solo el electoralismo, la mezquina aspiración de laminar a Cs y
ocupar el centro. ¿Qué política de los políticos no tiene una
parte mayor o menor de electoralismo?. Pero en concreto: ¿Qué
podría hacer de repetirse abiertamente el golpe de Estado? Es
evidente que o dejarlo pasar admitiendo su éxito o intervenir de
forma más drástica que en el primer intento. Como el PSOE no puede
hacer más que esto último sino quiere que la historia lo barra,
tiene su sentido que se anticipe al menos verbalmente y avise. Que
Iceta ande agazapado y no abandere esta amenaza deja claro la
ambigüedad de un mensaje que se pretende soterradamente ambiguo. Con
este banderín de enganche, y si se tercia coche escoba, se está a
la espera de que Jonqueras no se sume a la rebelión y que incluso la
paralice, pues la alternativa sería perder la oportunidad de
conquistar el “estatuto perfecto”. Y lo que es peor poner la
política nacional en manos del demonio de “las derechas”.
A nadie se oculta, y
es de creer que menos aún a los socialistas, que en términos
prácticos la intervención de la autonomía, por muy trivial que
pretendiera ser, obligaría al acuerdo con los constitucionalistas y
alejaría hasta las kalendas griegas los fervores frentepopulistas.
Puede que Sanchez aun sueñe, tan enconado es, con que este
sobrevenido “patriotismo electoral” le depare jugosos réditos
como para no tener que comprometerse más de la cuenta con “las
derechas”, reclamando de estas un apoyo incondicional ante la
gravedad de las circunstancias, y a la vez obligue a las camadas de
los hermanos podemitas a no contribuir a la voladura de “la
izquierda de todos”. Es decir una reedición de la política de
“manos libres” pero a lo grande dada la cercanía del abismo.
Pero por una vez la
audacia del Dr, es dudoso que ZP se hubiera atrevido a mentar la
intervención, favorece las posibilidades del constitucionalismo
frente al separatismo y las ilusiones frentepopulistas. Por poco que
los constitucionalistas afinen y se afinen.
Pues al fin y al
cabo ¿no está dando la razón al constitucionalismo que le reclama
desligarse de sus componendas con los separatistas? Aunque le cueste,
dado lo profundo de su fe frentepopulista, el Dr tiene que estar
dándose cuenta de que los separatistas no son alas con las que volar
sino cadenas que pueden paralizar. Y nada es peor para el audaz que
la parálisis.