viernes, 30 de septiembre de 2016

¿DESPODEMIZANDO?


Hay que reconocer a la contumacia de Sanchez el mérito de haber convertido el Nonismo, versión socialista del podemismo, en religión de partido y ya de secta. Por eso, aunque se consiga descabalgar a Sanchez, es dudoso que la apelación a la gloriosa tradición y a volver a ser algo tan improbable como un partido ganador baste para despodemizar al PSOE.

El problema es que el podemismo, por lo que respecta a su dimensión ibérica, es en gran medida la caricatura del PSOE, la expresión grotesca de los tres grandes errores ideológicos en los ue se columpia el PSOE desde al menos treinta años.

Me refiero por orden de importancia a:
-la relativización de la idea de España y de la soberanía nacional
-la identificación de las izquierdas con la democracia y el bien común, con la consiguiente deslegitimación de “las derechas”
- por último al supuesto antagonismo entre Estado de Bienestar y capitalismo, como si el Estado del Bienestar fuera una alternativa al capitalismo o un antídoto del mismo y no una parte del mismo, tal como se ha construido desde el fin de la II GM.

La división maniquea entre izquierdas y derechas a la manera de los años treinta y el consiguiente cuestionamiento podemita de la transición y de la Constitución es así el escenario que llama al enfrentamiento cainita, con la particularidad de que incluye al nacionalismo y hasta al separatismo en las filas del “progreso”. Ya ZP empezó a trazar esa caricatura cainita, tentación latente del izquierda, y ahora tenemos que el PSOE hace suya la caricatura podemita, como si fuera socialismo fetén. Al fin y al cabo esto es posible porque Podemos es la culminación de los desvaríos socialistas, desvaríos que por otra parte se han demostrado innecesarios y ajenos a lo que podía ser un socialismo democrático moderno, por mucho que la ideología en que se sustenta sufre una aguda crisis.

Ahora se evidencia que la abjuración del marxismo que procuró Felipe Gonzalez no llevaba automáticamente a modernizar y europeizar a su partido. Sólo alcanzó a barnizar la superficie de la falta de ideas. Se ha creado un prototipo de militante socialista más de corazón que de cabeza, armada esta de atávicos tópicos, pero contento y complaciente siempre y cuando el partido disfrutara del poder y del beneplácito de la opinión pública. Se ha discutido del mundo y sus pompas, la alternativa del socialismo en el mundo presente global..etc, pero no se han afrontado los tres errores fundamentales que convierten al PSOE en un gigante con pies de barro.

El miedo a debatir ideológicamente con Podemos y la disposición a concederle la iniciativa del discurso no es más que la expresión de la desconfianza en sí mismos, el páramo en el que el Nonismo prospera y se fortalece.

Si además de desbloquear, el deseable descabezamiento del descabezado sirve para que los errores capitales se pongan sobre la mesa y para que se advierta de su gravedad a la opinión pública, contrarrestando al delirio podemita, estaremos de enhorabuena. Aunque el socialismo español acabe pespellejado, habría prestado el mayor servicio que está en su mano y habría hecho méritos para resucitar.

domingo, 25 de septiembre de 2016

LA INFAUSTA PREGUNTA


Cuando escuché a N. Herrero Terreros actualizar la infausta pregunta “¿cuando se jodió el PSOE, Zabalita?”, me volvió la sospecha de que la esquizofrenia ideológica de la sociedad española no es más que un eco de la esquizofrenia del PSOE, tanto que uno no sabe si la España actual es un calco de su original el PSOE o si el PSOE es la representación más fiel de la España mental y política que se viene haciendo desde el siglo pasado. Es significativo que la sensación de que algo está jodido y que ya se jodió, sin saber como y cuando y por qué, venga de quien ha estado tanto tiempo en el ajo y con notorio protagonismo, en su caso más como víctima que como culpable.

La vieja guardia socialista se escandaliza y sorprende como si hubiera caído inopinadamente un meteorito, sin tener en cuenta que quizás no estemos más que la descarga de una gota de agua fría con efectos retardados, que se gestó cuando era su momento. La casuística que ha conducido a un liderazgo descerebrado y a competir con el podemismo puede ser inagotable y el origen perderse en la lejanía de los tiempos de la historia de la denostada España, pero hay ciertas encrucijadas que son evidentes, aunque hayan pasado y pasen desapercibidas.

Subrayaría sobre todo la fatalidad de que el fin del socialismo felipista coincidiera tanto con la caída del muro como con los signos de desfondamiento del modelo y del imperio socialdemócrata en Europa. Esda coincidencia creó una gota fría, un desorden de ideas y de orientación del que el socialismo español no se ha recuperado. Pero como el socialismo marcó también el paradigma ideológico de la España democrática desde la transición, la sociedad en su conjunto se ha visto arrastrada y presa de la desorientación en los momentos cruciales en que ha tenido que definir su identidad y su posición. Me refiero especialmente a la salida al terrorismo, el desafío secesionista catalán y la avalancha populista. Ha pasado de todo pero no se puede decir que haya predominado la claridad y la entereza.

Vuelvo al origen. El fin del felipismo supuso también el cuestionamiento del modelo legitimador del poder socialista. La transición se pudo consumar en una democracia estable sobre la base de que implícitamente el socialismo detentaba la legitimidad democrática, puesto que la derecha tenía que purgar la sospecha de ser la herencia del franquismo. Según el modelo felipista, el socialismo y la izquierda en general no era una alternativa democrática sino la alternativa democrática; la derecha una alternativa aceptable como oposición y sospechosa si llegaba a gobernar. Se entendía que esto duraría eternamente con el apoyo de la gran mayoría de la población, por lo que las contradicciones potenciales del modelo quedaban ocultas.

La caída del muro destruyó los restos de la utopía comunista en Europa occidental, lo que en principio era un tanto favorable a la socialdemocracia. Pero al coincidir esto con los primeros síntomas de agrietamiento del Estado de bienestar, también la socialdemocracia tuvo que replantearse en parte su identidad. Visto que no hay más horizonte que el capitalismo la disyuntiva era reformar el capitalismo o reformar en el capitalismo. O lo que es lo mismo, la política como lucha por crear una alternativa social o la política como labor de alternativa de gestión de la sociedad. Si en la socialdemocracia posterior a la IIGM dominaba el primer planteamiento, la caída del muro sólo permitía el segundo. ¿Cómo afrontarlo? Creo que en esas estamos.

La coincidencia resultaba difícil de digerir especialmente en España porque al quedar “descolgada” de las democracias occidentales la sociedad española careció de las experiencias políticas propias de estas, que implicaban la adaptación al capitalismo. Así cuando se alcanzó la democracia y hubo que “pensar por sí mismo” la inercia movía a volverse a los rescoldos de la tradición. Aunque no se correspondiese a la nueva realidad de una sociedad a grandes rasgos equiparable a las de occidente en lo económico y social, la izquierda pensaba en clave de los años treinta en los puntos esenciales: “sólo es verdadera democracia el socialismo”, “el socialismo como modelo alternativo vigente al capitalismo”. Con ello se daba pábulo al sentimiento profundo de que la derecha carece de la necesaria legitimidad democrática, como si la identificación con el capitalismo, en cualquier vertiente - liberal, consevadora….-fuera parte de la ascendencia franquista.
Estos prejuicios anacrónicos tan arraigados quedaban en sordina y no operaban al prevalecer la satisfacción que daba el gobierno y sobre todo la posibilidad de capitalizar los progresos económicos y sociales que se gestaron en la etapa socialista. La existencia de una dirección socialista justificaba suficientemente la prosperidad en una sociedad capitalista. F. Gonzalez sintió la necesidad, por intuición e instinto, de modificar la mentalidad más atávica, pero no tenía la claridad suficiente para conseguir que la izquierda sociológica se identificase con un discurso realista y abierto al pluralismo. De esta forma las fuentes del cainismo permanecieron cegadas pero sólo mientras duró el éxito. Bajo la superficie de la arena política cotidiana subsistía un cenagal que políticos incompetentes o delirantes podían explotar en el momento oportuno.

Bien por la ignorancia y la fuerza de sus prejuicios, bien por miedo a reflexionar o bien por la comodidad que supone gozar del monopolio de la legitimidad democrática entre una gran mayoría de la población, las élites socialistas han preferido seguir la inercia, como si su modelo no estuviera en crisis. Aparentemente el modelo se les resquebraja por el costado de la radicalidad. En cierta forma los podemitas no significan otra cosa que la radicalización de las premisas originarias del socialismo; aunque en las filas socialistas predomine por ahora la idea de que el podemismo es un estímulo para la izquierda y un compañero de viaje con el que merece la pena competir en su terreno, ¿puede persistir el socialismo si no es un agente positivo en el “centramiento” ideológico de la sociedad española? Entendiendo por centramiento que exista una cierta coherencia entre la realidad que se vive y la realidad en la que se pretende vivir.

Y lo que es peor ¿puede centrarse la sociedad española sin que se centre el PSOE?. ¿Podría por el contrario significar la desaparición del PSOE una oportunidad para que la sociedad española se centrase? Pero tal vez estas preguntas sólo tienen que ver con la teoría y no con la práctica. Es decir con el horizonte de una gran período por venir y no con la inmediatez del gobierno a formar o bloquear.

domingo, 18 de septiembre de 2016

SANCHEZ ANTE EL FETICHE


¿Por qué no denuncia Schez la complicidad podemita con el secesionismo?

La pregunta es pertinente desde el momento que Podemos se ha convertido en la cuña del secesionismo, de todos los secesionismos posibles, en la sociedad española. Y además sin sonrojo y con la cara-dura bien alta. Cabía la presunción de que, en el primer proceso electoral, tal opción fuera un pretexto para no formar gobierno con el PSOE y “sorpasarlo” a renglón seguido. Ahora que no parece venir esto al caso ya se ha cristalizado la “unidad de destino” del podemismo con los nacionalismos secesionistas. En la estrategia podemita cuenta tanto la tentación revolucionaria como el hecho de que los más activos seguidores se comunican ideológicamente con el nacionalismo radical de tal forma que son indistinguibles. Por mucho que una parte de su público sea ajena al nacionalismo y otra parte vea en Podemos una alternativa de izquierdas al nacionalismo, estos reticentes bien pueden tragar ante el fin supremo de acabar con las derechas.

Aunque Schez tuviera simpatía por el fetiche del “derecho a decidir”, cosa que desconozco y que, es de temer, podría él mismo también desconocer a la manera zapateril; por muy simple que este “líder” sea, no puede desconocer que, de inclinarse ante dicho fetiche, el PSOE estallaría en mil pedazos. Pero el hecho de que “tantee” la formación de gobierno con los avalistas podemitas del susodicho fetiche, como si la carta no estuviera sobre la mesa, indica que su estrategia de supervivencia personal está indisolublemente unida a la formación de un gobierno frente populista, a pesar de los pesares, incluso más allá de este ciclo electoral y para el caso de nuevas y sucesivas elecciones.

Resultando el fetiche por ahora inasumible, los Sanchistas estarían a la espera de que o bien Pablemos se avenga a abandonarlo o a que cobre cuerpo la contestación interna de los podemitas “sensatos”. O que los barones al final “comprendan”, vayan Vds. a saber. En ese escenario se prevé la entrada en las terceras elecciones. Camino a ello Sanchez tiene que ofrecer subliminalmente al menos la expectativa del “gobierno del cambio”, expectativa que quedaría minada si entra en polémica abierta con los podemitas. Como no puede denunciar la complicidad podemita con el secesionismo ni tampoco venerar el fetiche, no queda otro remedio que tratar de que la responsabilidad por no formar gobierno frente populista y por provocar nuevas elecciones recaiga en la “incompatibilidad” entre C,s y Podemos.

De todo esto resulta que el fetiche secesionista adquiere carta de ciudadanía y que los podemitas pueden alardear de sus nuevas convicciones sin repudio alguno y con todo descaro. En el PSOE sigue presente que la defensa abierta de la unidad de España los alinea con las derechas y distrae al público de su cruzada contra la corrupción, “la de la derecha” claro está. En el público en general queda la sensación de que el secesionismo es un lío entre los políticos y una mera fantasmada.

Ante el horizonte cercano de que los secesionistas catalanes se decidan a proclamar  e implementar la independencia, el panorama nacional no da muchas señales de entereza: un cuarto de la sociedad española-los podemitas- puede apoyarlos o incluso movilizarse a su favor, a otro cuarto-los socialistas- sólo le preocupa disculparse culpando a la derecha por inmovilismo y “falta de diálogo y soluciones”, mientras que en la derecha en general, salvo quizá alguna a excepción, prima el miedo a ser sospechoso de echar leña al fuego.

jueves, 1 de septiembre de 2016

EL ESLABÓN DEBIL DE LA TELEPOLÍTICA


El efecto devastador de los medios sobre la opinión pública pone inevitablemente a la la clase política del “sistema” a la defensiva y es de temer que esto se convierta en una situación normal. Se ha encanallado la atmósfera pública hasta el punto que cualquier razonamiento mínimamente realista irradia sobre quien lo hace la sospecha de ser un esbirro de “los poderosos”y “los ricos”. Todo lo que no sea manifestar indignación contra un orden social y político que estaría podrido hasta las cachas y en el que la miseria y la injusticia sería la regla al por mayor es merecedor del reproche de insensibilidad social y de complicidad abyecta. 

Pero no es que el discurso haya calado entre las víctimas o los más desfavorecidos, lo que sería normal, sino entre sectores favorecidos que ven complacida su vida pero que odian el mundo y la sociedad de la que esta vida depende y que la hace posible, con todas las dificultades y contradicciones que se quiera. No voy a tratar esta suculenta paradoja, este estado de mala conciencia, que parece signo de las sociedades opulentas en la globalización y por lo que parece tiene a España en la vanguardia. 

La presencia constante de los podemitas e “indignados” en los medios es sólo la espuma de un caldo de cultivo más profundo, la figura del paisaje. Porque su influencia quedaría muy reducida sino fuera el colofón de una práctica sistemática permanente por parte de la línea de los programadores, de denuncias de injusticias, corrupciones, desahucios, recortes, de eso y sólo de eso, que generan la imagen de una realidad atroz, de un país esencialmente indecente, pleno de gentuza a la caza del prójimo y de la gente. Naturalmente tal estado de encanallamiento impide separar el grano de la paja y esclarecer las responsabilidades y la gravedad de los problemas, así como todos los factores y condicionantes que tienen que ver con las soluciones factibles y las mejoras necesarias. Sólo quien más denuncia a lo bestia tiene razón y es depositario de crédito. Y por supuesto sólo este tiene la llave de las soluciones.

Claro que esto no significa que la mayoría de la gente piense así, seguramente por los resultados electorales y por mínima que sea la coherencia social la mayoría cree que hay mucho que arreglar y no digamos que mejorar, incluso mucho que castigar y escarmentar en quienes han tenido las responsabilidades y el poder, pero no cree que estemos en el infierno o en Somalia, o que seamos simplemente una sociedad de m***da, con perdón. 

El problema es la instalación de un discurso infernal que marca las reglas de lo correcto, lo conveniente y lo aceptable. Así sucedió en el País Vasco con el terrorismo y en Cataluña con la pertinaz actividad independentista. Claro está que la abulia de quienes debieran contestarlo y enfrentarlo ha convertido lo que en términos normales se quedaría en mascota en verdadero monstruo. Pero dejémoslo estar.

Por suerte o por desgracia el centro y los margenes sobre los que se mueve la opinión pública y se crean los estados de opinión no es el resultado de la simple suma de las opiniones de todos y cada uno. No voy a caer en el ridículo de decir cuales son esos cauces y mecanismos, que desconozco y creo que nunca voy a conocer, pero parece obvio que en unas sociedades atomizadas, de experiencias inagotables pero fragmentadas y descontextualizadas, la gente sigue las opiniones que cree que sintonizan con su vida pero también las que conectan sin saberlo con los miedos y frustraciones colectivas. Buen campo de trabajo para los demagogos, que suelen ser los mejores sociólogos sin necesidad de teoría.

Más obvio es todavía que la conjunción de las élites activas, dispuestas a pescar en el río revuelto de las susodicahas frustraciones, temores y complejos, con la voracidad de los medios por acaparar audiencia determina en gran medida aquello sobre lo que la gente tiene que pensar. En esto lo importante no son las ideas a las que se induce, que sólo influyen en una parte, sino los temas y asuntos que deben preocupar, que afecta a todos. Es notorio que por ejemplo en el mandato de Suarez dos semanas de agitación televisiva, cuando dirigía TVE el señor Castedo, sobre el paro que sufrían las poblaciones más desamparadas, removió de tal manera la opinión pública que llevó a la picota al gobierno de UCD. , multiplicando su descomposición. Naturalmente cuando subió al gobierno Felipe Gonzalez no se volvió a ver nada del tema. 

Ante estas prácticas, si bien la inmensa mayoría no es propensa a dejarse llevar por el catastrofismo de golpe y porrazo, es decir de golpe y pantallazo, está expuesta a quedar en estado de suspensión mental, tanto más cuanto sus líderes naturales no son capaces de enhebrar un discurso alternativo que dilucide las súbitas perplejidades que a todos atormentan.

La excitación por los medios de una forma sistemática y hasta sus últimas consecuencias, es decir hasta donde haga falta, de las más bajas pasiones, agravios y sentimientos de culpa y de venganza colectivos que yacen en lo más profundo de la vida social no tiene vuelta atrás y parece ser un fenómeno que se extiende globalmente. La facilidad con la que la sociedad española ha sido presa de este delirio expresa, más allá de la crisis, la profunda endeblez moral en la que transitamos, como si bajo un terreno aparentemente sólido y bien cimentado se abriese de repente un foso de aguas pantanosas. Nuestras élites no han querido creer que el cainismo estuviese al acecho en lo más profundo del alma colectiva. Los socialistas por beneficiarse de sus consecuencias, las derechas para no alarmar como el avestruz. Lo mismo que ante el separatismo. Incluso ahora el fandango entre Rajoy e Iglesias, como si frivolizar con los patrocinadores del encanallamiento expresara sentido del humor, indica que para gran parte de la derecha el orden social y el Estado de derecho marcha tan intocable y seguro como el sistema planetario.

Además de la quiebra del mapa político tradicional y de la creación de una atmósfera ideológica canallesca, la demagogia mediática está afectando a las condiciones de la acción política en un punto neurálgico. La opinión televisada como expresión de la miseria televisada, -habría que distinguir entre la miseria social y la miseria televisada-, ha abrumado a la opinión pública sobre las élites políticas tradicionales. Estas no sólo se han quedado sin discurso ni proyecto más allá de la palabrería, sino que quedan expuestas en carne viva a las demandas más demagógicas ante las que no tienen respuesta alguna. 

Los partidos políticos tradicionales, convertidos en búnkeres endogámicos que han vivido de las rentas de la infantilización política de la sociedad, se encuentran con que no funcionan las válvulas de escape y las compuertas que permiten mantener su capacidad de maniobra y enderezar el rumbo ante las agitaciones más extremas de la opinión pública. 

Como no podía ser de otra manera el PSOE demuestra ser el eslabón débil del “sistema”, el más propenso a sufrir las consecuencias de este embate. Sin élites que asuman la realidad del país en el que viven, los militantes, ya huérfanos declarados, se han cansado de hacer de monaguillos pegacarteles y creen que el destino les pertenece mientras se dan el gusto de tener a los dirigentes a sus pies. Toman por ideología y principios lo que no es más que el eco de la putrefacción mediática, de la que son maestros y catedráticos los podemitas, quienes al paso que vamos serán pronto “sus mayores”.

¿Hasta cuando el público televisual se cansará de complacerse en la miseria televisada? Hasta ahora la exclusiva de la basura era cosa del “corazón”, ya lo comparte “la telepolítica” o lo que sea. De marchar al compás esto puede ser endémico. Pero veamos lo bueno. Como que pueda motivarse una mayor sinceridad entre las élites y el público, así como la continencia de los que hacen de la política un negocio particular. Habrá que esperar pues a que la demagogia escampe, lo que es mucho esperar, para que esto sea posible. Igual entonces resulta que la “telepolítica” tiene efectos positivos sobre la calidad de la política. ¿Tendría sentido entonces la “telepolítica” para sus programadores?