Cuando la luna llena nuestro hombre se mira en el espejo para ver las
orejas del lobo. Comprueba como cada vez están más crecidas y
cara a cara con la luna le agradece que sólo a él le está
dispensado tan milagroso espectáculo. Luego urde sobre la almohada
los sueños que ha de soñar y que ha de hacer soñar al despertar.
No admite un segundo que descansar, pues, para quien sabe lo que
quiere, soñar no es descansar sino malcriar. En su idea sería
crear, o sea hacer creer. Sólo admite segundones y tercerones, y que
no cejen de pulular a su alrededor. Su mansión es su palacio y su
palacio el hormiguero modelo del inmenso hormiguero que sueña ha de
ser su país. En su Palacio cada hormiga se afana para recibir su
felicitación, que es su felicidad. A cambio de decir lo que el
soñador supremo ha soñado, pero como si fuera idea original. No
sueño sería entonces sino verdad que ha de taladrar las mentes de
crédulos e incrédulos por doquier.
Siempre con guión y
sin guión el hormiguero siempre esta a prueba. Porque los guiones
cambian de súbito y hasta pueden ser incomunicables. ¡Hay de quien
no interprete bien lo oculto! ¡Hay de quien se atreva a pensar por
sí mismo! Peor le va. Los más avezados en el aplauso creen que
tienen la clave del punto justo. Pues el lobo del reflejo lunar
siempre publicita en negativo. Su transparencia es por ello total,
para quien lo ha pillado. Basta ver al negativo lo que dice, promete
o solemniza. Incluso cuando publica en su nombre. Por ejemplo a la
Tierra Quemada se la titula Tierra Firme.
Todo ello es en el
fondo y en la forma fascinante. Tan fascinante como tremebundo.
“Mysterium tremens y fascinans” es la fórmula más famosa de lo
Sagrado consagrado por el gran pensador R. Otto. ¿Llega a tanto
quien sólo se sueña a sí mismo? En cierta manera si soñar es ya
crearse. Pero a pesar de todo eso no es humano. Fascinar
estéticamente, es lo único concedido a los mortales.
¿Pero quien
pudiera? Gran parte de su patrimonio y poderío más allá del BOE y
la omnímoda propaganda en la que rinde su trabajo el hormiguero es
su fascinación estética. Fascina a los suyos y a los estetas. A los
suyos por su fuerza, ánimo, audacia, vileza y picardía victoriosa.
Fascina porque los hace sentir vencedores, como si el Dragón
vengador se tragara al Santo símbolo de la “derecha ultraderecha”.
Que a todos hay que poner en su sitio.
Pero tanto más fascina a
quienes inspira sueños novelescos, como si fuera novela viva y
coleante para una vida que se sueña novelesca por parte del novelista. Y novela que se sueña real por el protagonista lunar.
No seré yo quien
crea que la fascinación estética que produce en A. Perez Reverte
este resplandor lunar tenga que ver con la que por ejemplo fascinó a
Jünger o Celine expertos en andar sobre las brasas, de la indignidad
de una fascinación tan estética como totalitaria. Parece más bien
inocente fascinación nietzscheana propia de un tiempo de sólo apariencias en que se
tiene la democracia, siempre imperfecta y el regimen más perfecto, por fruto natural e inconmovible, sin
que nada afecte a lo que pasa y todo valiese por igual moralmente. Como si el esteticismo, sea de la fascinación aristocrática
por la voluntad de poder (o en su expresión menos ruda de la
sofisticada virtú renacentista, o sea de la fascinación gregaria
del hooligang, no fuera políticamente inocuo y sólo un fantasma de la infausta
fascinación totalitaria ya experimentada por la humanidad.
En los tiempos
gloriosos del totalitarismo la fascinación gregaria era también
estética. ¿Como concebir la grandiosa unidad en el temor sin la
fascinación de la parafernalia de los espectáculos que expresan la
“movilización total”? Incluso en las latitudes caribeñas se
expresa este entusiasmo congelado, remedo del antiguo carisma.
Tenemos un dragón
sin carisma y eso lo haría más fascinante. ¿Cómo sin carisma se
puede engañar a todos en todo? (a todos los que le importa tener
engañados). Es un talento inverosímil sin duda. Pero indica más la
debilidad cívica de una sociedad festera y mal pensada para no tener
que pensar. Dividida entre quienes la facilidad de la llegada de la
democracia les hizo creer que la democracia es algo fácil y entre
quienes piensan que esa facilidad enmascaraba un timo. Por eso tanta
fidelidad y complicidad. La gran obra fascinante de que la grey
fascinada se asome sin rubor a su negativo y se reconcilie con él.
Primero ante todo la complicidad de los engañados en la utilidad del
engaño . Después vendrá el amor carismático. Así procedió
Stalin, de “más gris” a ser el “más amado”, y Trotsky quedó
estupefacto.
No parece que
nuestro Dragón busque ni necesite por ahora tal asalto al
espectáculo, ni a dotarse de carisma alguno. Se guarda el carisma
para sí, reflexiona ante el espejo. De alcanzar sus sueños le
fascinará su imagen ante el espejo del plenilunio. Pero, ya pública
esa imagen y acostumbrados todos a ella, es posible que sienta la
necesidad de ser venerado carismáticamente, hasta en grandes
parafernalias. Por el bien de la humanidad por supuesto.