En un programa de divulgación cultural (La aventura del saber, TV2) interviene el ilustre filósofo Reyes
Mate. Según el presentador Dn Salvador Gomez el tema era “algo tan
recurrente como el ser y no ser de España”. De forma automática y
sin más mediación se trató de la Inquisición. “Marca España”,
para qué complicarse. Don Reyes clausuró la exposición con frase
lapidaria: “somos hijos de la intolerancia, pero nietos de la
tolerancia”. De atender sólo a esto alguien podría pensar,
conforme a la historia común más manejable y cercana , que se
trataba de que somos nietos de la transición y la democracia e hijos
de la impronta zapateril.
Pero no era eso.
Era que la
Inquisición había enterrado a la “España de las tres culturas”
y había consagrado en su lugar la intolerancia y el espíritu de
sospecha que nos debe estar acunando, traduzco, hasta la fecha,
según la imagen, me permito glosar, que liga los episodios de la
celebre película Intolerance de Griffith. El presentador sugirió
que no eramos un caso único en cuanto a persecución inquisitorial
se refiere, sin necesidad de mencionar la tradición de erradicación
de las comunidades judías tan característica de nuestro mundo
cristiano en su conjunto. Sin explicación alguna don Reyes dejó
sentado que eramos un caso único y de excepcional anormalidad.
La razón es que la
persecución tuvo por víctimas a los conversos, con lo que toda la
sociedad estaba sacudida por la sospecha de traición y de herejía.
Y lo sigue estando.
El contraste con la
benevolencia de la “España de las tres culturas” es tan
impactante que con sólo mencionarlo se explica la inclinación
enfermiza que padecemos. No encuentro otra explicación a la alegría
acrítica con la que se acogen ciertos tópicos cuando se ama la
verdad vocacionalmente. Tanto que ante lo que parece evidente
diferencia y única monstruosidad se extraña uno que no se reclame
al espíritu de Griffith por no haber incluido a Torquemada en su
imponente obra y en cambio lo hiciera con por ejemplo la noche de San
Bartolome.
No me cabe duda de
que la expulsión de los Judíos y los moriscos junto con la
Inquisición y la Guerra Civil han sido los episodios más funestos
de nuestra historia desde el punto de vista moral y político, amen
de económico, religioso ,etc. Como igualmente es indudable que no
podemos comprendernos sin tener en cuenta su marca y sus
consecuencias en la mentalidad y la moral colectiva. Pero la forma
como afectó y está afectando es lo más importante a dilucidar.
Porque lo que hace de esta marca algo extremadamente complejo es que
nace del choque entre esa persecución inhumana y nuestra cultura
fundamentalmente humanitaria y humanista, abierta como ninguna al
mestizaje cultural y de parentesco. Me atrevo con una conjetura:
¿sentiría la sociedad alemana y otras algún remordimiento por el
Holocausto si hubieran vencido?
Porque si en algo
somos especiales colectivamente desde hace varios siglos es de
nuestra propensión a avergonzarnos de nuestra historia y hasta de
nosotros mismos como colectividad, en algunos casos como el de la
Inquisición con razón y en otros con insólita injusticia.
Desde luego la marca
no se borra así como así, pero es demasiado presumir que sabemos
como se extiende, donde lo hace y como se borra. Inclusoel fondo del
que nace. Merece la pena hacer un esfuerzo de distanciamiento de los
tópicos al uso destinados a comprendernos en términos maniqueos y a
justificar el espíritu cainita. La historia es muy revoltosa y las
corrientes profundas emergen por las grietas más inesperadas.
Convendría tener en
cuenta algunas omisiones de carácter más general, muy someramente
Que con la crisis de
la cristiandad medieval la historia europea occidental se orientó
hacia la formación los estados nación para lo cual fue el
instrumento fundamental la homogeneidad y a la vez la diferenciación
religiosa. La peculiaridad de España, pluralidad de reinos y
religiones, en la forma de afrontar esa homogeneización (en realidad
la homogeneización suficiente para que fuera posible una Estado
nacional) no la aparta de ese movimiento general de la que fue más
bien pionera. En cierto modo empezamos siendo los más fieles al
diseño de Maquiavelo que rige hasta hoy el Estado moderno.
Que todas las
naciones Europeas, de eso tratamos, podrían hacer su propia historia
de la intolerancia e incluso la maldad, así como de su capacidad
para ocultar su intolerancia haciendo propaganda de la intolerancia
ajena, cosa en la que por cierto la nobleza política y eclesiástica
española no anduvo muy despierta.
Que sería un
despropósito reducir el espíritu de intolerancia al impulso
religioso, cuando una vez que cuajaron los Estados nacionales el
principal factor de intolerancia fue la necesidad de imponer la
obediencia en el interior y el poderío en el exterior. Es decir el
interés macropolítico.
Que en ese mismo
sentido es ultra reductivo atribuir la intolerancia a lo católico y
la apertura a la libertad a lo protestante. El despotismo ilustrado
fue algo común, comprendida la estricta subordinación del poder
religioso al interés del Estado. Véase a este respecto la
persecución de los jesuitas. Si por ejemplo Francia y España no
avanzaron por la senda del parlamentarismo inglés ¿se debió a la
religión?. No digamos de los feudos alemanas, los fragmentos
italianos, el Imperio austríaco, Rusia… Si de idiosincrasia se
trata ¿habría que darle la razón a Weber? ¿de ser así es la
intolerancia religiosa la causa de que en las sociedades católicas
se mire con sospecha el valor de la iniciativa empresarial y se sea
insensible a la asociación entre trabajo y salvación? ¿no es más
bien otra escala de valores más próximos al humanitarismo primario
del que se ha nutrido el socialismo moderno y en el que figura la
identificación entre riqueza y codicia? Pero lo más importante
¿habría que dar por buena la existencia de esa enfermedad de
ausencia de pensamiento crítico que aparta de la modernidad?
Parece como si
España estuviera condenada a andar con el paso cambiado. ¿Primaba
acaso la intolerancia de los abuelos y la tolerancia de los padres en
Europa?
Veamos algunas
omisiones más propias sobre el caso de España, más en concreto
sobre la tesis fuerte del Sr. Reyes: la Inquisición trajo consigo
que, hasta Azaña, fuera lo mismo España y catolicismo. Me permito
conjeturar muy esquemáticamente:
Que esa
identificación, dando por buena su existencia hasta la modernidad,
obedeció en lo fundamental al compromiso del nuevo estado nacional
con el Imperio católico de los habsburgo y a la vinculación de su
destino con la defensa del catolicismo frente al protestantismo. La
evolución fue traicionera. Si en un principio estaba en juego la
hegemonía sobre Francia de la fórmula imperial se pasó luego a
subordinar el interés nacional al dominio del catolicismo sobre el
protestantismo. Asunto extremadamente complejo pero al que apenas se
atiende.
Que en el terreno
político la identificación entre España y catolicismo (modelo
absolutista) pasó a mejor vida tras las guerras carlistas, lo que no
significaba la desaparición del peso del catolicismo y si se quiere
de la intolerancia. En lo fundamental hablando históricamente la
ideología conservadora ha asumido la nación al igual que la
progresista, de la misma forma que la intolerancia se ha
“democratizado” y puede cada movimiento social presentar su
versión y aportación a la intolerancia común.
Ni el más loco de
los católicos identificaría España y el catolicismo hoy en día.
Ni siquiera lo haría un polaco o un irlandés, ni un ruso con la
ortodoxia. Que esa identificación haya sido parte de nuestra
historia no tiene nada de especial a la vista de la importancia
política que ha tenido la religión en nuestro orbe. Todas las
sociedades modernas han hecho su particular tránsito hacia la
secularización, hacia la separación entre ley y religión, que por
cierto es parte esencial de la doctrina de Jesus, y España no ha
sido menos y a su manera. Aducir la permanencia de la cultura
católica como prueba de que en España no ha tenido lugar
mentalmente ese tránsito y de que el ambiente social anda
contaminado de intolerancia es más indicio de sectarismo mental que
otra cosa. O de incomprensión de lo más elemental sobre la
democracia y el Estado de derecho: el respeto de la pluralidad. El
valor de una opinión se mide por lo que pueda valer en sí y porque
comprende el respeto a las opciones ajenas.
Seguramente el
catolicismo marca más profundamente a España de lo que Reyes Mate
pueda concebir. Para bien y para mal, pero de forma inopinada,
también por lo que a intolerancia se refiere. Porque posiblemente
provienen de una profunda catolicidad, en concreto del dogma de la
verdad única, las profesiones de fe anticatólicas tan
características desde el XIX. Uno no quisiera ser cenizo pero hay
demasiados indicios de que la intolerancia y la ley de la sospecha ha
ido cambiando de bando desde el XIX, o al menos repartiéndose como
buenos hermanos.
Llevada a su extremo
la argumentación de Don Reyes se enfrenta a una alternativa. España
se ha “incorporado” a Europa, me refiero a la Europa de la
cultura europea, con tanta normalidad y en tal grado que
objetivamente podría presumir de ser de los más tolerantes en
materia de costumbres, libertades civiles...etc Sin duda mucho se
debe a la influencia de la izquierda, pero no menos a que también la
derecha liberal o conservadora apenas ha puesto reparos y ha mostrado
en lo fundamental exquisito respeto por las novedades. Si no me
equivoco la adecuación a los nuevos tiempos, con sus virtudes y
miserias, es común a toda la sociedad y motivo de orgullo general.
¿Cómo es posible
en una historia dominada por la intolerancia? ¿de verás en España
se discrimina o se está predispuesto a hacerlo por razones de sexo,
religión, localidad, etnia, cultura? Dejemos aparte los
nacionalismos realmente existentes. Puede ser que esto sea un
espejismo, que en el fondo de esta tolerancia aparente subsista el
obsesivo afán de persecución del extraño, del otro y del distinto.
Incluso que el mestizaje tan típico de nuestra sociedad y de nuestra
influencia cultural no sea sino un disfraz de quien anda afilando sus
garras. ¿Qué milagro que así la vida social, que no la política,
funcione con tan pocos traumas morales? ¿cuanto disimulo y
teatralidad debe según esto esconder nuestro ser profundo? Uno
pensaba que lo del Dr. Jekill y Mr. Hyde es cosa más británica y
anglosajona pero el análisis de Reyes Mate me pone sobre aviso.
Veamos el malhadado
nacionalcatolicismo. Intento funesto y chusco de resucitar el modelo
absolutista. Ningún movimiento de masas a la manera de los
movimientos fascistas y nazi generó. Ese extremo recurso ramplón
infectó las costumbres pero con tan poca sinceridad que uno de los
impulsos más importante para abrazarse a la democracia y a Europa
fue enterrar la pacatería y la mojigatería. Aún hoy la Iglesia
anda escarmentada de haber avalado durante dos décadas la
baratijería moral y de haber rebajado hasta el beatismo social su
noble doctrina.
Teniendo en cuenta
esta intromisión en los protocolos de la objetividad y el buen
juicio ¿alguien sería capaz de actualizar el mapa de la
intolerancia y la sospecha? ¿en nuestra España quienes son más
intolerantes los que invocan el derecho a sospechar o quienes son
objetos de sospecha por su presunta descendencia de intolerantes?
Lo más constatable
positivamente es que se anda a la caza de los “fachas conversos”
como si todo el que no profesa la fe progre en todas sus variantes
fuera un franquista, vergonzante o presto a la venganza… Como un
“converso” que nunca podrá justificarse.
Ya nuestro problema
no tiene que ver con las costumbres, pero sí con el modo de entender
el juego político, es decir que una democracia no hay puros o
impuros siempre que se respete la ley y los derechos humanos.
Contando además con la contaminación que sufren las costumbres por
una forma retorcida de entender la política.
No estaría de más
prestar atención a las “Filosofías de la sospecha” tan
contemporáneas y a sus secuelas. Dan mucha combustible para
sospechar de todo y hacerse con el derecho a sospechar.