sábado, 18 de enero de 2014

CUESTIÓN DE CÁLCULO.



Quizás esta fórmula podría valer en general, también  para el caso Gamonal.
Todo movimiento reivindicativo o social es igual a la suma de tres componentes: 1º La adhesión que merece la reclamación que lo provoca, 2º el poder catalizador de la mala leche que incuba la sociedad en general, 3º el poder promotor de la causa general de los amantes de la agitación o si se prefiere de “los ideológicamente comprometidos”.
Un movimiento químicamente puro, o cívicamente puro, sería el que resulta de restar el tercer componente y añadir el segundo como estímulo complementario de lo primero sin desvirtuarlo.
En cuanto a su valor puede haber varios puntos de vista:
Para unos el valor del movimiento es la justicia de la reclamación que lo justifica. Para otros el valor del movimiento es el civismo con el que se defiende la reclamación que lo justifica.
Estos dos puntos de vista tienden a complementarse.
Para otros es la capacidad de alcanzar sus metas con independencia del medio utilizado. Para muchos otros su valor  es lo que tiene de símbolo y, cómo no,  de pretexto para enganchar a la causa general.
También estos dos puntos de vista tienden a complementarse.

NO PASA NADA




El proceso secesionista catalán tiene algo del misterio de un buque a la deriva envuelto en la  niebla y cercano al puerto, del que sólo se sabe que rebosa de combustible y que la tripulación, con el capitán al mando, se ha entregado a una orgía frenética, mientras la autoridad portuaria, que apenas está saliendo de una profunda siesta, se pregunta si se trata sólo de una pesadilla. Haría falta el más poderoso microscopio cuántico o la destreza de los grandes escritores románticos rusos del siglo XIX en los asuntos del alma para visualizar y comprender la sinuosidad de la partida que se está jugando.