viernes, 22 de agosto de 2014

LÍO FRATERNO


UPyD, o sea Rosa Diez, quiere una socialdemocracia digamos que estatalista en el mejor sentido de la palabra, de política de Estado. Una corrección en suma de la filia nacionalista e hiperautonomista del PSOE. Sus enemigos la han endosado en las espantosas filas del “españolismo” sin que se haya podido liberar del sambenito apelando al “constitucionalismo” y al “ciudadanismo”. Ciudadanos, o sea A. Ribera, es como una pequeña UCD espontánea, nacida de abajo y no de los engranajes de la administración. Quiere fundamentalmente la regeneración en lo que ahora se necesita, la reforma en el modo de hacer y la moderación en el talante, es decir el centrismo puro. Es difícil imputarle de “españolista” porque ha nacido defendiendo la unidad de España con argumentos ciudadanistas, tal como es el nombre de su partido. Ha tenido la gran habilidad de presentar lo español con naturalidad, sin complejos ni aspavientos. La apelación al ciudadanismo no suena a eufemismo de españolismo sino a exorcismo de la España cañí, tan solicitada por los nacionalistas. A la primera cabe imputarle su rigidez y su clasicismo en lo que a la manera de entender la política se refiere, pero es el envés de su claridad, contundencia y valentía. Lo peor es que anda despistada para los tiempos que corren. Su obsesión con el orden interno partidista y con formalizarse como partido institucional le ha hecho perder de vista que a los españoles les importan más los contenidos que las formas, las dinámicas más que las batallitas. Pero aun peor es que, como los líderes de los partidos a la antigua usanza, también su pequeño aparato alimenta el exceso de celo y con ello voces bárbaras, por lo visto con la diputada Lozano, que de natural debe ser educada y razonable. A. Ribera parece dotado de la cintura y simpatía política de la que carece Rosa Diez , feliz coincidencia de su talante personal con su educación política, más propia de este universo mediático. Es la diferencia entre un busto eximio al que habría que confiar la salvación del Estado y un telecolega formal, competente y servicial con el que se puede compartir las incertidumbres y emprender iniciativas, “interactuar” en definitiva. Se dirá que lo importante es el programa y el proyecto ideológico. Nada más difícil de medir y perfilar en los tiempos que corren. Es más decisivo lo que está claro: el espacio sociológico y la orientación natural de su política dadas las circunstancias con las que hay que lidiar. En lo que respecta a lo primero comparten la misma tierra prometida: los cabreados moderados que creen que ley, derecho y democracia no son incompatibles, ni tampoco patrimonio de nadie. Por no extenderme, los que están abiertos a un regeneracionismo funcional y civilizado. Por lo que a la orientación se refiere no tienen otro camino ni otra meta posible que condicionar a la vez a los dos grandes partidos, aportar al socialismo y la izquierda un cierto sentido de Estado y de nación y “descacicar” la derecha. Pero en términos prácticos todo depende en suma de que conecten con la verdadera obsesión de los españoles, acabar con la corrupción. Ambos tienen que ofrecer lo mismo: hacerlo de manera civilizada y sin hipotecar la prosperidad colectiva. No parece mucho pero podría ser el punto de partida de una regeneración más seria. Todo dependería de que el éxito conllevara una mejora en la educación política de la población. ¿Mejor unidos o separados?. La respuesta parece obvia, vivir o desaparecer. Lo que verdaderamente está en juego: ¿cual es el líder adecuado?. No es otro, u otra, que el que sepa articular un discurso convincente. Seguramente el tiempo, que corre deprisa, nos lo hará saber. Entre tanto deseemos a los protagonistas generosidad.