UPyD, o sea Rosa Diez, quiere una
socialdemocracia digamos que estatalista en el mejor sentido de la
palabra, de política de Estado. Una corrección en suma de la filia
nacionalista e hiperautonomista del PSOE. Sus enemigos la han
endosado en las espantosas filas del “españolismo” sin que se
haya podido liberar del sambenito apelando al “constitucionalismo”
y al “ciudadanismo”. Ciudadanos, o sea A. Ribera, es como una
pequeña UCD espontánea, nacida de abajo y no de los engranajes de
la administración. Quiere fundamentalmente la regeneración en lo
que ahora se necesita, la reforma en el modo de hacer y la moderación
en el talante, es decir el centrismo puro. Es difícil imputarle de
“españolista” porque ha nacido defendiendo la unidad de España
con argumentos ciudadanistas, tal como es el nombre de su partido. Ha
tenido la gran habilidad de presentar lo español con naturalidad,
sin complejos ni aspavientos. La apelación al ciudadanismo no suena
a eufemismo de españolismo sino a exorcismo de la España cañí,
tan solicitada por los nacionalistas. A la primera cabe imputarle su
rigidez y su clasicismo en lo que a la manera de entender la política
se refiere, pero es el envés de su claridad, contundencia y
valentía. Lo peor es que anda despistada para los tiempos que
corren. Su obsesión con el orden interno partidista y con
formalizarse como partido institucional le ha hecho perder de vista
que a los españoles les importan más los contenidos que las formas,
las dinámicas más que las batallitas. Pero aun peor es que, como
los líderes de los partidos a la antigua usanza, también su pequeño
aparato alimenta el exceso de celo y con ello voces bárbaras, por lo
visto con la diputada Lozano, que de natural debe ser educada y
razonable. A. Ribera parece dotado de la cintura y simpatía política
de la que carece Rosa Diez , feliz coincidencia de su talante
personal con su educación política, más propia de este universo
mediático. Es la diferencia entre un busto eximio al que habría
que confiar la salvación del Estado y un telecolega formal,
competente y servicial con el que se puede compartir las
incertidumbres y emprender iniciativas, “interactuar” en
definitiva. Se dirá que lo importante es el programa y el proyecto
ideológico. Nada más difícil de medir y perfilar en los tiempos
que corren. Es más decisivo lo que está claro: el espacio
sociológico y la orientación natural de su política dadas las
circunstancias con las que hay que lidiar. En lo que respecta a lo
primero comparten la misma tierra prometida: los cabreados moderados
que creen que ley, derecho y democracia no son incompatibles, ni
tampoco patrimonio de nadie. Por no extenderme, los que están
abiertos a un regeneracionismo funcional y civilizado. Por lo que a
la orientación se refiere no tienen otro camino ni otra meta posible
que condicionar a la vez a los dos grandes partidos, aportar al
socialismo y la izquierda un cierto sentido de Estado y de nación y
“descacicar” la derecha. Pero en términos prácticos todo
depende en suma de que conecten con la verdadera obsesión de los
españoles, acabar con la corrupción. Ambos tienen que ofrecer lo
mismo: hacerlo de manera civilizada y sin hipotecar la prosperidad
colectiva. No parece mucho pero podría ser el punto de partida de
una regeneración más seria. Todo dependería de que el éxito
conllevara una mejora en la educación política de la población.
¿Mejor unidos o separados?. La respuesta parece obvia, vivir o
desaparecer. Lo que verdaderamente está en juego: ¿cual es el líder
adecuado?. No es otro, u otra, que el que sepa articular un discurso
convincente. Seguramente el tiempo, que corre deprisa, nos lo hará
saber. Entre tanto deseemos a los protagonistas generosidad.
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