El PSOE ha dejado crecer su
gangrena hasta el punto en que no se puede saber si es mejor amputar o esperar
a ver qué pasa. Zapatero le cogió gusto a complacer a los nacionalistas de toda
grey, empezando por darles los mejores sillones de su partido, por el prurito
de hacerse el capitán de una España guay y superplural, más plural que España en todo
lo que quepa. Es cierto que todo viene del pecado original cuando el PSOE decidió
ser sólo PSOE en Cataluña a efecto de sacar diputados en las elecciones
generales, mientras a cambio los jefes del PSC disfrutaran de su corral sin
interferencias. Los motivos por los que se dio pábulo a la anomalía catalana de
un partido independiente y con poder dentro del PSOE, todavía están por esclarecer,
pero la candidez con la que siempre se ha visto el caso catalán y en general las veleidades disgregadoras facilitó cualquier desatino. El hecho es que la
población y los creadores de opinión asumieron el hecho con naturalidad,
pensando todos que es normal ser lo mismo y ser distintos a la vez. Sólo cuando
algo empezó a chirriar, véase por caso el aquelarre de la renovación del Statut, la identidad del PSC versus PSOE empezó a
parecer tan confusa y misteriosa como el sexo de los ángeles.
Rubalcaba, al que cada vez le es
más difícil actuar como un viejo zorro, piensa sobre todo en los diputados que
Cataluña le otorga en las generales, sin los cuales el PSOE no puede aspirar
a nada. Pero también al seguir sus ramalazos de hombre de Estado, que a veces los
tiene, debe ser consciente que la marcha efectiva del PSC tornaría a este de
independentista casi converso en independentista confeso, sin que a cambio, la
extensión del PSOE a Cataluña pudiera
alterar algo la marcha de las cosas. Por otra parte de un PSC dejado a su aire
sólo cabe esperar que llegue a donde el viento le lleve. Sus gestos de
compromiso con la unidad de España y la Constitución suenan cada vez más a un trámite
formal con los que contentar a los osos de Madrid o a los viejos operarios charnegos
del Baix Llobregat a los que aún les suena eso del internacionalismo proletario
y la solidaridad entre los pueblos de España. Pero como estos son cada vez
menos y los osos están en extinción lo que cuidan que parezca sincera es la fe
nacionalista. Se actúa apoyando todos los pasos que conducen al desenlace
fatal, pero sin querer que este se produzca, como quien se tira al mar en
pleno oleaje sin saber nadar y pretende salir tan campante. Pero lo peor es su identificación
con la ideología y sobre todo la semántica nacionalista, cosa que no es ajena
al hecho de que, según se dice, el
ochenta por ciento de la población quiere “el derecho a decidir”. En la
práctica parece que para el PSC la cuestión de la independencia le resulta tan
indiferente como quién sea el vencedor del festival de Eurovisión. Sólo espera
a ver lo que resulta para apuntarse y seguir igual.
En estas circunstancias lo que se haga es malo
pero no se sabe lo que puede ser peor. Lo más lógico es no hacer nada, pero no
por prudencia o por confianza en que al final no pase nada, a la manera del
marianismo, sino por confusión, miedo y parálisis, que al final es todo lo
mismo. Si al menos hubiera garantías de que el PSOE va a ser consecuente cuando
el pulso deje de ser retórico y se haga efectivo no todo estaría perdido. Pero
tampoco cabe ser muy optimista sobre esto. Por desgracia Zapatero se ocupó de consumir
las reservas de optimismo que quedaban en estos lares.