El simpático devaneo fáustico platónico de Don Ramón puede
estamparse al meterse en las aguas procelosas del las singladuras
nacionalistas como si nada. Se advierte que lo hace inocentemente no
sólo respecto a las consecuencias políticas sino a su crédito
intelectual, seguramente lo que más le duele. Nada más
significativo sobre la herencia ideológica de su armazón
intelectual, de escasa enmienda autocrítica a lo que se ve. Don
Ramos que no teme insinuarse como Super Tamames puede devaluarse como
SubTamames al bailar con la “Supernación”.
No debiera presumir
sin duda de instinto político, aunque sí de un sentido escénico
que acompaña a su acreditada trayectoria académica y a sus
méritos intelectuales en campos específicos de la teoría económica
y de los análisis de la globalización entre. Pero en lo que a
historia se refiere y especialmente España no excede, con
independencia de su grado de erudición, los tópicos progres
izquierdosos que dominan el catetismo hispano.
Tópicos que
sitúan no sólo la Constitución y la convivencia nacional, es
decir cívica y democrática, sobre un subsuelo pantanoso. Topicazos
que pese al empeño de grandes historiadores actuales no se han
desvanecido salvo en algunas élites de la derecha, pero sin que por
desgracia el mismo público no tan progre se haya curado sobre esta
infección que trae a mal traer nuestra identidad colectiva.
Supertopicazo en fin que perfiló desde la República el PCE (con
toda la izquierda desde antes) y que sirvió cocinado a la progresía
naciente sin emprender siquiera la corrección mínima intelectual al
protagonizar la transición.
Entre otros detalles
esta ha sido la principal “aportación” ideológica del viejo PCE
y de la Pasionaria con la que Tamames sigue comulgando sin más
reflexión que la que haría quien lo tiene por una evidencia
natural. Porque como es notorio Tamames no fue comunista de corazón
e intelecto sino de interés, como era común en esas filas, ni ha
vuelto a serlo aunque le gusta el culto a la ingeniería social y a
la planificación estatal en compañía de apremios liberales,
asunto que ahora no viene al caso, pero revelador de que lo menos
doctrinalmente “comunista” y de hecho el regalo más
políticamente dañino del comunismo patrio ha dejado un poso
corrosivo que no se queda en el simple oportunismo político con el
que la izquierda ha ido apañando su poder político y hegemonía
ideológica. Porque afecta a los cimientos y no sólo al tejado o a
la pintura de alguna habitación, como es la habitual creencia de la
izquierda y de buena parte de la derecha, sea política, social o
intelectual. Coincidencia terrible de gran parte de la opinión
publica y no digamos publicada y universitaria en que el reclamo de
claridad sobre este tema es un cuento para asustar viejas. Asunto
resuelto y “qué más da”.
En su intento de
dirigir la República primero hacia los soviets y en la guerra civil
hacia la órbita stalinista “seudoburguesa” el PCE enfocó la
candente “cuestión nacional” desde el patrón y patronazgo de la
doctrina stalinista sobre la autodeterminación nacional de las
naciones oprimidas. Canon que dio carpetazo dogmático a este
espinoso asunto que ponía en jaque la axiomática del materialismo
histórico. De hecho Marx trató el tema indirectamente y sólo
desde el punto de vista de la utilidad para la revolución proletaria
internacional de los movimientos independentistas como Irlanda o
pueblos del Imperio de los Habsurgo, atisbando la importancia para la
extensión de la revolución a las colonias del tercer mundo. En el
mismo sentido se interesó por las revoluciones cantonales y el
federalismo hispano de su época sin ceder a la estupefacción, bajo
el principio del máximo aprovechamiento político de todo lo que
caiga. En el plano teórico, “científico” para el marxismo tuvo
reticencias, porque no se le escapaba la incomodidad del tema. Se
trataba de movimientos burgueses y pequeño burgueses y de campesinos
pequeños y medios, todos ellosmás bien reaccionarios, no tanto por
capitalistas o feudales que también, sino culturalmente. En
contradicción con la máxima de que la revolución tenía que ser
mundial y protagonizada por el proletariado de las naciones más
industrializadas. De hecho, asunto más de fondo, la idea de nación
y del sentimiento nacional era difícil de meter en el lecho de
Procusto de la lucha de clases como motor de la historia.
La primera solución
canónica la ofreció la socialdemocracia austríaca (austromarxismo)
visto el insoportable encrespamiento de las trifulcas nacionalistas
en el Imperio austrohúngaro, una vez que Alemania e Italia se
constituyeron en naciones soberanas. Se inventó la “nacionalidad”
para designar los pueblos con derecho y posibles de ser nación. El
término pasó de ser un calificativo de pertenencia a una nación a
designar un ente entre político y cultural, con lo que esperar a ver
por donde van las aguas. Ello debiera deshacer el abigarramiento
étnico y volcánico en el que aquel gran mosaico iba tirando sobre
la base del respeto de las peculiaridades e idiosincrasias. Más que
solución dio de sí la doctrina de W. Wilson aplicada con singular
celo por Poincaré de desmembrar el derrotado y ya inútil Imperio
centroeuropeo creando estados nacionales a porrazos, que
interiorizaron y reprodujeron los conflictos étnicos ancestrales.
Curiosamente el nazismo trató de legitimar la ignominia de su
sangriento “espacio vital” resucitando el esqueleto de antiguas
posesiones dinásticas convertidas en landers domésticos más o
menos privilegiados, aunque siempre bajo su irreprimible aversión
racista antieslava, dejando aparte el holocauso que no es el caso.
“Se arregló” todo casi hasta ahora con la enérgica política de
purificación étnica deportaciones de las minorías étnicas ajenas
a la etnia dominante que debiera dotarse del Estado correspondiente.
Me he detenido un poco en algo aparentemente lejano porque el Imperio
Austríaco fue el destinatario del término Plurinación y Estado
plurinacional con el que se prepara la “solución histórica” en
vistas a la que se demanda a la sociedad española “generosidad y
altura de miras”, por no decir gilipollez e irresponsabilidad.
La vocación
comprensiva de la progresía y de las izquierdas políticas hacia la
disgregación nacional es parte jugosa de la tradición que tiene por
origen la debilidad prototípica del Estado liberal nacional, asunto
de los más enjudiosos para el historiador que se precie y se atreva.
Pero es obvio que el modelo progrecomunista de lo que sea la nación
instalado dogmáticamente hasta hoy entrelaza la tradición
anarcosindicalistahispana,sin que falte el aderezo familiar carlista, de lo que en conjunto tanto habría que pensar, con la fórmula
marxista que ideó Stalin, dando forma teórica a la práxis política
ya impuesta como URSS.
Stalin siguió la pauta del austromarxismo
para legitimar el “derecho a la autodeterminación” de las
nacionalidades oprimidas por el zarismo. Sin merma eso sí de que
tratara de exponer académicamente en qué consiste la esencia de la
nación, como hizo también con la esencia de la lengua y con la
esencia del arte y del gusto estético <abordaje, dicho sea de
paso, con resultados discutibles pero dignos de ser discutidos. Que
lo cortés no quita lo valiente>.
Pero es obvio que la
doctrina fue una añagaza cuando todo había quedado resuelto manu
militari. Cuando Lenin, el asunto nacional, como el de la tierra y
el pan, sirvió como “Programa de Transición” (Trotsky dixit)
para “acumular fuerzas revolucionarias” en un inmenso y retrasado
país en el que el proletariado era una minoría apenas reconocible
sino fuera por el activismo de las más diversas vanguardias
antizaristas primero y antisocialdemócratas (antimencheviques) que
después de la caída del decrépito Imperio hablaban en su nombre y
de las inmensas masas sobrepauperadas y al borde del exterminio que
produjo la I Guerra mundial.
Antes que soviets y electricidad la
máxima verdadera de Lenin fue “Imperio y revolución a toda
costa”(lo más mundial posible) y en ese trance cada nacionalidad
no rusa tuvo su “satisfacción”, es decir sus comisarios que
hacían ver las delicias del Partido.
Stalin tiranizó en el supuesto
y convencimiento de que no sólo la URSS era invencible sino que la
dictadura del proletariado sería eterna, de modo que la obediencia
“entusiástica” que el Partido se merece tenía en las naciones o
pueblos no rusos la forma del susodicho “ejercicio” del derecho,
acto de acatamiento supremo al glorioso pueblo soviético.
En ese
tránsito de la “cárcel de los pueblos” zarista al “Paraíso
plurinacional” soviético las nomenclaturas posstalinistas se
dejaron llevar por disputas de baja ralea a la espera de ventajas
inopinadas sin imaginar las consecuencias, como lo de Crimea y
Ucrania, que podía depararles el oportunismo autodeterminista cuando
se deshelara la momia del ya sobrepasado régimen.
El PCE que dio mucha
importancia a la captación de la intelectualidad en el
antifranquismo tomó buena nota del potencial de la cuestión
nacional. Ya le había dado forma encauzando hacia la Plurinación y sus autodeterminaciones el escasamente
intelectualizado empuje anarcoide hispano por el sueño mesiánico de la
Comuna vestido de federalismo ibérico y en la práctica del Cantón
de Tonet (véase Perez Galdós).
Pero esta fórmula que había calado
en la izquierda antifranquista y que el inexistente y todavía más
impensante socialismo antifranquista apenas advirtió, se actualizó
para la caída del franquismo por mor del PSUC.
Este se aplicó al
breviario del “Compromiso histórico” a la española o mejor a la
catalana. Con el pedigrí que le daba además el nuevo marxismo “no
stalinista” de A. Gramsci. Preconizó con destreza teórica la vía
de la “hegemonía cultural” en una larga “guerra de
posiciones”, en lugar del la revolución clásica de “guerra de
movimientos” y asaltos definitivos. Con la transformación
correspondiente del Partido en “Intelectual orgánico”,
denominación sin par irónica que su autor hizo sin ironía alguna.
¿Cuantos no se han sentido empoderados intelectualmente al
pertenecer al susodicho “Intelectual orgánico” tan pluriforme y
cuanta suprema decencia se otorgan los que ahora de esta manera se tienen por apóstoles
sociales de la humanidad?.
El culturalismo
gramsciano frente a la reciedumbre del viejo proletariado ya cada vez
más aburguesado y ahora “patriarcalizado” significó algo más
que un adorno con el que los revolucionarios más frívolos podían
alardear en sus relaciones sociales y públicas. Se encontró un
hueco para que la “identidad catalana” propagada desde el fin de
la guerra de Cuba(que dejó malparados a sus oligarcas esclavistas,
entonces los más españolistas) adquiriera la nobleza de "fuerza
revolucionaria", o cuanto menos de simpar progresismo, y de partícipe privilegiado del “compromiso
histórico” a la española.
Ahora incluso este “hegemonismo
culturalista” pesca por doquier, según por ejemplo predican las
nuevas vanguardias redentoras, a lo Laclau por ejemplo.
La fértil España
da una cosecha abundante de identidades transgresoras contrapunto de
la proverbial autonegación de la identidad nacional española. El
mismo PSOE, sanchista o lo que sea, ya lleva tiempo tratando de
galantear intelectualmente al separatismo, no sólo
políticamente, sino a la manera podemita y comunista tradicional. En la
derecha se preguntan como es posible que unos partidos
“internacionalistas” se avengan a crear fronteras ficticias y se
pasman sin entender nada. O sin querer entender.
Ya casi es un dogma
que el “Estado de las autonomías” es un intento frustrado de
resolver la cuestión nacional. Solución que según los tenaces difusores dogmáticos o bien enmascara la vergüenza
que da no admitir que la llamada “España”
es un Estado plurinacional o una “nación de naciones” para los
más antiguos. O bien que es pura y simplemente una antigualla que ha
de dejar paso a ese Estado en el que podrán caber los que quieran y
sólo esto y como quieran y llamarse lo que se quiera.
Don Ramón ha
tratado de que no se dude de su patriotismo y compromiso
constitucional enfatizando a la nación como Supernación, pero
Supernación de naciones. Se expone a que los activistas más
iletrados le denominen Superfacha sin comprender estos que también
creen en esa entelequia despistante. Para estos se trata de ajustar
cuentas, especialmente históricas, para Don Ramón de salir del paso
de una cuestión que seguramente cree saldada con la Constitución y
que se ha quedado en trámite teórico que no sobrepasa lo académico y las florituras
de sesudas conferencias de elegidos.
Dicho esto uno no se permite
darle consejos. Igual estoy equivocado y además no tendría sentido hacerlo fuera de la metapolítica en la que ejerce el Profesor su magisterio.
POSDATA
¿Merece la pena
detenerse en lo apropiado de abarcar con el término de nación a
grupos como los Sioux, los Cheyennes o la nación toledana
cervantina, etc? Da un poco de vergüenza ajena y me conmueve. ¿No
debiera saber cualquier persona con mínima cultura política que el
susodicho término significa desde el XIX al menos Estado nación o
nación política soberana o con derecho a serlo? Las palabras tienen
su plasticidad pero también equivocidad como para llevarlas de una parte a otra
sin ton ni son. ¿Si nos dijeran que Pepe se ha comprado un coche,no
pensamos en un vehículo de cuatro ruedas con motor mecánico? ¿se
le ocurre a alguien pensar en un carruaje tirado por caballos? Pues
eso, no se puede reconocer a una entidad como nación y discutirle el
derecho a la autodeterminación y la soberanía. Mucho me temo que
Zapatero, Sanchez, P. Iglesias por no decir los separatistas y
nacionalistas le felicitarán alborozados como si les hubiera tocado
el gordo...porque además viene con "argumento de autoridad" bajo el
brazo. Este asunto está muy encima de la mesa y no precisamente en
una mesa de juego o de billar.