lunes, 20 de marzo de 2023

SUPERTAMAMES Y LA SUPERNACIÓN

El simpático devaneo fáustico platónico de Don Ramón puede estamparse al meterse en las aguas procelosas del las singladuras nacionalistas como si nada. Se advierte que lo hace inocentemente no sólo respecto a las consecuencias políticas sino a su crédito intelectual, seguramente lo que más le duele. Nada más significativo sobre la herencia ideológica de su armazón intelectual, de escasa enmienda autocrítica a lo que se ve. Don Ramos que no teme insinuarse como Super Tamames puede devaluarse como SubTamames al bailar con la “Supernación”.


No debiera presumir sin duda de instinto político, aunque sí de un sentido escénico que acompaña a su acreditada trayectoria académica y a sus méritos intelectuales en campos específicos de la teoría económica y de los análisis de la globalización entre. Pero en lo que a historia se refiere y especialmente España no excede, con independencia de su grado de erudición, los tópicos progres izquierdosos que dominan el catetismo hispano.


Tópicos que sitúan no sólo la Constitución y la convivencia nacional, es decir cívica y democrática, sobre un subsuelo pantanoso. Topicazos que pese al empeño de grandes historiadores actuales no se han desvanecido salvo en algunas élites de la derecha, pero sin que por desgracia el mismo público no tan progre se haya curado sobre esta infección que trae a mal traer nuestra identidad colectiva. Supertopicazo en fin que perfiló desde la República el PCE (con toda la izquierda desde antes) y que sirvió cocinado a la progresía naciente sin emprender siquiera la corrección mínima intelectual al protagonizar la transición.


Entre otros detalles esta ha sido la principal “aportación” ideológica del viejo PCE y de la Pasionaria con la que Tamames sigue comulgando sin más reflexión que la que haría quien lo tiene por una evidencia natural. Porque como es notorio Tamames no fue comunista de corazón e intelecto sino de interés, como era común en esas filas, ni ha vuelto a serlo aunque le gusta el culto a la ingeniería social y a la planificación estatal en compañía de apremios liberales, asunto que ahora no viene al caso, pero revelador de que lo menos doctrinalmente “comunista” y de hecho el regalo más políticamente dañino del comunismo patrio ha dejado un poso corrosivo que no se queda en el simple oportunismo político con el que la izquierda ha ido apañando su poder político y hegemonía ideológica. Porque afecta a los cimientos y no sólo al tejado o a la pintura de alguna habitación, como es la habitual creencia de la izquierda y de buena parte de la derecha, sea política, social o intelectual. Coincidencia terrible de gran parte de la opinión publica y no digamos publicada y universitaria en que el reclamo de claridad sobre este tema es un cuento para asustar viejas. Asunto resuelto y “qué más da”.


En su intento de dirigir la República primero hacia los soviets y en la guerra civil hacia la órbita stalinista “seudoburguesa” el PCE enfocó la candente “cuestión nacional” desde el patrón y patronazgo de la doctrina stalinista sobre la autodeterminación nacional de las naciones oprimidas. Canon que dio carpetazo dogmático a este espinoso asunto que ponía en jaque la axiomática del materialismo histórico. De hecho Marx trató el tema indirectamente y sólo desde el punto de vista de la utilidad para la revolución proletaria internacional de los movimientos independentistas como Irlanda o pueblos del Imperio de los Habsurgo, atisbando la importancia para la extensión de la revolución a las colonias del tercer mundo. En el mismo sentido se interesó por las revoluciones cantonales y el federalismo hispano de su época sin ceder a la estupefacción, bajo el principio del máximo aprovechamiento político de todo lo que caiga. En el plano teórico, “científico” para el marxismo tuvo reticencias, porque no se le escapaba la incomodidad del tema. Se trataba de movimientos burgueses y pequeño burgueses y de campesinos pequeños y medios, todos ellosmás bien reaccionarios, no tanto por capitalistas o feudales que también, sino culturalmente. En contradicción con la máxima de que la revolución tenía que ser mundial y protagonizada por el proletariado de las naciones más industrializadas. De hecho, asunto más de fondo, la idea de nación y del sentimiento nacional era difícil de meter en el lecho de Procusto de la lucha de clases como motor de la historia.

La primera solución canónica la ofreció la socialdemocracia austríaca (austromarxismo) visto el insoportable encrespamiento de las trifulcas nacionalistas en el Imperio austrohúngaro, una vez que Alemania e Italia se constituyeron en naciones soberanas. Se inventó la “nacionalidad” para designar los pueblos con derecho y posibles de ser nación. El término pasó de ser un calificativo de pertenencia a una nación a designar un ente entre político y cultural, con lo que esperar a ver por donde van las aguas. Ello debiera deshacer el abigarramiento étnico y volcánico en el que aquel gran mosaico iba tirando sobre la base del respeto de las peculiaridades e idiosincrasias. Más que solución dio de sí la doctrina de W. Wilson aplicada con singular celo por Poincaré de desmembrar el derrotado y ya inútil Imperio centroeuropeo creando estados nacionales a porrazos, que interiorizaron y reprodujeron los conflictos étnicos ancestrales. Curiosamente el nazismo trató de legitimar la ignominia de su sangriento “espacio vital” resucitando el esqueleto de antiguas posesiones dinásticas convertidas en landers domésticos más o menos privilegiados, aunque siempre bajo su irreprimible aversión racista antieslava, dejando aparte el holocauso que no es el caso. “Se arregló” todo casi hasta ahora con la enérgica política de purificación étnica deportaciones de las minorías étnicas ajenas a la etnia dominante que debiera dotarse del Estado correspondiente. Me he detenido un poco en algo aparentemente lejano porque el Imperio Austríaco fue el destinatario del término Plurinación y Estado plurinacional con el que se prepara la “solución histórica” en vistas a la que se demanda a la sociedad española “generosidad y altura de miras”, por no decir gilipollez e irresponsabilidad.

La vocación comprensiva de la progresía y de las izquierdas políticas hacia la disgregación nacional es parte jugosa de la tradición que tiene por origen la debilidad prototípica del Estado liberal nacional, asunto de los más enjudiosos para el historiador que se precie y se atreva. Pero es obvio que el modelo progrecomunista de lo que sea la nación instalado dogmáticamente hasta hoy entrelaza la tradición anarcosindicalistahispana,sin que falte el aderezo familiar carlista, de lo que en conjunto tanto habría que pensar, con la fórmula marxista que ideó Stalin, dando forma teórica a la práxis política ya impuesta como URSS.

 Stalin siguió la pauta del austromarxismo para legitimar el “derecho a la autodeterminación” de las nacionalidades oprimidas por el zarismo. Sin merma eso sí de que tratara de exponer académicamente en qué consiste la esencia de la nación, como hizo también con la esencia de la lengua y con la esencia del arte y del gusto estético <abordaje, dicho sea de paso, con resultados discutibles pero dignos de ser discutidos. Que lo cortés no quita lo valiente>.

Pero es obvio que la doctrina fue una añagaza cuando todo había quedado resuelto manu militari. Cuando Lenin, el asunto nacional, como el de la tierra y el pan, sirvió como “Programa de Transición” (Trotsky dixit) para “acumular fuerzas revolucionarias” en un inmenso y retrasado país en el que el proletariado era una minoría apenas reconocible sino fuera por el activismo de las más diversas vanguardias antizaristas primero y antisocialdemócratas (antimencheviques) que después de la caída del decrépito Imperio hablaban en su nombre y de las inmensas masas sobrepauperadas y al borde del exterminio que produjo la I Guerra mundial. 

Antes que soviets y electricidad la máxima verdadera de Lenin fue “Imperio y revolución a toda costa”(lo más mundial posible) y en ese trance cada nacionalidad no rusa tuvo su “satisfacción”, es decir sus comisarios que hacían ver las delicias del Partido.

 Stalin tiranizó en el supuesto y convencimiento de que no sólo la URSS era invencible sino que la dictadura del proletariado sería eterna, de modo que la obediencia “entusiástica” que el Partido se merece tenía en las naciones o pueblos no rusos la forma del susodicho “ejercicio” del derecho, acto de acatamiento supremo al glorioso pueblo soviético. 

En ese tránsito de la “cárcel de los pueblos” zarista al “Paraíso plurinacional” soviético las nomenclaturas posstalinistas se dejaron llevar por disputas de baja ralea a la espera de ventajas inopinadas sin imaginar las consecuencias, como lo de Crimea y Ucrania, que podía depararles el oportunismo autodeterminista cuando se deshelara la momia del ya sobrepasado régimen.


El PCE que dio mucha importancia a la captación de la intelectualidad en el antifranquismo tomó buena nota del potencial de la cuestión nacional. Ya le había dado forma encauzando hacia la Plurinación y sus autodeterminaciones el escasamente intelectualizado empuje anarcoide hispano por el sueño mesiánico de la Comuna vestido de federalismo ibérico y en la práctica del Cantón de Tonet (véase Perez Galdós).

 Pero esta fórmula que había calado en la izquierda antifranquista y que el inexistente y todavía más impensante socialismo antifranquista apenas advirtió, se actualizó para la caída del franquismo por mor del PSUC. 

Este se aplicó al breviario del “Compromiso histórico” a la española o mejor a la catalana. Con el pedigrí que le daba además el nuevo marxismo “no stalinista” de A. Gramsci. Preconizó con destreza teórica la vía de la “hegemonía cultural” en una larga “guerra de posiciones”, en lugar del la revolución clásica de “guerra de movimientos” y asaltos definitivos. Con la transformación correspondiente del Partido en “Intelectual orgánico”, denominación sin par irónica que su autor hizo sin ironía alguna. 

¿Cuantos no se han sentido empoderados intelectualmente al pertenecer al susodicho “Intelectual orgánico” tan pluriforme y cuanta suprema decencia se otorgan los que ahora de esta manera se tienen por apóstoles sociales de la humanidad?.


El culturalismo gramsciano frente a la reciedumbre del viejo proletariado ya cada vez más aburguesado y ahora “patriarcalizado” significó algo más que un adorno con el que los revolucionarios más frívolos podían alardear en sus relaciones sociales y públicas. Se encontró un hueco para que la “identidad catalana” propagada desde el fin de la guerra de Cuba(que dejó malparados a sus oligarcas esclavistas, entonces los más españolistas) adquiriera la nobleza de "fuerza revolucionaria", o cuanto menos de simpar progresismo, y de partícipe privilegiado del “compromiso histórico” a la española. 

Ahora incluso este “hegemonismo culturalista” pesca por doquier, según por ejemplo predican las nuevas vanguardias redentoras, a lo Laclau por ejemplo.


La fértil España da una cosecha abundante de identidades transgresoras contrapunto de la proverbial autonegación de la identidad nacional española. El mismo PSOE, sanchista o lo que sea, ya lleva tiempo tratando de galantear intelectualmente al separatismo, no sólo políticamente, sino a la manera podemita y comunista tradicional. En la derecha se preguntan como es posible que unos partidos “internacionalistas” se avengan a crear fronteras ficticias y se pasman sin entender nada. O sin querer entender.


Ya casi es un dogma que el “Estado de las autonomías” es un intento frustrado de resolver la cuestión nacional. Solución que según los tenaces difusores dogmáticos o bien enmascara la vergüenza que da no admitir que la llamada “España” es un Estado plurinacional o una “nación de naciones” para los más antiguos. O bien que es pura y simplemente una antigualla que ha de dejar paso a ese Estado en el que podrán caber los que quieran y sólo esto y como quieran y llamarse lo que se quiera.


Don Ramón ha tratado de que no se dude de su patriotismo y compromiso constitucional enfatizando a la nación como Supernación, pero Supernación de naciones. Se expone a que los activistas más iletrados le denominen Superfacha sin comprender estos que también creen en esa entelequia despistante. Para estos se trata de ajustar cuentas, especialmente históricas, para Don Ramón de salir del paso de una cuestión que seguramente cree saldada con la Constitución y que se ha quedado en trámite teórico que no sobrepasa lo académico y las florituras de sesudas conferencias de elegidos. 

Dicho esto uno no se permite darle consejos. Igual estoy equivocado y además no tendría sentido hacerlo fuera de la metapolítica en la que ejerce el Profesor su magisterio.

 

 

POSDATA

¿Merece la pena detenerse en lo apropiado de abarcar con el término de nación a grupos como los Sioux, los Cheyennes o la nación toledana cervantina, etc? Da un poco de vergüenza ajena y me conmueve. ¿No debiera saber cualquier persona con mínima cultura política que el susodicho término significa desde el XIX al menos Estado nación o nación política soberana o con derecho a serlo? Las palabras tienen su plasticidad pero también equivocidad como para llevarlas de una parte a otra sin ton ni son. ¿Si nos dijeran que Pepe se ha comprado un coche,no pensamos en un vehículo de cuatro ruedas con motor mecánico? ¿se le ocurre a alguien pensar en un carruaje tirado por caballos? Pues eso, no se puede reconocer a una entidad como nación y discutirle el derecho a la autodeterminación y la soberanía. Mucho me temo que Zapatero, Sanchez, P. Iglesias por no decir los separatistas y nacionalistas le felicitarán alborozados como si les hubiera tocado el gordo...porque además viene con "argumento de autoridad" bajo el brazo. Este asunto está muy encima de la mesa y no precisamente en una mesa de juego o de billar.

 

 


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