Felicidad. Concepto tan misterioso y evanescente como el sueño o el
tiempo. Pero los felices saben que son felices, como sabemos qué
hora es si nos preguntan por el tiempo o lo que es el sueño al
contar un sueño que recordamos. La mayoría de encuestas revelan que
somos felices. La inmensa mayoría en cualquier país responde que es
feliz. Y lo debe ser, a no ser que quede feo decir que no se es
feliz. Desde luego queda feo decirlo sin encuesta. Eso te acusa de
ser poca cosa o lo que es peor de insolidario. ¿Pues que vale más
que "ser feliz para hacer felices a los demás"?
Lo del malestar social
es otra cosa. Es cosa del mundo y no de uno consigo mismo. Sus
pregoneros y valederos son los más felices privadamente . A estos no
les basta que hay quienes lo pasan mal, tiene que convencer a la
inmensa mayoría de lo mal que lo pasan y lo desgraciados que son. Es la manera de empoderarlos de felicidad cuando les toque. Pero es otro tema.
Ahora Albert no
sólo dice que es feliz, y sin duda lo es, sino que se dedica a ser
feliz. O lo que es lo mismo, se ha vuelto normal como todos.
¿Consiste la felicidad en ser normal o lo normal es ser feliz?.
Parte del misterio.
El caso es que
Albert ha vuelto a la normalidad para dedicarse a ser feliz, es decir
a ser normal. ¿En la política no era feliz? ¿no se puede ser feliz
en la política? Confiesa que se divirtió y lo pasó bien. Como en
las clases de la enseñanza, que ya ninguna vale sino es divertida, el valor de cada
actividad se mide por lo divertida que sea. Albert es jovial y
apasionado, tenía encontrar divertida la política sin mengua de la seriedad y la responsabilidad debida. ¿De la misma forma que los
Picapiedra? Preguntas banales. Cabe conjeturar que a estos la
diversión política les hace muy felices si ganan. Sino la tienen guardada para que los responsables de que no sean felices lo paguen. Pero Albert es de otra
pasta o lo era y no es cosa de que el adversario sufra para ser él mismo feliz. Seguramente pará el la felicidad en política sería un bien accidental. Por lo menos parece que ha descubierto que si era feliz no
era completamente feliz.
No es lo mismo
tampoco ser feliz que dedicarse a ser feliz. Porque dedicarse a ser
feliz tiene algo de exigencia e incluso de obligación moral. Ha de
liberarse de pesadumbres y constricciones que sólo soporta quien
tiene vocación de poder o de servicio al bien común (que no es lo
mismo).Si se es responsable no se es tan fácilmente feliz en esa actividad.
Seguramente le
atormenta el triste final de su aventura y arriesgado ensayo de
felicidad. No el desenlace sino los prolegómenos.
La caída del héroe
llegado a la cumbre es la esencia de la tragedia según Aristóteles.
Puede que no sea así pero viene al caso. Albert estaba por llegar a
la cumbre y tal vez hubiera llegado, quien sabe. Estoy convencido que
no le reconcome no haber llegado. Su ambición política era honesta,
buscaba con ella el bien común. Le angustia que su fracaso fuera el
fracaso de la reconciliación. Le angustia su responsabilidad en ese
fracaso. Por no saber pudiendo saber o porque sabiendo no se atrevió
a hacer lo debido.
Cualquiera puede
saber lo que pasó. No se atrevió a emplazar a Sanchez proponiendo
un gobierno de unidad nacional. No se atrevió a machacar a Sanchez
con esta propuesta por todos los medios propagandísticos a su
alcance cuando el mensaje y la imagen le era propicio. Seguramente
Albert lo sabe ¿qué le impide todavía afrontar lo que sabe? ¿lo
desvelará el Libro? Es dudoso por que quizá lo supera.
¿Pero qué le pasó
entonces? ¿Qué le impidió aprovechar una posición tan ventajosa?
Tienen aquí los historiadores y comentaristas una minúscula duda,
nuestra duda casera y bien ramplona en comparación con la incógnita
que suscita que Anibal dejara la oportunidad de tomar Roma o que los
aliados permitieran la victoria del ejercito rojo troskista en la
guerra civil de Rusia.
Se dice que ebrio de
poder Albert trató de erigirse en líder del centro derecha. No lo creo pero si así fue se trató de una huida hacia adelante. Albert
fue la verdadera víctima de la convulsión que significó la llegada
de VOX. Sanchez el gran beneficiado. Hasta entonces, a Albert, todo
le iba viento en popa y la nación podía tener la esperanza, bien
justificada, de que acabarían marchitos los proyectos frente
populistas.
Pero le temblaron
las piernas y se le paralizó la inteligencia. Lo paralizó el miedo
a que VOX lo devorara si pactaba con Sanchez, o más bien si se
atrevía a proponer el pacto. Incauto creyó que si denunciaba las
verdaderas intenciones de Sanchez el pueblo lo entendería y seguiría
y Cs se libraría de la amenaza de VOX. Porque además desde su
aparición VOX no puede ser otra cosa que la imagen sanchista cainita
de VOX. Veía que el Dr. iba a convocar elecciones sí o sí y que
entonces lo devoraría. Edipo y sus epígonos. Naturalmente ya no es
tiempo de arrancarse los ojos por el pecado de ignorancia cometido, y
uno mismo es el que menos lo desea.
Pero ahora,
entonces, con VOX de coartada, el partido se jugaba en la cancha de
los ya Picapiedra y como dice Doña Cayetana con el tablera
inclinado. Cuando el miedo agarrota no se ve lo obvio. ¿Qué forma
mejor de desbaratar la estrategia de polarización inmisericorde que
la de ofrecerse a una sincera colaboración de gobierno de
coalición? ¿Cómo podía justificar el Dr. unas nuevas elecciones
si había una alternativa plausible que las hacía innecesarias?
Aunque lo que de verdad estaba en juego era la posición de salida en
la nueva carrera electoral ¿no hubiera salido Cs en la mejor
posición, mejor que la de los Picapiedra incluso por mucho que
alentaran estos la Cruzada contra los “fachas”?
Pero estábamos en
lo de la felicidad. Tiene todo su derecho a buscarla y a tenerla a su
manera, faltaría más. ¿Pero es consciente Albert del mensaje que
da? Es el propio de un pipiolo de la política, el propio de la
pipiolez política inserta en la vida normal de todos los normales.
Tal vez a pesar de las apariencias que avalan su habilidad,
desenvoltura, inteligencia y honestidad, sólo ha sido un pipiolo.
Desde luego nunca ha sido un animal político y eso es lo más
decepcionante. ¿O tal vez no se atrevió a serlo?
Es el mensaje de que
la felicidad es para la vida privada y para lo público valen otras
cosas, incluida la diversión. Tal inseparable condición entre lo
público y lo privado es impensable en “los políticos
profesionales”. Desde luego Albert no lo era in pectore y lo lleva
a gala. ¿Pero puede llevar a gala meterse en política hasta los
tuétanos cuando hay en peligro algo más que una sensibilidad u otra
y no ser político hasta las últimas consecuencias?. Cuando se
atrevió a hacer frente a quienes están dispuestos a cargarse por
las bravas o con finuras la unidad nacional, que es la condición de
la existencia de la política como actividad decente.
Su idea de la
felicidad, la común, sólo es posible decentemente en sociedades
libres, por mucho que una cosa sea la vida privada y otra la pública
para quien se mete a la política. En estas sociedades el particular
puede llevar su vida privada incluso apolíticamente o atendiendo a
la política como si esta fuera un espectáculo que discurre a su
aire. En estas sabe que la libertad y el derecho que le permite ser
feliz a la vez que ciudadano están garantizados, de la misma que en
nuestras sociedades desarrolladas el margen de bienestar no está
menos asegurado muy generalizadamente.
No es por ser cenizo ¿pero se puede ser
feliz sin amargura en sociedades como la del País Vasco, y ahora en
Cataluña, por no remontarnos a sociedades víctimas de la ferocidad
totalitaria no tan lejanas y no tan pasadas? Me refiero a ser feliz
sin estar mentalmente rehén del fanatismo imperante.
¿Está España en
las condiciones “de normalidad” que permiten ser feliz en la vida
privada y a la vez poder ser lo como ciudadano? Es decir sin ser un
héroe. ¿Está seguro Albert de que estamos en esas?
Por poco que se
escarbe si así lo cree es que ya ve las cosas de otra manera. Porque
se le puede reprochar lo que se quiera pero Albert era sincero,
quizás demasiado sincero, y además muy leal a sus convicciones.
Puede presumir y lamentarse de que sus temores están
archiconfirmados y todavía más de lo imaginable. Seguramente lo
hará. Pero ya su cabeza esta dividida. La política pasa a ser
espectáculo en lugar de compromiso. Desde fuera puede seguir
pensando como antes y sacar consecuencias. Pero ver la política como
un espectáculo sólo es privilegio de los ciudadanos libres por
derecho de ciudadanía. ¿No es esa condición tan elemental la que
está en peligro de verdad y no sólo como una ficción de serie
televisiva al uso?. Por eso quien es así privadamente feliz tiene
que estar dividido como el espectador que al ver una película aparca
sus problemas y felicidades y vive la vida ajena, precisamente porque
esta es virtual.
¿Es virtual lo que ocurre?
Post.
Que conste que no he leído su libro, todavía.