jueves, 24 de septiembre de 2020

LA FELICIDAD DE ALBERT

 

Felicidad. Concepto tan misterioso y evanescente como el sueño o el tiempo. Pero los felices saben que son felices, como sabemos qué hora es si nos preguntan por el tiempo o lo que es el sueño al contar un sueño que recordamos. La mayoría de encuestas revelan que somos felices. La inmensa mayoría en cualquier país responde que es feliz. Y lo debe ser, a no ser que quede feo decir que no se es feliz. Desde luego queda feo decirlo sin encuesta. Eso te acusa de ser poca cosa o lo que es peor de insolidario. ¿Pues que vale más que "ser feliz para hacer felices a los demás"?

 Lo del malestar social es otra cosa. Es cosa del mundo y no de uno consigo mismo. Sus pregoneros y valederos son los más felices privadamente . A estos no les basta que hay quienes lo pasan mal, tiene que convencer a la inmensa mayoría de lo mal que lo pasan y lo desgraciados que son. Es la manera de empoderarlos de felicidad cuando les toque. Pero es otro tema.

Ahora Albert no sólo dice que es feliz, y sin duda lo es, sino que se dedica a ser feliz. O lo que es lo mismo, se ha vuelto normal como todos. ¿Consiste la felicidad en ser normal o lo normal es ser feliz?. Parte del misterio.

El caso es que Albert ha vuelto a la normalidad para dedicarse a ser feliz, es decir a ser normal. ¿En la política no era feliz? ¿no se puede ser feliz en la política? Confiesa que se divirtió y lo pasó bien. Como en las clases de la enseñanza, que ya ninguna vale sino es divertida, el valor de cada actividad se mide por lo divertida que sea. Albert es jovial y apasionado, tenía encontrar divertida la política sin mengua de la seriedad y la responsabilidad debida. ¿De la misma forma que los Picapiedra? Preguntas banales. Cabe conjeturar que a estos la diversión política les hace muy felices si ganan. Sino la tienen guardada para que los responsables de que no sean felices lo paguen. Pero Albert es de otra pasta o lo era y no es cosa de que el adversario sufra para ser él mismo feliz. Seguramente pará el la felicidad en política sería un bien accidental. Por lo menos parece que ha descubierto que si era feliz no era completamente feliz.

No es lo mismo tampoco ser feliz que dedicarse a ser feliz. Porque dedicarse a ser feliz tiene algo de exigencia e incluso de obligación moral. Ha de liberarse de pesadumbres y constricciones que sólo soporta quien tiene vocación de poder o de servicio al bien común (que no es lo mismo).Si se es responsable no se es tan fácilmente feliz en esa actividad.

Seguramente le atormenta el triste final de su aventura y arriesgado ensayo de felicidad. No el desenlace sino los prolegómenos.

La caída del héroe llegado a la cumbre es la esencia de la tragedia según Aristóteles. Puede que no sea así pero viene al caso. Albert estaba por llegar a la cumbre y tal vez hubiera llegado, quien sabe. Estoy convencido que no le reconcome no haber llegado. Su ambición política era honesta, buscaba con ella el bien común. Le angustia que su fracaso fuera el fracaso de la reconciliación. Le angustia su responsabilidad en ese fracaso. Por no saber pudiendo saber o porque sabiendo no se atrevió a hacer lo debido.

Cualquiera puede saber lo que pasó. No se atrevió a emplazar a Sanchez proponiendo un gobierno de unidad nacional. No se atrevió a machacar a Sanchez con esta propuesta por todos los medios propagandísticos a su alcance cuando el mensaje y la imagen le era propicio. Seguramente Albert lo sabe ¿qué le impide todavía afrontar lo que sabe? ¿lo desvelará el Libro? Es dudoso por que quizá lo supera.

¿Pero qué le pasó entonces? ¿Qué le impidió aprovechar una posición tan ventajosa? Tienen aquí los historiadores y comentaristas una minúscula duda, nuestra duda casera y bien ramplona en comparación con la incógnita que suscita que Anibal dejara la oportunidad de tomar Roma o que los aliados permitieran la victoria del ejercito rojo troskista en la guerra civil de Rusia.

Se dice que ebrio de poder Albert trató de erigirse en líder del centro derecha. No lo creo pero si así fue se trató de una huida hacia adelante. Albert fue la verdadera víctima de la convulsión que significó la llegada de VOX. Sanchez el gran beneficiado. Hasta entonces, a Albert, todo le iba viento en popa y la nación podía tener la esperanza, bien justificada, de que acabarían marchitos los proyectos frente populistas.

Pero le temblaron las piernas y se le paralizó la inteligencia. Lo paralizó el miedo a que VOX lo devorara si pactaba con Sanchez, o más bien si se atrevía a proponer el pacto. Incauto creyó que si denunciaba las verdaderas intenciones de Sanchez el pueblo lo entendería y seguiría y Cs se libraría de la amenaza de VOX. Porque además desde su aparición VOX no puede ser otra cosa que la imagen sanchista cainita de VOX. Veía que el Dr. iba a convocar elecciones sí o sí y que entonces lo devoraría. Edipo y sus epígonos. Naturalmente ya no es tiempo de arrancarse los ojos por el pecado de ignorancia cometido, y uno mismo es el que menos lo desea.

Pero ahora, entonces, con VOX de coartada, el partido se jugaba en la cancha de los ya Picapiedra y como dice Doña Cayetana con el tablera inclinado. Cuando el miedo agarrota no se ve lo obvio. ¿Qué forma mejor de desbaratar la estrategia de polarización inmisericorde que la de ofrecerse a una sincera colaboración de gobierno de coalición? ¿Cómo podía justificar el Dr. unas nuevas elecciones si había una alternativa plausible que las hacía innecesarias? Aunque lo que de verdad estaba en juego era la posición de salida en la nueva carrera electoral ¿no hubiera salido Cs en la mejor posición, mejor que la de los Picapiedra incluso por mucho que alentaran estos la Cruzada contra los “fachas”?

Pero estábamos en lo de la felicidad. Tiene todo su derecho a buscarla y a tenerla a su manera, faltaría más. ¿Pero es consciente Albert del mensaje que da? Es el propio de un pipiolo de la política, el propio de la pipiolez política inserta en la vida normal de todos los normales. Tal vez a pesar de las apariencias que avalan su habilidad, desenvoltura, inteligencia y honestidad, sólo ha sido un pipiolo. Desde luego nunca ha sido un animal político y eso es lo más decepcionante. ¿O tal vez no se atrevió a serlo?

Es el mensaje de que la felicidad es para la vida privada y para lo público valen otras cosas, incluida la diversión. Tal inseparable condición entre lo público y lo privado es impensable en “los políticos profesionales”. Desde luego Albert no lo era in pectore y lo lleva a gala. ¿Pero puede llevar a gala meterse en política hasta los tuétanos cuando hay en peligro algo más que una sensibilidad u otra y no ser político hasta las últimas consecuencias?. Cuando se atrevió a hacer frente a quienes están dispuestos a cargarse por las bravas o con finuras la unidad nacional, que es la condición de la existencia de la política como actividad decente.

Su idea de la felicidad, la común, sólo es posible decentemente en sociedades libres, por mucho que una cosa sea la vida privada y otra la pública para quien se mete a la política. En estas sociedades el particular puede llevar su vida privada incluso apolíticamente o atendiendo a la política como si esta fuera un espectáculo que discurre a su aire. En estas sabe que la libertad y el derecho que le permite ser feliz a la vez que ciudadano están garantizados, de la misma que en nuestras sociedades desarrolladas el margen de bienestar no está menos asegurado muy generalizadamente.

No es por ser cenizo ¿pero se puede ser feliz sin amargura en sociedades como la del País Vasco, y ahora en Cataluña, por no remontarnos a sociedades víctimas de la ferocidad totalitaria no tan lejanas y no tan pasadas? Me refiero a ser feliz sin estar mentalmente rehén del fanatismo imperante.

¿Está España en las condiciones “de normalidad” que permiten ser feliz en la vida privada y a la vez poder ser lo como ciudadano? Es decir sin ser un héroe. ¿Está seguro Albert de que estamos en esas?

Por poco que se escarbe si así lo cree es que ya ve las cosas de otra manera. Porque se le puede reprochar lo que se quiera pero Albert era sincero, quizás demasiado sincero, y además muy leal a sus convicciones. Puede presumir y lamentarse de que sus temores están archiconfirmados y todavía más de lo imaginable. Seguramente lo hará. Pero ya su cabeza esta dividida. La política pasa a ser espectáculo en lugar de compromiso. Desde fuera puede seguir pensando como antes y sacar consecuencias. Pero ver la política como un espectáculo sólo es privilegio de los ciudadanos libres por derecho de ciudadanía. ¿No es esa condición tan elemental la que está en peligro de verdad y no sólo como una ficción de serie televisiva al uso?. Por eso quien es así privadamente feliz tiene que estar dividido como el espectador que al ver una película aparca sus problemas y felicidades y vive la vida ajena, precisamente porque esta es virtual. 

¿Es virtual lo que ocurre? 

Post.

Que conste que no he leído su libro, todavía.

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