REPRODUZCO ESTE ARTÍCULO DE ANTONIO ELORZA CON EL CORRESPONDIENTE COMENTARIO.
El Correo
ANTONIO ELORZA
EL GENOCIDIO HISPANO
Una cosa es poner en tela de juicio la pertinencia del 12 de
octubre
como Fiesta Nacional y otra satanizar dicha efemérides,
tal y como ha
hecho la alcaldesa de Barcelona.
Solo por el peso de la mentalidad nacional-católica en la
política
española del siglo XX puede explicarse que el 12 de
octubre fuese
declarado día de la Fiesta Nacional. Lo curioso es
que tal decisión no
fue tomada por el régimen de Franco, sino
que correspondió al Gobierno
socialista presidido en 1987 por
Felipe González. El razonamiento de
base no carecía de sentido:
en 1492 había tenido lugar la conquista de
Granada y a la
consiguiente «integración de los reinos de España en una
misma
monarquía» siguió su proyección exterior de
naturaleza
«lingüística y cultural» con la expedición de
Colón y el descubrimiento
de América.
No obstante, si bien el
marco de tal declaración no era ya
nacional-católico, la
presencia de valoraciones abusivas –la unión de
Coronas de los
Reyes Católicos– y la ausencia de otras dimensiones
fundamentales
del episodio, ejemplo del hecho mismo de que el
‘encuentro’
como entonces decían no fue tal, sino una conquista,
denunciaban
un peso excesivo de concepciones histórico-políticas que
ya
hubieran debido quedar superadas.
Fue el tono general de los preparativos para la conmemoración del
que
debía ser annus mirabilis del quinto centenario, que yo pude
contemplar
de cerca desde mi calidad de representante de
Comisiones Obreras en la
Comisión Nacional encargada del mismo,
donde sin duda por precaución los
representantes de la profesión
histórica como tales, o de la propia
Academia de la Historia,
habían sido previamente excluidos. Y en la cual
se registraron
peripecias hilarantes, tales como la iniciativa de
traer
representantes de las comunidades indígenas para así
mostrar que los
reyes de España habían sido sus protectores, por
contraste con las
burguesías criollas. El espectáculo de la
carabela colombina que volcó
al entrar en el agua, subrayado por
el denuesto pronunciado por Luis
Yáñez, fue un símbolo de tales
desaciertos, a los que debe asociarse a
mi juicio la elección del
12 de octubre para la Fiesta Nacional.
Además, siendo de sobra conocida la raigambre reaccionaria del
Día de la
Hispanidad, con un presbítero integrista y euskaldún,
Zacarías de
Vizcarra, como promotor inicial desde Argentina, y
otro vasco entonces
tradicionalista, Ramiro de Maeztu, en calidad
de difusor, la misma
hubiese debido ser tenida en cuenta antes de
dar por buena tal
vinculación. El 12 de octubre, lo mismo que el
año 1492 en conjunto, sin
olvidar la expulsión de los judíos en
su curso, tenía sobrados méritos
para ser considerado un lugar
de la memoria decisivo en nuestra
historia. Pero excluyendo la
carga de nacional-catolicismo que la
explicación gubernamental de
1987 intenta sin éxito olvidar.
Existían otras fechas como alternativas posibles para la
Fiesta
Nacional. Ahí estaba el 2 de mayo, la insurrección de la
capital de
España contra la ocupación francesa por las tropas de
Napoleón. Un
levantamiento hecho en nombre de la nación y cuya
motivación de
independencia fue reconocida por los propios
invasores ya el 10 de mayo
de 1808. Entroncaría además con otras
fechas gloriosas en las luchas por
la afirmación nacional, y ante
todo con el 4 de julio adoptado en
Estados Unidos, porque ese día
en 1776 fue aprobada la Declaración de
Independencia. En 1987 aún
no habían entrado en escena historiadores
carentes en este caso
de documentación, pontificando sobre el mito de
una Guerra de
Independencia que nunca habría existido.
Ahora bien, una cosa es poner en tela de juicio la pertinencia del
12 de
octubre como Fiesta Nacional y otra satanizar dicha
efemérides, tal y
como acaba de hacer la alcaldesa de Barcelona:
«Vergüenza de Estado
aquel que celebra un genocidio», ha dicho.
Tal exabrupto corre además el
riesgo de ser seguido, y ya ha
tenido un primer eco en Cádiz.
De entrada cabe admitir que la opresión y las prácticas
de
aniquilamiento de las poblaciones indígenas fueron una
constante en la
historia del colonialismo. La salpicadura de
crímenes contra la
humanidad ha tenido lugar en nuestro caso
desde la conquista del Caribe
y en cuanto a la colonización de
otros países europeos, a partir de sus
primeros pasos hasta el
exterminio de los hereros por Alemania, la
drástica reducción de
las poblaciones indias en Estados Unidos o, de
manera trágicamente
ejemplar, la política de depredación y
aniquilamiento llevada a
cabo por Leopoldo II de Bélgica sobre el
llamado ‘Estado Libre
del Congo’ en torno a 1900.
La calificación de ‘genocidio’ exige, sin embargo, algo más
que la
existencia de crímenes. George Bush Jr. cometió un
innegable crimen
contra la humanidad al invadir Irak con el
resultado de decenas de miles
de muertos, engañando además a la
ONU, pero no pretendió acabar con la
población iraquí. No fue
un genocidio. Sí fue un genocidio, en cambio,
la mencionada
explotación del Congo por Leopoldo II, pues la conquista
iba
dirigida desde el primer momento a imponer una
esclavización
generalizada a efectos de maximizar los beneficios.
Léase ‘El sueño del
celta’ de Vargas Llosa.
En el caso de la conquista de América, la proliferación de
prácticas
criminales llevadas a cabo por los españoles, en su
búsqueda del poder y
del oro a toda costa, no pueden ser
ignoradas. Solo que se inscriben en
un cuadro más complejo. Falta
la ideología previa orientada hacia el
exterminio y también la
conspiración para llevarla a cabo,
características
imprescindibles para la calificación de genocidio. Y ahí
están
las Leyes de Indias como instrumento de la Corona para evitar
los
abusos del régimen posterior a la conquista, y ahí están
los ensayos
logrados de denuncia y reconducción del proceso, de
Las Casas a Vasco de
Quiroga. A modo de balance, nada de lo que
estar orgulloso en ese campo
y mucho que denunciar. Pero, salvo
que convirtamos los conceptos en
cajones de sastre de donde
extraer anatemas fáciles, genocidio no.
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Hasta aquí el Sr. Elorza.
No sé si la defensa del Sr. Elorza de
que no hubo genocidio, sin duda que tan modosa como prudente, aclara
más o confunde, cuando da a entender que no fue la cosa tan burda
como asevera alguien tan lúdica pero no tan lúcida como la
alcaldesa de Barcelona, pero que había algo de verdad en el fondo.
Que los conquistadores, no hay que andarse con eufemismos, perseguían
poder, gloria y sobre todo riqueza, que se sojuzgaron culturas
nativas e incluso imperios con apreciable grado de desarrollo técnico
e incluso moral en algunos aspectos, que se impuso la conquista por
la fuerza de las armas y la violencia, es cierto. Tanto como que se
construyó una nueva cultura mestiza, se integró a los pueblos
indígenas a una civilización mucho más desarrollada y a una
cultura más humanitaria, tomando cuidado por protegerlos de los
colonizadores, se creó un orden social estable y en general próspero
para su época hasta la independencia...etc
Es cierto que “Falta la ideología
previa orientada hacia el
exterminio y también la conspiración
para llevarla a cabo,
características imprescindibles para la
calificación de genocidio.”
Pero no se debió sólo a eso que no
hubo una política genocida, sino porque además se pretendió la
integración a la civilización cristiana, cosa que se cuidó
especialmente , se hizo normal el mestizaje en sus más variadas
formas, dentro de una extrema jerarquización y de manifiestas
injusticias sociales, propias del antiguo régimen. ¿Se puede negar
que la nueva cultura absorbió y se fundió con los restos de las
culturas indígenas, instaurando una idea universalista de la
dignidad personal, sin la que la cultura hispanoamericana actual
sería incomprensible?. Lo digo por si habría que tenerlo en cuenta
cuando dice: “A modo de balance, nada de lo que estar orgulloso en
ese campo
y mucho que denunciar”, lo cual es cierto si se
refiere a los desafueros criminales que tanto abundaron, pero ¿sólo
existió eso?. Seguramente cualquier país que como España hubiera
sido capaz de crear una nueva civilización de tanta riqueza
material, moral y cultural, estaría muy orgulloso de celebrar ese
acto como su fiesta nacional y su mayor timbre de gloria, asumiendo
los delitos e iniquidades que también cometieron los suyos. Todavía
los italianos tienen a Roma por su mayor timbre de gloria, cosa que
los latinos podemos compartir, a pesar de que bien pudo destacar en
la historia de la humanidad
como escuela de crueldad.
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