El aquelarre de Mas en su
“procesamiento” además de ser un acto de vanidad ante los suyos,
como humanos que somos cada uno tiene su corazoncito, suena a quema
de naves para agenciarse por las bravas a los de la CUP. ¿Se van
estos a atrever a dejar al héroe nacional en la estacada? De paso se
recobra la moral de las huestes, que deben estar algo desconcertados.
¿Pero qué efecto puede tener esta exhibición inagotable de
chulería en toda España? ¿Le importa algo a Mas y Cía? ¿importa
algo? Para gustar a los antisistema ultranacionalistas, Mas no ha
dudado en proclamar que de ser inhabilitado no lo acataría. ¿Está
entonces dispuesto a llamar a la Intifada? ¿considera simplemente
que “Madrid” no se atrevería reaccionar incluso ante el colmo
del desacato?
Si la opinión pública española
tuviera la sensibilidad que un asunto de este tipo merece, estaría
ahora presa del escándalo. No parece que esto pase, todavía se
piensa que esto es un sueño y no hay muchas ganas de pellizcarse.
Pero ya la maquina chirría y en España es cada vez más complicado
dormir en paz ante este botellón que amenaza con plantarse en la
puerta de casa y hasta meterse dentro. Uno piensa que a Mas le
convendría guardar ciertas formas, pero al parecer ya no le es
posible hacerlo. En la medida que aspira en serio a la independencia,
y sólo puede jugar esa carta con los suyos, tiene que agitar a su
parte y enfrentar entre sí a la población catalana, acoquinando a
media Cataluña. ¿Pero no tiene también que confiar en que el
Estado se retraiga y no se atreva a cumplir con su obligación si el
golpe se consuma?. La cuadratura del círculo, pero como España es
peculiar aun puede confiar en que las elecciones generales en España
le sean lo más favorables a su causa. Que suba un gobierno para el
que antes que cumplir la ley, hay que evitar el escándalo.¿Favorecen
estas demostraciones, que muchos jóvenes y no tan jóvenes deben
confundir con un videoclip de un concierto de rock, una disposición
favorable de la opinión pública en toda España? ¿Le tenía que
importar algo, repito, a los golpistas? Tal vez no, pero uno de los
posibles efectos del Procés y de estas postrimerías sería el
despertar de la opinión pública española sobre la gravedad del
asunto, herir el orgullo de la mayoría por muy anestesiado que esté.
Pero también y de paso ponérselo muy difícil a quien en las
elecciones o después de ellas pretenda evadir su responsabilidad
para hacerle frente.
El problema es: ¿interesa hablar del
Procés?. Veamos más en detalle.
Pese a la inmensa calamidad que supone
que casi la mitad de los catalanes se incline por la independencia y
sobre todo que una buena cantidad de ellos lo haga con la voluntad de
no volverse atrás, las “plebiscitarias” han traído un cambio en
la percepción del problema catalán o al menos inicio de nueva
percepción en la opinión pública española en su conjunto. Si eso
es así habría que estar atentos al efecto que pudiera traer consigo
en los posicionamientos e inclinaciones políticas de los españoles,
así como en la táctica de los partidos nacionales.
En Cataluña ya no se puede impunemente
hablar de todo el pueblo catalán como un todo separatista y sobre
todo se ha hecho patente que todavía la mitad se resiste
conscientemente. Pero los cambios mas significativos afectan al
conjunto de España. Ideas que se tenían por cuentos y leyendas
propias de conventículos cavernícolas “separadores” se van
haciendo moneda corriente. Así en primer lugar la evidencia de la
persecución que sufre lo español, la manipulación de la historia y
de los signos comunes de identidad, el odio como verdadero motivo
para la separación antes que cualquier motivación racional. Se
evidencia que incluso la apelación al interés económico y a las
presuntas ventajas que tendría para los catalanes la separación es
un patraña para atraer incautos. En otro orden de cuestiones, cada
vez se sostiene peor el mantra de que el auge independentista es la
reacción ante la ausencia de diálogo y el cerrilismo de Madrid,
especialmente la derecha. Se le puede achacar al gobierno pasividad y
hasta abandonismo ante la actividad golpista que urden y alientan las
instituciones catalanas, pero difícilmente que estuviera en su mano
ofrecer pactos o soluciones que movieran a la lealtad a los
nacionalistas o siquiera a que cediesen en sus pretensiones
separatistas. Pocas dudas pueden ofrecer ya el ventajismo y la
deslealtad sistemática de las élites nacionalistas. Por último
tampoco queda muy bien parada la consigna usual en la clase política
de “que no pasa nada” y que esto no es más que un teatro, que
acabaría con más concesiones fiscales o más pela. Enfrentarse a
movimientos fanatizados es muy duro, pero sobre todo es algo difícil
de conllevar, porque socava el cómoda vegetar en un orden político
que se tiene por inmutable. Ni siquiera la invocación del imperio de
la ley da confianza por sí mismo, habida cuenta de que el Procés se
ha inflado al hacer gala del desprecio a la ley.
Parece deducirse de forma inmediata que
cualquier gobierno constitucionalista tendría toda la legitimidad
moral para abortar con la ley en la mano cualquier veleidad
independentista, pero sobre todo que no tiene difícil evadirse o
sortear esa obligación sin gran coste. Los primeros sorprendidos y
que reclamarían contundencia serían los altos altos gobernantes
europeos, Europa menos que nunca está para bromas.
¿No es otra consecuencia que el margen
para una “tercera vía” es muy escaso y difícil de imaginar?.¿no
es cada vez mayor el descrédito de esta entelequia? ¿No se ven
obligados los que por ella apuestan a tener que silenciar sus
objetivos y medidas concretas?.
La consecuencia de todo ello cae por su
peso. En cualquier caso ni al PP ni al PSOE les interesa que ni ahora
ni menos aún en la campaña electoral se hable de Cataluña, como
tampoco les interesaría hacerlo a los independentistas hasta que
acaben las elecciones. El PP no podría competir en esto con A.
Rivera y el PSOE tampoco puede insistir en la matraca del
federalismo, en realidad confederalismo si entiende lo que propone,
sin hacerse sospechoso de las peores intenciones. Tampoco los
independentistas no pueden ofrecer a los partidos nacionales
argumentos para que si tuviera que hacerse se interviniese la
autonomía, salvo que estén convencidos que pueden sublevar a la
población y triunfar. Pero el asunto catalán va a pesar para la
elecciones más de lo que estos quisieran, no por nada sino porque el
problema existe y todo ha llegado demasiado lejos para que se pueda
tapar. Sería una irresponsabilidad mayúscula hacerlo. Es de
presumir incluso que de los resultados de las elecciones va a
depender mucho la evolución de la opinión pública y del estado de
ánimo de la sociedad catalana. Para muchos catalanes, visto el
peligro existente, no es lo mismo verse respaldados por el Gobierno
de Madrid, que dejados de la mano de Dios.
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