En lenguaje militar, la ofensiva
independentista se ha visto frenada en su primer asalto "definitivo", pero los
separatistas conservan las posiciones para mantener la iniciativa. El
tren se ha detenido pero no está en vía muerta ni ha descarrilado.
Lo primero puede ser circunstancial y momentáneo, pero puede tener
consecuencias estratégicas y además obliga a replantearse a los
independentistas cómo proseguir. En la situación de extremado
peligro en que nos encontramos la pérdida de su plebiscito, es decir
del marco de juego que los separatistas impusieron, supone la
deslegitimación moral de la pretensión de proclamar la
independencia, al margen de que la CUP lo bendiga o no. Nada más y
nada menos. Era condición imprescindible para oficiar este aquelarre
hasta el final contar, a partir de la proclamación de la
independencia, con la movilización activa de la masa social
nacionalista, o al menos con la disposición favorable para ello,
hasta llegar a la rebelión abierta o a la desobediencia civil, si
hiciera falta. Pero también había que contar con un cierto apoyo
internacional, una cierta neutralidad en el stablishment mundial y
sobre todo la simpatía de la opinión publica y la publicada
internacional. Y no hay que olvidar por último que es casi
imprescindible la parálisis del gobierno central y de las élites
políticas españolas en general. La emergencia de que más de la
mitad de catalanes no quiere la independencia pone a una gran
cantidad de independentistas advenedizos ante la evidencia de que no
son los únicos. Y además que para muchos ha contado más las ganas
de no serlo que de seguir en casa a la espera de recibir el estigma
para siempre. Subrayo esta obviedad porque el omnímodo dominio
independentista del espacio público así lo hacía creer y animaba a
la incorporación de los que siempre están dispuestos a apostar por
el caballo ganador. En todo caso puede hacer temer a muchos que la
aventura no tiene por qué ser un paseo militar por una alfombra de
rosas. En la escena internacional la buena faena del gobierno, lo
mejor de su haber sin duda, ha dado buenos frutos, pero además
tampoco el Procés ha encontrado el eco que sus mentores esperaban en
la opinión publica y la publicada. El fiasco de la primavera árabe,
la maldición de Siria, la guerra de Ukrania, la “normalización”
de Grecia...etc, va enfriando las ensoñaciones románticas que tanto
gustan apadrinar las centrales mediáticas. Y el Procés tenía por
baza convertir a Cataluña en un romance donde una minoría
españolista somete a una mayoría maltratada de amantes de la
libertad. Además por último, pero no lo menos importante, este
resultado otorga legitimidad moral, y no sólo legal, a cualquier
Gobierno para intervenir si osan proclamar la independencia, sin que
los socialistas pudieran oponer resistencia justificadamente o sin
pagar un alto precio ante la opinión pública.
La recomposición de las filas
secesionistas sólo puede hacerse sobre la base de mantener la
iniciativa y de proseguir el Procés. Un problema importante pero no
decisivo es el destino de Mas, quien, pase lo que pase, ya se debe
creer con derecho a pasar a la historia como Pau Claris, pero al que
al que también se lo come el gusanillo de pasar como un Companys
vencedor. Veleidades personales aparte, ahora lo que está en juego
es la forma de continuar el Procés y ese será el verdadero objeto
de negociación con la CUP y de paso con los podemitas, tratando de
incorporarlos como uno más. Habrá que esperar a las generales,
tratar de volver a hacerlas plebiscitarias y sobre todo esperar las
ofertas que luego vengan de Madrid. Por si se continua a las bravas y
cuando la oportunidad lo aconseje o si se pacta algo parecido al
“derecho a decidir”. Hasta entonces negociar con la CUP un
“gobierno de transición” encargado sobre todo de tramitar la
propaganda que mantenga viva la llama victimista.
Decía que el resultado del
“plebiscito” podía suponer un cambio estratégico, pero depende
de que la defensa de la pertenencia a España adquiera un mínimo
peso en el espacio público y en algunos nudos de poder, aunque no
pueda ser nunca, o por mucho tiempo, el que le corresponde
socialmente. Mientras eso no cambie la única esperanza de España es
el interés de las potencias mundiales de que esto siga unido, o la
muy hipotética desconfianza de la burguesía catalana al verse en
manos de batasunos y neoanarcos inclementes, tras un brusco baño de
realidad. Es claro que para que se sustancie esa posibilidad de una
cierta redefinición del espacio público en Cataluña y en el resto
de España en favor de la democracia española o de la democracia sin
más, pueden contar mucho estas elecciones generales. Inopinadamente
las “plebiscitarias” catalanas han abierto esa oportunidad.
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