sábado, 3 de octubre de 2015

PAISAJE DESPUÉS DE "LAS PLEBISCITARIAS"


En lenguaje militar, la ofensiva independentista se ha visto frenada en su primer asalto "definitivo", pero los separatistas conservan las posiciones para mantener la iniciativa. El tren se ha detenido pero no está en vía muerta ni ha descarrilado. Lo primero puede ser circunstancial y momentáneo, pero puede tener consecuencias estratégicas y además obliga a replantearse a los independentistas cómo proseguir. En la situación de extremado peligro en que nos encontramos la pérdida de su plebiscito, es decir del marco de juego que los separatistas impusieron, supone la deslegitimación moral de la pretensión de proclamar la independencia, al margen de que la CUP lo bendiga o no. Nada más y nada menos. Era condición imprescindible para oficiar este aquelarre hasta el final contar, a partir de la proclamación de la independencia, con la movilización activa de la masa social nacionalista, o al menos con la disposición favorable para ello, hasta llegar a la rebelión abierta o a la desobediencia civil, si hiciera falta. Pero también había que contar con un cierto apoyo internacional, una cierta neutralidad en el stablishment mundial y sobre todo la simpatía de la opinión publica y la publicada internacional. Y no hay que olvidar por último que es casi imprescindible la parálisis del gobierno central y de las élites políticas españolas en general. La emergencia de que más de la mitad de catalanes no quiere la independencia pone a una gran cantidad de independentistas advenedizos ante la evidencia de que no son los únicos. Y además que para muchos ha contado más las ganas de no serlo que de seguir en casa a la espera de recibir el estigma para siempre. Subrayo esta obviedad porque el omnímodo dominio independentista del espacio público así lo hacía creer y animaba a la incorporación de los que siempre están dispuestos a apostar por el caballo ganador. En todo caso puede hacer temer a muchos que la aventura no tiene por qué ser un paseo militar por una alfombra de rosas. En la escena internacional la buena faena del gobierno, lo mejor de su haber sin duda, ha dado buenos frutos, pero además tampoco el Procés ha encontrado el eco que sus mentores esperaban en la opinión publica y la publicada. El fiasco de la primavera árabe, la maldición de Siria, la guerra de Ukrania, la “normalización” de Grecia...etc, va enfriando las ensoñaciones románticas que tanto gustan apadrinar las centrales mediáticas. Y el Procés tenía por baza convertir a Cataluña en un romance donde una minoría españolista somete a una mayoría maltratada de amantes de la libertad. Además por último, pero no lo menos importante, este resultado otorga legitimidad moral, y no sólo legal, a cualquier Gobierno para intervenir si osan proclamar la independencia, sin que los socialistas pudieran oponer resistencia justificadamente o sin pagar un alto precio ante la opinión pública.
La recomposición de las filas secesionistas sólo puede hacerse sobre la base de mantener la iniciativa y de proseguir el Procés. Un problema importante pero no decisivo es el destino de Mas, quien, pase lo que pase, ya se debe creer con derecho a pasar a la historia como Pau Claris, pero al que al que también se lo come el gusanillo de pasar como un Companys vencedor. Veleidades personales aparte, ahora lo que está en juego es la forma de continuar el Procés y ese será el verdadero objeto de negociación con la CUP y de paso con los podemitas, tratando de incorporarlos como uno más. Habrá que esperar a las generales, tratar de volver a hacerlas plebiscitarias y sobre todo esperar las ofertas que luego vengan de Madrid. Por si se continua a las bravas y cuando la oportunidad lo aconseje o si se pacta algo parecido al “derecho a decidir”. Hasta entonces negociar con la CUP un “gobierno de transición” encargado sobre todo de tramitar la propaganda que mantenga viva la llama victimista.
Decía que el resultado del “plebiscito” podía suponer un cambio estratégico, pero depende de que la defensa de la pertenencia a España adquiera un mínimo peso en el espacio público y en algunos nudos de poder, aunque no pueda ser nunca, o por mucho tiempo, el que le corresponde socialmente. Mientras eso no cambie la única esperanza de España es el interés de las potencias mundiales de que esto siga unido, o la muy hipotética desconfianza de la burguesía catalana al verse en manos de batasunos y neoanarcos inclementes, tras un brusco baño de realidad. Es claro que para que se sustancie esa posibilidad de una cierta redefinición del espacio público en Cataluña y en el resto de España en favor de la democracia española o de la democracia sin más, pueden contar mucho estas elecciones generales. Inopinadamente las “plebiscitarias” catalanas han abierto esa oportunidad.

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