domingo, 27 de septiembre de 2015

DE IDENTIDADES


Siempre he pensado que la fuerza de los nacionalismos españoles, es decir disgregadores, es proporcional a la debilidad política e identitaria de la nación española. A partir de la fuerza que así cobran los nacionalismos pueden debilitar más la identidad española. Dicho con toda crudeza: ¿cuanto anima y favorece el distanciamiento de la identidad común que hay en España la manipulación de la falsa identidad antiespañola que llevan a cabo los nacionalistas?
Nos debatimos en el absurdo, cuanto menos desde la transición, por no remitirnos a los años treinta. La España de izquierdas y “progresista” sigue en las mismas: no hay España, sino es republicana o socialista; cuanto menos una España sin derechas. Ahora y desde hace tiempo sólo defiende la idea de España la derecha, pero sólo se atreve a hacerlo con argumentos liberales, ultraindividualistas. La nación se reduce a un sentimiento privado, a un sentimiento de pertenencia, igual que si yo fuera quien soy porque me siento así o asá. Ante tanta coincidencia debo estar equivocado al pensar que una nación es una comunidad o sociedad organizada en Estado. Luego es cosa de cada uno sentirse o no vinculado a ella, igual que es libre de estar a gusto o no consigo mismo. Ya para todos, incluso a los que les duele España, es tabú mentar la identidad española (no digo “esencia”): “¡Por favor las identidades colectivas no existen¡” “¡reivindicar que la identidad catalana es parte de la identidad española es caer en el juego identitarista¡”. Si es así, ¿por qué tendríamos que sentir entonces más solidaridad con los ciudadanos que habitan Cataluña, que con los portugueses o los húngaros? ¿por qué nos hemos de sentir corresponsables de su suerte y pedir que lo sean de la de toda España? ¿por qué hemos de pedir una democracia, con libertad e igualdad, común y resistirnos a un mosaico de democracias, o lo que sean, cada una con el derecho a ser libre e igual a su manera? Incluso el argumento de que la democracia es inviable fuera de España y que sería una democracia fraudulenta o un régimen totalitario sólo es sostenible si se parte de que hay un espacio común en el que es posible el entendimiento o al menos dirimir las diferencias y conflictos democráticamente y en derecho. Espacio común producto de la historia y de la voluntad común ¿y qué sino es la “identidad”?

jueves, 24 de septiembre de 2015

COMPRENDIENDO A MARGALLO


La justificación oficial de la presencia de Margallo en el debate celebrado con Junqueras es su conocimiento de los mecanismos legales y diplomáticos que impedirían el reconocimiento internacional de una Cataluña independiente. Pero esto sólo confirma el escenario absurdo y diabólico de la campaña electoral para los constitucionalistas y especialmente el gobierno. Por una parte hay que afirmar la imposibilidad de la independencia por vulnerar la ley. Por otra parte hay que convencer a los catalanes de que la independencia sería algo desastroso y nocivo para sus intereses. Pero al aceptar la discusión en estos términos se admite que, de triunfar electoralmente los secesionistas, se produciría la independencia. En Escocia por ejemplo tenía sentido ese debate porque estaba admitido legalmente el carácter ejecutivo del plebiscito, pero en absoluto en España, al menos por ahora. En nuestro caso sólo se puede salvar la contradicción de que la independencia es imposible  y al mismo tiempo que con la elecciones decidimos sobre la misma, argumentando que es imposible que ganen sus partidarios en las urnas, o que es imposible que la comunidad de naciones admitiera a Cataluña. Pero es perfectamente posible que gane el sí, mientras que lo segundo no pasaría de ser una conjetura y no impide la tentación de lanzarse a la aventura, a ver qué pasa. Reconozco que parece imposible zafarse de esta contradicción, porque no hay más remedio que tratar de convencer de que la independencia es injusta y dañina, como también de afirmar la obligación de cumplir la ley. Pero a la vez que muchos siguen pensando que, como la independencia es imposible, incluso metafísicamente y con independencia de la respuesta del gobierno de España, no va a pasar nada, cuaja la idea de que el que haya independencia o no la haya depende del resultado electoral. El gobierno al hacer de la imposibilidad del reconocimiento internacional el principal argumento contra la independencia, asume implícitamente que los secesionistas tienen derecho a tirarse por el despeñadero, a probar con la independencia por su cuenta y riesgo. Con lo que, si tiene que aplicar la ley y se atreve a hacerlo contra la proclamación ilegal de independencia, habrá concedido razones gratuitamente a quienes no están sobrados de ellas y habrá confundido más de lo que está a la población española en general. No se ha sabido en suma desmontar las falacias independentistas dentro del único escenario posible: el de que la independencia es imposible, porque no se va a permitir , porque se está dispuesto a hacer lo que por ley haya que hacer. De dejarlo claro no tendría que haber dudas: lo que está en juego no es la independencia sino el desastre al que conducirá la aventura golpista de continuar.

COMPRENDIENDO A RAJOY


Uno de los misterios de todo lo que pasa es la pasividad inveterada del Sr. Rajoy. Se supone que en en una democracia normal, con confianza en sí misma, el golpe de Estado obsceno que está llevando a cabo la Generalitat catalana ya habría sido abortado con la ley en la mano. No sólo hay pruebas de sobra, sino que los autores alardean de estar llevándolo a cabo en nombre de la democracia, que para ellos es hacer lo que les da la santa gana. ¡Incluso dan carta de naturaleza oficial a un organismo encargado de planificarlo institucionalmente¡ Pero como es de suponer que el Sr. Rajoy no obra por motivos irracionales atribuibles a su carácter, aunque esto pudiera influir en la forma de actuar, hay que hacer un esfuerzo por comprender las razones políticas que lo llevan a actuar a su manera. Aparentemente son dos. La primera es la creencia de que todo es un souflé y que ya se bajará por sí solo; tratar de pincharlo lo inflaría más. La segunda, sin duda la más importante, el temor a la reacción de la izquierda y al rechazo mayoritario en la opinión publicada y en la opinión pública. Seguramente es una conjunción de los dos. Pero lo primero revela la incompetencia y la ceguera interesada en la que ha vivido la derecha y la clase política española desde la transición. Lo grave es que en este caso el interés en no ver ha cristalizado en ceguera irremediable. Y lo segundo revela el absurdo en el que se ha instalado la vida pública española y que amenaza arrastrar a la democracia en su totalidad. La verdad es que hay que reconocer que esto último pesa y mucho más ahora, máxime si en Cataluña hubiera una rebelión social abierta, que puede suceder o no. La degradación mental es tal que una gran parte de ciudadanos catalanes que no comulgan con la independencia verían en la protección del Estado una intromisión incalificable.Cierto que Aznar ilegalizó a H.B. y no pasó nada. Pero un PSOE blanco de ETA no se podía oponer en su sano juicio y el PNV siempre ha tenido en cuenta lo que significaría ser súbditos del filoterrorismo, por mucho que sea el sentimiento de gentes como Eguibar o Arzallus. Lo cierto es que en el caso catalán Don Mariano y el PP se la jugaban de todas a todas de proceder coherentemente. Demasiada responsabilidad y temor cuando el Procés todavía no ha concluído.
Se atribuye además a Rajoy otro motivo, como si fuera nuestro presidente tan maquiavélico, que puede ocultar las más perversas intenciones haciéndose el pánfilo. Así comportándose como un Barufakis de orden estaría dispuesto a llegar al abismo para emerger como salvador de España. Pero si así fuera me atrevo a pronosticar su segura defunción política. De proclamarse la independencia ¿podría eximirse el Sr. Rajoy de la responsabilidad por su pasividad? Sólo si las cosas vinieran de tal manera que se viera en el brete de aplicar la Constitución y lo hiciera, podía proponerse como “salvador”. Pero aun así ¿no tendría de responder de haber permitido que se llegara a estas? Máxime cuando seguro que las altas cancillerías del orden mundial no comprenderían nada y le pedirían cuentas del desaguisado en que nos hemos metido. “¿Por qué ha permitido que se conculque la ley tan descaradamente, llegando a esta situación?”. Lo peor no es tanto su pasividad, sino no haber hecho ningún intento de salir de ella, situando también a la izquierda ante su responsabilidad. Pues nada pasa hasta que lo que tiene que llegar llega.

lunes, 21 de septiembre de 2015

GRACIAS, SEÑOR F. TRUEBA


Comentario a la gentileza del Sr. F. Trueba al aceptar un premio nacional que debe considerar abominable y que además no es la Legión de Honor.
Al recibir ese Premio, que debe hacer honor a los méritos demostrados en el ejercicio de su oficio, el Sr. Trueba confesó que “nunca se había sentido español”. Llama la atención que resaltase el “nunca”, como si no sentirlo fuese “de nación”, vamos de ADN, según la expresión de Don Miguel de Unamuno, a quien no debe venerar mucho. Dado que no añadió algo así como que no se sentía español porque no se había visto en la necesidad de sentirlo, se deduce que quiere decir algo más que simplemente: “no me gusta España, u odio España”. ¿Qué puede significar entonces sentirse o no sentirse español, o francés o terrícola? El Sr. Trueba debe saber de sobras que por ser ciudadano español es español, con lo que dice “soy español, pero no me siento español” . Solo de esta manera la frase tiene algún sentido, pues no tendría sentido decir, siendo español, que no se siente inglés o japones. El Sr Trueba busca destacar un significado y como no hay que dudar de su progresismo proverbial, debe ser lo que proclama la máxima de Terencio (atribuída a Virgilio), con algún remiendo: “todo lo humano me importa, sobre todo si es francés, excepto lo español”. Lo que, dicho sea de paso, demostraría el máximo grado de progresismo del que es capaz un progresista español que se precie.. Pero prosigamos con el enigma. Si por ejemplo el Sr. Trueba dijera “no me siento F. Trueba”, se tendría derecho a pensar que algo raro pasa en su mente. Incluso si dijera “me siento F. Trueba”, aunque en este caso podría resultar algo comprensible. “El pobre se ve tan cuestionado, sufre de tanta tensión interna, que tiene que reafirmarse”. Si además dijera: “soy F. Trueba, pero me siento Napoleón o Renoir, o incluso Depardieu”, tendríamos la sensación de que vive sin vivir en sí. Pero no hay que entrar en vericuetos tan psicológicos y tan complicados y todo puede ser más sencillo. Lo que me atrevo a conjeturar que verdaderamente significa sería: “Soy F. Trueba, pero no soy responsable de mí mismo” Oído esto la alarma sería tal que todos se pondrían a hacer jaculatorias por su alma o panegíricos de su obra. De la misma forma viene a decir: “soy español, qué remedio, pero no soy corresponsable con los demás ciudadanos españoles”. Pero por el contrario en este caso muchos sin duda aplaudirían tal efusión, como signo indudable de amor a la humanidad. Ahora si bien se mira debemos aceptar que no hay tanta diferencia y que en el caso real el Sr. Trueba sufre y participa de una patología social, de la misma forma que sufriría de una patología psicológica si dijera “no soy responsable de mí mismo”. Guste o no guste, nos sintamos corresponsables o no, todos los ciudadanos de un país somos corresponsables del porvenir de ese país, pues lo que hacemos, pensamos u omitimos, cuenta, según la responsabilidad e influencia de cada cual, en el porvenir de ese país, es decir del conjunto de sus ciudadanos. Incluso el Sr. Depardieu al escapar con su fortuna de Francia declarándose libre de la responsabilidad de ser francés, estaba haciendo uso de su corresponsabilidad e influyendo tanto en Francia, aunque de otra forma, como si se hubiera quedado. Igual que estamos condenados a ser libres, Sartre dixit, lo estamos a ser corresponsables de la sociedad en la que vivimos, es la vertiente social de la libertad.
Naturalmente si la frase de nuestro autor es jugosa no se debe a lo que tiene de sincera y graciosa, por mucho que lo pudiera ser, ni al contexto en el que se produce y que el beneficiario hace objeto de burla, sin duda por su amor a la comedia, sino a lo que revela de la extensión que puede tener esta patología social en España. Pues bien sabido es lo arraigado de este modo de pensar en una parte notable de la población, precisamente la más activa e influyente políticamente, e incluso ideológicamente. La parte que hace del activismo político e ideológico la razón de ser de su vida, por contraste con el “ciudadano medio” que se refugia en su casa para ver lo que pasa y escuchar lo que se dice. Ahora cuando muchos españoles se empiezan a preguntar atónitos y espantados “¿pero qué daño les hemos hecho a los catalanes?”, también sería pertinente preguntarse “¿pero qué daño les hemos hecho al Sr. Trueba y a tantas eminencias como él?”. Seguramente conocer esto ayudaría mucho a conocer lo anterior. Pero sobre todo si fuéramos capaces de preguntarnos “¿pero qué daño nos hemos hecho a nosotros mismos para que nos queramos tan poco?”, “nos hemos hecho tanto daño de verdad como parece?”.
Postdata.
Dado que se acercan los tiempos en que hay que reconocer singularidades o alguna singularidad, es la oportunidad de reconocer constitucionalmente la singularidad de España. La singularidad, única en el mundo, de un país en el que que ideas como la del Sr. F. Trueba no sólo no se ven como excentricidades, sino como admirables muestras de ingenio y de decencia, que no demencia, cívica.

viernes, 18 de septiembre de 2015

DE RAZONES Y SENTIMIENTOS



Para explicar el auge nacionalista entre la población se suele recurrir a la idea de que los mueve el sentimiento y no la razón. Se supone que esto significa que se adhieren a causas confusas y peregrinas que satisfacen una especie de orgullo inveterado, en lugar de la utilidad y el sentido práctico. ¿Pero por qué triunfa el sentimiento sobre la razón? ¿siempre tiene que ser así? Desde luego si así fuera no habría sociedad gobernable ni duradera.
Lo llamativo es que quienes se comportan así son gentes con vida confortable bien integradas en la escala de valores presidida por el hedonismo típico de las sociedades contemporáneas. Normalmente se supone que "sólo los que tienen que perder sus cadenas” al sentir la comezón de la política son presa de los delirios sentimentales. ¿No son capaces de comprender los ciudadanos catalanes que con estas aventuras tienen más que perder y casi nada que ganar en términos prácticos? ¿por qué creen que sólo con la independencia tendrán dignidad y libertad? ¿acaso la vida personal va a cambiar algo y a mejor? ¿van a gozar de más libertades, derechos y oportunidades personales? ¿por qué arte la administración será más transparente, justa y eficaz? ¿acaso lo único tangible no será el cambio del escenario de la vida pública, la persecución exhaustiva de los signos o maneras que huelan a español y un estado de cosas que demanda a los ciudadanos la perpetua demostración de adhesión nacional?
La piel de quien esto escucha se impermeabiliza ante estas cuestiones, lo que nos sitúa ante las fauces de resortes morales profundos del comportamiento colectivo. Pero también ante el hecho de que los dirigentes separatistas están hipersensibilizados y los constitucionalistas anestesiados. Aquellos los cuidan de forma prioritaria en su acción política y estos los desprecian como si no existieran, ni pesaran en los comportamientos colectivos. Es obvio que uno de estos resortes es el sentimiento de pertenencia, la necesidad de sentirse parte de una comunidad o de un colectivo y orgulloso de la misma. No es menos obvio que los nacionalistas han atizado con tal éxito este sentimiento a su favor que se han ganado de esta forma a gran parte de la población. Pero no es todo tan sencillo. ¿Por qué no se ha despertado el sentimiento de pertenencia a España, es decir la pertenencia común en la que hacemos la vida, tanto entre la población que se siente catalana de toda la vida como la que proviene de la “emigración” (maldita palabra) del resto de España? ¿No hay razones para que sea motivo de orgullo? ¿no existe acaso ese sentimiento? Pues el sentimiento de pertenencia nacionalista no se excita en abstracto sino frente a otra pertenencia y rechazando esta, máxime si es una pertenencia común. Se dirá que se ha evitado entrar en una guerra de pertenencias porque eso le hace el juego a los que hacen de la bandera identitaria su único argumento. El hecho es que mientras los nacionalistas, aun cuando todavía no se decantasen por la separación, alentaban hasta el paroxismo el desprecio a lo español en Cataluña, en España predomina la idea de que la pertenencia o el sentimiento de pertenencia es una cuestión privada, como la fe religiosa o el equipo de fútbol, y que no se debía hacer causa pública. Pero también con ello en el fondo se admitía que la pertenencia a España no es una causa demasiado digna y más bien sospechosa. ¿No es esto tan enfermizo como las ideas que mueven el delirio independentista? ¿No justifica este vacío la idea de que Cataluña no tiene nada que ver con una nación “decrépita”? ¿no es el caso que la ultrasentimentalidad nacionalista tiene por contrapunto necesario la ausencia de sentimiento y hasta el pasotismo de quienes sufren verdaderamente el agravio?
En Cataluña hay pocos separatistas o incluso nacionalistas sentimentales, o épicos, si se entiende por tal el esencialismo que no atiende a realidad histórica o concreta alguna y que le importa bien poco las consecuencias prácticas, como no sea la independencia porque sí. Ya se sabe que sólo les mueve el odio a España. Pero estos eran o son el veinte por ciento, las hueste tradicionales de Esquerra y algunos convergentes. Les han engordado los “burgueses pragmáticos” y muchos charnegos con su orfandad a cuestas Naturalmente muchos de los que en una sociedad próspera se dejan llevar por la aventura sentimental no piensan que, al hacerlo, la prosperidad se pone en riesgo, sino que lo hacen porque creen que la prosperidad está en riesgo. No ven que su aventura es sentimental sino racional. Para que esta inversión de la realidad se produzca ha sido preciso que las ideas colectivas ya hubieran tomado esta dirección desde un origen hasta madurar en el momento oportuno, cuando las circunstancias lo han favorecido y permitido. Pero en este caso las ideas nacionalistas han contado con el viento a favor del desprestigio de la idea de España como entidad política. Los nacionalistas han contribuido a ello pero han sido los principales beneficiarios, una vez que el sentido de pertenencia a España se ha tornado poco menos que algo vergonzoso ¡en gran parte de España¡  La maś influyente políticamente, por si fuera poco. No extraña que para el nacionalismo, ya pragmático, ya separatista, fuese fácil convencer a la población de que las dificultades, desencuentros o encontronazos, o medidas nocivas, que pueden venir “de fuera” son prueba de que se sufre un maltrato sistemático. A su vez las concesiones o acuerdos se interpretan como prueba de que se tiene toda la razón y que queda mucho por devolver de lo que se “nos” debe. Si algo enseña este malhadado Procés es la fuerza que tienen los arquetipos políticos, las visiones colectivas objetivadas, porque son el horizonte en el que cada particular sitúa su propio interés y discierne cual es este. Pero también y de forma especial en este caso la influencia de las élites políticas en el desencadenamiento y orientación de los fenómenos sociales, el peso de su actividad o inactividad, destreza o incompetencia, clarividencia o ceguera, al manejar esas narraciones arquetípicas. Demuestra en suma que la tarea primigenia de gestión de la cosa pública no puede tener alcance alguno sin el convencimiento de la opinión pública y sin contar con los sentimientos de la gente. Se confunde a este respecto lo que es forzar ciertos sentimiento (de pertenencia) en favor de soluciones políticas irracionales y dañinas, con la legítima defensa del sentimiento (de pertenencia) cuando de no existir éste  colectivamente no sería posible una sociedad libre y democrática. ¿Pues a qué se puede pertenecer con orgullo en nuestro tiempo sino a una sociedad en la que se garantiza la libertad y el derecho? ¿no hay razones para defender el valor de pertenecer a una nación donde eso es posible? ¿es eso sentimentalidad? ¿es una cuestión privada?

miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL SILENCIO CLAMOROSO II


EL DESCABEZAMIENTO.


Es obvio que el éxito del Procés no hubiera sido posible sin el descabezamiento ideológico de al menos la mitad de la sociedad catalana que por lógica debiera estar en contra de la independencia de Cataluña y a favor de la pertenencia solidaria a España. ¿Pero por qué es posible que la mitad de la población, no una minoría marginal, se vea en esta situación que les lleva a estar en un silencio clamoroso? Algo tan complejo requiere de la confluencia de muchos factores pero quisiera centrarme en la responsabilidad histórica del socialismo, que a mi modo de ver es el factor principal.

Primero. En Cataluña la izquierda y los nacionalistas coincidieron en deslegitimar a la derecha como agente democrático. Esta idea, una vez desaparecida la UCD, caló en más de dos terceras partes de la sociedad catalana.
Segundo. Los nacionalistas y la izquierda se sentían motivados para ir de la mano contra el centralismo y a movilizarse contra el mismo, recluyendo en la pasividad a quien pudiera ser sospechoso de ser secuaz de tal plaga. La autonomía no era una alternativa al centralismo, un status quo digno defensa sino un trampolín para una permanente reclamación de derechos.
Tercero. Lo más importante. La izquierda, sus élites dirigentes, asumió el discurso nacionalista en sus valores fundamentales, aunque no en las alternativas políticas definitivas que se derivan del mismo, pues hacerlo lo impedía la necesidad de que encajar en esto con la política general de la izquierda en toda España.
Hay que detenerse en este punto. Primero asumió que Cataluña es una nación (aunque dejando en la ambigüedad si política o cultural) y que España o bien es un Estado plurinacional o bien pura y simplemente “Madrid”; segundo que en cualquier caso la máxima lealtad debida tenía por objeto a Cataluña y que la relación con España (o “el resto de...”) es de conveniencia; tercero, que con el resto de España no hay solidaridad debida sino a lo sumo ejercicio de generosidad.
Estos tres supuestos cuajaron en la idea de que no sólo Cataluña sufre un maltrato, sino que este maltrato es consustancial al estado de dependencia de Madrid y a la existencia del Estado español.
Esta integración en el discurso nacionalista tiene a su vez razones políticas.
-La izquierda, no sólo ha privilegiado el nacionalismo en términos políticos, por creer que es la única posibilidad de integrarlo en España, sino como colaborador necesario frente a la derecha, aunque circunstancialmente los nacionalistas pudieran tener pactos y colaboraciones con la derecha. Una política de pacto con la derecha que pudiera neutralizar al nacionalismo resulta inconcebible por ser un torpedo en la línea de flotación del discurso que deslegitima a la derecha como agente democrático. A este fin sirve el sobredimensionamiento de las diferencias en cuanto a “modelos sociales”, como si en la práctica ambos no confluyeran en un ochenta por ciento de cuestiones.
-La hegemonía de la izquierda en toda España requiere del logro de una posición ventajosa en las “nacionalidades históricas” especialmente en Cataluña. Trató de conseguirlo primero mediante la adaptación al discurso nacionalista y luego mediante la integración en el mismo, premaragallismo y maragallismo. Importa menos lo que hay de oportunismo político y de convencimiento ideológico en las élites que tomaron esta deriva. Pero como no fue flor de un día, sino un proceso gradual casi imperceptible, no pasaba nada mientras el status quo no se alterase significativamente: nacionalismo en Cataluña y socialismo en Madrid y todos en paz. La pretensión de Maragall de acceder al poder en Cataluña a toda costa radicalizó la integración en el discurso y la política nacionalista, una vez que ya se había instituido que la Generalitat era negocio nacionalista. Al salir de la Generalitat, el desconcierto ideológico en las filas socialistas es clamoroso, lo que sólo se ha contrarrestado acentuando el odio a la derecha con la crisis. Ya se ve el efecto: una parte importante de los electores socialistas se han pasado a las filas nacionalistas. Hay que detenerse en esto.
El socialista medio del cinturón industrial de Barcelona, la inmensa mayoría de los emigrantes, se desligó de la comunidad autonoma asumiendo que era cosa de los nacionalistas, mientras lo suyo es el gobierno de España. Era una reacción espontánea ante la sensación de desarraigo y de extrañeza. Las élites socialistas tuvieron la cordura de no manipular este sentimiento a la manera de Lerroux contra el nacionalismo. Buscaban una colaboración o entente con este, pero no se atrevieron a defender el valor positivo de la solidaridad con toda España, por si los identificaba con la derecha. La gran masa socialista o una parte significativa de ella encontraba por otra parte en esta incorporación a los valores nacionalistas una forma de desprenderse de la mancha original. Pero una vez producida la integración en el discurso nacionalista y sobrevenir el asalto secesionista se ve ante una crisis de conciencia: ir contra el nacionalismo y el independentismo puede significar defender también el centralismo y a los fachas de Madrid; defender la autonomía es como defender la dependencia de Madrid; no a la independencia pero tampoco al “maltrato” de Cataluña.
La respuesta natural es o bien el síndrome de Estocolmo, tal como ha sido tan común en el País Vasco, o convencerse de que pase lo que pase en verdad “no pasa nada, ni puede pasar”. Mientras el comulgante independentista se siente en el derecho y la obligación de hablar bien alto para que se le oiga, el descreído duda de que le asista ese derecho y sólo siente que lo más conveniente es callar, no la vayamos a fastidiar más. Como del resto de España sólo se oyen risas y displicencias, parece tranquilizarle las falsas seguridades que le ofrecen quienes aseguran que “la ley se cumplirá· o quienes le aseguran que propuestas como el federalismo lo arreglan todo. Vamos que al final todo se arregla, aunque la única evidencia es que la ley se incumple por sistema.
Se ha cumplido en suma la inveterada y venerable ley de inercia: todo movimiento social se desarrolla sin límites sino hay una fuerza que lo resista.

domingo, 13 de septiembre de 2015

EL SILENCIO CLAMOROSO I.

LA DICTADURA MORAL


La politología seria, por supuesto no me refiero a la lo que se imparte en las universidades podemitas, debe tener muchas dificultades para comprender la existencia de u fenómeno como el silencio clamoroso de al menos la mitad de la sociedad catalana y la dictadura mental que lo provoca y lo acompaña. Una notoria tertuliana respondía, a quienes señalaban el silencio de la mitad al menos de la población no independentista y el miedo que los atenaza, que eso no tenía razón de ser alguna, pues nada les impide hacer uso de su libertad. No negaba que eso ocurriera, sino que daba a entender que, de serlo, es pura responsabilidad de quienes no ejercen su derecho. Y esto es verdad en parte, incluso si hacemos abstracción de sucesos tan corrientes y para nada anecdóticos como el amedrentamiento y escarnio que sufre quien se atreve a solicitar algo de enseñanza en español para sus hijos, rotular en español o hablar según donde, de que las resoluciones del constitucional y el supremo se incumplen por sistema sino son favorables a la administración catalana, el desprecio y la mancilla de los símbolos y referencias españolas...etc. Pero debiera sorprender que una parte prácticamente mayoritaria de la población se acostumbre a dar por bueno un estado de cosas que les perjudica gravemente. Es esencialmente un fenómeno colectivo y no meramente de la suma de responsabilidades personales, aunque esto cuenta y mucho a partir de un punto. Algo tan elemental no se tiene en cuenta y se tratan de explicar las cosas como si fuera un asunto de psicología individual y de en democracia cada uno puede hacer lo que quiera.
Veamos el hecho colectivo. Es obvio que la presión abrumadora de los medios nacionalistas, la sectaria e impositiva política institucional, el control de los nudos que conforman los poderes fácticos, produce un impacto demoledor, pero considero que es más correcto tratar estos hechos como parte del problema y no como el origen del mismo.
Es preciso dejar claro de inicio que una cosa es que en una sociedad democrática predomine o incluso domine una determinada opción, incluso de forma duradera como la historia demuestre, y otra distinta que se convierta que una doctrina o ideología que no sea el respeto a la democracia, la ley y el Estado de derecho alcance la categoría de dogma y se imponga como criterio de ortodoxia, prácticamente obligatoria, convirtiendo en traidor al hereje disidente. En las sociedades autoritarias esto es consustancial y es un instrumento del régimen impuesto. Pero en las sociedades democráticas, la ortocracia, perdón por la palabra pero ayuda a entender lo que es esta dictadura moral que tiene su centro en la opinión pública, es el estado en el que la lógica de la calle, de la opinión ortodoxa ejerce su imperio de forma previa e implacable, sin admitir contestación. Normalmente todos los procesos que han conducido a dictaduras, han tenido en su origen, y luego han madurado, esta dogmatización de la opinión publica, para que, al triunfar el régimen totalitario, las masas pasen a ser carne de adhesión permanente y explícito a disposición y conveniencia de la dictadura. En Cataluña puede existir ese proceso que derivaría en dictadura material e institucional, pero se sustentaría en una situación duradera, prácticamente treinta años, de dictadura moral perfectamente implantada que es ya parte de la idiosincrasia de la vida social y que se ha hecho uña y carne con el imperio nacionalista.
La ortocracia es fundamentalmente un estado de ánimo ambiental plenamente cosificado. La experiencia del País vasco era elocuente, aunque en este caso aparecían grietas, que no viene al caso detallar. El que se identifica con la verdad ortodoxa cuenta con que, de defender sus ideas en cualquier sitio por muy desconocidos que sean los que lo rodean, se encontrará con la simpatía, o como mucho un silencio huidizo, pero nunca con respuesta opuesta alguna. Mientras que el no comulgante cuenta que, de defender lo que piensa, hay muchas posibilidades de recibir desprecio e incluso algún tipo de perjuicio y daño. Y que si además hubiera alguien que estuviera de acuerdo se callaría o se evaporaría. Naturalmente lo primero espolea al comulgante a creer más en su verdad y no sólo a defenderla con más ahinco, mientras el segundo se ve presa de un extraño desasosiego. Aún estando convencido de su verdad, empieza a tener la sensación de que no sabe por qué es verdad. Cree, pero sin narración que lo acoja y esto en política es terrible porque el hogar del ciudadano, en cuanto que agente político, es la narración que hace suya. Por desgracia, muy pocos son capaces de hacerse su propia narración con mínima coherencia, es más en el fondo es imposible. Las narraciones, o si se quiere incluso las ideologías, son productos simples resultantes de procesos extremadamente complejos de años y años, forman parte de la tradición y cabe poco lugar a la improvisación en este caso.
Como he indicado lo que precipita esta situación no son las consecuencias que la acrecientan y fijan, como el dominio de los medios, las instituciones y los nudos del poder fáctico. Creo que hay algunas condiciones elementales que están en el origen, conforme la experiencia que demuestran el caso catalán, el vasco o incluso indicios en el conjunto de España, por no ir más lejos.
En primer lugar la ausencia de un consenso general entre las posibles opciones fundamentales, y lo que es más importante un consenso reconocido como tal. Porque de facto puede existir un consenso en torno a los valores y el sistema democrático pero una parte de la sociedad no reconoce que otra parte de la sociedad asuma esos valores, por lo que se considera la única legitimada para hablar en su nombre.
En segundo lugar la existencia de una parte de la sociedad propensa al activismo y a la pasividad en otra, como parte consustancial de la narración que los mueve. Normalmente la parte pasiva vive la política privadamente, suele identificarse con el status quo, las reglas del juego, y cuenta que este se respeta automáticamente en lo fundamental o que incluso los activistas están dispuestos siempre a respetar las reglas del juego. Por contra lo que mueve a otra parte de la sociedad al activismo suele ser la creencia de que su causa o no cabe en las reglas del juego o que tiene un valor que excede el respeto a las reglas del juego.
En tercer lugar, y es lo decisivo, el descabezamiento ideológico de una de las partes, la parte alternativa ala dominante, cuestión especialmente grave cuanto mayor es la vinculación entre los seguidores y las élites dirigentes de esta parte descabezada. La argamasa de esta vinculación es un discurso compartido y la seguridad de que la acción práctica y sus propuestas se ha de mover en los márgenes que este discurso comprende. Por supuesto el fruto del descabezamiento es la orfandad moral e ideológica de los seguidores.
El descabezamiento puede consistir en la simple decapitación, tal como en los regímenes totalitarios o los procesos que llevan al mismo, o al cambio de chaqueta ideológico de las élites, que asumen las claves del discurso que en parte o totalmente debieran combatir en coherencia con el discurso que los une a sus seguidores.
En lo fundamental esto es lo que explica el proceso previo al Procés y que lo ha hecho posible, no siendo este más que la peor consecuencia de un estado de cosas ya aparentemente irreversible. Cómo ha sido esto posible, es asunto de mucha enjundia y merece una reflexión aparte. En este punto sólo quisiera llamar la atención sobre la inmensa responsabilidad, (en algunos casos como el de Cataluña, esta responsabilidad llega a ser decisiva), de la élites dirigentes en la respuesta y la actitud política de sus seguidores, máxime cuando el discurso que los une a estos y sostiene a estos en política es muy rígido y admite pocas adaptaciones o pasos a discursos alternativos. Así la masa socialista que se ha visto confundida prefiere quedarse en casa que alimentar opciones prácticas más útiles pero contradictorias con sus valores mas queridos. Lo que une la élite con los seguidores es la médula del discurso, los valores compartidos y exaltados en ese discurso. Estas narrativas no tienen por qué dar relevancia a los valores que sostienen el orden democrático y las reglas del juego en general, normalmente dan relevancia a los valores tras los que una parte de la sociedad pretende singularizarse frente al resto. Por ejemplo, para las masas socialistas o de izquierda, la solidaridad y la justicia social son valores expresos. Para las masas socialistas catalanas esto significaba además la solidaridad con toda España. Pero tal valor pasó de ser algo expreso a algo impreso o sobreentendido, para luego ir convirtiéndose en algo vergonzoso o sospechoso que debía desaparecer de su expresión pública. Tal deriva es el hilo de Ariadna que guía el descabezamiento ideológico de las masas socialistas y de izquierda.
En el lado opuesto las élites nacionalistas “moderadas” no han tenido especiales problemas para llevar del ronzal por el abismo del Procés a sus seguidores, contra las optimistas previsiones de quienes pensaban que gente tan pragmática como los burgueses catalanes no iban a permitir que se les pusiera en riesgo. Sin entrar en el detalle de la influencia del juego político, parece claro que tal docilidad se sigue del hecho de que con este salto las élites han reforzado el peso de los valores primigenios que dan sentido a la narración que los une a sus seguidores. Este reforzamiento, esta capacidad de convencer a los suyos de que estos valores están en peligro, ha puesto a los seguidores en la tesitura de que la unidad está por encima de todo, incluso de los peligros y de la vergüenza de tener que tragar sapos como la corrupción. Insisto en que tal capacidad de convencimiento es consecuencia fundamentalmente del juego político y sólo secundariamente y como refuerzo de la ventaja en los medios y del dominio de los resortes del poder.
Se ve en general que los lazos entre las élites y los seguidores se refuerzan si existe la expectativa del poder, logro que los seguidores suelen interpretar como prueba de la verdad de sus sentimientos y creencias. Pero también el disfrute del poder suele disculpar los actos que contradicen el orden de valores primigenio que los seguidores tienen por suyos, hasta que estos dan por bueno todo lo que emane del poder si es de los suyos y no está en abierta contradicción con el discurso de sus élites. En el caso de los socialistas catalanes, muchas de sus gentes vivieron el fenómeno de la Generalitat de izquierdas como un acto de reafirmación de sus creencias, aun cuando estas habrían sufrido la metamorfosis al nacionalismo. Tendían a concebir esta reconversión como un catalanismo solidario en continuidad con sus valores primigenios. El desafío secesionista los ha puesto ante la realidad, aunque sus élites, catalanas y españolas, sigan porfiando por mantenerlos en la confusión. De pronto se enfrentan al hecho de que, si antes del Procés podían hablar, era porque hablaban de prestado y que, aunque no se comulgase con los sentimientos de los prestamistas nacionalistas, la confraternidad contra la derecha y el “centralismo” les daba derecho a ser ciudadanos de primera en Cataluña.
Si existe una asimetría de verdad es la que se da entre la lógica que rige el conglomerado élites/seguidores de los nacionalistas y el de las élites socialistas y de izquierda y sus gentes, ya españoles con vergüenza o avant la lettre. Entre la soberbia de los ganadores y la humildad de los huérfanos. Algunos no han resistido la vergüenza y han sido presas del síndrome de Estocolmo, otros sueñan que todo es sueño y algún día se despertarán. En esas estamos.






sábado, 12 de septiembre de 2015

LA LOCUACIDAD DE MARGALLO II


Margallo es la mejor veleta para conocer la dirección del viento. Dice tanto que a veces lo más importante pasa desapercibido. Por ejemplo lo siguiente. En la entrevista en 13TV enfatizó que “Cataluña jamás sera independiente” y lo justificó porque no tendría ningún reconocimiento internacional, condición imprescindible para ser Estado, a su entender. Es más, vino a decir, si lo consiguiesen después de treinta años por la vía que han elegido, “¿habría valido la pena tanto sufrimiento?” se preguntaba. Lo que no dijo, pero que se desprende de lo que dijo, es que, en caso de que los secesionistas proclamen la independencia, el golpe de Estado quedaría consumado, porque el Estado no va a recurrir a los “medios coercitivos” (entrecomillo) para abortarlo. Lo admitía hasta el punto de que, si llegado el caso, la Generalitat cerrase la frontera el paso de los productos españoles, estos pasarían por el País Vasco o Aragón. Esto da por hecho que aunque se aplicase el 150, el Estado no lo haría cumplir si las autoridades catalanas hacen caso omiso y oficializan internamente la independencia. Estaríamos ante un escenario de “doble poder” en suma, a la espera de que el “nuevo Estado” se desangre por sus contradicciones internas, el caos económico y la falta de aire en la escena internacional. Parece que Margallo abona a que en esas condiciones los secesionistas pragmáticos se avendría a negociar “la tercera vía”, pero dejemos el tema al margen. En el rechazo a apelar a la “coerción” cuenta sin duda la previsible oposición de la izquierda, y la resistencia de la opinión pública, máxime si ello precipitase una rebelión o desobediencia masiva callejera de las huestes secesionistas. Se cuenta además que los “constitucionalistas” seguirían en sus casas o “desemigrando” lejos del sur del Ebro. Tampoco parece que la opinión pública internacional fuera a resultar muy favorable. Ya se sabe lo de David y Goliat. 
Contando con esto los secesionistas lo ven a su manera: habrá que sacrificarse pero el caos económico anegará a España y a la misma UE. Ante esto, sería su lógica, ¿no se vería esta obligada a presionar en su momento para que se negocie una acuerdo entre “España y Cataluña” ,una "separación civilizada"? ¿no pediría también la sociedad española un acuerdo, cualquiera que fuera, para salir del atolladero? ¿no ha demostrado la sociedad española que por encima de todo no quiere líos y si los quiere es para ajustar cuentas entre sí, entre las derechas y las izquierdas?, ¿no sería este un motivo estupendo para que hiciesen un buen ajuste de cuentas del que la secesión saldría beneficiada como algo irreversible?
 No sé si este escenario es realista o es el cuento de la lechera, pero estoy seguro que las claves del mismo cuentan mucho en la mente de los instigadores de este golpe de Estado, cuya preparación ha sido a “cámara lenta”, más bien a cámara normal pero los lentos en entender han sido los espectadores, pero su ejecución ha sido a cámara bien rápida, un golpe de Estado express. ¿No ha reforzado la fe en su éxito la conciencia de que enfrente reina la división y que en el fondo no se está dispuesto a reaccionar, porque nunca se ha reaccionado? ¿no se cuenta con que pase lo que pase el secesionismo tiene las de ganar inmediatamente o a medio plazo? ¿cuantos se han convertido a la independencia por estar con los ganadores?. 

LA LOCUACIDAD DE MARGALLO I

                                                                                  

Siempre me ha parecido que la “intromisión” del Sr. Margallo en lo relativo al Procés no se debía a una encomienda del presidente del gobierno, ni tampoco a que se sintiera en la necesidad de hacerlo por la condición de su ministerio. No está entre las virtudes de don Mariano atar muchos cabos para la acción política y menos para la comunicación. Seguramente nuestro Presidente ha creído que el asunto catalán es una chinita en el zapato de la recuperación, y que la chinita saldrá por sí sola del zapato, según se desprende del imperio del sano sentido común que rige todos los asuntos humanos. Hasta ayer, he pensado pues que el Sr. Margallo ha debido hablar porque le va la marcha y porque es el único para el que el asunto era de verdad crucial y sentía que tenía algo que decir . Con lo de esta conferencia me entra la sospecha de que habla más de la cuenta por vicio. Vamos que no puede contener lo que sabe de lo que se cuece o que por cuenta y riesgo lo suelta a ver qué pasa. Es de suponer que en este caso habla sin advertir las hipotéticas consecuencias de sus palabras en la opinión pública, ya implantada la costumbre de que nada que se diga tiene consecuencias. Las tenga o no, lo cierto es que sus palabras suenan a quien da por perdida la batalla y lo fía todo a negociar una alternativa a la rendición incondicional. En términos más prácticos y del momento estas propuestas refuerzan la posición que se va extendiendo entre los nacionalistas de que el voto por el sí es la mejor manera no tanto de lograr la independencia sino de lograr las mayores ventajas posibles incluida una especie de Confederación, de facto o de jure, que sería una independencia a cómodos plazos y mejor preparada. Mientras que en las filas constitucionalistas esas propuestas refuerzan la idea de que “no va a pasar nada” y que en todo caso ya en el fondo todo está apañado. Más motivos para la movilización electoral de los nacionalistas y para que los que no lo son se queden en casa como siempre. Se supone por lo demás que voces más potentes y serias se harán oír, y que con la campaña esto quedará en susurro. Pero suena mucho a declaración de intenciones.

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jueves, 10 de septiembre de 2015

SOBRE COSMOPOLISTISMO Y"TERCERA VÍA". A PROPÓSITO DE UN ARTICULO DE NICOLAS HERRERO TERREROS.

La entrevista que no existió

EL MUNDO 10/09/15
NICOLÁS REDONDO TERREROS
· Felipe González ha planteado el problema catalán en un marco que hace imposible la solución. Hay que presentar el debate en términos racionales. No se puede legislar sobre sentimientos y pasiones.
SIN PERJUICIO de que la entrevista a Felipe González en La Vanguardia no recogiera literalmente lo que él respondió, sí sirve para reflexionar sobre los esfuerzos de los constitucionales para dar una solución al conflicto planteado por los independentistas catalanes. Afirmaba el ex presidente en la ya famosa entrevista que la cultura catalana, podemos incluir el catalán, es intocable y requiere una defensa constitucional. ¿Pero qué es la cultura catalana?, o mejor aún, ¿qué es la cultura? ¿Y qué pasa con la vasca o la aragonesa, tendrían el mismo derecho? Y por cierto esa defensa particular, ¿dónde dejaría a la cultura española, o es la única que en realidad no ha existido nunca? Cae el líder socialista en la contradicción suprema de querer encerrar en los límites de la ley la más grandiosa expresión del ser humano y por lo tanto ilimitable legalmente. Acepta una visión mística de la cultura para poder defenderla. La cultura no es: «Un patrón simbólico, conservado como una mariposa en ámbar, su lugar no está en los museos, sino en las actividades prácticas de la vida cotidiana, donde evoluciona bajo la presión de objetivos opuestos y otras culturas en competencia. Las culturas no existen simplemente como diferencias estáticas que haya que celebrar [o defender], sino que compiten entre sí como formas mejores o peores de hacer las cosas…», en palabras de Thomas Sowell. Las culturas que sobreviven e influyen son, y siempre han sido, porosas, influenciables, capaces de hacer suyo lo ajeno; por el contrario las que languidecen son las que necesitan defensa legal, ideológica o religiosa, terminan anquilosadas, guardadas por zelotes y en vez de servir para liberar al ser humano de las servidumbres que impone el pasado, el poder político o el dinero, se convierten en instrumento de dominación de unos sobre otros.
¡Qué dilema nos plantea el histórico líder socialista! Según como le contestemos nos convertiremos en personas que, apelando a la razón, queremos un espacio público más integrado, menos sentimental y, por lo tanto, nos tacharán de anti-catalanes; si aceptamos su visión compraremos la gratitud de un grupo de catalanes, yo creo que pequeño, a cambio de perder universalidad y cosmopolitismo. El ex presidente prefiere una visión de la cultura romántica y contraria a la Ilustración, yo en cambio me quedo con aquéllos que entienden la cultura como el ámbito en el que se desarrolla la actividad espiritual y creadora del hombre, y rechazan el posesivo «mi cultura», en el que la colectividad impregna totalmente tanto los pensamientos más elevados como los gestos más rutinarios.
Yo por ejemplo soy español y mi cultura española es el resultado de una mezcla de diferentes culturas, con predominio de unas sobre otras en campos diferentes; sería para mí terrible que me defendieran del contagio que quiero, deseo y necesito. Las culturas deben impulsarse con la mezcla, aborreciendo las purezas nacionalistas que imponen el conflicto con las demás como único medio de reconocimiento, muy bien descrito en La traición de los intelectuales de Julien Benda: «…Ahora cada pueblo se abraza a sí mismo y se asienta dentro de su lengua, de su arte, de su literatura, de su filosofía, de su civilización, de su cultura contra los demás. El patriotismo es de una forma del alma contra otras formas del alma».
Felipe nos plantea el problema catalán en un marco que hace imposible la solución. Quiere legislar sobre sentimientos y pasiones, y esto históricamente ha resultado imposible o un desastre. Ahora bien, si planteamos el problema en términos racionales, claro que pueden existir soluciones variadas: unas acertadas y otras erróneas según las perspectivas desde las que se analicen. Yo no cejaría, siempre después de las elecciones del 27 de septiembre, en el intento de buscar ámbitos públicos de respeto, con la condición de que esos ámbitos también se trasladaran a Cataluña; no sea que por querer agradar a unos humillemos a otros, sean mayoría o minoría, ¿yo estaría inscrito pensando así en la Tercera Vía? No existe una cultura catalana homogénea, pura y mística o, por lo menos, yo no la deseo así. La cultura catalana que quiere representar por ejemplo Guardiola con todo su derecho cuando dice: «Vengo de un pequeño país del norte…», la complementa un catalán como Carlos Herrera Crusset, que vive en Sevilla y le ha dado por dirigir una cofradía en la ciudad natal del ex presidente. La gran diferencia entre los dos representantes de esa cultura catalana, que no se puede constitucionalizar, es que el entrenador de fútbol ha sido jugador de la selección española y si quisiera sería su entrenador, sin embargo el periodista nunca llegará al palco del Barça, por mucha ilusión que le haga.
Aun así, creo que podemos pactar un espacio público definido que dependerá de nuestra voluntad, de nuestras conveniencias, de lo que estemos dispuestos a dar y recibir, por lo tanto de nuestra razón. Ya lo intentamos con la Constitución del 78, con el primer estatuto, con el segundo y lo podemos intentar con un tercero o un cuarto. El problema es que los que provocan nuestra necesidad de renovar continuamente esos pactos de convivencia siempre han querido más y nunca han trasladado ese espíritu convivencial a la sociedad catalana. Llevamos actuando de este modo desde 1978, siempre buscando cómo satisfacer a los nacionalistas catalanes. Tal ha sido nuestro esfuerzo por contentar a los independentistas que hemos sonreído para templar gaitas cuando insultaban a los andaluces o extremeños, hemos callado, y Felipe bien lo sabe, cuando la confusión entre lo público y lo privado en Cataluña se confundía hasta provocar vergüenza ajena y hemos mirado hacia otro lado para que pudieran imponer una homogeneización social imposible en una sociedad moderna. No nos ha importado sufrir continuos desaires, basados en una posición prevalente que no tienen, les hemos dejado que hicieran oficial y única la historia sentimental de una parte de su sociedad, y casi siempre han sido recibidos con gesto genuflexo para no provocar su ira.
Sólo por los resultados de la estrategia de apaciguamiento que tanto desde la izquierda como desde la derecha hemos desarrollado estos últimos 30 años, sería conveniente establecer otra distinta, que no tiene que ser ni la de la fuerza, ni la de la intransigencia, ni la del miedo. Una nueva estrategia que podríamos denominar estrategia de la responsabilidad frente a la propuesta nada novedosa de Felipe de blindar las causas de la ¿identidad nacional catalana?. Porque si finalmente las únicas opciones que me ofrecen son la propuesta de blindar constitucionalmente proyecciones sentimentales de una parte de la sociedad catalana o la de volver a empezar desde cero, yo, à mon grand regret, me declaro firme partidario de volver a empezar, desdiciendo en parte las posiciones políticas que he venido defendiendo en los últimos años. Pero hay momentos en los que toda la buena voluntad no vale nada ante el radicalismo sentimental de los nacionalistas.
COMO TAMPOCO sacralizo la historia, la cultura o la nación, sino que busco un espacio en el que podamos vivir pacíficamente y de forma armoniosa con nuestro pasado (pasado del que no soy prisionero, pero sí soy deudor y que a mi leal entender se llama España, Cataluña incluida), prefiero entonces que dejemos a los catalanes decidir su futuro porque sobre todo lo que no quiero es ser corresponsable en la aventura de un Estado fracasado como lo fue la Primera República, aunque sigo convencido que existen soluciones intermedias a la política totorreista tot o res, por cierto característica muy española. De lo que nadie me puede convencer es que dando más a Mas podamos convivir con la armonía mínima que necesita todo espacio público con voluntad de ser un sujeto histórico, y no varios sujetos confusamente mezclados en la neblina del miedo o de pasados inmortales. Pero antes de llegar a cualquier solución, demos la batalla que nos han impuesto, hagamos lo posible por impedir que lleven adelante un proceso que les perjudicaría sobre todo a ellos. No nos entreguemos antes de que los catalanes digan lo que piensan.
De todas formas, esta discrepancia con Felipe González muestra una controversia sobre cuestiones fundamentales para nuestra convivencia que sólo pueden mantenerse desde posiciones democráticas que imponen aceptar el derecho del otro a discrepar hasta de que lo que a uno puede parecerle lo más «sagrado». Ésta es la ventaja que tenemos nosotros y que no tienen los nacionalistas catalanes, siempre embarcados en la homogeneización de una sociedad que tiene contradicciones como todas las sociedades modernas.
Sirvan por lo tanto estas reflexiones para disentir educadamente con mi compañero de partido, sin caer en las descalificaciones y atentados al buen gusto de los que hizo gala el independentismo catalán cuando leyeron su carta A los catalanes en El País, porque sólo desde la discrepancia pacífica y respetuosa puede salir la verdad, en este caso, lo más conveniente para España.
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Sobre este excelente artículo de N. Redondo Terreros "La entrevista que no existió" , tengo dos peros, o maś bien matizaciones:

*Creo que se toma demasiado en serio el subterfugio “culturalista” con el que el Sr. Felipe Gonzalez justifica “la tercera vía”, que si algo significa es el reconocimiento del “derecho de autodeterminación”. Es un problema político a abordar en términos políticos. Para empezar el Sr. Felipe Gonzalez y la cúpula socialista harían bien en responder a tres cuestiones básicas:
¿Es un derecho o una claudicación necesaria?
¿Salvaría eso la democracia española o hay que admitir la posibilidad de que nada la salve?
¿Podría impedirse esa medida, o sea la claudicación, y la culminación de la deriva independentista, con la unidad de las fuerzas democráticas?

*Si se toma en serio la argumentación de Felipe Gonzalez, diría que el reconocimiento de la identidad cultural catalana está garantizado de sobras por la democracia española. Y es harto significativo que, en este momento crucial, don Felipe Gonzalez no tenga valor para defenderlo, por mucho que seguramente lo piense. Pero la idea que el nacionalismo escampa e impone es que la cultura catalana y que la identidad cultural catalana es ajena a la española, siendo esta una amenaza tanto a la cultura catalana como a su vocación cosmopolita.. Contra esta pretensión cosmopolita se dirige la argumentación del Señor Redondo, pero descuida abordar la pretensión de desvincular la cultura catalana de la cultura española que está en la base.
Es obvio que declaraciones como la de Guardiola manifiestan el paletismo rampante en el que está inmerso el nacionalismo y por desgracia la opinión pública catalana desde ya mucho. Pero no es entre localismo o cosmopolitismo donde está la disyuntiva en el terreno cultural. La fractura con España no sólo alcanza a la economía sino también a los afectos colectivos y a la cultura común. ¿Se puede comprender la cultura española sin la catalana, como parte de la misma y viceversa? ¿En qué ámbito cultural situar a Granados, Albeniz, Carmen Amaya, Dalí, Eugenio D,Ors, Josep Pla, Vazquez Montalbań, Joan Maragall, Jacint Verdaguer, Santiago Rusiñol, Antony Campany...etc, etc? Alientan una cultura cosmopolita que es a la vez europea catalana y española.. Toda cultura comprende tendencias localistas y cosmopolitas, a veces en un mismo autor y obra, sin que se puedan deslindar sin más, y a veces complementándose esas tendencias. Pero en este caso la separación de la cultura catalana del resto de la cultura española, e hispana en general, que esa dimensión del mundo de habla y cultura hispana hay que tenerla en cuenta especialmente en este caso, no haría más que acentuar tanta catetería y empobrecer una cultura tan respetable. Porque nadie puede comprender que la frontera a las aportaciones e influencias culturales que pueden llegar desde el resto de España haga más cosmopolita a la cultura catalana, en lo que tiene toda la razón el Sr. Terreros. Es lo mismo que ocurre con la economía pero a mas amplia escala ¿alguien cree que separándose de España e incluso siguiendo en Europa, cosa fantástica, la economía catalana tendría más oportunidades de expansión en el mundo?.
Si se toma en serio la argumentación de Felipe Gonzalez diría que el reconocimiento de la identidad cultural catalana está garantizado de sobras por la democracia española. Y es harto significativo que en este momento crucial don Felipe Gonzalez no tenga valor para defenderlo, por mucho que lo debe sentir. Pero la idea que el nacionalismo escampa e impone es que la cultura catalana y que la identidad cultural catalana es ajena a la española, siendo esta una amenaza tanto a la cultura catalana como a su vocación cosmopolita..

 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

RECTIFICACIÓN.

Hoy me desayuno con que don Felipe Gonzalez dice que no dijo lo que dicen que dijo y así no hay diego que cambie lo que no fue digo, por lo que todo está claro. Y a la espera de que las cúpulas socialistas se sigan  aclarando y nos aclaren a los mal pensados en qué se han aclarado. Lo único claro, de hacer caso a la iniciativa de Juliana, es que hay que ser muy sutil para distinguir entre identidad nacional y nación, tanto como entre nacionalidad y región, lo que parece ser más cuestión de gramática política que de política gramatical. En todo caso esto me ha puesto en un brete, lo que a ningún efecto importa, para distinguir qué dejaría y qué quedaría del articulo anterior "El trágala". Como no lo tengo claro mejor no seguir metiendo la pata.

martes, 8 de septiembre de 2015

EL TRÁGALA


Me desayuné el sábado con la última deposición (perdón igual conviene decir “aportación”) de don Felipe González. Una ducha escocesa. Que ahora Cataluña no se debe independizar, que ahora hay que reconocerla como nación. Recuerdo que no hace mucho Don F. Gonzalez decía que, de separarse Cataluña, España sería irreconocible. Igual quiere promover un concurso para ver en lo que este extraño fenómeno quedaría, de consumarse la separación, y ponerle algún nombre. Es de suponer que cuenta con que la nación jurídica es una nación soberana, aunque en uso de esa soberanía delegue atribuciones a otras instituciones. También es de suponer que no cree en las pamplinas zapateriles sobre la diferencia académica entre la nación cultural y la nación política, aunque se refugie en ellas, diciendo que el reconocimiento de “la singularidad” se quedaría en la lengua y la identidad cultural. Vamos ya. Es obvio que este “reconocimiento” sólo tiene sentido si lleva aparejado el derecho de autodeterminación, y don Felip G. es el primero que lo sabe. Se desprende que la coherencia entre la misiva a los catalanes y la declaración de la entrevista, estriba en que pide a los catalanes que no ejerzan su "derecho a decidir" hasta que lo reconozca la Constitución y que al ejercerlo entonces no se independicen, pues sería malo para ellos y, lo que no es moco de pavo, pondría en evidencia a las élites socialistas entre otros.
Por si alguien, como uno mismo, tenía la ilusión de que había alguna disidencia significativa, al menos testimonial, en las filas socialistas, y situaba a la autoritas de don Felipe G. a la cabeza de la sensatez, esta postrera aclaración, necesaria para esclarecer el sentido de la primera misiva, deja las cosas en su sitio. Todo esto anda al paso con lo que parece la apuesta Pedrista por la Confederación integral, es decir con derecho a la autodeterminación incluido. De paso eso sentaría una sólida base para pactar con los podemitas el gobierno de la nación o de lo que sea. 
 Hagamos abstracción de la bondad o conveniencia de esta alternativa de “reforma constitucional”. Por supuesto me parece que sería un enorme retroceso histórico y un preámbulo de lo que sería obsceno nombrar. Pero no hay que pasar por alto la cobardía de la que hace gala don Felipe Gonzalez. Ni se atreve ni demuestra la más mínima honestidad intelectual por averiguar y hacer ver su responsabilidad y la de los suyos en el desaguisado, cuando ya hay evidencias patentes. Y no me refiero sólo a las malas decisiones y errores que han alentado el nacionalismo, sino a lo que es más grave, las desviaciones intelectuales e ideológicas que han desnaturalizado las siglas de su partido. Cuanto menos y sólo por poner cifras, un cincuenta del por ciento del desaguisado es atribuible a la su complicidad con el discurso nacionalista y la relativización de la idea de España, y habría que dejar un quince por ciento al despiste y la banalidad de las derechas, un treinta por ciento a la habilidad nacionalista para aprovecharse de lo anterior, cosa que no admite censura en términos de estrategia política en pro de su causa, y el cinco por ciento restante a los imponderables y el tiempo.
Como es de suponer también que Don Felipe G. no ha tenido una súbita conversión al discurso nacionalista, este ponerse ahora de avanzadilla del Pedrismo y de su alternativa previsible de confederalismo integral, parece dar por hecho la victoria del “sí” y la necesidad de un "remedio" que evite tanto la independencia express, como la suspensión del Estatuto de autonomía. Ni lo uno ni lo otro, diálogo, viene a decir. Pero sabe que no estaríamos ante el reconocimiento de un derecho, sino de una situación de hecho, la instauración virtual de un régimen separatista y la incapacidad del Estado de hacer cumplir la ley en Cataluña. Mientras que durante estos treinta años se ha convencido a la opinión pública española de que “no pasaba nada”, ahora es muy duro verse frente al abismo como si tal cosa. Los socialistas juegan a que para gobernar tienen que dar una salida a los nacionalistas y otra a los españoles en general, porque a estas alturas echar casi toda la culpa al PP y al centralismo ya suena a ritual enfermizo.¿Pueden garantizar a los españoles que un Estado Confederal no supone o lleva a la desaparición del Estado español democrático? Por lo menos que no se haga pasar un trágala por un acto de justicia y de buen sentido, pero todo hace suponer que la estrategia socialista será la de hacernos pasar el trago otoñal como si de un vino de verano se tratara.