viernes, 18 de septiembre de 2015

DE RAZONES Y SENTIMIENTOS



Para explicar el auge nacionalista entre la población se suele recurrir a la idea de que los mueve el sentimiento y no la razón. Se supone que esto significa que se adhieren a causas confusas y peregrinas que satisfacen una especie de orgullo inveterado, en lugar de la utilidad y el sentido práctico. ¿Pero por qué triunfa el sentimiento sobre la razón? ¿siempre tiene que ser así? Desde luego si así fuera no habría sociedad gobernable ni duradera.
Lo llamativo es que quienes se comportan así son gentes con vida confortable bien integradas en la escala de valores presidida por el hedonismo típico de las sociedades contemporáneas. Normalmente se supone que "sólo los que tienen que perder sus cadenas” al sentir la comezón de la política son presa de los delirios sentimentales. ¿No son capaces de comprender los ciudadanos catalanes que con estas aventuras tienen más que perder y casi nada que ganar en términos prácticos? ¿por qué creen que sólo con la independencia tendrán dignidad y libertad? ¿acaso la vida personal va a cambiar algo y a mejor? ¿van a gozar de más libertades, derechos y oportunidades personales? ¿por qué arte la administración será más transparente, justa y eficaz? ¿acaso lo único tangible no será el cambio del escenario de la vida pública, la persecución exhaustiva de los signos o maneras que huelan a español y un estado de cosas que demanda a los ciudadanos la perpetua demostración de adhesión nacional?
La piel de quien esto escucha se impermeabiliza ante estas cuestiones, lo que nos sitúa ante las fauces de resortes morales profundos del comportamiento colectivo. Pero también ante el hecho de que los dirigentes separatistas están hipersensibilizados y los constitucionalistas anestesiados. Aquellos los cuidan de forma prioritaria en su acción política y estos los desprecian como si no existieran, ni pesaran en los comportamientos colectivos. Es obvio que uno de estos resortes es el sentimiento de pertenencia, la necesidad de sentirse parte de una comunidad o de un colectivo y orgulloso de la misma. No es menos obvio que los nacionalistas han atizado con tal éxito este sentimiento a su favor que se han ganado de esta forma a gran parte de la población. Pero no es todo tan sencillo. ¿Por qué no se ha despertado el sentimiento de pertenencia a España, es decir la pertenencia común en la que hacemos la vida, tanto entre la población que se siente catalana de toda la vida como la que proviene de la “emigración” (maldita palabra) del resto de España? ¿No hay razones para que sea motivo de orgullo? ¿no existe acaso ese sentimiento? Pues el sentimiento de pertenencia nacionalista no se excita en abstracto sino frente a otra pertenencia y rechazando esta, máxime si es una pertenencia común. Se dirá que se ha evitado entrar en una guerra de pertenencias porque eso le hace el juego a los que hacen de la bandera identitaria su único argumento. El hecho es que mientras los nacionalistas, aun cuando todavía no se decantasen por la separación, alentaban hasta el paroxismo el desprecio a lo español en Cataluña, en España predomina la idea de que la pertenencia o el sentimiento de pertenencia es una cuestión privada, como la fe religiosa o el equipo de fútbol, y que no se debía hacer causa pública. Pero también con ello en el fondo se admitía que la pertenencia a España no es una causa demasiado digna y más bien sospechosa. ¿No es esto tan enfermizo como las ideas que mueven el delirio independentista? ¿No justifica este vacío la idea de que Cataluña no tiene nada que ver con una nación “decrépita”? ¿no es el caso que la ultrasentimentalidad nacionalista tiene por contrapunto necesario la ausencia de sentimiento y hasta el pasotismo de quienes sufren verdaderamente el agravio?
En Cataluña hay pocos separatistas o incluso nacionalistas sentimentales, o épicos, si se entiende por tal el esencialismo que no atiende a realidad histórica o concreta alguna y que le importa bien poco las consecuencias prácticas, como no sea la independencia porque sí. Ya se sabe que sólo les mueve el odio a España. Pero estos eran o son el veinte por ciento, las hueste tradicionales de Esquerra y algunos convergentes. Les han engordado los “burgueses pragmáticos” y muchos charnegos con su orfandad a cuestas Naturalmente muchos de los que en una sociedad próspera se dejan llevar por la aventura sentimental no piensan que, al hacerlo, la prosperidad se pone en riesgo, sino que lo hacen porque creen que la prosperidad está en riesgo. No ven que su aventura es sentimental sino racional. Para que esta inversión de la realidad se produzca ha sido preciso que las ideas colectivas ya hubieran tomado esta dirección desde un origen hasta madurar en el momento oportuno, cuando las circunstancias lo han favorecido y permitido. Pero en este caso las ideas nacionalistas han contado con el viento a favor del desprestigio de la idea de España como entidad política. Los nacionalistas han contribuido a ello pero han sido los principales beneficiarios, una vez que el sentido de pertenencia a España se ha tornado poco menos que algo vergonzoso ¡en gran parte de España¡  La maś influyente políticamente, por si fuera poco. No extraña que para el nacionalismo, ya pragmático, ya separatista, fuese fácil convencer a la población de que las dificultades, desencuentros o encontronazos, o medidas nocivas, que pueden venir “de fuera” son prueba de que se sufre un maltrato sistemático. A su vez las concesiones o acuerdos se interpretan como prueba de que se tiene toda la razón y que queda mucho por devolver de lo que se “nos” debe. Si algo enseña este malhadado Procés es la fuerza que tienen los arquetipos políticos, las visiones colectivas objetivadas, porque son el horizonte en el que cada particular sitúa su propio interés y discierne cual es este. Pero también y de forma especial en este caso la influencia de las élites políticas en el desencadenamiento y orientación de los fenómenos sociales, el peso de su actividad o inactividad, destreza o incompetencia, clarividencia o ceguera, al manejar esas narraciones arquetípicas. Demuestra en suma que la tarea primigenia de gestión de la cosa pública no puede tener alcance alguno sin el convencimiento de la opinión pública y sin contar con los sentimientos de la gente. Se confunde a este respecto lo que es forzar ciertos sentimiento (de pertenencia) en favor de soluciones políticas irracionales y dañinas, con la legítima defensa del sentimiento (de pertenencia) cuando de no existir éste  colectivamente no sería posible una sociedad libre y democrática. ¿Pues a qué se puede pertenecer con orgullo en nuestro tiempo sino a una sociedad en la que se garantiza la libertad y el derecho? ¿no hay razones para defender el valor de pertenecer a una nación donde eso es posible? ¿es eso sentimentalidad? ¿es una cuestión privada?

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