EL DESCABEZAMIENTO.
Es obvio que el éxito del Procés no
hubiera sido posible sin el descabezamiento ideológico de al menos
la mitad de la sociedad catalana que por lógica debiera estar en
contra de la independencia de Cataluña y a favor de la pertenencia
solidaria a España. ¿Pero por qué es posible que la mitad de la
población, no una minoría marginal, se vea en esta situación que
les lleva a estar en un silencio clamoroso? Algo tan complejo
requiere de la confluencia de muchos factores pero quisiera centrarme
en la responsabilidad histórica del socialismo, que a mi modo de ver
es el factor principal.
Primero. En Cataluña la izquierda y
los nacionalistas coincidieron en deslegitimar a la derecha como
agente democrático. Esta idea, una vez desaparecida la UCD, caló en
más de dos terceras partes de la sociedad catalana.
Segundo. Los nacionalistas y la
izquierda se sentían motivados para ir de la mano contra el
centralismo y a movilizarse contra el mismo, recluyendo en la
pasividad a quien pudiera ser sospechoso de ser secuaz de tal plaga.
La autonomía no era una alternativa al centralismo, un status quo
digno defensa sino un trampolín para una permanente reclamación de
derechos.
Tercero. Lo más importante. La
izquierda, sus élites dirigentes, asumió el discurso nacionalista
en sus valores fundamentales, aunque no en las alternativas políticas
definitivas que se derivan del mismo, pues hacerlo lo impedía la
necesidad de que encajar en esto con la política general de la
izquierda en toda España.
Hay que detenerse en este punto.
Primero asumió que Cataluña es una nación (aunque dejando en la
ambigüedad si política o cultural) y que España o bien es un
Estado plurinacional o bien pura y simplemente “Madrid”; segundo
que en cualquier caso la máxima lealtad debida tenía por objeto a
Cataluña y que la relación con España (o “el resto de...”) es
de conveniencia; tercero, que con el resto de España no hay
solidaridad debida sino a lo sumo ejercicio de generosidad.
Estos tres supuestos cuajaron en la
idea de que no sólo Cataluña sufre un maltrato, sino que este
maltrato es consustancial al estado de dependencia de Madrid y a la
existencia del Estado español.
Esta integración en el discurso
nacionalista tiene a su vez razones políticas.
-La izquierda, no sólo ha
privilegiado el nacionalismo en términos políticos, por creer que
es la única posibilidad de integrarlo en España, sino como
colaborador necesario frente a la derecha, aunque circunstancialmente
los nacionalistas pudieran tener pactos y colaboraciones con la
derecha. Una política de pacto con la derecha que pudiera
neutralizar al nacionalismo resulta inconcebible por ser un torpedo
en la línea de flotación del discurso que deslegitima a la derecha
como agente democrático. A este fin sirve el sobredimensionamiento
de las diferencias en cuanto a “modelos sociales”, como si en la
práctica ambos no confluyeran en un ochenta por ciento de
cuestiones.
-La hegemonía de la izquierda en toda
España requiere del logro de una posición ventajosa en las
“nacionalidades históricas” especialmente en Cataluña. Trató
de conseguirlo primero mediante la adaptación al discurso
nacionalista y luego mediante la integración en el mismo,
premaragallismo y maragallismo. Importa menos lo que hay de
oportunismo político y de convencimiento ideológico en las élites
que tomaron esta deriva. Pero como no fue flor de un día, sino un
proceso gradual casi imperceptible, no pasaba nada mientras el status
quo no se alterase significativamente: nacionalismo en Cataluña y
socialismo en Madrid y todos en paz. La pretensión de Maragall de
acceder al poder en Cataluña a toda costa radicalizó la integración
en el discurso y la política nacionalista, una vez que ya se había
instituido que la Generalitat era negocio nacionalista. Al salir de
la Generalitat, el desconcierto ideológico en las filas socialistas
es clamoroso, lo que sólo se ha contrarrestado acentuando el odio a
la derecha con la crisis. Ya se ve el efecto: una parte importante de
los electores socialistas se han pasado a las filas nacionalistas.
Hay que detenerse en esto.
El socialista medio del cinturón
industrial de Barcelona, la inmensa mayoría de los emigrantes, se
desligó de la comunidad autonoma asumiendo que era cosa de los
nacionalistas, mientras lo suyo es el gobierno de España. Era una
reacción espontánea ante la sensación de desarraigo y de
extrañeza. Las élites socialistas tuvieron la cordura de no
manipular este sentimiento a la manera de Lerroux contra el
nacionalismo. Buscaban una colaboración o entente con este, pero no
se atrevieron a defender el valor positivo de la solidaridad con toda
España, por si los identificaba con la derecha. La gran masa
socialista o una parte significativa de ella encontraba por otra
parte en esta incorporación a los valores nacionalistas una forma
de desprenderse de la mancha original. Pero una vez producida la
integración en el discurso nacionalista y sobrevenir el asalto
secesionista se ve ante una crisis de conciencia: ir contra el
nacionalismo y el independentismo puede significar defender también
el centralismo y a los fachas de Madrid; defender la autonomía es
como defender la dependencia de Madrid; no a la independencia pero
tampoco al “maltrato” de Cataluña.
La respuesta natural es o bien el
síndrome de Estocolmo, tal como ha sido tan común en el País
Vasco, o convencerse de que pase lo que pase en verdad “no pasa
nada, ni puede pasar”. Mientras el comulgante independentista se
siente en el derecho y la obligación de hablar bien alto para que se
le oiga, el descreído duda de que le asista ese derecho y sólo
siente que lo más conveniente es callar, no la vayamos a fastidiar
más. Como del resto de España sólo se oyen risas y displicencias,
parece tranquilizarle las falsas seguridades que le ofrecen quienes
aseguran que “la ley se cumplirá· o quienes le aseguran que
propuestas como el federalismo lo arreglan todo. Vamos que al final
todo se arregla, aunque la única evidencia es que la ley se incumple
por sistema.
Se ha cumplido en suma la inveterada y
venerable ley de inercia: todo movimiento social se desarrolla sin
límites sino hay una fuerza que lo resista.
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