miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL SILENCIO CLAMOROSO II


EL DESCABEZAMIENTO.


Es obvio que el éxito del Procés no hubiera sido posible sin el descabezamiento ideológico de al menos la mitad de la sociedad catalana que por lógica debiera estar en contra de la independencia de Cataluña y a favor de la pertenencia solidaria a España. ¿Pero por qué es posible que la mitad de la población, no una minoría marginal, se vea en esta situación que les lleva a estar en un silencio clamoroso? Algo tan complejo requiere de la confluencia de muchos factores pero quisiera centrarme en la responsabilidad histórica del socialismo, que a mi modo de ver es el factor principal.

Primero. En Cataluña la izquierda y los nacionalistas coincidieron en deslegitimar a la derecha como agente democrático. Esta idea, una vez desaparecida la UCD, caló en más de dos terceras partes de la sociedad catalana.
Segundo. Los nacionalistas y la izquierda se sentían motivados para ir de la mano contra el centralismo y a movilizarse contra el mismo, recluyendo en la pasividad a quien pudiera ser sospechoso de ser secuaz de tal plaga. La autonomía no era una alternativa al centralismo, un status quo digno defensa sino un trampolín para una permanente reclamación de derechos.
Tercero. Lo más importante. La izquierda, sus élites dirigentes, asumió el discurso nacionalista en sus valores fundamentales, aunque no en las alternativas políticas definitivas que se derivan del mismo, pues hacerlo lo impedía la necesidad de que encajar en esto con la política general de la izquierda en toda España.
Hay que detenerse en este punto. Primero asumió que Cataluña es una nación (aunque dejando en la ambigüedad si política o cultural) y que España o bien es un Estado plurinacional o bien pura y simplemente “Madrid”; segundo que en cualquier caso la máxima lealtad debida tenía por objeto a Cataluña y que la relación con España (o “el resto de...”) es de conveniencia; tercero, que con el resto de España no hay solidaridad debida sino a lo sumo ejercicio de generosidad.
Estos tres supuestos cuajaron en la idea de que no sólo Cataluña sufre un maltrato, sino que este maltrato es consustancial al estado de dependencia de Madrid y a la existencia del Estado español.
Esta integración en el discurso nacionalista tiene a su vez razones políticas.
-La izquierda, no sólo ha privilegiado el nacionalismo en términos políticos, por creer que es la única posibilidad de integrarlo en España, sino como colaborador necesario frente a la derecha, aunque circunstancialmente los nacionalistas pudieran tener pactos y colaboraciones con la derecha. Una política de pacto con la derecha que pudiera neutralizar al nacionalismo resulta inconcebible por ser un torpedo en la línea de flotación del discurso que deslegitima a la derecha como agente democrático. A este fin sirve el sobredimensionamiento de las diferencias en cuanto a “modelos sociales”, como si en la práctica ambos no confluyeran en un ochenta por ciento de cuestiones.
-La hegemonía de la izquierda en toda España requiere del logro de una posición ventajosa en las “nacionalidades históricas” especialmente en Cataluña. Trató de conseguirlo primero mediante la adaptación al discurso nacionalista y luego mediante la integración en el mismo, premaragallismo y maragallismo. Importa menos lo que hay de oportunismo político y de convencimiento ideológico en las élites que tomaron esta deriva. Pero como no fue flor de un día, sino un proceso gradual casi imperceptible, no pasaba nada mientras el status quo no se alterase significativamente: nacionalismo en Cataluña y socialismo en Madrid y todos en paz. La pretensión de Maragall de acceder al poder en Cataluña a toda costa radicalizó la integración en el discurso y la política nacionalista, una vez que ya se había instituido que la Generalitat era negocio nacionalista. Al salir de la Generalitat, el desconcierto ideológico en las filas socialistas es clamoroso, lo que sólo se ha contrarrestado acentuando el odio a la derecha con la crisis. Ya se ve el efecto: una parte importante de los electores socialistas se han pasado a las filas nacionalistas. Hay que detenerse en esto.
El socialista medio del cinturón industrial de Barcelona, la inmensa mayoría de los emigrantes, se desligó de la comunidad autonoma asumiendo que era cosa de los nacionalistas, mientras lo suyo es el gobierno de España. Era una reacción espontánea ante la sensación de desarraigo y de extrañeza. Las élites socialistas tuvieron la cordura de no manipular este sentimiento a la manera de Lerroux contra el nacionalismo. Buscaban una colaboración o entente con este, pero no se atrevieron a defender el valor positivo de la solidaridad con toda España, por si los identificaba con la derecha. La gran masa socialista o una parte significativa de ella encontraba por otra parte en esta incorporación a los valores nacionalistas una forma de desprenderse de la mancha original. Pero una vez producida la integración en el discurso nacionalista y sobrevenir el asalto secesionista se ve ante una crisis de conciencia: ir contra el nacionalismo y el independentismo puede significar defender también el centralismo y a los fachas de Madrid; defender la autonomía es como defender la dependencia de Madrid; no a la independencia pero tampoco al “maltrato” de Cataluña.
La respuesta natural es o bien el síndrome de Estocolmo, tal como ha sido tan común en el País Vasco, o convencerse de que pase lo que pase en verdad “no pasa nada, ni puede pasar”. Mientras el comulgante independentista se siente en el derecho y la obligación de hablar bien alto para que se le oiga, el descreído duda de que le asista ese derecho y sólo siente que lo más conveniente es callar, no la vayamos a fastidiar más. Como del resto de España sólo se oyen risas y displicencias, parece tranquilizarle las falsas seguridades que le ofrecen quienes aseguran que “la ley se cumplirá· o quienes le aseguran que propuestas como el federalismo lo arreglan todo. Vamos que al final todo se arregla, aunque la única evidencia es que la ley se incumple por sistema.
Se ha cumplido en suma la inveterada y venerable ley de inercia: todo movimiento social se desarrolla sin límites sino hay una fuerza que lo resista.

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