La
sectarización del PSOE es quizás el más significativo y
desagradable resultado de este pandemónium que se inició con la
irrupción podemita y se ha oficializado con el carnaval electoral.
Aunque está por ver si el PSOE se transforma definitivamente en una
secta, ha entrado en una fase en la que se comporta y gobierna según
los mecanismos y reglas de una secta. Por ejemplo, el aplauso de los
suyos, la autoalabanza, como medida de evaluación de la propia
conducta; la conservación de la integridad del grupo, la verdadera
razón de ser; el interés del grupo como criterio de identificación
del interés general; las contradicciones con la realidad, al
mostrarse la incoherencia entre lo que se hace y las consecuencias
(por ejemplo, el NO trae por consecuencia elecciones generales o
gobierno de frente popular-separatista, pero el PSOE rechaza provocar
esas consecuencias), se achacan a maniobras conspirativas del
enemigo; la tendencia a reducir el mundo a “nosotros” o “los
otros”, por supuesto extraños y potenciales enemigos; el primado
interno de la jerarquía siempre y cuando sea indisociable de la
uniformidad absoluta del grupo...etc
Las
inclinaciones sectarias forman parte de la naturaleza de cualquier
grupo humano y por supuesto partido político, pero este se torna
secta cuando tales inclinaciones dominan su acción y se torna
refractario a la realidad. Normalmente una sociedad madura se
caracteriza entre otras cosas por mantener a buen recaudo esas
inclinaciones sectarias, subordinándolas al interés general. Pero
ello precisa del suficiente consenso sobre cual es ese interés
general, pero sobre todo la admisión de que “los otros” lo
comparten. Por definición cada partido, salvo excepciones muy
particulares, cree representar el interés general y además ser la
mejor representación posible del mismo. Desde este punto de vista,
en una sociedad madura los partidos compiten por demostrar ser los
campeones del interés general, como, según se dice, antes los
reinos competían por ser los campeones de la cristiandad.
En
España sin embargo nuestro consenso es insuficiente. De las dos
partes que hacen suficiente el consenso, el contenido y la
legitimación del adversario, falla sobre todo el segundo y esto no
deja de arrastrar a lo primero, asunto en el que no me voy a detener.
Padecemos el gravísimo problema de que “la izquierda” no admite
la legitimidad democrática de “la derecha”. Admite eso sí la
Constitución y el juego democrático, pero no admite que eso
signifique suficiente interés común con la derecha. La idea se
justifica en razón de que izquierda y derecha significarían dos
alternativas sociales, dos modelos sociales incompatibles.
Es
obvio que esto es falaz en fondo y forma. Las sociedades actuales
desarrolladas tienen un alto grado de consenso sobre el modelo
social (fondo) y sobre las reglas del juego (forma), siendo la
existencia de este escenario lo que permite la pluralidad de
alternativas. La anormalidad española, anormalidad que se ha
mostrado en este período, pero que está latente desde la
transición, es la incoherencia entre esta realidad común a los
países democráticos desarrollados y la ausencia de conciencia
colectiva de la misma. Dicho más claramente, compartimos la inmensa
mayoría el mismo modelo político, social y de vida, pero no el
hecho de que lo compartimos.
La
responsabilidad de esta anormalidad recae fundamentalmente en el
PSOE. Ha incurrido en la falacia de fondo de separar el régimen
democrático y las alternativas políticas dentro del mismo.
Izquierda y derecha representarían modelos sociales incompatibles,
dando de esta forma por hecho que la democracia es independiente de
los modelos y alternativas sociales que, por ejemplo, representan en
España los grandes partidos.
Pero
más grave es que ha convertido esa falacia, (en la que muchos
socialistas, en su extravío teórico, creen de buena fe), en el
principal banderín de enganche ideológico social. Por razones
obvias que nos llevan a lo más oscuro de nuestras raíces seculares,
su éxito ha sido indudable, hasta el punto de constituir una piedra
angular en la hegemonía ideológica de la izquierda. La
contrapartida es el “mal general” que se deriva del hecho de que
para la mayoría social de las izquierdas sólo su modelo alternativo
es verdaderamente democrático y compatible con la democracia. De la
misma forma lo que representa “la derecha” no es más que una
excrecencia o forma de corrupción de la democracia; derecha a la que
hay que consentir mientras no haya más remedio.
En
tanto que el PSOE dominó y gobernó, esta anormalidad permaneció
oculta. No había contradicción en defender que dentro de la
democracia caben modelos alternativos incompatibles, porque no había
necesidad de consensuar gobierno alguno. Podía incluso entrenar su
“sentido de Estado” al no necesitar de quien se supone que no lo
tenía.
Ahora
que la formación de un gobierno constitucional depende de la
voluntad del socio constitucional que es el PSOE, éste no puede dar
el visto bueno sin contradecir su postulado fundacional implícito,
es decir que representa una alternativa incompatible con “la
derecha”.
Se
dirá que el PSOE ha demostrado voluntad de consenso sobradas veces,
pero esto sólo prueba que no estamos ante modelos incompatibles,
sino diferentes. Lo grave en nuestro caso no es el hecho de que no se
permita formar gobierno porque no hay voluntad de consenso, sino que
no se permita para demostrar que no hay voluntad de consenso.
Que
el PSOE “no pueda” llevar el consenso hasta el punto de dejar
formar gobierno, sin postular por otra parte otra alternativa de
gobierno, obedece al hecho evidente de que la formación del gobierno
es, para la opinión pública, el símbolo de la existencia de
compatibilidad, la piedra de toque del valor de su doctrina. Igual
que F. Gonzalez se vio en la tesitura de admitir que la OTAN y el
“imperialismo yanqui” es compatible con la izquierda, e incluso
ZP que también lo es la obediencia a la UE, los socialistas de ahora
se ven en la tesitura de admitir que la izquierda democrática no es
incompatible con la derecha también democrática; es decir que ambos
son igualmente demócratas y por consiguiente no
incompatibles.
Ahora
que este modelo mental choca de bruces con la realidad, la izquierda
sufre la carencia de un liderazgo que aclare a los suyos el entuerto
en el que históricamente se ha metido, en gran parte porque esta
falta de liderazgo y de seguidismo a las inercias más peregrinas de
la militancia es fruto de ese mismo entuerto, más bien su expresión
más consumada. Que la sombra del fantasma podemita aceche es la
guinda del mismo drama. Al desligarse el presunto modelo social
alternativo de las condiciones propias de una sociedad democrática,
el público socialista más ideologizado se siente parte de una misma
familia con los podemitas, con quienes compartirían un modelo de
sociedad parecido. La única diferencia es de orden interno a la
familia, el respeto del derecho de primogenitura.
Una
vez henchidos de sectarismo no puede extrañar que a la “dirigencia”
del PSOE no le tiemblen las piernas por decir NO, si sus “bases”
lo aclaman. Pueden incluso estar calculando que así tendrán un
cúmulo de beneficios, como recuperar voto podemita y situarse en una
posición idónea para formar un gobierno “de progreso” o al
menos para bloquear otra vez el intento de investidura de “las
derechas”. Lo único que se evidencia es que, ya pensando como
secta, la resistencia a un “gobierno de derechas” no se vive sólo
como un acto heroico y desesperado, sino como una tabla de salvación.
Si las encuestas no demuestran contundentemente que una parte
importante de los votantes del PSOE pueden abstenerse o incluso votar
a Cs, tendremos secta para rato.