domingo, 21 de agosto de 2016

LA SECTA QUE VIENE


La sectarización del PSOE es quizás el más significativo y desagradable resultado de este pandemónium que se inició con la irrupción podemita y se ha oficializado con el carnaval electoral. Aunque está por ver si el PSOE se transforma definitivamente en una secta, ha entrado en una fase en la que se comporta y gobierna según los mecanismos y reglas de una secta. Por ejemplo, el aplauso de los suyos, la autoalabanza, como medida de evaluación de la propia conducta; la conservación de la integridad del grupo, la verdadera razón de ser; el interés del grupo como criterio de identificación del interés general; las contradicciones con la realidad, al mostrarse la incoherencia entre lo que se hace y las consecuencias (por ejemplo, el NO trae por consecuencia elecciones generales o gobierno de frente popular-separatista, pero el PSOE rechaza provocar esas consecuencias), se achacan a maniobras conspirativas del enemigo; la tendencia a reducir el mundo a “nosotros” o “los otros”, por supuesto extraños y potenciales enemigos; el primado interno de la jerarquía siempre y cuando sea indisociable de la uniformidad absoluta del grupo...etc

Las inclinaciones sectarias forman parte de la naturaleza de cualquier grupo humano y por supuesto partido político, pero este se torna secta cuando tales inclinaciones dominan su acción y se torna refractario a la realidad. Normalmente una sociedad madura se caracteriza entre otras cosas por mantener a buen recaudo esas inclinaciones sectarias, subordinándolas al interés general. Pero ello precisa del suficiente consenso sobre cual es ese interés general, pero sobre todo la admisión de que “los otros” lo comparten. Por definición cada partido, salvo excepciones muy particulares, cree representar el interés general y además ser la mejor representación posible del mismo. Desde este punto de vista, en una sociedad madura los partidos compiten por demostrar ser los campeones del interés general, como, según se dice, antes los reinos competían por ser los campeones de la cristiandad.

En España sin embargo nuestro consenso es insuficiente. De las dos partes que hacen suficiente el consenso, el contenido y la legitimación del adversario, falla sobre todo el segundo y esto no deja de arrastrar a lo primero, asunto en el que no me voy a detener.

Padecemos el gravísimo problema de que “la izquierda” no admite la legitimidad democrática de “la derecha”. Admite eso sí la Constitución y el juego democrático, pero no admite que eso signifique suficiente interés común con la derecha. La idea se justifica en razón de que izquierda y derecha significarían dos alternativas sociales, dos modelos sociales incompatibles.

Es obvio que esto es falaz en fondo y forma. Las sociedades actuales desarrolladas tienen un alto grado de consenso sobre el modelo social (fondo) y sobre las reglas del juego (forma), siendo la existencia de este escenario lo que permite la pluralidad de alternativas. La anormalidad española, anormalidad que se ha mostrado en este período, pero que está latente desde la transición, es la incoherencia entre esta realidad común a los países democráticos desarrollados y la ausencia de conciencia colectiva de la misma. Dicho más claramente, compartimos la inmensa mayoría el mismo modelo político, social y de vida, pero no el hecho de que lo compartimos.

La responsabilidad de esta anormalidad recae fundamentalmente en el PSOE. Ha incurrido en la falacia de fondo de separar el régimen democrático y las alternativas políticas dentro del mismo. Izquierda y derecha representarían modelos sociales incompatibles, dando de esta forma por hecho que la democracia es independiente de los modelos y alternativas sociales que, por ejemplo, representan en España los grandes partidos.

Pero más grave es que ha convertido esa falacia, (en la que muchos socialistas, en su extravío teórico, creen de buena fe), en el principal banderín de enganche ideológico social. Por razones obvias que nos llevan a lo más oscuro de nuestras raíces seculares, su éxito ha sido indudable, hasta el punto de constituir una piedra angular en la hegemonía ideológica de la izquierda. La contrapartida es el “mal general” que se deriva del hecho de que para la mayoría social de las izquierdas sólo su modelo alternativo es verdaderamente democrático y compatible con la democracia. De la misma forma lo que representa “la derecha” no es más que una excrecencia o forma de corrupción de la democracia; derecha a la que hay que consentir mientras no haya más remedio.

En tanto que el PSOE dominó y gobernó, esta anormalidad permaneció oculta. No había contradicción en defender que dentro de la democracia caben modelos alternativos incompatibles, porque no había necesidad de consensuar gobierno alguno. Podía incluso entrenar su “sentido de Estado” al no necesitar de quien se supone que no lo tenía.

Ahora que la formación de un gobierno constitucional depende de la voluntad del socio constitucional que es el PSOE, éste no puede dar el visto bueno sin contradecir su postulado fundacional implícito, es decir que representa una alternativa incompatible con “la derecha”.

Se dirá que el PSOE ha demostrado voluntad de consenso sobradas veces, pero esto sólo prueba que no estamos ante modelos incompatibles, sino diferentes. Lo grave en nuestro caso no es el hecho de que no se permita formar gobierno porque no hay voluntad de consenso, sino que no se permita para demostrar que no hay voluntad de consenso.

Que el PSOE “no pueda” llevar el consenso hasta el punto de dejar formar gobierno, sin postular por otra parte otra alternativa de gobierno, obedece al hecho evidente de que la formación del gobierno es, para la opinión pública, el símbolo de la existencia de compatibilidad, la piedra de toque del valor de su doctrina. Igual que F. Gonzalez se vio en la tesitura de admitir que la OTAN y el “imperialismo yanqui” es compatible con la izquierda, e incluso ZP que también lo es la obediencia a la UE, los socialistas de ahora se ven en la tesitura de admitir que la izquierda democrática no es incompatible con la derecha también democrática; es decir que ambos son igualmente demócratas y por consiguiente no incompatibles.

Ahora que este modelo mental choca de bruces con la realidad, la izquierda sufre la carencia de un liderazgo que aclare a los suyos el entuerto en el que históricamente se ha metido, en gran parte porque esta falta de liderazgo y de seguidismo a las inercias más peregrinas de la militancia es fruto de ese mismo entuerto, más bien su expresión más consumada. Que la sombra del fantasma podemita aceche es la guinda del mismo drama. Al desligarse el presunto modelo social alternativo de las condiciones propias de una sociedad democrática, el público socialista más ideologizado se siente parte de una misma familia con los podemitas, con quienes compartirían un modelo de sociedad parecido. La única diferencia es de orden interno a la familia, el respeto del derecho de primogenitura.

Una vez henchidos de sectarismo no puede extrañar que a la “dirigencia” del PSOE no le tiemblen las piernas por decir NO, si sus “bases” lo aclaman. Pueden incluso estar calculando que así tendrán un cúmulo de beneficios, como recuperar voto podemita y situarse en una posición idónea para formar un gobierno “de progreso” o al menos para bloquear otra vez el intento de investidura de “las derechas”. Lo único que se evidencia es que, ya pensando como secta, la resistencia a un “gobierno de derechas” no se vive sólo como un acto heroico y desesperado, sino como una tabla de salvación. Si las encuestas no demuestran contundentemente que una parte importante de los votantes del PSOE pueden abstenerse o incluso votar a Cs, tendremos secta para rato.