La
soledad política e institucional de A. Suárez se completó con la soledad
social. La puntilla fue la feroz campaña televisiva protagonizada por I.
Gabilondo con la anuencia del por entonces director general de TV. F. Castedo.
Cada telediario cumplía visita a lo más infernal de la geografía del paro. Todo
desconcertaba y sublevaba por lo intenso y novedoso. Las quejas y denuncias de
las víctimas llenaban la pantalla y apuntaban con el dedo a la presunta
impasibilidad del presidente del gobierno, mientras este se consumía en la
impotencia. Como suele ocurrir, el mago de la imagen mediática acabó
vilipendiado por el medio al que modernizó. Cuando se asentó el bipartidismo
las televisiones volvieron a guardar las formas, cada uno con los suyos. Hasta
que ha coincidido la crisis y el gobierno de Rajoy. Ahora las cadenas
generalistas privadas rivalizan en mostrar las consecuencias humanas de la
crisis en un carrusel incesante de rostros angustiados y angustiosos que
sienten ver privados su dignidad y su subsistencia. Pero ya no es tan claro
quien puede ser el receptor de esas quejas y de la solución de las mismas. Se da por su puesto la depravación o
ineficacia del gobierno pero eso ya no es suficiente, si alguien sabe qué hacer
se lo calla. Sólo subyace el mensaje subliminal de que la sociedad se divide
entre los sensibles y los insensibles, entre los solidarios y los conformistas,
los indignados y los complacientes. Se hace así
acopio de fuerzas aunque estas no vengan avaladas de alternativas. La
impotencia de Suárez obedecía tanto al rigor de la crisis como al
agotamiento de su modelo político. Y
como no, a la explosión incontrolable del odio larvado que despertó. Hoy prima
la sensación de impotencia colectiva, caldo de cultivo excelente para que cada
uno experimente la soledad política a su manera y para que algunos hagan de la
exhibición de la violencia y del aura de
la impunidad su modelo alternativo.
Comentarios políticos y sociales que espero no sean muy cargantes y ayuden a sobrellevar el desengaño. "La monstruosidad más portentosa es el estar el Engaño a la entrada del mundo y el Desengaño a la salida." (El Criticón. Baltasar Gracián).
viernes, 28 de marzo de 2014
COHERENCIA MORAL ANTEDILUVIANA
Me
llama la atención la presencia continua en las tertulias y debates mediáticos
de insignes líderes y propagandistas separatistas tratando los asuntos de
actualidad en toda España. Normalmente actúan como uno más, muchas veces sobre
temas que no tienen que ver con el proceso separatista. Por supuesto están en
todo su derecho y no hay nada que objetar. Al contrario es interesante que
acudan y además normalmente tienen opiniones valiosas. Por otra parte nunca han
tenido problemas por su posición, más bien reciben un cierto plus en el trato.
Pero se plantea algo parecido a lo que pudiera ocurrir si un club deportivo se
hace portavoz del separatismo. Si fuera coherente reclamaría jugar sólo en una
liga de la comunidad que pretender separar. De no conseguirlo tendría que
renunciar a participar en la liga “estatal” o si prefiere participar hacer
público que lo hace forzosamente. Parto de que el sentimiento nacional es un
sentimiento de corresponsabilidad con lo que concierne a los ciudadanos de una
determinada nación. Los que intervienen en las tertulias pueden hacerlo por
sentirse corresponsables, por simpatía o
interés o simplemente porque les conviene hacerlo, bien por lo que cobra u
otras razones. Todo es igualmente legítimo. Ahora bien creo que si se les
objetara que no se sienten concernidos por los asuntos que tratan, ya que solo
se sienten concernidos por lo que afecte a lo que consideran su nación, se
indignarían y denunciarían la correspondiente
“”talytalfobia”. Como se indignaría el citado club, si se le dijera que esa no es su liga, porque no la
siente suya y conspira contra ella. Creo que se indignarían sinceramente y desde su perspectiva, y desde
la perspectiva que seguimos habitualmente, tendrían razón. Pero debieran
reflexionar sobre lo que significa lo que hacen. El independentismo es una
alternativa política legítima como cualquier otra, pero es sobre todo una
posición moral: la decisión de comprometerse sólo con una parte y
descomprometerse con el todo al que, de momento, se pertenece. Al sentirse
concernidos por lo que importa al todo resulta que o bien no tienen tantas
razones para querer la separación como creen o bien siguen una inercia que por
lo que sea no se atreven a romper. Se olvida muy fácilmente que la separación
no es sólo un nuevo orden político sino la quiebra de un sistema de compromisos
y corresponsabilidades fijados afectivamente. Soy consciente que planteo un
tema de coherencia moral que suena prácticamente antediluviano. Pero, bueno,
también hay que tenerlo en cuenta.
lunes, 24 de marzo de 2014
EL SUEÑO DE LA TRANSICIÓN.
Cuando llegó el ocaso político de A.
Suarez se encontró en las mismas que Prim antes de que lo asesinaran. Si se
pregunta ¿Quién asesinó a Prim? sólo cabe una respuesta: ¿Quién no quería
asesinarlo?. ¿Quién no quería echar a Suarez? Luego, una vez caducado políticamente,
su respetable imagen y legado empezó a emerger como un corcho hasta convertirse
con toda justicia en el mito y la honra de la democracia. El paso de la
política que hace historia a la sordidez de la política cotidiana tiene esta
gracia. Bien lo supo Churchill después de ganar la Guerra mundial. Sólo Suarez,
el Rey y Carrillo fueron los verdaderos artífices de esta simbiosis entre
llegada de la democracia y reconciliación entre los españoles que significó la
transición. A la izquierda de entonces, que era una amalgama del PCE y de todo
tipo de extrema izquierda, nos resultaba inconcebible la reforma interior del régimen.
Sólo Carrillo tenía clara la idea de la reconciliación nacional y su gran mérito
histórico fue darse cuenta que la reconciliación y la democracia iban unidas.
Pero también tuvo el merito de atisbar que era posible alcanzar la democracia
colaborando con la auto demolición del régimen y que esto era lo mejor para
España. Que Suarez llegara a darse cuenta de la necesidad de colaborar con
Carrillo no fue resultado de un proyecto previo, sino del reconocimiento de una
evidencia a la que estaba de antemano abierto. Es dudoso que en el comienzo de
su mandato el rey y Suarez tuvieran claro el poder de las fuerzas que estaban
en liza, y sobre todo la respuesta y actitud del pueblo. Pero creo que Suarez
confiaba sobre manera en que el pueblo le seguiría si lo dirigía hacia la democracia. Esa
voluntad e intuición le permitió cruzar el abismo de la legalización del PCE y transformar
este obstáculo en el resorte del cambio.
Se ha podido comprobar que la sinceridad de la reconciliación y la salud
moral de la democracia española son indisociables. Pero la reconciliación no
debió quedarse en la certificación de la buena voluntad sino en un proyecto que englobase a las
generaciones futuras. Las heridas son muy profundas y de difícil cicatrización.
Los cimientos de la reconciliación tenían grietas importantes. Por una parte se
asumió más por necesidad y conveniencia que por convicción. Por eso siempre
sobrevuela la desconfianza en la intención democrática de los unos o en el
patriotismo de los otros. Por otra parte se asoció con el olvido y no, como
debiera haber sido, con el recuerdo y el perdón. Es lógico que la sociedad como
organismo colectivo olvide sus traumas para seguir viva. Es lo que ocurrió
durante el franquismo al margen de la retórica
oficial. Pero un proyecto histórico como la democracia requiere un mínimo
reconocimiento de las culpas mutuas que han llevado a la situación que se trata
de remediar. Y como consecuencia de mutuo perdón. El reconocimiento del
cainismo y de sus causas como trasfondo de la guerra civil debiera ser el
nervio vital del proyecto de la
transición. ¿Hubiera sido acaso posible la transición si todos los concurrentes
no hubieran tenido una cierta conciencia de que las culpas pasadas comprometían
a todos de una manera u otra?, ¿de que había un problema colectivo además de la
responsabilidad propia de cada parte?.
Es curioso que ahora se apele a la memoria histórica como si fuera
contradictoria con el sentido de la transición. Esta se basa en el recuerdo de
lo que hay que desterrar, pero muchos creen que suponía el olvido de lo que hay
que resucitar. Si no se tiene esto en cuenta es difícil comprender por qué la
democracia española sufre de un déficit moral de difícil arreglo. Este no
consiste en la ausencia de los valores comunes que la hacen viable, sino de que
una parte de la sociedad no reconoce a la otra parte sinceridad en la defensa
de esos valores comunes. Parece que dejado todo a la inercia a la que lleva la
ausencia de políticos de mérito las grietas se agrandan hasta el punto que
muchos ven la reconciliación como un acto de traición o un trágala. Ahora es
momento de reflexionar sobre esto.
domingo, 23 de marzo de 2014
DEL TUTEO AL COLEGUEO.
La alusión al tratamiento de Vd. que hacía A. Suarez es muy pertinente y
nada insignificante aunque pudiera parecerlo. Creo que sólo una persona
bastante joven, y claro está perspicaz, pudo reparar en esto. El asunto no es
tanto significativo en sí mismo sino por el hecho de que el tuteo emergió súbitamente
conforme se asentó la democracia y es de pensar que esto no es casual. Ahora es
un lugar común, que los jóvenes especialmente hacen suyo con harta vehemencia.
Los estudiantes en la enseñanza básica y media reciben por lo común el trato de
Vd. como un signo de hostilidad o de la existencia de intenciones ocultas. Un
veterano profesor explicaba a los alumnos que al tratarlos de Vd. les quería
demostrar el respeto que se merecen como personas. Lo hacía con tal convicción
que sus alumnos se sentían primero aturdidos y luego dignificados. Pero esto es
rara avis. Todo empuja a que el profesor se adapte y en muchos casos siga por
convencimiento o necesidad el principio de que “la letra con el colegueo entra”.
Habría que estudiar el valor del colegueo para la juventud. Debe ser asunto muy
complejo pero intuyo que hay mucho de reacción a un sentimiento de indefensión
psicológica y de desconcierto ante las claves de la sociedad. Nuestros jóvenes tienden
por encima de todo a buscar la mayor cercanía y a ver cualquier norma o fórmula
de convivencia más o menos obligatoria como una amenaza a su identidad.
Necesita por encima de todo confirmarse en el trato inmediato: “no es cierto que
no sea nadie, todos me quieren”, vienen a decirse al reclamar el tuteo y hasta
el colegueo.
No creo que la congruencia de este fenómeno con el asentamiento de la
democracia se deba sin más a la idiosincrasia de los españoles. Cierto que somos
muy extrovertidos y nuestra vida gira en
torno a las relaciones sociales, pero tradicionalmente se ha distinguido entre
lo próximo y familiar de una parte y lo más común e impersonal, con independencia
del paternalismo del que hacía gala el
dictador. Pienso más bien que el tuteo, que es una de las raíces del colegueo
más propio de los jóvenes, tiene mucho que ver con lo súbito e inesperado que
fue para la mayoría de la gente la llegada de la democracia. La mayoría no
participó en la llegada salvo cuando el proceso se desencadenó sin posibilidades
de retorno. Así la democracia significó no tanto libertades políticas, que
también, sino fundamentalmente libertades vitales: la posibilidad de pecar, de
transgredir, de hacer lo que a uno le gusta, de hacer el amor sin miedo y con
quien se quiera..etc. Aunque la mayoría de la gente condescendía con la dictadura
e incluso muchos no se sentían bajo una dictadura, casi todos se sentían
agobiados por el temor al pacato moralismo oficial…aunque esto ya en la
práctica se iba diluyendo como un azucarillo desde el turismo y la abertura
económica de los años sesenta. Por ejemplo no se puede comprender, sin tener en
cuenta este hecho, que la movida alcanzara significación política. Hoy en día
el tuteo y sobre todo el colegueo se han consolidado como un epifenómeno del
buenismo igualitarista que nos invade. Es chocante esta deriva cuando uno de los
activos del carisma de A. Suarez fue la sencilla solemnidad y la seriedad amable
con la que hacía sentir a todos protagonistas de algo transcendente y que
dependía de todos.
sábado, 22 de marzo de 2014
UN NACIONALISTA LEAL
Azcuna representa el tipo de
nacionalista para el que estaba trazada la Constitución. Se necesitaba una
carambola de lo más afortunada y fantástica para que este sueño fuera real.
Como era lógico todo ha ido por los cauces previsibles, es decir de la peor
manera posible. El edificio del Estado de las autonomías es como el diseño de
una mesa encargada de soportar el suelo sobre el que debe descansar. El título que
deja abierta las competencias de las autonomías y el Estado junto con el “café
para todos” se han mostrado una mezcla indigerible que ha encabronado a los
nacionalistas y ha despistado cuanto menos al resto de la nación. Se dispuso de
algo tan abierto para integrar, pero se ha demostrado un mero expediente para
salir del paso. Con toda su candidez las fuerzas constitucionalistas contaban
con la lealtad de los nacionalistas porque eran demócratas. Pero sobre todo
pesaba en la izquierda dos ideas nefastas: que el nacionalismo sólo era una
reacción legítima al centralismo opresor; que la burguesía nacionalista no era
más que una derecha camuflada guiada por el exclusivo interés económico. Nos encontramos ahora con que la
vocación separatista de los denominados nacionalismos democráticos ha emergido
como los ojos del Guadiana, sorprendiendo a todos que lo que estaba tan a la
vista fuera aparentemente tan subterráneo. Pero dejemos que el agua corra. La
verdadera sorpresa se la han debido llevar tantos nacionalistas al darse cuenta de lo fácil que ha sido y está
siendo todo, tanto que quizás tengan que tragarse lo que puede estar
contaminado.
En este contexto la figura de Azcuna es algo desconcertante por lo que
tiene de normal. Comparada con la gran política, la alcaldía de las grandes
ciudades promete ser algo grato y reconfortante. Permite dedicarse a la gestión
a cubierto de las grandes diatribas ideológicas de la lucha política cotidiana
y también demostrar honestidad, rigor y generosidad sobre todo si el alcalde
tiene esas virtudes. Los partidos la
tienen por un escaparate de lo buenos que pueden ser y los alcaldes pueden
hacer de ella una plataforma para la gran política o un reducto para satisfacer
su interés de servicio público. Azcuna a lo que parece ha sido impecable y
hasta excelente. Detalles al margen, Bilbao es de verdad una cosa grande de su mano.
Seguramente los bilbaínos y los nacionalistas presumirán por igual de él con un
orgullo que no es simétrico. ¿Pero qué significa dentro del nacionalismo
vasco?. Sus posiciones han sido muy constitucionales y respetuosas con toda
España, parece que se ha sentido tan cómodo en el País Vasco como en (el resto
de) España. Seguramente está en la línea de lo que representó Ardanza ahora ya
caducado. Pero su influencia es ajena a la alta política, no ha ido más allá de
la alcaldía y de la impronta que deje su obra. En los tiempos de espera que
estamos, a la espera de lo que pase en Cataluña, sólo el tiempo desvelará la
duda: ¿Indica la existencia de un sector nacionalista dispuesto a ser
respetuoso con la Constitución y hostil al contagio etarrista?, ¿es más bien
una personalidad que ha hecho y le han dejado hacer porque también al
nacionalismo le conviene la apariencia de eficacia y normalidad?. En todo caso igual que el discurso dominante
nacionalista al calar entre las masas obliga a los dirigentes, también la
huella del buen hacer puede estimular a los ciudadanos a reclamar políticas de
hechos, o por lo menos a distinguir entre los hechos y los mitos.
martes, 18 de marzo de 2014
POLÍTICOS BISOÑOS.
Según creía T.
Jefferson una de las más destacadas virtudes de la democracia sería
su impermeabilidad a los embates que la opinión pública pudiera
ejercer sobre los representantes del pueblo. Este padre de la nación
americana creía en una democracia aristocrática a la manera de la
república romana y se imaginaba un parlamento donde los padres de la
patria discuten razonablemente lo mejor para el pueblo, cualquiera
que sea el estado de opinión que pueda imperar en el momento, pues
ya se sabe que estos estados cambian de un día para otro como el
estado de la mar y son manipulables por cualquiera que tenga algún
medio y suficiente descaro. Su opositor T. Payne, que no comulgaba
demasiado con esta visión idílica y sosegada, postulaba la
obligación que tenían los representantes del pueblo de trasladar
la inquietud que en cada momento sentía el pueblo. Entre los
filósofos de la política tal vez nadie como H. Arendt ha sido tan
receptiva a la idea de que la política es una especie de escenario
donde priva el arte del diálogo y del debate entre individuos
razonables y civilizados, interesados tanto en sí mismos como en el
bien común.
lunes, 3 de marzo de 2014
ÉBOLE EL EDUCADOR.
No seré yo quien se atreva a decir si la farsa que Ébole representó sobre
el 23 F fue una broma de mal gusto, un experimento más o menos sugerente o una gamberrada juguetona.
Pero el autor cae en el ventajismo cuando lo justifica como un ejercicio dirigido
a despertar la conciencia crítica ante la información. En realidad muestra al
decir esto algo de mala conciencia.
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