No seré yo quien se atreva a decir si la farsa que Ébole representó sobre
el 23 F fue una broma de mal gusto, un experimento más o menos sugerente o una gamberrada juguetona.
Pero el autor cae en el ventajismo cuando lo justifica como un ejercicio dirigido
a despertar la conciencia crítica ante la información. En realidad muestra al
decir esto algo de mala conciencia.
La comparación con la dramatización
radiofónica que hizo O. Wells de la Guerra de los mundos no resiste el mínimo
envite. Aquello fue un experimento en los albores del poder de los medios en el
que se ponía a prueba precisamente ese poder al transmitir algo inverosímil
pero sin embargo fascinante. Era como traer al mundo el misterio de los
misterios. El radioyente acababa aterrorizado, pero no por la historia que incrédulamente
pudo creerse, sino por el poder de quien se la hacía creer un momento. Esto no
despertó ninguna conciencia crítica sino el estupor por el poder de los medios.
La farsa de Ébole es más bien un trabajo
de aliño dirigido a aprovechar la desconfianza reinante hacia la clase
política. Contando con la participación en el juego de quienes por su
reputación hacen el espectáculo creíble la farsa tiene el poder de sorprender
de momento a cualquiera. Se parece algo a la broma de quien avisa a algún amigo
por la muerte de un familiar querido pero que se ha vuelto molesto, o de que le
ha tocado la lotería y luego lo devuelve a la realidad para mutuo regocijo. Pero
en este caso la burla de la que el público ha sido objeto es digerible, porque una
vez aclarado todo, éste perdona. Le importa más salvaguardar el prurito de haber
estado desde siempre en la verdad, que lo que objetivamente ocurrió. Los unos lamentaran,
eso sí, no haber asistido a un auto de desenmascaramiento, aunque con el
consuelo de que “sinon e vero bene
trovato”. Los otros se avergonzarán de
haber dudado. Poco más y pelillos a la mar, nadie está para indignarse por que
se juegue con algo que debiera ser muy serio, ni menos para tomarse en serio algunas
fantasías y pedir que se investigue lo que pudiera seguir oculto. La
deportividad de la que la población hace
gala, salvo alguna estridencia de quien se ha se ha dejado llevar por sus ganas,
puede ser una prueba de madurez democrática o del reinado de la completa
indiferencia y del escepticismo. De salud de la monarquía o de su irreversible
agonía. Desde luego el cuidado del sentido crítico ante lo que dicen los medios
es asunto crucial. Pero lo que se pone en juego no es tanto si las noticias y
las informaciones son ciertas sino su enfoque y sesgo. No es lo mismo decir que
unos centenares de subsaharianos han asaltado la valla a pedradas y golpes
movidos por las mafias, que decir que estos mismos lo han hecho presas del
hambre y la desesperación. Pero en la farsa el enfoque y el sesgo son a gusto
del consumidor. Igual que hicieron sus colegas belgas cuando “informaron” de la
independencia de los flamencos, en este caso la gracia juega con la inquietud
de los españoles por el desmoronamiento institucional y a ello debe su
efectividad. Juega con lo que estaríamos dispuestos a creer, pero no por nada
sino por desconfiar tanto de todo que cualquier cosa es creíble. ¿Hay que
llamar a esto educación de la conciencia crítica o incitación al escepticismo
reinante?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario