viernes, 28 de marzo de 2014

COHERENCIA MORAL ANTEDILUVIANA



Me llama la atención la presencia continua en las tertulias y debates mediáticos de insignes líderes y propagandistas separatistas tratando los asuntos de actualidad en toda España. Normalmente actúan como uno más, muchas veces sobre temas que no tienen que ver con el proceso separatista. Por supuesto están en todo su derecho y no hay nada que objetar. Al contrario es interesante que acudan y además normalmente tienen opiniones valiosas. Por otra parte nunca han tenido problemas por su posición, más bien reciben un cierto plus en el trato. Pero se plantea algo parecido a lo que pudiera ocurrir si un club deportivo se hace portavoz del separatismo. Si fuera coherente reclamaría jugar sólo en una liga de la comunidad que pretender separar. De no conseguirlo tendría que renunciar a participar en la liga “estatal” o si prefiere participar hacer público que lo hace forzosamente. Parto de que el sentimiento nacional es un sentimiento de corresponsabilidad con lo que concierne a los ciudadanos de una determinada nación. Los que intervienen en las tertulias pueden hacerlo por sentirse corresponsables, por  simpatía o interés o simplemente porque les conviene hacerlo, bien por lo que cobra u otras razones. Todo es igualmente legítimo. Ahora bien creo que si se les objetara que no se sienten concernidos por los asuntos que tratan, ya que solo se sienten concernidos por lo que afecte a lo que consideran su nación, se indignarían y denunciarían la correspondiente  “”talytalfobia”. Como se indignaría el citado club, si se le  dijera que esa no es su liga, porque no la siente suya y conspira contra ella. Creo que se indignarían  sinceramente y desde su perspectiva, y desde la perspectiva que seguimos habitualmente, tendrían razón. Pero debieran reflexionar sobre lo que significa lo que hacen. El independentismo es una alternativa política legítima como cualquier otra, pero es sobre todo una posición moral: la decisión de comprometerse sólo con una parte y descomprometerse con el todo al que, de momento, se pertenece. Al sentirse concernidos por lo que importa al todo resulta que o bien no tienen tantas razones para querer la separación como creen o bien siguen una inercia que por lo que sea no se atreven a romper. Se olvida muy fácilmente que la separación no es sólo un nuevo orden político sino la quiebra de un sistema de compromisos y corresponsabilidades fijados afectivamente. Soy consciente que planteo un tema de coherencia moral que suena prácticamente antediluviano. Pero, bueno, también hay que tenerlo en cuenta.

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