Supongamos
que P.Sanchez sea un personaje banal, mediocre y por encima de todo
adicto al poder, o al menos a la conquista del poder. Con todo su
encanto eso sí, según parece. Pero su perfil personal sólo es
significativo en el marco de la corriente de fondo del socialismo y
en general de la izquierda española. Se desliza fácilmente el error
de atenerse a lo primero, desdibujando la orientación general del
socialismo.
Desde
luego el papel de Sanchez no es baladí. Sin su audacia quizás el
socialismo se hubiera contenido o incluso preparase el acercamiento a
Cs, pero Sanchez no ha hecho otra cosa que explotar en beneficio de
su afán de poder la radicalidad que subyace a la cultura socialista
de la población española.
Igual
que ZP, pero sin aspavientos retóricos, Sanchez trabaja por dar una
y otra vuelta de tuerca a los dos ejes de la orientación histórica
del socialismo desde la transición. En primer lugar la alianza
estratégica con los nacionalistas. Es un error creer que se ha
hipotecado a las minorías nacionalistas y podemitas por puro afán
de llegar al Gobierno. Aunque así fuera la dirección fundamental
del socialismo es refundar el pacto tácito con los nacionalistas.
Digo
refundar porque no puede continuar el pacto original una vez que los
nacionalistas se han decantado por la independencia, o al menos el
independentismo expreso. Que el socialismo no sepa en qué puede
consistir tal refundación, en esas circunstancias, no quiere decir que no la pretenda. Aquí
rige lo de “se hace camino al andar”. Según su fantasía, lo
único claro es que entre la autonomía presente y la independencia
pura y dura existe un amplio trecho, en el que incluso cabría la
independencia tácita pero no expresa. Lo importante es la decisión
de fantasear a toda costa, por muy evidente que sea que los
nacionalistas no van a aceptar compromiso estable alguno que no
incluya la autodeterminación.
Ante
ello la única estrategia posible es la de presentar como normal y
conforme a la legalidad un estado de contestación de relativamente
baja intensidad que no llegue a destaparse en insurrección abierta y
decisiva. Al fin y al cabo es como si algo semejante a una Kale borroka capilarizada por toda Cataluña fuera soportable a efectos de gobernación general y de balance electoral. En este sentido los socialistas creen contar a su favor
para reconducir a los separatistas con que la experiencia del 155
parece descartar la insurrección para siempre. No ya su viabilidad
sino la existencia de ganas en las masas nacionalistas de arriesgarse a beber ese trago.
Tampoco
estamos ante una mera maniobra de reconstruir el bipartidismo, porque
nunca ha sido esa la estrategia de la izquierda. El juego entre
Canovas y Sagasta o ahora entre los laboristas y los conservadores
ingleses se basaba en el acuerdo tácito de que los contendientes
tenían derecho a jugar y eran aptos para hacerlo.
Pero
es parte irrenunciable del ADN socialista negar ese derecho y aptitud
a la derecha. No a la política que eventualmente pueda hacer la
derecha sino a la derecha en sí. Con ello tenemos la paradoja de que
eventualmente pueda hacer la izquierda política de derechas, en caso
de que esté claro ya lo que significa hacer política de derechas o
de izquierdas, sin que se le caigan los anillos. Pero está en su
derecho pues para los suyos, que son los que cuentan, lo
hace de buena fe y cuando hay mosqueo se rectifica ose inyecta adrenalina y basta. Así se
trata de un bipartidismo de chirigota, entre un campeón in pectore y un intruso al
que las circunstancias han metido en el campo, para que se pueda decir
que hay Liga.
Dentro
de este esquema nutricio la novedad es la intromisión de los
podemitas. Es el gran mérito de P. Sanchez hacer de la necesidad
virtud. Así los podemitas se aparecen como un milagro, la ocasión para
que el socialismo recupere su radicalidad y se sacuda el
acomodamiento y la molicie. Una vez recuperada el dominio de la
izquierda, la incógnita es, si llegado el caso, a Sanchez le
temblaría el pulso para hacer de Chaves o Maduro, evacuando la prez
a Pablo Iglesias. Pero claro eso sólo es un cuento.
Obviamente
el matrimonio con los nacionalistas es indisociable de la
deslegitimación de la derecha, cosa que ha de salir adelante a
cualquier precio por mucho que la dinámica y la arquitectura
institucional y cívica de la sociedad española se resienta y
parezcamos una sociedad esquizoide dividida entre los que tratan de refugiarse
en su propia sombra y los que tratan de acabar con su misma sombra.
Pero tal vez el socialismo ha obrado el milagro de convertir el
disparate en costumbre y de que estemos perfectamente adaptados al
disparate sin reparar en el mismo.