En política no puede haber sentido común sin sexto sentido, al
menos para que el primero cuente algo. Pero no siempre quien dispone
de ese sexto sentido ennoblece el sentido común, en muchos casos lo
ultraja. El sexto sentido cuenta de forma decisiva en todas las
facetas de la política, aunque por su naturaleza sea indescifrable y
sólo depende del genio interior. No se trata de una iluminación
súbita sino de la iluminación constante de la experiencia.
Nadie puede
permanecer ni entrar en la corte del poder si no es capaz de detectar
sin necesidad de cursos de iniciación o de llamadas al orden lo que
el vértice piramidal quiere oír, lo que quiere que se diga y contra
quien estar. Y todo en una cascada hasta llegar a los aledaños de la
base. Así se puede comprobar fácilmente con ejemplos de los
expertos a lo Simón, los tertulianos de mucho agradar, artistas y
actores que se tiene por profetas, escritores/as a lo Elvira Lindo
que se la guardan...
También el pueblo,
ahora es la gente, lo necesita aunque por motivos más sibilinos y de
difícil diagnóstico. Su sexto sentido no se dirige fundamentalmente
a catar el sabor de los políticos en uso y el sentido de sus
políticas, para esto ya se precisa una cierta cultura política, una
experiencia mínimamente sistematizada y un mínimo hábito de
objetividad, cubierto por una tradición solvente a la que agarrarse.
Pero anda selectivamente afinado, picarescamente incluso, para
detectar al ganador y al perdedor en el rumbo de lo que hay entre
manos, como los apostantes sobre el resultado final de la Liga.
Incluso en esto lo secundario es lo que se espera que los ganadores o
los perdedores puedan hacer, hay demasiado escepticismo para que las
promesas se tomen en serio. Por encima de ello se atiende a ver quien
puede mandar de verdad en lo esencial, en el dictado de lo que se
puede decir y lo que se tiene que callar.
En esta picardía los
españoles somos consumados maestros, apenas escapa lo que puede
agradar o repugnar en la plaza pública, y a distinguir entre esto y
el poder del que gobierna. Así todos sabían que por mucho que Rajoy
se columpiase en el gobierno, nada pintaba en la determinación de
las reglas del juego de lo opinable, de lo bello y lo correcto.
Decía que es
difícil saber el uso que la gente se inclina a hacer con esta
intuición de los vientos del destino, pero los políticos con sexto
sentido bien avezado, los acostumbrados a mandar en esa tarea épica
de marcar las reglas, aprecian primero que nada la batalla por el
veredicto del vencedor, como condición y anticipo de la efectividad
de la victoria. No se les oculta algo tan elemental y razonable como
el hecho de que una parte de la gente se predispone a apuntarse a los
vencedores y lo más importante que otra anda presta a
desmoralizarse. Si el temor a desentonar en público acelera muchos
síndromes de Estocolmo en quienes son potenciales oponentes, no
digamos para los relativamente indiferentes lo placentero que resulta
sumarse al carro de los ganadores. Al fin y al cabo en un mundo en
que nos vemos conminados a triunfar, o sea ganar, más allá de la vida
privada, ¿qué oportunidad lo depara que no sea el fútbol o la
política?
Pero sólo se puede
disfrutar del beneficio de parecer ganador si funciona el sexto
sentido para detectar el sentimiento político de la gente. La crisis
pandémica demuestra lo secundario que es saber lo quiere la gente
frente a lo que cuenta hasta donde puede aguantar. Es bien sabido que
en política, quizás en esto la política es diferente a las esferas
más elementales de la vida, la información, por mucha y clara que
esta sea, se digiere en virtud de lo que se cree y se quiere creer.
Como el equipo cogobernante tiene la sartén por el mango de la
comunicación y la aureola de ejercer en nombre de lo correcto,
fijado como tal desde ZP conviene aclarar, dispone de un amplio
margen para graduar la mentira y entregarse a la seducción
eufemística y a los tópicos buenistas.
El beneficio
publicitario y preelectoral de la terapia de desvanecer la angustia
por la fiesta y el heroísmo casero anuncia un momento feliz de
“nueva normalidad”. Contando con este favor que presta el
instinto de supervivencia a quienes se tiene por vencedores, la
inmensa dimensión de la culpa cogubernamental ha obligado a fiarse
del bien contrastado arte del engaño, máxime cuando se cuenta con
una base suficiente que a su manera no reniega de estar engañada
conscientemente.
Uno tiene en este sentido la impresión de que la
dedicación sistemática al falseamiento y la prestidigitación, no
es tanto por potencial desesperación, que también, sino sobre todo
por cierta seguridad en el éxito. Pasado el susto inicial de las
cifras monstruosas y advertido que a la población en general le
preocupaba por encima de todo el propio pellejo y que el público
adicto compartía con el cogobierno la angustia de perder el poder,
se vio la posibilidad de convertir España en un inmenso laboratorio
para experimentar con el público cobaya el grado de mentira que
puede este respirar sin sentir la asfixia.
Esto es un tanteo
pendiente de la verdadera evaluación que ha de hacer el equipo social podemital. La mentira que
el pueblo está dispuesto a admitir no es pauta suficiente para
detectar lo bienvenidos que pueden ser los recortes, el paro, la
desolación y la miseria. A la luz de la experiencia de la aventura
de ZP unos recortes, que tendríamos por regalos del destino, precipitaron
que muchos de los suyos le dieran la espalda. Cierto también que aunque la masa
social siga educada zapaterilmente, se está avisado de la necesidad
y puede hasta comprenderse que lo del C19 es demasiado para ir con
tonterías. Eso da más margen para una política pragmática que respete la permanencia en la U.Europea.
Pero aun así la catástrofe no será menuda y seguramente el Dr.
Sz. apreciará tal vez melancólicamente que puede confiar más en la
adhesión de los suyos por la aventura del logro de la III República que por los recortes y la responsabilidad.
Esta presunción puede generar muchas dudas y tentaciones
liberticidas, desde el momento en que los recortes y la ruina amenacen con levantar el velo que tapa tantos muertos y responsabilidades
culposas.
Empecinado en atar su suerte a la de Podemos, Sz depende lo
quiera o no lo quiera, del cálculo que su socio haga de como
aprovechar o al menos salir lo mejor parado posible del tiempo de la ruina. ¿Qué fenómenos no podrán
desatarse si esta pareja cree que puede aprovecharse de la ruina? Un
escenario tan abierto y lúgubre requerirá no un sexto sino un
séptimo sentido por lo menos.