miércoles, 6 de mayo de 2020

EL SEXTO SENTIDO


En política no puede haber sentido común sin sexto sentido, al menos para que el primero cuente algo. Pero no siempre quien dispone de ese sexto sentido ennoblece el sentido común, en muchos casos lo ultraja. El sexto sentido cuenta de forma decisiva en todas las facetas de la política, aunque por su naturaleza sea indescifrable y sólo depende del genio interior. No se trata de una iluminación súbita sino de la iluminación constante de la experiencia.

Nadie puede permanecer ni entrar en la corte del poder si no es capaz de detectar sin necesidad de cursos de iniciación o de llamadas al orden lo que el vértice piramidal quiere oír, lo que quiere que se diga y contra quien estar. Y todo en una cascada hasta llegar a los aledaños de la base. Así se puede comprobar fácilmente con ejemplos de los expertos a lo Simón, los tertulianos de mucho agradar, artistas y actores que se tiene por profetas, escritores/as a lo Elvira Lindo que se la guardan...

También el pueblo, ahora es la gente, lo necesita aunque por motivos más sibilinos y de difícil diagnóstico. Su sexto sentido no se dirige fundamentalmente a catar el sabor de los políticos en uso y el sentido de sus políticas, para esto ya se precisa una cierta cultura política, una experiencia mínimamente sistematizada y un mínimo hábito de objetividad, cubierto por una tradición solvente a la que agarrarse. Pero anda selectivamente afinado, picarescamente incluso, para detectar al ganador y al perdedor en el rumbo de lo que hay entre manos, como los apostantes sobre el resultado final de la Liga. Incluso en esto lo secundario es lo que se espera que los ganadores o los perdedores puedan hacer, hay demasiado escepticismo para que las promesas se tomen en serio. Por encima de ello se atiende a ver quien puede mandar de verdad en lo esencial, en el dictado de lo que se puede decir y lo que se tiene que callar. 

En esta picardía los españoles somos consumados maestros, apenas escapa lo que puede agradar o repugnar en la plaza pública, y a distinguir entre esto y el poder del que gobierna. Así todos sabían que por mucho que Rajoy se columpiase en el gobierno, nada pintaba en la determinación de las reglas del juego de lo opinable, de lo bello y lo correcto.

Decía que es difícil saber el uso que la gente se inclina a hacer con esta intuición de los vientos del destino, pero los políticos con sexto sentido bien avezado, los acostumbrados a mandar en esa tarea épica de marcar las reglas, aprecian primero que nada la batalla por el veredicto del vencedor, como condición y anticipo de la efectividad de la victoria. No se les oculta algo tan elemental y razonable como el hecho de que una parte de la gente se predispone a apuntarse a los vencedores y lo más importante que otra anda presta a desmoralizarse. Si el temor a desentonar en público acelera muchos síndromes de Estocolmo en quienes son potenciales oponentes, no digamos para los relativamente indiferentes lo placentero que resulta sumarse al carro de los ganadores. Al fin y al cabo en un mundo en que nos vemos conminados a triunfar, o sea ganar, más allá de la vida privada, ¿qué oportunidad lo depara que no sea el fútbol o la política?

Pero sólo se puede disfrutar del beneficio de parecer ganador si funciona el sexto sentido para detectar el sentimiento político de la gente. La crisis pandémica demuestra lo secundario que es saber lo quiere la gente frente a lo que cuenta hasta donde puede aguantar. Es bien sabido que en política, quizás en esto la política es diferente a las esferas más elementales de la vida, la información, por mucha y clara que esta sea, se digiere en virtud de lo que se cree y se quiere creer. Como el equipo cogobernante tiene la sartén por el mango de la comunicación y la aureola de ejercer en nombre de lo correcto, fijado como tal desde ZP conviene aclarar, dispone de un amplio margen para graduar la mentira y entregarse a la seducción eufemística y a los tópicos buenistas.

El beneficio publicitario y preelectoral de la terapia de desvanecer la angustia por la fiesta y el heroísmo casero anuncia un momento feliz de “nueva normalidad”. Contando con este favor que presta el instinto de supervivencia a quienes se tiene por vencedores, la inmensa dimensión de la culpa cogubernamental ha obligado a fiarse del bien contrastado arte del engaño, máxime cuando se cuenta con una base suficiente que a su manera no reniega de estar engañada conscientemente. 

Uno tiene en este sentido la impresión de que la dedicación sistemática al falseamiento y la prestidigitación, no es tanto por potencial desesperación, que también, sino sobre todo por cierta seguridad en el éxito. Pasado el susto inicial de las cifras monstruosas y advertido que a la población en general le preocupaba por encima de todo el propio pellejo y que el público adicto compartía con el cogobierno la angustia de perder el poder, se vio la posibilidad de convertir España en un inmenso laboratorio para experimentar con el público cobaya el grado de mentira que puede este respirar sin sentir la asfixia.

Esto es un tanteo pendiente de la verdadera evaluación que ha de hacer el equipo social podemital. La mentira que el pueblo está dispuesto a admitir no es pauta suficiente para detectar lo bienvenidos que pueden ser los recortes, el paro, la desolación y la miseria. A la luz de la experiencia de la aventura de ZP unos recortes, que tendríamos por regalos del destino, precipitaron que muchos de los suyos le dieran la espalda. Cierto también que aunque la masa social siga educada zapaterilmente, se está avisado de la necesidad y puede hasta comprenderse que lo del C19 es demasiado para ir con tonterías. Eso da más margen para una política pragmática que respete la permanencia en la U.Europea.

Pero aun así la catástrofe no será menuda y seguramente el Dr. Sz. apreciará tal vez melancólicamente que puede confiar más en la adhesión de los suyos por la aventura del logro de la III República que por los recortes y la responsabilidad. Esta presunción puede generar muchas dudas y tentaciones liberticidas, desde el momento en que los recortes y la ruina amenacen con levantar el velo que tapa tantos muertos y responsabilidades culposas.

 Empecinado en atar su suerte a la de Podemos, Sz depende lo quiera o no lo quiera, del cálculo que su socio haga de como aprovechar o al menos salir lo mejor parado posible del tiempo de la ruina. ¿Qué fenómenos no podrán desatarse si esta pareja cree que puede aprovecharse de la ruina? Un escenario tan abierto y lúgubre requerirá no un sexto sino un séptimo sentido por lo menos.

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