jueves, 7 de mayo de 2020

EL SIMONISMO


A la altura del nivel que demuestra como experto virólogo comunicacional guberamental, el Dr. Simón es capaz también de hacer aportaciones memorables al pensamiento político. Uno modestamente quisiera ilustrar la genial idea de ocultar en el anonimato a los gestores responsables sobre los que el gobierno dice hacer descansar sus decisiones, tratando de ser lo más fiel posible a su espíritu benefactor.

Es muy probable que la natural vanidad humana, tan dispuesta a hacer estragos cuanto más altas son las cumbres del poder, sea el principal freno para que el simonismo se aplique a rajatabla y se cubra con una tela de opacidad toda la nomenclatura política gobernante cual montaje de Christo.

El loable fin de preservar a los responsables públicos de presiones y de intromisiones, de curiosones, zascandiles y aburridos codiciosos de toda calaña, para que se entreguen platónicamente a su sacrificado servicio ya se ensayó en variadas circunstancias. Los tradicionales señoríos del tipo de las grandes cortes barrocas, los mandarinatos chinos o los califatos el lujo, se rodeaban de un aura de lujo y ostentación que servía de barrera protectora. Pero a cambio de ello sufrían la molestia de tener que estar a la vista de sus cortesanos de noche a noche en todos sus menesteres. Tampoco debiera ser muy grato tener que hacer apariciones rutilantes en espectáculos demostrativos de la magnificencia del poder.

En los tiempos contemporáneos esas exhibiciones se las permitían los dictadores totalitarios capitaneando las más variadas coreografías imperiales, lo que se hizo merecedor de variadas alabanzas esteticistas.

Poco comprensivas que son, a las democracias les suele repugnar estas parafernalias que se tienen por obscenas, pero a cambio quedan como muestra de las costumbres de los aventajados regímenes que han recobrado el paraíso terrenal. En las democracias por contra se desatina tanto que se cree que la exposición a la transparencia azuza el ingenio para hacer lo que se debe sin engañar.

Pero no deja de haber excepciones encaminadas a preservar la dedicación de la incomodidad. Pablo Iglesias pudo inspirar al Dr. Simón cuando hizo el sacrificio de avecinarse en Galapagar para librarse de las incomodidades de la vida material y vecinal, y poder tener libre el espíritu, y de paso el cuerpo, para sus elevadas empresas, en el espíritu de la olvidada prédica estoica.

La fórmula Simón preserva el anonimato y podía completarse con beneficios que libraran de los sometimientos de la materia, tal como el ejemplo de nuestro camarada mesiánico, pero requiere de una gran generosidad en nuestros dirigentes. A estos se les podría reconocer como casos seriales del Gran Hermano, en la confianza de que el disfrute la primicia genealógica orwelliana compensase su atormentada invisibilidad pública.

Desde luego que no es fácil compaginar tan buena intención simoniana con los hábitos usuales de la democracia. Con irresponsable y hasta maliciosa curiosidad, la gente quiere conocer quien es o parecer ser el que manda, el candidato por votar, y hasta ministros y consejeros, aspirantes,, etc y no sólo eso sino sus vidas y a ser posible intimidades de diurnas y nocturnas y todos los etc que se quieran, por no hablar de las manías de algunos plumíferos y tertulianos de meter el dedo en el ojo y que de esa manera se tienen por críticos.

Cierto que en España el filtro mediático suele ser efectivo, sobre todo en cuanto a su capacidad selectiva según de qué cuerda se sea a quien se aplique. Pero esta reserva es bastante frágil, cambia la tortilla y puede ser peor el remedio que la enfermedad.

Cabe sin embargo ensayar alguna solución. Por ejemplo la siguiente que si bien se piensa mejoraría la educación política de la ciudadanía preservando la anónima comodidad de nuestros servidores o aspirantes a ser lo.

Podrían los aspirantes y ejercitantes del poder ocultarse tras una mascara asignada, reconocible según sea su partido o agrupación, a la manera de los actores de la tragedia griega o de los actuales atracadores de bancos usuales en las series televisivas. Tendrían además el aliciente de sanar la herida de su orgullo en caso de que acertaran a contribuir al renacer del Arte Pop, ahora que parece demasiado domesticado.
Es una sugerencia entre otras posibles pero seguro que el Simonismo puede dar mucho más de sí, ahora cuando, de forma imprevista, la crisis pandémica ha motivado la recuperación de los ímpetus pastoriles y gregarios en bien de la renovación de la ingeniería paradisíaca de encandilamiento social.

Por de pronto parece una contribución impagable a la urbanidad política pública, para que nos centremos en lo que importa, los datos objetivos que transmite la autoridad y la coherencia y bondad de las medidas, en lugar de despistarse tratando a los responsables públicos como vulgares personajes de novela rosa o de shows para el despellajamiento sentimental.

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