En España el comunismo, en cuanto superviviente histórico de las
utopías igualitaristas tan gratas por estos lares, atrae como un
“myterium tremens et fascinans” según la canónica definición
de lo sagrado de R. Otto. Perdura tal atracción subliminal por mucho
que la historia demuestre su distópica tenebrosidad y a pesar de que
a su público le reconforte el bienestar del modelo occidental.
Julio Anguita
revitalizó esa aureola fascinante que el chasco de la transición
parecía marchitar. Chasco, claro está, para quienes soñaban que el
pueblo premiaría la lucha contra el franquismo y el sacrificio por
la reconciliación dando el poder al eurocomunismo.
El líder califal
apareció en la escena nacional cuando todavía perduraba el orgullo
por la democracia de todos, aun cuando F. Gonzalez y Guerra
acapararan la gloria y el mérito. Cuando también se agrietaba el
castillo socialista, corrupción, GAL etc y despertaba la derecha del
sueño eterno que tenía encomendado.
Anguita olvidó la
parafernalia eurocomunista y emprendió el rescate de la amenaza de
la apisonadora socialista, convertida a su modo de ver, en vulgar
pragmatismo sociocapitalista. Le salió un curioso potaje de
esencialismo preeurocomunista y culto a la civilidad democrática,
cosa imposible sin el catalizador de su personalidad.
Funcionó su
proyecto de rescate dentro de sus posibilidades debido en gran parte a su aportación teatral, la
invención de un personaje que le salía de natural. Tal vez la
política le dio la oportunidad de crearse a su imagen y semejanza.
Con su discurso y presencia engolada, paternal y cargante cayó
simpático, no sólo para sus seguidores, también para el mediano
común. Daba categoría y empaque a la democracia y a la sociedad,
como una estatua esculpida para la eternidad de la que sólo se desea
que esté presente bien visible y ante la cual es imposible no
fotografiarse para el álbum familiar.
Porque por mucho
que fuera su tufo dogmático no daba miedo. El socialismo felipista
guerrista esculpió la fe en la eternidad del estado del bienestar y
al comunismo le quedó el papel de asistente estético, de estampa
para encomendarse en el dormitorio. Las declamaciones de Anguita
atemorizaban tanto como un mandril en un zoo, pero fue suficiente
para acomodarse un espacio sino de poder, sí de esperanza en la
perduración eterna del ideal.
Desde el punto de
vista de su aportación objetiva al bien común, se hubiera quedado
en un vulgar charlatán rescatador de nostálgicos durante un tiempo
engolosinados por el eurocomunismo si a su estampa señorial no le
hubiera añadido un extraño regusto por las formalidades
democráticas y cívicas. Y ya se sabe que al fin y al cabo la
democracia es cuestión de formas.
Pudo ser que
encontrara en nuestra tierna cultura democrática la ocasión para
demostrar sus dotes pedagógicas, de realizar su vocación de maestro
como precoz educador de la ciudadanía. Pudo ser que tratase de
frenar la insolencia socialista animando a la conciencia crítica y
la responsabilidad personal para salvar a los suyos del espíritu de
rebaño que ya se cernía por doquier. Incansable pedagogo alertó al
pueblo de su inmadura credulidad, en la esperanza de que se abriría
paso la verdad paradisíaca. A muchos le repelían sus sermones, pero
que alguien sermoneara tenía mucho encanto. Al fin y al cabo en
España es el sermón que entra por un oído y sale por otro la forma
más eximia de pedagogía.
Anguita concitaba en
torno al reclamo de la pureza utópica, la honestidad insobornable y
el civismo señorial. Incluso en torno al compromiso con la legalidad
democrática. Ahora a la cabeza del comunismo transfigurado en
buenismo guerracivilista Pablo Iglesias convoca a la complicidad en
torno a la maquinación, la amoralidad y la desfachatez para salir
del museo y aposentarse como garrapata del poder.
Visto técnicamente
estamos ante un experimento inédito en el opulento y democrático
Occidente, experimento aparentemente imposible y del que depende la
remodelación del comunismo. ¿Pero quien hubiera apostado por la
complicidad del fervor mediático en nombre de la corrección
política? ¿quién hubiera dicho que las empresas acusadas de
emascular la conciencia igualitarista se tornaran en el principal
altavoz del advenimiento mesiánico?
Nunca sabremos si
Anguita (D.E.P) hubiera emprendido esa aventura totalitaria de tener
la ocasión, si la llevaba dentro o si se creía un demócrata sin
engaños. Se marcha habiendo echo valer su empaque y la simpatía de
quien en el fondo acertó a ser visto como ser humano, como una
persona que tenía el mérito de tratar de estar a la altura de su
idealista personaje, sin conseguirlo irremediablemente. Espíritu
guijotesco en suma.
A falta de empaque y enjundia a Pablo Iglesias le
sobra falta de escrúpulos y destreza conspirativa, lo que no sabemos
si hubiera tenido Anguita.
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