martes, 19 de mayo de 2020

JULIO ANGUITA D.E.P.


                En España el comunismo, en cuanto superviviente histórico de las utopías igualitaristas tan gratas por estos lares, atrae como un “myterium tremens et fascinans” según la canónica definición de lo sagrado de R. Otto. Perdura tal atracción subliminal por mucho que la historia demuestre su distópica tenebrosidad y a pesar de que a su público le reconforte el bienestar del modelo occidental.

                 Julio Anguita revitalizó esa aureola fascinante que el chasco de la transición parecía marchitar. Chasco, claro está, para quienes soñaban que el pueblo premiaría la lucha contra el franquismo y el sacrificio por la reconciliación dando el poder al eurocomunismo.

                El líder califal apareció en la escena nacional cuando todavía perduraba el orgullo por la democracia de todos, aun cuando F. Gonzalez y Guerra acapararan la gloria y el mérito. Cuando también se agrietaba el castillo socialista, corrupción, GAL etc y despertaba la derecha del sueño eterno que tenía encomendado.

                Anguita olvidó la parafernalia eurocomunista y emprendió el rescate de la amenaza de la apisonadora socialista, convertida a su modo de ver, en vulgar pragmatismo sociocapitalista. Le salió un curioso potaje de esencialismo preeurocomunista y culto a la civilidad democrática, cosa imposible sin el catalizador de su personalidad.

               Funcionó su proyecto de rescate dentro de sus posibilidades debido en gran parte a su aportación teatral, la invención de un personaje que le salía de natural. Tal vez la política le dio la oportunidad de crearse a su imagen y semejanza. Con su discurso y presencia engolada, paternal y cargante cayó simpático, no sólo para sus seguidores, también para el mediano común. Daba categoría y empaque a la democracia y a la sociedad, como una estatua esculpida para la eternidad de la que sólo se desea que esté presente bien visible y ante la cual es imposible no fotografiarse para el álbum familiar.

             Porque por mucho que fuera su tufo dogmático no daba miedo. El socialismo felipista guerrista esculpió la fe en la eternidad del estado del bienestar y al comunismo le quedó el papel de asistente estético, de estampa para encomendarse en el dormitorio. Las declamaciones de Anguita atemorizaban tanto como un mandril en un zoo, pero fue suficiente para acomodarse un espacio sino de poder, sí de esperanza en la perduración eterna del ideal.

            Desde el punto de vista de su aportación objetiva al bien común, se hubiera quedado en un vulgar charlatán rescatador de nostálgicos durante un tiempo engolosinados por el eurocomunismo si a su estampa señorial no le hubiera añadido un extraño regusto por las formalidades democráticas y cívicas. Y ya se sabe que al fin y al cabo la democracia es cuestión de formas.

            Pudo ser que encontrara en nuestra tierna cultura democrática la ocasión para demostrar sus dotes pedagógicas, de realizar su vocación de maestro como precoz educador de la ciudadanía. Pudo ser que tratase de frenar la insolencia socialista animando a la conciencia crítica y la responsabilidad personal para salvar a los suyos del espíritu de rebaño que ya se cernía por doquier. Incansable pedagogo alertó al pueblo de su inmadura credulidad, en la esperanza de que se abriría paso la verdad paradisíaca. A muchos le repelían sus sermones, pero que alguien sermoneara tenía mucho encanto. Al fin y al cabo en España es el sermón que entra por un oído y sale por otro la forma más eximia de pedagogía.

          Anguita concitaba en torno al reclamo de la pureza utópica, la honestidad insobornable y el civismo señorial. Incluso en torno al compromiso con la legalidad democrática. Ahora a la cabeza del comunismo transfigurado en buenismo guerracivilista Pablo Iglesias convoca a la complicidad en torno a la maquinación, la amoralidad y la desfachatez para salir del museo y aposentarse como garrapata del poder. 

          Visto técnicamente estamos ante un experimento inédito en el opulento y democrático Occidente, experimento aparentemente imposible y del que depende la remodelación del comunismo. ¿Pero quien hubiera apostado por la complicidad del fervor mediático en nombre de la corrección política? ¿quién hubiera dicho que las empresas acusadas de emascular la conciencia igualitarista se tornaran en el principal altavoz del advenimiento mesiánico?

          Nunca sabremos si Anguita (D.E.P) hubiera emprendido esa aventura totalitaria de tener la ocasión, si la llevaba dentro o si se creía un demócrata sin engaños. Se marcha habiendo echo valer su empaque y la simpatía de quien en el fondo acertó a ser visto como ser humano, como una persona que tenía el mérito de tratar de estar a la altura de su idealista personaje, sin conseguirlo irremediablemente. Espíritu guijotesco en suma. 

          A falta de empaque y enjundia a Pablo Iglesias le sobra falta de escrúpulos y destreza conspirativa, lo que no sabemos si hubiera tenido Anguita.




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